El hombre de 35 años sentado en el consultorio psiquiátrico de David Avery era un ingeniero. "Le gustaba resolver problemas", cuenta.
El problema que lo desconcertaba ese día de 2005 en que fue ingresado a la guardia psiquiátrica de Seattle, Estados Unidos, donde Avery trabajaba, eran sus cambios de humor.
Cambiaban violentamente de un extremo a otro, a veces con fantasías suicidas o viendo y escuchando cosas que no estaban allí.
Su patrón de sueño también era errático, pasando de un insomnio casi total a dormir 12 horas por noche.
Por ser un solucionador de problemas, el hombre mantenía registros meticulosos de estos patrones para tratar de darles sentido.
Avery estudió atentamente estos registros y descubrió que los cambios de estados de ánimo y los patrones de sueño del paciente seguían el ascenso y la caída de los océanos en la Tierra, que se producen por la atracción gravitacional de la Luna.
“Parecía que cuando había marea alta durante la noche, la duración del sueño era corta”, dice Avery.
Pero descartó su presentimiento. Era una locura, pensó.
Incluso si los ciclos de humor del hombre parecían sincronizados con la Luna, no tenía ningún mecanismo para explicarlo ni ideas sobre qué hacer al respecto.
Al paciente se le recetaron medicamentos y terapia de luz para estabilizar su estado de ánimo y sueño, y finalmente le dieron de alta.
Avery guardó el archivo del paciente y lo cerró.
Doce años después, un reconocido psiquiatra llamado Thomas Wehr publicó un artículo que describía a 17 pacientes con trastorno bipolar de ciclo rápido, una forma de la enfermedad en la que las personas cambian entre depresión y manía más rápido de lo habitual.
Tal como el paciente de Avery, estos mostraron una extraña regularidad en sus episodios.
“Lo que me sorprendió de estos ciclos fue que parecían tan asombrosamente precisos que uno no los esperaría de un proceso biológico”, dice Wehr, profesor emérito de psiquiatría en el Instituto Nacional de Salud Mental en Bethesda, EE.UU.
“Me llevó a preguntarme si había algún tipo de influencia externa que estaba operando en estos ciclos, y [debido a la creencia histórica de que la Luna afecta el comportamiento humano] lo más obvio a considerar era si había alguna influencia lunar”.
Durante siglos la gente creía que la Luna afectaba el comportamiento humano.
De hecho, la palabra “lunático” (persona que padece locura por intervalos) proviene del latín “lunaticus”, que significa “lunar”.
Tanto el filósofo griego Aristóteles como el naturalista romano Plinio el Viejo creían que la locura y la epilepsia eran causadas por el satélite natural de la Tierra.
Y hasta el día de hoy se repite que las embarazadas tienen más probabilidades de parir en una Luna llena, aunque las evidencias científicas sobre nacimientos en las diferentes fases lunares sean inconsistentes.
Lo mismo ocurre con la evidencia de que el ciclo lunar aumenta la violencia entre los pacientes psiquiátricos o los reclusos, aunque un estudio reciente sugirió que la actividad delictiva al aire libre (incidentes que ocurren en las calles o en entornos naturales como las playas) puede ser mayor cuando hay más luz de la Luna.
Sobre el sueño sí existe evidencia de que varía a lo largo del ciclo lunar.
Por ejemplo, un estudio de 2013 realizado bajo las condiciones altamente controladas de un laboratorio de sueño descubrió que en promedio las personas tardaron cinco minutos más en quedarse dormidas y durmieron durante 20 minutos menos en Luna llena, en comparación con el resto del tiempo del mes, a pesar de que no estuvieron expuestos a la luz de la Luna.
A su vez, la medición de su actividad cerebral sugirió que la cantidad de sueño profundo que experimentaron se redujo en un 30%.
No obstante, un estudio de seguimiento no pudo replicar estos hallazgos.
El problema clave, dice Vladyslav Vyazovskiy, investigador del sueño de la Universidad de Oxford, es que ninguno de los estudios monitoreó el sueño de pacientes individuales durante un mes lunar completo o muchos meses.
“La única forma de abordar este tema es registrar sistemáticamente al mismo individuo a lo largo del tiempo y de forma continua en diferentes fases”, agrega.
Esto es precisamente lo que hizo Wehr en su estudio de pacientes bipolares. En algunos casos, incluso consiguió registros de cambios de ánimo que databan de años.
“Debido a que las personas difieren en la forma en que responden a estos ciclos lunares, incluso si tuvieras que promediar todos los datos que he recopilado, no estoy seguro de que encuentres nada”, dice Wehr.
“La única forma de encontrar algo es mirar a cada persona individualmente a lo largo del tiempo. Es ahí que aparecen los patrones”.
