Cuando el Ejército mexicano le pisaba los talones, Joaquín "El Chapo" Guzmán vestía ropa militar camuflada y llevaba una vida nómada en las montañas de Sinaloa, armado hasta los dientes.
Pero nada le impedía seguir moviendo toneladas de droga, recibir regalos lujosos o visitas constantes de mujeres, según el testimonio del narco colombiano Alex Cifuentes este lunes en el juicio a “El Chapo” en Nueva York.
Cifuentes es un testigo peculiar del gobierno de Estados Unidos: dijo que trabajó junto a Guzmán como su brazo derecho y “también izquierdo” en esos escondites, desde 2007 hasta su propio arresto en noviembre de 2013.
Ese período transcurrió entre el primer escape de “El Chapo” de una prisión mexicana de máxima seguridad hasta su segunda captura en 2014, que siguió con otra fuga carcelaria al año siguiente.
Eran tiempos en los que la imagen de narco todopoderoso de Guzmán crecía día a día.
Y Cifuentes reveló cómo era entonces la vida oculta de “El Chapo”, quien hasta llegó a planificar una película autobiográfica.
Guzmán, que a los 61 podría recibir hasta cadena perpetua por conspiración para el narcotráfico, tenía “más de siete” propiedades para esconderse en la zona del “Triángulo Dorado” de Sinaloa, dijo Cifuentes.
“Viví con él en varias de ellas”, precisó el testigo de 51 años, quien tras su extradición a EE.UU. se declaró culpable, aguarda sentencia y busca acortar su pena cooperando con la fiscalía.
Cifuentes llegó a México enviado por su hermano Jorge —que también testificó previamente en el juicio— para aceitar los negocios de cocaína de su familia con “El Chapo”, que movían hasta US$40 millones mensuales.
Pero comparadas con las lujosas mansiones que suelen habitar los grandes narcos, esas casas montañosas eran modestas y pequeñas. ¿Por qué? “Para no llamar la atención del Ejército”, explicó Cifuentes.
Todas ellas tenían vidrios “polarizados” en las ventanas, para evitar ser espiadas desde el exterior, así como generadores eléctricos, TV vía satelital y electrodomésticos básicos.
Algunas propiedades contaban además con pistas de aterrizaje clandestinas.
Cuando “El Chapo” vivía en alguna de ellas, lo protegían tres anillos de guardias armados: desde uno “externo” en las carreteras cercanas, hasta uno “interno” cercano a la casa.
Los guardias cobraban unos US$2.000 cada 20 días, indicó Cifuentes.
Usaban ropa militar camuflada para confundirse con la jungla, sobre todo bajo helicópteros del Ejército. Cifuentes dijo que cuando intentó vestir prendas diferentes, le advirtieron que “se podía notar desde arriba”.
Agregó que Guzmán también llevaba “constantemente” ropa camuflada y varias armas: un rifle AR-15 con un lanzagranadas de 40 milímetros y su pistola Super .38 con sus iniciales y diamantes en la empuñadura.
Pese a toda esa seguridad y a que “El Chapo” cambiaba de ubicación cada 20 días, a veces los militares mexicanos les llegaban cerca.
Cifuentes contó que las redadas se volvieron más frecuentes cuando Guzmán entró en guerra con sus exaliados los hermanos Beltrán Leyva en 2008.
En una ocasión que el Ejército se aproximaba, rememoró, “El Chapo” ordenó evacuar un escondite. “Estuvimos corriendo prácticamente toda la noche hasta la madrugada”, dijo.
Tras transitar un largo camino y pasar por un cañón, encontraron a unos “compadres” que los sacaron en camiones.
Pero Cifuentes dijo que cuando grupos de apenas 25 soldados llegaban a las montañas a erradicar plantaciones de marihuana o amapola, “El Chapo” les enviaba una caja con comida y los invitaba a irse, porque si no “les iba a dar palo”.
Los días de Guzmán eran más tranquilos sin indicios de la proximidad del Ejército.
“Se levantaba a las 12 (horas) del día y leía los recados que tenía pendientes de la ciudad, fueran de socios o familiares”, relató Cifuentes.
Tras el almuerzo, hacía llamadas telefónicas “caminando debajo de los árboles”.
Cifuentes dijo que cientos de empleados trabajaban para “El Chapo”: desde agricultores de marihuana y amapola hasta secretarios, guardaespaldas, pilotos o vendedores de drogas.
Los gastos en provisiones mensuales para mantener toda esa “oficina” en funcionamiento ascendían a US$200.000.
Luego estaban los visitantes, incluidos socios del narco y familiares, así como diferentes mujeres, agregó el testigo. Cuando lo visitaba su esposa, Emma Coronel, Guzmán le pedía que le cocinara enchiladas suizas.
Cifuentes dijo que cuando él mismo trabajó como secretario de “El Chapo”, su rutina consistía en coordinar entregas de drogas a distribuidores en EE.UU. o Canadá, colectar dinero y enviarlo a otros países para comprar más drogas.
También testificó sobre planes de asesinato que dijo haber discutido con Guzmán, incluido el de Christian Rodríguez, el técnico colombiano que les instaló la red de comunicaciones en las montañas y luego entregó la información a los investigadores estadounidenses.
Cifuentes recordó que “El Chapo” le dijo que Rodríguez había entregado a su hermano Jorge y le pidió “que lo buscara para que lo matara”.
Cuando el joven técnico supo que los narcos se enteraron de su colaboración y estaban tras él, fue relocalizado en EE.UU. con la ayuda de las autoridades locales. La semana pasada también testificó en el juicio.
Cifuentes habló además de casos de corrupción, incluido un soborno de US$500.000 a un juez ecuatoriano para ayudar a un capitán del Ejército de ese país que había sido arrestado por trabajar con el narco.
Pero también indicó que, en medio de esa vida nómade y peligrosa, Guzmán llegó a planificar un libro y una película sobre su propia vida.
La idea surgió de una exesposa de Cifuentes que explicó que “El Chapo” podía quedarse con las ganancias del filme, en vez de dejar que otros contaran su historia.
A Guzmán “le encantó la idea”, recordó Cifuentes.
Añadió que llegaron a contactar a un productor colombiano para que se encargara del proyecto. Aunque hubo un hasta borrador entregado, el plan nunca llegó a cristalizar.
¿Qué rol previó “El Chapo” para él mismo en la película, según Cifuentes? “El director”.