Es el segundo blindado más antiguo del mundo que todavía está a flote, sin embargo, no son sus 15 décadas las que hacen que más de 150 mil personas lo visiten cada año.
En la base naval de Talcahuano, 500 kilómetros al sur de Santiago de Chile, resta anclado un buque negro, amarillo y blanco, mucho más pequeño que los grandes y modernos navíos de guerra que se ven a sus espaldas.
Se llama Huáscar, en honor a uno de los últimos gobernantes del imperio incaico, que fue mandado a asesinar por su medio hermano; y tiene una carga emotiva para Chile y Perú que ha perdurado un siglo y medio.
Algunos lo ven como un símbolo de amistad; otros, como un trofeo de guerra.
Pese a los esfuerzos de Chile por promocionarlo como un “santuario” dedicado a las decenas de marineros que murieron en él, para muchos peruanos el Huáscar todavía representa una de las heridas abiertas que dejó la Guerra del Pacífico, en la que Perú y Bolivia se enfrentaron a Chile entre 1879 y 1884 y Bolivia perdió su salida al mar.
Este último, que resultó vencedor, se anexó entonces todo el litoral boliviano y parte del sur peruano. Dentro del botín también estuvo el Huáscar, apresado durante el Combate Naval de Angamos, el 8 de octubre de 1879.
140 años después, los tres países sudamericanos siguen usando a los héroes e historias que surgieron de la Guerra del Pacífico para construir sus respectivas identidades nacionales. En el bando de los derrotados, dos símbolos recuerdan lo perdido: el mar, para los bolivianos, y el Huáscar, para los peruanos.
El reclamo boliviano de una salida al océano es más conocido e incluso ha sido defendido en un tribunal internacional, aunque sin éxito. Del lado peruano, sin embargo, no existe una postura oficial respecto al Huáscar y este genera menos consenso.
Algunos dicen que debe quedarse en Chile, que lo restauró a mediados del siglo pasado y lo convirtió en un museo, el segundo más visitado del país en la actualidad. Otros piden que regrese a Perú.
Y hasta quienes preferirían verlo hundirse para “eliminar las posibles discrepancias entre ambos países”, como opinó hace unos años el vicealmirante en retiro y ex vicepresidente peruano Luis Giampietri.
Del otro lado de la frontera, la sola idea de que algún día se mueva el Huáscar causa problemas, como pudo comprobar en 2010 el entonces ministro de Defensa de Chile, Jaime Ravinet.
El ministro recibió duras críticas porque, ante una pregunta sobre una posible devolución del Huáscar a Perú, respondió que para llegar a un acuerdo así, antes se ha de haber “generado condiciones de confianza mutua” y construido una versión del pasado “que pueda hermanar los pueblos”.
Sus detractores le reprocharon no haber contestado con un “no” categórico.
Aunque también es posible encontrar en Chile algunas voces a favor de “devolver el Huáscar a Perú como signo de buena voluntad“, como propuso hace unos años un pequeño grupo de historiadores liderado por Sergio Grez.
“No estamos proponiendo nada nuevo ni imposible… hay precedentes históricos de restitución de trofeos de guerra entre países que mantuvieron enemistades, muchas veces pluriseculares o de larga duración en aras de un futuro de paz”, le dijo a BBC Mundo.
Para el historiador, lo mejor es que los países se liberen del “pesado fardo del militarismo, el chovinismo y la xenofobia” para dedicar a su desarrollo esos esfuerzos y recursos “que se despilfarran en la carrera armamentista”.
La iniciativa también proponía la “abolición de los feriados belicistas” que conmemoran los dos combates más importantes del Huáscar (el de Iquique para Chile y el de Angamos para Perú) “porque considerábamos que ambos constituyen signos de glorificación de la guerra entre países hermanos“.
“La perpetuación de este tipo de celebraciones no contribuyen nada a la amistad entre los pueblos, a la solución de los acuciantes problemas económicos, sociales y políticos que tienen ambos países”.
Sin embargo, la idea de desprenderse del histórico blindado no cala en la mayoría del pueblo chileno, como le dijo a BBC Mundo la profesora Viviana Ferrada, mientras sus alumnos corrían sobre la cubierta del Huáscar.
“Pudiera ser que [los peruanos] vengan a verlo, a participar, a conocer parte de su historia también, pero la mayoría [de chilenos] no somos partidarios [de su entrega a Perú]”, afirmó Ferrada, cuya escuela trae cada año a niños de la localidad de Coihueco, de 25.000 habitantes, a visitar la nave para “resaltar los valores patrios”.
“Es algo de Chile, que se ganó, que significó el sufrimiento de muchas familiasymuchas personas. Incluso de nuestro pueblo hubo gente que participó en la Guerra del Pacífico”, aseguró.
