Redacción / BBC News Mundo
Rodney D. Sieh, es el director y fundador del diario de Liberia “FrontPage Africa” y publicará próximamente el libro “Periodista en juicio: luchando contra la corrupción, el amordazamiento a la prensa y una sentencia de cárcel de 5.000 años en Liberia”. En este artículo, reflexiona sobre lo que su carrera dice de la situación del periodismo en África Occidental.
Fui sentenciado a 5.000 años de cárcel por no pagar una compensación por difamación de US$1,6 millones a un antiguo ministro que había denunciado a mi periódico después de que publicáramos los resultados de una auditoría gubernamental.
Esta había descubierto que fondos de US$6 millones destinados a combatir una epidemia de gusanos no habían sido justificados.
Pasé cuatro meses en 2013 en la tristemente célebre Prisión Central de Monrovia, donde fui arrojado dentro de una celda con asesinos, ladrones que habían usado armas y gente que había cometido delitos menores.
El recinto, construido en la capital y con capacidad para 200 personas, tiene más de 1.000 reclusos. Casi la mitad de ellos están detenidos sin haber sido juzgados.
Con el paso de los años, se ha ganado la reputación de ser un refugio para criminales acérrimos y un lugar donde se les enseña una lección a los críticos del gobierno.
Recuerdo al jefe de las instalaciones intentando convencerme de darle una oportunidad al menú del día: un plato de frijoles con arroz sin carne ni pescado y larvas retorciéndose sobre el carro en el que se amontonaba la comida.
Se requirió la fuerza de una campaña internacional, protestas masivas y un artículo de opinión en el New York Times para conseguir que el gobierno de la entonces presidenta, Ellen Johnson Sirleaf, me liberara.
Mi calvario es solo un ejemplo de las dificultades a las que los periodistas se enfrentan en un continente a menudo dominado por una élite incómoda con las críticas.
Basta con mirar lo sucedido en las últimas décadas: muchos de mis colegas han sido asesinados, mutilados y perseguidos, periódicos han sido cerrados y el miedo penetra nuestro entorno laboral. Otros viven en el exilio, separados de sus familias.
Al crecer en Broad Street Snapper Hill, un barrio duro de Monrovia, vi muchas cosas.
Imágenes violentas definieron mi adolescencia, como las revueltas por el precio del arroz de 1979 o el sangriento golpe militar que un año después elevó a Samuel Kanyon Doe al poder.
Este trasfondo fue solo una de las motivaciones que me ayudaron a prepararme para la vida de periodista.
¿Qué sucedió en la Guerra Civil de Liberia?
1989: Charles Taylor empieza su rebelión contra el presidente Samuel Doe.
1990: Doe es torturado y asesinado por los rebeldes, que lo grabaron en video y lo difundieron.
1997: La Guerra Civil acaba tras la muerte de 250.000 personas. Taylor es elegido presidente.
2012: Taylor es condenado por crímenes de guerra en el vecino país de Sierra Leona.
Mi tío abuelo Albert Porte fue un panfletista, activista y periodista pionero que es recordado por haberse enfrentado a un sistema corrupto y participar en un histórica serie de intercambios de cartas con el difunto presidente William V. S. Tubman, en la que le preguntaba por la compra de un yate privado en tiempos en los que muchos pasaban apuros para poder alimentarse a sí mismos.
Cuando Charles Taylor empezó su rebelión en la víspera de la Navidad de 1989, vi a amigos, familiares y seres queridos con los que me había criado e ido a la escuela, morir como moscas a mi alrededor.
Vi a niños con rifles más grandes que ellos mismos y ríos de familias cargando lo que podían en su huida. Algunos de nuestros vecinos que se quedaron atrás para proteger sus pertenencias perdieron sus vidas, asesinados por pertenecer al grupo étnico erróneo o simplemente por estar en el lugar y momento equivocados.
Al año siguiente, no mucho después de que Doe fuera capturado y ejecutado por los rebeldes, me reuní con mi tío Kenneth Best en Gambia, donde había fundado el periódico Daily Observer.
En 1994, cuando Yahya Jammeh se hizo con el poder en Gambia siendo un lugarteniente del ejército de 29 años, todo volvió a derrumbarse.
Ya trabajando como periodista, conseguí la primera entrevista con Jammeh, en la que le restó importancia a las comparaciones con Doe y prometió que no habría una dictadura en Gambia.
Terminó gobernando 22 años hasta ser derrotado en las urnas, yéndose al exilio en enero de 2017, después de que tropas regionales evitaran que pudiera seguir aferrándose al poder.
No mucho después del golpe militar de 1994, vi cómo Jammeh deportaba a mi tío tras una polémica entrevista con el New York Times. Después, yo también me convertí en un objetivo y tuve que pasar a la clandestinidad antes de huir a Reino Unido y, posteriormente, a Estados Unidos, donde pulí mis habilidades trabajando para varios periódicos antes de fundar el portal digital FrontPage Africa.
Pronto me di cuenta de que mi país me necesitaba de vuelta.
Con el fin de la guerra y la celebración exitosa de unas elecciones en las que ganó Sirleaf, regresé a Liberia en 2007 para lanzar la versión impresa de FrontPageAfrica.
Pareciera que muchos de quienes fueron responsabilizados por nuestro trabajo vieron mi retorno como una oportunidad de vengarse. Sobreviví intentos de incendiar las oficinas de mi periódico, a lo que siguió una serie de denuncias, dos de las cuales me llevaron a la cárcel.
Dirigir un diario conlleva grandes riesgos, incluso cuando se trata de informar sobre asuntos como la mutilación genital femenina, la prostitución y los derechos humanos.
Mae Azango, una de nuestras periodistas más feroz, mejor conocida por sus artículos sobre la mutilación genital femenina, hizo una investigación encubierta en 2010 para exponer esta práctica tradicional, que suele realizársele a las niñas en secreto.
Sirleaf prohibió este tipo de mutilaciones en su último día al frente del país.
Azango y otra reportera también desafiaron la noche acompañando a prostitutas, que les contaron sus duras experiencias relacionadas con los peligros que conlleva entregar sus cuerpos por tan solo US$0.03.
Los retos de sacar a la luz estas historias son enormes. Los reporteros se arriesgan por unos salarios muy bajos y los dueños de los periódicos tienden a tener problemas para pagarle a su personal y mantener la maquinaria en funcionamiento debido a la inestabilidad del servicio de energía.
La publicidad es la mayor fuente de ingresos, pero el gobierno es el mayor comprador de anuncios, así que puede boicotear a medios de comunicación a su antojo.
He trabajado bajo varios regímenes de África Occidental así que conozco de primera mano cómo los líderes autoritarios acosan y socavan a la prensa. De haber sucumbido, yo estaría hoy entre los centenares de periodistas que se cuentan entre las olvidadas páginas del informe anual del Comité para Proteger Periodistas.
De haber dado un paso atrás, quizá todavía estaría cumpliendo una sentencia de 5.000 años en prisión por difamación, una ley que pretendo combatir mientras viva.
He llegado hasta aquí porque me niego a dar marcha atrás ya rendirme.