Una iglesia cristiana de Corea del Sur que cree en la inminente llegada de una hambruna global se ha instalado en Fiyi, donde ha adquirido influencia, a la vez que enfrenta acusaciones de abuso.
Una mujer que huyó de lo que cataloga como una “secta”, le contó a la periodista de la BBC Yvette Tan cómo perdió a su familia en el proceso, pero no se arrepiente de haberla dejado atrás.
Seoyeon Lee tuvo una sola oportunidad de escapar y la tomó, corriendo por una carretera en Fiyi en pijama y chancletas.
“Lloraba y estaba histérica”, le dijo a la BBC.
La joven de 21 años estaba siendo perseguida por miembros de la iglesia Grace Road -incluyendo su madre- quien dice que la engañó para que se trasladara a esa isla nación.
“Me hubiera matado el quedarme allá”, expresó.
Un año antes, en 2013, Seoyeon había regresado a Corea del Sur desde Estados Unidos, donde estaba estudiando durante el verano. Su madre sufría de cáncer de útero pero había rechazado tratamiento.
Le dijo a Seoyeon que sólo se sometería al tratamiento si ella la acompañaba a la iglesia de Grace Road.
“Era un sitio muy extraño”, contó Seoyeon. “Había gente gritando, llorando, hablando en lenguas y el sermón era de cómo se acercaba el fin del mundo”.
“Le dije a mi madre: ‘Creo que esto es una secta’. Pero no me creyó”.
De regreso a la universidad, se dio cuenta de que su madre continuaba sin buscar tratamiento y que sólo lo haría bajo una condición: que Seoyeon abandonara sus estudios y regresara a Corea del Sur.
Seoyeon, cuyo padre murió de cáncer, dejó la universidad y regresó a casa.
Después de ser operada, su madre le dijo que quería mudarse a Fiyi para recuperarse. Insistió en que la acompañara. Finalmente, Seoyeon aceptó ir por un par de semanas para ayudarla a ajustarse.
“En ese momento no sabía que se trataba de un engaño elaborado“, explicó.
“Pero cuando llegué a Fiyi vi cómo entrábamos a una comuna… mi reacción fue, ‘¿cómo pude ser tan estúpida?'”
Corea del Sur tiene una considerable población cristiana y, en décadas recientes, han surgido muchas pequeñas iglesias marginales, algunas de las cuales han desarrollado aspectos de secta.
Grace Road, que insiste no ser una secta, tuvo un inicio pequeño en 2002, y ahora cuenta con unos 1.000 feligreses, según el profesor Tark Ji-il, de la Universidad Presbiteriana de Busan, quien ha estudiado de cerca a las sectas surcoreanas.
La fundadora y pastora principal de la iglesia, Shin Ok-ju, cree que la gran hambruna es inminente y que sus seguidores “necesitan encontrar un nuevo hogar para prepararse para la segunda llegada de Jesús”, explica el profesor Tark.
En 2014, cuando fue declarada herética por las iglesias tradicionales, la congregación se trasladó a Fiyi, declarando que ese sería uno de los pocos lugares que Dios perdonaría de la hambruna.
Unos 400 feligreses viven en Fiyi actualmente, la mayoría de los cuales trabaja para la compañía que la iglesia estableció para administrar sus operaciones, el Grupo GR.
Seoyeon indica que ellos han sido “especialmente seleccionados” por el liderazgo “posiblemente dependiendo de cuánto hayan donado“.
“Cuando mi padre murió, nos dejó un dinero. Estoy bastante segura de que mi madre se lo dio todo a la iglesia”.
“Se aseguran de que vendas tus propiedades, dejes tu empleo y renuncies a tus amistades”.
El grupo ha desarrollado un imperio empresarial de tamaño considerable, con actividad en la construcción, los restaurantes o la agricultura.
“La agricultura es nuestra misión principal porque debemos prepararnos para la hambruna, necesitamos ser autosuficientes”, comentó a la BBC Daniel Kim, el presidente del Grupo GR e hijo de la señora Shin.
El negocio de construcción del grupo también ha ganado contratos lucrativos, incluyendo una licitación para renovar la residencia y casa presidencial de Fiyi, que Kim insiste se consiguió en un proceso legal.
Kim fue fotografiado junto al primer ministro Frank Bainimarama, después de que su grupo ganara el Premio Empresarial Internacional del Primer Ministro.
Pero, a lo largo del último año, ha surgido una imagen desoladora de la vida dentro de Grace Road.
Cinco miembros de la iglesia que regresaron a Corea del Sur acusaron a la señora Shin de confiscar sus pasaportes contra su voluntad.