Al hacerlo, Wehr descubrió que sus pacientes caían en una de dos categorías: los cambios de humor de algunos parecían seguir un ciclo de 14,8 días, mientras que otros respondían a uno 13,7 días, aunque algunos de ellos ocasionalmente cambiaban entre estos ciclos.
La Luna afecta a la Tierra de varias maneras. La primera y más evidente es a través de la provisión de luz.
La fase de Luna llena sucede cada 29,5 días, mientras que la Luna nueva que le sigue dura 14,8 días.
Luego está la atracción gravitacional de la Luna, que crea las mareas oceánicas que suben y bajan cada 12,4 horas.
La altura de esas mareas también sigue ciclos de aproximadamente dos semanas: uno que dura 14,8 días y es impulsado por la atracción combinada de la Luna y el Sol, y otro de 13,7 días, que es impulsado por la posición de la Luna en relación con el ecuador de la Tierra.
Eran estos ciclos de aproximadamente dos semanas con los que los pacientes de Wehr parecían sincronizarse.
No es que necesariamente cambiaban a depresión o manía cada 13,7 o 14,8 días.
En palabras de Avery, “es solo que, si ese cambio de depresión a manía ocurría, no pasaba en cualquier momento, sino que tendía a suceder durante una cierta fase del ciclo de las mareas lunares”.
Después de leer sobre la investigación de Wehr, Avery lo contactó y analizaron juntos los datos del ingeniero. Su patrón de cambios de humor era de 14,8 días.
Otra prueba de la influencia de la Luna en el estado de ánimo de estos pacientes llegó con el descubrimiento de que, cada 206 días, estos ritmos regulares parecen ser interrumpidos por otro ciclo lunar.
Se trata del responsable de crear “superlunas”, cuando la órbita elíptica (u ovalada) de la Luna, la acerca a la Tierra.
Anne Wirz-Justice, cronobióloga del Hospital Psiquiátrico de la Universidad de Basilea, Suiza, describe los datos de Wehr sobre la relación entre los ciclos lunares y maníaco depresivos como “creíbles”, pero “complejos”.
“Uno no tiene idea de cuáles son los mecanismos”, dice.
En teoría, la luz de la Luna llena puede interrumpir el sueño de las personas, lo que, a su vez, puede influir en su estado de ánimo.
Esto es particularmente cierto en el caso de los pacientes bipolares, cuyos cambios de estado de ánimo a menudo se desencadenan por la interrupción del sueño o los ritmos circadianos.
Incluso existe evidencia de que la privación de sueño puede servir para sacar a los pacientes bipolares de la depresión.
En este sentido, Wehr descubrió que, a medida que avanzaban los días, los sujetos del estudio se despertaban más y más tarde, pero se acostaban a la misma hora, por lo que cada vez dormían por más tiempo, hasta que el sueño se cortaba de forma abrupta.
La llamada “fase del salto” suele estar relacionada con el inicio de la manía.
Aun así, Wehr considera que la luz de la luna es un candidato poco probable.
“En el mundo moderno hay tanta contaminación lumínica y pasamos tanto tiempo en interiores expuestos a luz artificial, que la posible influencia de la luz de la Luna se ha oscurecido”, explica.
Wehr sospecha que algún otro aspecto de la influencia lunar es el responsable de las perturbaciones del sueño de sus pacientes, siendo la atracción gravitacional de la Luna el candidato más probable.
Una idea es que esto desencadena fluctuaciones sutiles en el campo magnético de la Tierra, al que algunas personas pueden ser sensibles.
“Los océanos son conductores de electricidad porque están hechos de agua salada y fluyen con las mareas que tienen un campo magnético asociado”, dice Robert Wickes, un experto en meteorología espacial del University College of London, Reino Unido.
No obstante, el efecto es pequeño y no está claro si la influencia de la Luna en el campo magnético de la Tierra es lo suficientemente fuerte como para inducir cambios biológicos.
Ciertamente, algunos estudios han relacionado la actividad solar con el aumento de ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares, ataques epilépticos, esquizofrenia y suicidios.
Cuando las erupciones solares o las eyecciones de masa coronal golpean el campo magnético de la Tierra, esto induce corrientes eléctricas invisibles lo suficientemente fuertes como para eliminar las redes eléctricas y algunos han sugerido que también pueden afectar las células eléctricamente sensibles en el corazón y el cerebro.
“El problema no es que no sea posible que sucedan estas cosas, es que la investigación al respecto es muy limitada, por lo que es muy difícil decir algo definitivo”, explica Wickes.
A diferencia de ciertas aves, peces e insectos, no se considera que los humanos posean un sentido magnético.