¿Qué hace que este buque de 154 años aún sea capaz de generar polémica?
“Para nosotros, el Huáscar representa la nave cuya tripulación luchó heroicamente en la Guerra del Pacífico al mando de nuestro más grande héroe nacional, que es el gran almirante Miguel Grau. El Huáscar y su tripulación son para nosotros una sola cosa, es el Perú en el mar… La peruanidad, el espíritu de lucha, el heroísmo de los marinos por defender su patria”, le explicó por teléfono a BBC Mundo el director del Museo Naval del Perú, el contralmirante Francisco Yábar.
Miguel Grau fue el comandante del Huáscar durante la guerra, donde se ganó el apodo de “Caballero de los Mares” por acciones como ordenar rescatar a los náufragos de la Esmeralda, un barco enemigo al que acababa de abatir.
Murió a bordo del Huáscar durante el Combate de Angamos cuando un proyectil impactó contra el puente de mando. De él solo quedó un trozo de pierna.
Grau es uno de los héroes más populares del país, tanto que en 1999, fue elegido en una encuesta “El peruano del Milenio“.
Pero Perú no es el único país que perdió a uno de sus personajes más ilustres en la cubierta del Huáscar.
“El Huáscar, para Chile, es un símbolo muy importante porque aquí fue donde murió uno de los héroes máximos que tiene nuestra historia, Arturo Prat, y nosotros lo conservamos así y lo mantenemos como un gran símbolo al que pueden venir todos los chilenos”, le dijo a BBC Mundo el actual comandante del Huáscar, el capitán de fragata Alejandro Niklitschek.
Arturo Prat fue un joven marino y abogado que falleció durante el Combate Naval de Iquique, el 21 de mayo de 1879, cuando estaba a cargo de la Esmeralda. Esta se hundió después de quedar atrapada entre el fuego del Huáscar y el que provenía de la costa, ya que entonces Iquique era aún territorio peruano.
Prat arengó a su tripulación y saltó al Huáscar, donde recibió un tiro en la rodilla y otro en la frente pese a que Grau había dado la orden de que fuera capturado vivo.
Perú se involucró en la Guerra del Pacífico en abril de 1879 para cumplir con un tratado de defensa mutua que había firmado años antes con Bolivia.
Chile y Bolivia se encontraban enfrentados después de que esta última le impusiera aranceles a la salitrera chilena que operaba en su territorio.
Al carecer Bolivia de armamento marítimo, los combates navales quedaron en manos peruanas y chilenas.
“El Huáscar fue especial en la Guerra del Pacífico porque era el principal escollo que tenía el Estado de Chile para poder desarrollar la campaña terrestre“, contó Niklitschek.
“Finalmente, las guerras se ganan poniendo la bota del infante en territorio adversario y el Huáscar lo que hacía era impedirle la movilidad a las tropas chilenas a través del mar”, agrega.
Según el bando al que se consulte, el Huáscar era una nave antigua o moderna. Niklitschek la describe como una embarcación de “diseño muy novedoso para su época” con un “gran cañón” a proa que la convertía en un “arma muy relevante”.
Yábar, en cambio, lo presenta como un barco una década más antiguo que sus rivales chilenos, con la mitad de blindaje y hélices y una artillería y tecnología mucho menos avanzada.
Si bien el Huáscar se hizo famoso por luchar contra Chile, la embarcación había sido construida para combatir a su lado.
Cuando el gobierno peruano se la encargó en 1864 al astillero inglés Laird & Brothers, tenía en mente a un enemigo muy distinto: España.
Junto a Chile, Ecuador y Bolivia, los cuatro países sudamericanos se enfrentaron a la antigua metrópolis en la guerra hispano-sudamericana para acabar con cualquier pretensión que esta pudiera tener de reconquistar las colonias perdidas. Pero cuando el Huáscar por fin llegó a costas peruanas, el enfrentamiento ya había acabado.
El Huáscar fue diseñado por el capitán británico Cowper Phipps Coles, quien moriría pocos años después en un naufragio causado por errores de diseño y construcción en otro de sus buques, el HMS Captain.
El Huáscar tampoco estaba libre de fallos: el “gran cañón” a proa del que habla Niklitschek es la torreta o torre Coles, una plataforma rotativa sobre la cubierta que en el caso del Huáscar contaba con dos cañones y podía moverse 360º.
Sin embargo, como explican los marinos que hoy cuidan del Huáscar, Grau siempre disparaba por la derecha, ya que si movía la torreta hacia la izquierda su peso desestabilizaba el buque.
Moderno o antiguo, el Huáscar era un monitor, un tipo de nave muy maniobrable. Tanto que, si el objetivo estaba en la espalda, lo mejor era dar la vuelta al barco. Un giro de 180º tardaba dos minutos mientras que dar la vuelta a la torreta demoraba al menos 16 minutos y requería el esfuerzo físico de una docena de hombres.
