Este año se cumple el 73 aniversario del lanzamiento de la bomba atómicas sobre Hiroshima, el reportaje y los libros escritos por John Hersey con en el año 1946 aun se recuerda aun por el horror revelado de las armas nucleares que logro casi la erradicación completa de una ciudad por la bomba atómica".
*Este artículo se publicó originalmente en BBC Mundo en agosto de 2016 y ha sido republicado con motivo del 73º aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima.
A finales de este mes se cumplen 70 años de la publicación de un reportaje que ha sido elogiado como uno de los más grandes escritos del periodismo.
Titulado simplemente Hiroshima, el artículo de 30.000 palabras, escrito por John Hersey para la revista The New Yorker, tuvo un impacto masivo al revelar el absoluto horror de las armas nucleares a una generación de la posguerra. Así lo describe la documentalista británica Caroline Raphael.
Tengo una copia original de la edición de la revista The New Yorker del 31 de agosto de 1946. Tiene una portada muy inocua; un encantador, fresco y despreocupado dibujo de un verano en el parque.
En la contraportada hay una imagen de los directores técnicos de los equipos de béisbol Gigantes y Yankees de Nueva York exhortando a los lectores a siempre comprar cigarrillos Chesterfield.
Después de las páginas de la agenda de la ciudad y los anuncios de cartelera, pasando los elegantes avisos publicitarios de diamantes y abrigos de piel, te encuentras con una simple declaración editorial que explica que esta edición está dedicada a un sólo artículo “sobre la casi completa erradicación de una ciudad por la bomba atómica”.
Tomaron esa decisión, dijeron, por estar “convencidos de que algunos de nosotros todavía no entendemos el increíble y absoluto poder destructivo de esta arma y que todos debiéramos tomarnos el tiempo para considerar las terribles implicaciones de su uso”.
Hace 70 años nadie hablaba de reportajes volviéndose “virales” pero la publicación del artículo Hiroshima de John Hersey en The New Yorker logró precisamente eso.
Fue discutido, comentado, leído y escuchado por muchos millones de personas en todo el mundo, a medida que empezaban a comprender lo que había sucedido en realidad, no solamente a la ciudad sino a los habitantes de Hiroshima ese 6 de agosto de 1945 y en los días posteriores.
Fue en la primavera de 1946, cuando John Hersey, un condecorado corresponsal de guerra y galardonado novelista, recibió la comisión de The New Yorker para ir Hiroshima. Esperaba escribir un artículo, como otros lo habían hecho, sobre el estado de la devastada ciudad, los edificios, la reconstrucción, nueve meses después.
Durante el viaje cayó enfermo y recibió una copia del libro “El Puente de San Luis Rey”, de Thorton Wilder. Inspirado en la narrativa de Wilder sobre las cinco personas que cruzaron el puente cuando se desplomó,Hersey decidió que su reportaje sería sobre personas en lugar de edificios.
Fue esa simple decisión la que separa a Hiroshima del resto de los artículos de la época.
Una vez en Hiroshima, encontró sobrevivientes de la explosión cuyas historias relataría, empezando por los minutos antes de que la bomba fuera lanzada. Muchos años después describió el horror que sintió y cómo sólo pudo quedarse unas semanas nada más.
Hersey regresó con todos estos relatos a Nueva York. Pensó que si los enviaba desde Japón, las posibilidades de que fueran publicados era remota; los anteriores intentos de sacar del país fotos, película o reportajes habían sido interceptados por las fuerzas de ocupación de Estados Unidos. El material era censurado o incautado, algunas veces simplemente desaparecía.
Los editores de Hersey, Harold Ross y William Shawn, sabían que tenían algo extraordinario, único, y la edición se preparó en completo secreto. Nunca antes se le había dado todo el espacio editorial de la revista a un solo reportaje y no ha vuelto a ocurrir desde entonces.
Los periodistas que esperaban la publicación de sus artículos en la edición de esa semana se preguntaban dónde estaban sus pruebas de imprenta. Doce horas antes de la publicación, se enviaron copias a todos los principales diarios de EE.UU., una medida inteligente que resultó en editoriales exhortando a todos a leer la revista.
Todo el tiraje de 300.000 ejemplares se agotó y el artículo fue reimpreso en muchos otros periódicos y revistas por todo el mundo, excepto en los lugares donde había racionamiento de material impreso.
Cuando Albert Einstein trató de comprar 1.000 ejemplares de la revista para enviarlos a sus colegas científicos, tuvo que recurrir a copias facsimilares.
El Club del Libro del Mes de EE.UU. envió una edición especial gratis a todos sus subscriptores porque, en las palabras de su presidente, “encontramos difícil de concebir cualquier otro escrito que pudiera ser más importante en este momento para la raza humana”.
Dos semanas después, una copia de The New Yorker de segunda mano se vendió por 120 veces su precio original.
Si Hiroshima demuestra algo como texto de periodismo es el poder eterno de la narración. John Hersey combinó toda su experiencia como corresponsal de guerra con sus habilidades de novelista.
Fue una muestra de periodismo radical que le dio una voz vital a aquellos que apenas un año antes habían sido enemigos mortales.
En ese panorama catastrófico de pesadillas vivientes, de personas medio muertas, de cuerpos quemados y chamuscados, de intentos desesperados por cuidar de sobrevivientes destrozados, de vientos calientes y de una ciudad consumida por incendios conocemos a la señora Sasaki, al reverendo Tanimoto, a la madre Nakamura y sus hijos, al sacerdote jesuita Kleinsorge y los doctores Fujii y Sasaki.
Los seis personajes
Los pueblos de Asia habían sido demonizados desde antes del ataque japonés a Pearl Harbor.