Sin embargo, un estudio internacional publicado a principios de este año desafió esta suposición.
Los investigadores, en su mayoría procedentes del Instituto de Tecnología de California, EE.UU., descubrieron que cuando las personas estaban expuestas a cambios en el campo magnético, equivalentes a las que experimentamos a medida que nos movemos por nuestro entorno local, experimentaban fuertes disminuciones en la actividad de las ondas alfa del cerebro.
Las ondas alfa se producen cuando estamos despiertos sin realizar ninguna tarea específica.
Aún así, la importancia de estos cambios sigue sin estar clara: puede ser un subproducto irrelevante de la evolución o quizás los cambios magnéticos en nuestro entorno están modificando sutilmente la química del cerebro humano de formas desconocidas.
La teoría magnética es atractiva para Wehr porque durante la última década, varios estudios han insinuado que, en ciertos organismos como las moscas de la fruta, una proteína llamada criptocromo también puede funcionar como un sensor magnético.
El criptocromo es un componente clave de los relojes moleculares que impulsan ritmos circadianos de 24 horas en nuestras células y tejidos, incluido el cerebro.
Cuando el criptocromo se une a una molécula absorbente de luz llamada flavina, esto no solo le dice al reloj circadiano que es de día, sino que desencadena una reacción que hace que el complejo molecular se vuelva magnéticamente sensible.
Bambos Kyriacou, genetista comportamental de la Universidad de Leicester, Reino Unido, y sus colegas han demostrado que la exposición a campos electromagnéticos de baja frecuencia puede restablecer el tiempo de los relojes circadianos de las moscas de la fruta, lo que lleva a alteraciones en su tiempo de sueño.
Si esto fuera cierto para los humanos, podría proporcionar una explicación para los abruptos cambios de humor observados en los pacientes bipolares de Wehr y Avery.
“Estos pacientes tienen cambios bastante dramáticos en los tiempos de sus ritmos circadianos a medida que pasan por sus ciclos de humor”, dice Wehr.
Y agrega que “también tienen cambios bastante dramáticos en el tiempo y la duración de su sueño”.
Sin embargo, aunque el criptocromo también es un componente esencial del reloj circadiano humano, funciona de manera ligeramente diferente a la versión que funciona en las moscas de la fruta.
“Parece ser que el criptocromo humano y de otros mamíferos ya no se une al flavina, y sin flavina, no sabemos cómo se desencadenaría la química magnéticamente sensible”, explica Alex Jones, físico del Laboratorio Nacional de Física en Teddington, Reino Unido.
“Desde ese punto de vista, creo que es poco probable que los criptocromos [humanos] sean sensibles a los campos magnéticos, a menos que haya otras moléculas dentro de los humanos que puedan detectar campos magnéticos”, agrega.
El caso de la ‘Arabidopsis thaliana‘
Otra posibilidad es que los pacientes de Wehr y Avery estén respondiendo a la atracción gravitacional de la Luna de la misma manera que lo hacen los océanos: a través de las fuerzas de marea.
Un argumento común en contra de esto es que, aunque los humanos tienen hasta un 75% de agua, la proporción es incomparable con un océano.
“Los humanos están hechos de agua, pero la atracción es tan débil que sería difícil ver cómo eso funcionaría desde un punto de vista físico”, dice Kyriacou.
Para ello existe un ejemplo: la planta Arabidopsis thaliana.
Unos 200 estudios han demostrado ya que el crecimiento de sus raíces siguen un ciclo de 24,8 horas, es decir, la cantidad de tiempo que le toma a la Luna completar una órbita completa de la Tierra.
Joachim Fisahn, biofísico del Instituto Max Planck de Fisiología Vegetal en Potsdam, Alemania, es uno de los investigadores que estudia esta planta.
Si las células vegetales son realmente sensibles a las fuerzas de marea, entonces Fisahn no ve ninguna razón por la cual las células humanas no podrían serlo también.
Dado que se cree que la vida comenzó en los océanos, es posible que algunos organismos terrestres aún conserven la maquinaria para predecir las mareas, incluso si ya no sirve para un uso práctico.
E incluso si ya no tenemos este mecanismo, ninguno de los científicos contactados para este artículo cuestiona el hallazgo básico de Wehr: que los cambios de humor de sus pacientes bipolares son rítmicos y que estos ritmos parecen correlacionarse con ciertos ciclos gravitacionales de la Luna.
Por un lado, Wehr está manteniendo una mente abierta sobre el mecanismo y espera que otros los vean como una invitación a investigar más a fondo.
“No he respondido cómo está mediado este efecto, pero creo que las cosas que encontré despiertan esas preguntas“, dice.
Puedes leer el texto original (en inglés) en BBC Future.