Alegan que la iglesia obliga al trabajo forzado y ordena golpizas rituales tan extremas que uno de los feligreses murió.
En julio del año, Shin fue arrestada cuando se encontraba en Corea del Sur, acusada de asalto y detención forzada. También de abandonar a los miembros de la iglesia, de confiscar sus pasaportes y de supervisar un régimen brutal.
Este lunes, un tribunal de Corea del Sur condenó a Shin a seis años de cárcel tras ser hallada culpable de mantener a sus seguidores cautivos y tratarlos con violencia. También fue hallada culpable de abuso infantil y fraude.
“Las víctimas sufrieron palizas colectivas y experimentaron no solo tortura física, sino también mucho miedo y un shock mental considerable”, dijo un tribunal del Tribunal de Distrito de Suwon.
Otros cinco funcionarios de la iglesia también fueron condenados. Desde la iglesia no se hicieron comentarios.
Un documental de la emisora surcoreana SBS el mes pasado incluyó imágenes de la señora Shin golpeando a sus feligreses.
Chun Jae-hong, jefe de la Agencia Nacional de Policía de Corea, dijo a SBS que muchos habían “donado todos sus bienes a la iglesia… así que no tiene más opción que quedarse”.
Cuando la BBC solicitó comentarios de la policía surcoreana, esta la refirió al documental.
Wilfred Regunamada, un portavoz de la iglesia Metodista de Fiyi, comentó recientemente a los medios en Nueva Zelanda que los miembros de Grace Road viven atemorizados y exhortó al gobierno de Fiyi a que explicara sus vínculos con la iglesia.
El gobierno no respondió a las solicitudes de entrevistas de la BBC.
Kim niega firmemente cualquier delito y dijo de su madre: “No puedo entender por qué la están tratando como una criminal”.
“Es un ataque muy malicioso de aquellos que se han ido. Ellos dicen que yo y los otros altos miembros somos como una secta dominante. Eso es una locura”.
Insistió en que “no ha habido” golpizas rituales. “Si alguien hizo algo muy malo, pueden haber sido bofetadas… pero como cuando una madre reprocha algo a su hijo”, expresó. También aclaró que la muerte de uno de los feligreses fue de cáncer y que “no hay evidencia que esté conectada con las golpizas”.
Kim asegura que todos los que están en Fiyi es de forma voluntaria, “sin importar si traen dinero o no”.
Evadió la pregunta sobre si los miembros de la iglesia reciben pago por su trabajo diciendo que “tienen posada, comida y viajes por cuenta de la compañía”, añadiendo que él mismo “no recibe un sueldo fijo mensual”.
Peor, ¿qué hay de las acusaciones de que 400 miembros de la iglesia están siendo virtualmente detenidos contra sus voluntades?
“Imposible”, declaró. “Si realmente les hubiéramos confiscado sus pasaportes es muy sencillo… lo único que tienen que hacer es ir a la embajada y conseguir un pasaporte de emergencia“.
Eso es exactamente lo que Seoyeon tuvo que hacer.
El día antes de irse, se dio cuenta que su portátil y su pasaporte no estaban. Su madre reconoció que los había tomado para no dejarla ir.
“Yo quería regresar a al universidad, quería verme con mis amistades”, dijo.
Intentó comunicarse con la policía que acusa a los otros feligreses de que “llamaron de vuelta a decir que era una broma”.
“Intentaron frenarme pero salí corriendo a la carretera. Me estaba volviendo loca”.
Encontró una patrulla de policía que la llevó a la comisaría y finalmente logró conseguir un pasaporte de emergencia.
“Me siguieron desde la comisaría hasta la embajada en un auto. Ahí fue cuando mi madre trató de desarmarme emocionalmente. Me dijo había sido adoptada. Así fue como me enteré”.
“Me dijo que toda mi familia -mis tíos, abuela y primos- se estaban mudando allí y que nuestro apartamento se había vendido. Intentaba convencerme de que ya no tenía a nadie”, afirmó Seoyeon.
“Pero nunca hubiera permitido que me lavaran el cerebro y unirme a la iglesia. Me hubiera suicidado antes de que obligabaran a quedarme”.
Ahora, de regreso en Corea del Sur, dice que no tiene cómo regresar a sus estudios, pero que ha salido adelante y tiene un empleo fijo.
“Estoy muy feliz con la vida que tengo ahora. Todavía amo a mi familia pero, por más duro que suene, no podré perdonarlos por lo que me hicieron… y, después de todo lo que sucedió, nunca podré permitir que entren a mi vida otra vez”, expresó
“Están tan metidos dentro de la secta que no hay cómo cambiarles su parecer… si ya se encuentran en Fiyi, son una causa perdida“.