Uno de los 16 volcanes activos del Perú, el Ubinas, entró en erupción el pasado mes de julio, lanzando fumarolas de ceniza que superaron los cinco mil metros de altura.
Las autoridades peruanas evacuaron a miles de personas de los poblados cercanos.
Si esto hubiera ocurrido hace cinco siglos, quizás los incas estarían alistando ofrendas humanas para apaciguar al volcán.
Las erupciones volcánicas en los Andes de Sudamérica fueron motivo de sacrificios de personas tanto en la cultura Inca como en otras culturas precolombinas.
En las últimas décadas, en la exploración de las cumbres andinas más importantes, los arqueólogos encontraron plataformas de sacrificio y en muchas de ellas las ofrendas humanas realizadas.
Los más importantes hallazgos han sido Juanita (1995), en los Andes peruanos, y los Niños de Llullaillaco (1999) en los Andes argentinos, que no son cuerpos momificados sino congelados, casi en perfecto estado de conservación.
Un sacrificio masivo en territorio del actual Perú, en el Misti, el volcán tutelar de la ciudad de Arequipa, ha sido uno de los que más interés ha despertado.
Estudios recientes han revelado que fueron ocho los niños sacrificados en el cráter del volcán, en el mayor ritual inca de este tipo que se haya encontrado hasta la fecha.
Hace más de 20 años, en 1998, Johan Reinhard -el descubridor de Juanita- y José Antonio Chávez, ambos codirectores del proyecto Santuarios de Altura, llegaron con un grupo de arqueólogos hasta la cima del volcán ubicado en la ciudad de Arequipa y encontraron dos tumbas dentro del cráter.
No pudieron escavarlas por temor a dañar los restos, que ya estaban bastante deteriorados por las condiciones climáticas y la actividad geológica.
Por la noche echaron agua para congelar los cuerpos y así sacarlos en bloquespara trasladarlos hasta la ciudad.
Fueron guardados por la Universidad Católica de Santa María en una refrigeradora, donde permanecieron por casi dos décadas.
Entre febrero y marzo de 2018, los restos fueron descongelados en el laboratorio.
Cinco cuerpos de niños y tres de niñas fueron hallados, además de cerámica, objetos de oro y plata y de conchas spondylus.
La bioarqueóloga Dagmara Socha, de la Universidad de Varsovia (Polonia) que examinó los restos, estima que el sacrificio tiene una antigüedad de 550 años.
Ese tiempo coincide con una de las erupciones de ese volcán que era considerado un Apu, un ser viviente “antipático” y “agresivo” que demandaba muchos sacrificios, de acuerdo con las crónicas del sacerdote mercedario Martín de Murúa, escritas en 1590.
Según el arqueólogo José Antonio Chávez, hacia el año 1450 el Misti entró en erupción y el emperador Inca Yupanki “realizó muchas rogativas para aplacar la ira del importante Apu”.
El director del Museo Santuarios Andinos, Ruddy Perea, donde se conserva a Juanita y estos restos, explica que “en el mundo Andino se creía que los dioses influenciaban los fenómenos naturales, como terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones y sequías”.
“Por eso se enviaban a los niños como mensajeros a los dioses para que volvieran todo a la normalidad“.
Los rituales de sacrificios humanos a las deidades eran conocidos como capacochas.
Hay arqueólogos como Chávez y Perea que prefieren hablar de ofrendas humanas y no de sacrificios, ya que aseguran que no se trataba de algo inesperado y forzado, sino que los que participaban en ellos eran personas criadas y preparadas especialmente para ese fin. Sus familias adquirían beneficios y prestigio dentro de la comunidad.
Las capacochas imperiales se realizaban por el nacimiento del heredero al trono, por una guerra o por la enfermedad o muerte de un gobernante.
En los pueblos había también capacochas locales que se daban primordialmente por catástrofes naturales y eran autorizadas por el Inca.
Las víctimas eran niños y niñas por su pureza.
Las niñas eran entregadas por sus familias desde muy pequeñas para que fueran criadas en el acllahuasi, que Murúa describe como “la casa de las mujeres elegidas”. De allí eran seleccionadas para los sacrificios.
