La noticia parecía volver realidad un guión de Hollywood.
Las autoridades rusas confirmaron este martes que se había registrado una explosión y un incendio en un laboratorio donde se almacenan, entre otras cosas, virus tan letales como el del ébola.
El Centro Nacional de Investigación de Virología y Biotecnología, conocido en la era soviética como Instituto Vector, había sufrido daños menores en uno de sus edificios, ubicados en la localidad de Novosibirsk, en la región de Siberia, según informó la agencia estatal rusa Ria-Novosti.
Sin embargo – y esa era la razón del comunicado-, quedaba claro que la explosión, causada por un cilindro de gas, había ocurrido en una “zona donde no se encontraba material biológico almacenado”.
“Los voceros del Centro de Investigación han enfatizado que este incidente no representa ninguna amenaza biológica ni de ningún orden para la población en general”, señaló la agencia.
Pero la noticia ya estaba dando la vuelta por redes sociales (en Twitter, el hashtag #bioweapons era tendencia) por una simple razón: este laboratorio es uno de los dos lugares en el mundo donde se encuentra una muestra del virus que causa la viruela, una de las enfermedades más letales en la historia de la humanidad.
En el siglo XX, la viruela causó la muerte de casi 300 millones de personas alrededor del planeta.
Sin embargo, fue erradicada hacia 1980, una época en la que el mundo estaba dominado por dos potencias: EE.UU. y la Unión Soviética.
Una muestra quedó en territorio ruso, mientras la otra la conserva el los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU., el CDC, en Atlanta.
“Este edificio fue utilizado dentro del programa de defensa contra armas biológicas en la era soviética y ahora se dedica a la investigación de enfermedades como la hepatitis e y el ébola“, confirmó Ria-Novosti.
Pero, ¿cómo quedaron esas dos muestras del virus de la viruela en dichos laboratorios durante de la guerra fría?
La viruela es un viejo conocido de la humanidad: se sabe que causó la muerte del faraón Ramsés V hace más de 3.000 años y la del zar ruso Pedro II en 1730.
También fue la causante de la muerte de millones de personas más.
La enfermedad, causada por el Variola virus y conocida por el sarpullido que produce en la piel, fue llamada “el monstruo moteado” (speckled monster) por Edward Jenner, el científico británico que logró crear la primera vacuna efectiva contra el padecimiento en el siglo XVIII.
Pero, a pesar de que existía una vacuna eficaz desarrollada hacía más de 200 años, en el siglo XX el virus seguía arrasando con poblaciones enteras debido al crecimiento demográfico y el aumento de las migraciones.
De acuerdo a la periodista de la BBC Colette Flight, “la velocidad de contagio y la altda tasa de mortandad de la viruela la hacían casi incontrolable cuando ocurría algún brote”.
Por esa razón, a mediados de la década de 1950, con una pandemia global en ciernes, el viceministro de salud de la Unión Soviética, Viktor Zhdanov, propuso cambiar la estrategia: darle una mirada global al asunto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) le hizo caso e inició un proceso que fue liderado esta vez por un estadounidense: el epidemiólogo Donald Henderson.
A partir de 1967, y de la mano de una agresiva campaña de vacunación alrededor del mundo, el virus fue borrado del planeta: el último caso conocido fue el de un joven en Somalia en octubre de 1977.
El 8 de mayo de 1980 la OMS declaró la erradicación total de la viruela.
Pero lo cierto es que dos muestras vivas habían sobrevivido.
Con el fin de combatir la enfermedad en caso de que ocurriera otro brote, la OMS decidió guardar dos muestras en los únicos laboratorios que tenían el nivel suficiente de seguridad para albergar semejante virus: los CDC de Atlanta, en el corazón de EE.UU., y el laboratorio del Instituto Vector, en la Siberia rusa.
Lo curioso de este último laboratorio es que hacía parte de la infraestructura creada por la Unión Soviética con el ánimo de defenderse de un posible ataque biológico.
De acuerdo a los registros del libro “Riesgo biológico: la verdadera historia del mayor programa encubierto de armas biológicas en el mundo”, del científico ruso Ken Alibek, aunque la Unión Soviética firmó en 1972 un acuerdo para no producir armas biológicas, continuó investigando el tema porque “temía que Estados Unidos no cumpliera con lo pactado”.
Según Alibek -quien trabajó en dicho programa de defensa-, la Unión Soviética utilizó el laboratorio del Insituto Vector, debido a sus altos niveles de seguridad, como una de las instalaciones donde llevó adelante estas investigaciones.
Lo cierto es que, con el final de la guerra fría, varios organismos – entre ellos, grupos de investigación de la OMS- comenzaron a solicitar la destrucción total de las muestras para evitar una nueva epidemia, pero sobre todo para que no llegaran a las manos de agentes internacionales que pudieran convertirlas en armas biológicas.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 y los ataques con ántrax que ocurrieron días después llevaron a varios científicos de Estados Unidos, India, Rusia y Japón a solicitar que no se eliminaran las muestras, según investigó el periodista británico Steve Connor, del diario The Independent.
“Estos científicos creen que el desarrollo de nuevas vacunas efectivas se debe hacer en muestras vivas del virus. Y no se sabe si los llamados terroristas tienen una muestra, por lo que la destrucción de las muestras podría ayudarlos a concretar sus planes de ataque”, escribió Connor en 2002.
Desde entonces, la existencia de las muestras se rodeó de controversia.
Hasta ahora, las dos posiciones contrapuestas se mantienen: están quienes piensan que es mejor destruir los virus de una vez y para siempre para evitar ataques biológicos, y quienes prefieren mantener las muestras para desarrollar nuevas vacunas si hiciera falta.
De hecho, el año pasado, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó un medicamento para combatir el virus.
¿La razón? Precaución. Las autoridades estadounidenses temen que la viruela pueda utilizarse como arma biológica y quieren estar preparadas.