Grau aprovechó esto para surcar el mar hostigando a la escuadra chilena. Acometía ataques sorpresa sobre sus buques y luego huía. Destruía sus líneas de comunicación y bombardeaba sus instalaciones militares, impidiendo que desembarcaran tropas y provisiones.
“La estrategia en la guerra y las maniobras, al principio favorecieron a Perú, en el sentido de que con un solo buque blindado, este es muy bien utilizado”, explicó Yábar.
“Chile se dedica a bloquear el puerto de Iquique o a hacer daño a los puertos del sur del Perú, en el departamento de Tarapacá; mientras que el Huáscar se dedica a intervenir las comunicaciones marítimas del enemigo y a atacarlos por sorpresa”.
Durante seis meses, el Huáscar consiguió posponer el combate en tierra y exasperar al adversario hasta el punto de que capturarlo se convirtió en una prioridad.
El día en que esto sucedió, el monitor navegaba frente a Antofagasta cuando se vio en el medio de dos grupos de embarcaciones chilenas. Un “plan” ideado por el alto mando chileno, según Niklitschek. Pura “suerte”, según Yábar.
Al igual que pasara con la tripulación chilena del Esmeralda en el Combate de Iquique, la peruana del Huáscar luchó hasta el último momento. A medida que sus comandantes iban cayendo, el siguiente al mando los reemplazaba. El último ordenó abrir las válvulas para hundir la nave, pero los marinos chilenos consiguieron evitarlo.
Así fue como el barco que durante meses había sido su mayor molestia, cambió de bandera y pasó a formar parte de su Armada.
Con esta victoria, Chile ganó el control del mar y, según varios historiadores, redujo al mínimo las posibilidades de Perú y Bolivia de ganar la guerra.
El Huáscar sirvió en la Armada de Chile hasta 1897, cuando fue dado de baja. A mediados del siglo pasado, comenzaron las labores para convertirlo en un museo flotante.
“Se decidió convertirlo en museo, principalmente, por la carga emotiva, sentimental que tenía este buque y la relevancia que tuvo el Huáscar para la historia tanto de Chile como de Perú”, explicó Niklitschek.
“Entonces, el comandante jefe de la Segunda Zona Naval, Pedro Espina Ritchie, tuvo la iniciativa de tratar de dejar el buque tal cual había estado en la Guerra del Pacífico. Esto fue entre 1951 y 1952. Pero principalmente, resaltar la figura del buque, la relevancia que tuvo tanto para Chile como para Perú y hacer una especie de lugar donde se honrara a los marinos de ambos bandos“.
Hoy, el Huáscar cuenta con una pequeña tripulación que junto a los grumetes de la cercana isla Quiriquina se encargan de mantenerlo en buenas condiciones y de atender al público. La entrada cuesta 1.000 pesos chilenos (unos US$1,40 dólares) y la visita comienza sobre una balsa amarrada a unas sogas que los grumetes jalan sobre el mar hasta llegar a las escaleras que llevan a la cubierta.
Allí, hay cuatro monolitos dedicados a los héroes caídos a bordo: el peruano Miguel Grau y los chilenos Arturo Prat, Manuel Thomson y Juan de Dios Aldea.
Los visitantes pueden ver áreas como la zona donde dormía la tripulación en una especie de hamacas llamadas coys y compararla con los pequeños camarotes de los oficiales donde apenas cabían sus diminutas camas (“La gente era más baja en esa época”, explican los marinos).
Al final del recorrido, se encuentra el camarote de Miguel Grau, con una brújula sobre la cama para que pudiera saber siempre donde se encontraba.
La nave fue equipada con objetos originales pero también con otros que, pese a no haber estado antes en el Huáscar, tienen su origen en la misma época. En 1995, Chile recibió la condecoración Maritime Heritage Award, que premia el patrimonio marítimo, por este trabajo de restauración.
Por eso, el historiador Sergio Grez cree que la opción de hundir el barco es “un absurdo”.
“Al margen de los sentimientos nacionales, es un objeto patrimonial porque nos está recordando cómo eran los barcos de guerra del siglo XIX“, afirmó.
Para él, lo importante es que la embarcación “no sea más un elemento de división sino un elemento de unión, de fraternidad, de reconciliación”.
“La solución acá depende 100% de Chile. En cambio, la mediterraneidad de Bolivia es una solución que implica el acuerdo de los tres países que participaron en la Guerra del Pacífico. Eso debe quedar claro también para la opinión pública peruana”.
“El nacionalismo exacerbado es un veneno en el alma de los pueblos latinoamericanos”, concluyó.