Las mujeres sacrificadas podían ser niñas o adolescentes, pero los hombres sólo eran niños pues, al no ser criados en una institución especial, podían haber perdido su pureza en la pubertad.
Las capacochas más suntuosas empezaban con rituales en Cusco, la capital del Imperio inca que se conoció con el nombre de Tawantinsuyo.
Desde ese punto peregrinaban hasta la zona donde se realizaría la ofrenda humana a los dioses. Algunas peregrinaciones como la de los Niños de Llullaillacu pudieron prolongarse por meses.
Cuando la expedición de 1998 llegó a la cima del volcán -a 17 kilómetros del centro de la ciudad de Arequipa- divisaron en el inmenso cráter dos círculos de piedras blancas y dos rectángulos a sus costados.
Ruddy Perea dice que pensaron que se trataba de piedras colocadas recientemente. El Misti es un volcán muy escalado con fines turísticos y deportivos.
El año pasado, el gobernador regional de Arequipa, Elmer Cáceres Llica, subió al Misti para realizar un ritual de agradecimiento a los apus Misti, Chachani y Pichupichu, los tres volcanes de la ciudad.
Quiso subir hasta el cráter con siete llamas, en una peregrinación que incluía rituales con hojas de coca, pero instituciones de protección de animales lo impidieron. Las llamas adornadas se quedaron en las faldas del volcán cuya cúspide está a 5.800 metros sobre el nivel del mar.
Debió ser lo más parecido a una capacocha que se haya visto recientemente.
Hace 550 años llegó al cráter una comitiva grande acompañando a los 8 niños que serían mensajeros de la comunidad ante los dioses. Allí los ofrendaron.
La ofrenda de vidas humanas se daba por estrangulamiento, con un golpe en la cabeza o enterrando vivas a las víctimas.
La famosa momia Juanita murió de un golpe certero en el cráneo, cuando fue sacrificada en la cima del Ampato, hace unos 500 años.
No se sabe cómo murieron los cinco varones y las tres mujeres del Misti por el pésimo estado de conservación de los restos.
Al principio se identificaron los sexos por el tipo de cerámicas y figuras encontradas en la tumba. Luego la confirmación se dio en el laboratorio.
El suelo altamente ácido -muy cerca hubo una mina de azufre- y el impacto de los rayos, fragmentaron y quemaron los huesos y casi destruyeron por completo los textiles.
Ruddy Perea señala que los sacerdotes incas ubicaban las tumbas en lugares con altas probabilidades de que cayeran rayos.
“Era una manera de decir que la ofrenda era respondida por los dioses“, dice.
En muchos casos la ofrenda se realizaba a Illapa, dios del Trueno, que según la mitología inca era hijo de Inti, el dios Sol, y de Quilla, la diosa Luna.
Cuatros de los niños del Misti tenían alrededor de 6 años y uno tenía de 12 o 13 años. La edad del mayor era inusual, porque al ser púber ya se le consideraba impuro.
Sin embargo, ese niño tenía una deformidad: las piernas muy curvadas.
Si bien se buscaban niños “perfectos”, según las crónicas de Arriaga del año 1621, para las ofrendas del sacerdote del dios Illapa, se buscaba a personas golpeadas por un rayo o que tuvieran alguna anormalidad genética, cómo piernas curvadas o labio leporino.
En la tumba femenina había una niña de entre 9 y 11 años, y dos pequeñas de alrededor de 6.
Tenían bienes personales más valiosos que los hombres. Había collarines y prendedores de cobre y plata.
Según los arqueólogos Perea y Socha, la capacocha del Misti tiene varias particularidades.
Nunca antes se habían encontrado sacrificios en el cráter mismo de un volcán ni en una sola tumba a varios individuos. Es la primera evidencia de una tumba masiva.
También ha sorprendido el número de cuerpos -ocho- cuando antes solo se habían encontrado hasta tres.
Johan Reinhard, como parte del proyecto Santuario de Altura en los Andes de Sudamérica, encontró sacrificios humanos en seis montañas en el sur del Perú (Ampato, Pichu Pichu, Misti y Sara Sara) y en el norte de Argentina (Quechuar y Llullaillaco).
Los expertos siguen proyectando nuevas expediciones a cumbres andinas aún no exploradas.