La “amenaza amarilla” de las tiras cómicas había calado profundamente en la psiquis estadounidense.
En 1941, la revista Time-Life publicó un artículo extraordinario para explicarle a los lectores cómo diferenciar a un japonés de un chino: “Cómo distinguir a tus amigos de los japos“. Se informó que el piloto del Enola Gay -el avión que cargaba la bomba- dijo haberse sentido como el héroe de ciencia ficción Roldán el Temerario, el día que la lanzó.
Así que, apenas un año después de la guerra, estos seis retratos íntimos de cinco hombres y mujeres japonesas y uno hombre occidental, cada uno de los cuales “vio más muerte de la que jamás pensó que vería”, tuvieron un impacto inesperado y devastador.
Los lectores que enviaron cartas a The New Yorker, casi todas elogiando el trabajo, escribieron de su vergüenza y horror que personas comunes y corrientes como ellos, secretarias y madres, médicos y sacerdotes, hubieran soportado semejante terror.
John Hersey no fue el primero en informar desde Hiroshima pero los reportajes y noticieros cinematográficos habían sido una avalancha de números demasiado grandes para comprender. Habían reportado sobre la destrucción de la ciudad, el hongo nuclear, las sombras de los muertos en los muros y las calles pero nunca se acercaron a aquellos que sobrevivieron esos días del fin del mundo, como lo hizo Hersey.
Algunos también empezaron a tener mayor claridad sobre esta nueva arma que continuaba matando mucho después del “mudo destello”, tan brillante como el sol, a pesar de los intensos esfuerzos del gobierno y el ejército de encubrirlo o negarlo.
Hiroshima fue la primera publicación que hizo que personas comunes y corrientes, en ciudades distantes, en sus quehaceres cotidianos, enfrentaran la miseria del síndrome de irradiación aguda, comprendieran que se podía sobrevivir la explosión y todavía morir por sus efectos posteriores.
Con su prosa calmada e impávida, John Hersey reportó lo que habían presenciado los sobrevivientes. A medida que se iniciaba la carrera armamentista, apenas tres meses después de otra prueba nuclear en el atolón de Bikini, el verdadero poder de las nuevas armas empezó a comprenderse.
Tales fueron las repercusiones del artículo de Hersey, y el gran apoyo público de Albert Einstein, que el entonces secretario de Guerra de EE.UU., Henry Stimson, escribió una réplica en una revista: “La decisión de usar la bomba atómica”, una desafiante justificación para lanzar el arma, cualesquiera que fueran las circunstancias.
Cuando la noticia del extraordinario artículo llegó a Gran Bretaña, resultó demasiado largo para su publicación en una época de racionamiento de papel impreso y John Hersey no permitía que fuera editado.
Así que la BBC siguió el ejemplo de la radio en EE.UU. y, unas seis semanas después, fue leído en su totalidad a lo largo de cuatro noches consecutivas en un nuevo espacio, a pesar de las reservas de algunos jefes preocupados por el impacto emocional sobre los escuchas.
La revista de la BBC, Radio Times, comisionó al celebrado autor y locutor Alistair Cooke a escribir una larga pieza de fondo. Haciendo alusión a que el artículo fue publicado en The New Yorker, reconocida como una revista de ingeniosos dibujos humorísticos, Cooke llamó su pieza “El chiste más mortal de nuestra época”.
Los índices de audiencia fueron tan altos que la BBC decidió retransmitir la lectura en su estación de programación popular en una sola leída, unas semanas después, para asegurar que más personas la escucharan.
Esa estación tenía como misión, de acuerdo al manual de la BBC de ese año, “entretener a los escuchas e interesarlos en actualidad mundial general sin olvidar el entretenimiento”. Hubo poco entretenimiento en este programa de dos horas. El crítico del diario The Daily Express, Nicholas Hallam, dijo que fue la trasmisión más horripilante que jamás había escuchado.
La BBC también invitó a John Hersey a ser entrevistado y su respuesta por telegrama se encuentra en los archivos de la corporación: “Hersey muy agradecido invitación BBC interés y cobertura Hiroshima pero siempre mantenido política dejar la historia hablar por sí sola sin palabras adicionales mías u otros”.
En efecto, Hersey concedió únicamente tres o cuatro entrevistas durante toda su vida. Tristemente, ninguna para la BBC.
Una grabación de la lectura de Hiroshima en 1948 se encuentra todavía en los archivos de la BBC.
El efecto de las claras voces inglesas contando esta desgarradora historia es impactante. Revela una prosa rítmica y frecuentemente poética y irónica. Una de las lectoras es la joven actriz Sheila Sim, recién casada con el actor Richard Attenborough, posteriormente un galardonado director de cine.
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Ese noviembre, Hiroshima fue publicado en formato de libro. Fue rápidamente traducido a muchos idiomas, incluyendo una edición en braille.
Sin embargo, en Japón, el general Douglas MacArthur, el comandante supremo de las fuerzas de ocupación y que gobernó Japón hasta 1948, prohibió rotundamente la difusión de cualquier reportaje sobre las consecuencias de los bombardeos.
Las copias de los libros y la edición pertinente de The New Yorkerfueron vetados hasta 1949, cuandoel texto finalmente fue traducido al japonés por el revevendo Tanimoto, uno de los seis sobrevivientes en el artículo de Hersey.
Hersey nunca se olvidó de esos sobrevivientes. En 1985, en el aniversario 40 de la bomba, regresó a Japón y escribió “Las Secuelas”, la historia de lo que había sucedido con ellos en el transcurso de cuatro décadas. Dos de ellos ya habían muerto, uno sin duda de una enfermedad relacionada a la radiación.