Julián LeBarón se escucha consternado. "Estamos aquí con nuestra prima Rhonita, a ella la calcinaron con sus hijos en una camioneta. Estamos esperando al agente del Ministerio Público para que levante un acta y podamos llevarnos los huesos".
“Queremos ver qué podemos hacerle de funeral”, le dice a BBC Mundo.
Han pasado poco más de 24 horas desde que tres mujeres y 14 niños de la comunidad LeBarón fueron atacados en una brecha en los límites de Sonora y Chihuahua, en el norte de México.
Dos de las mujeres iban a visitar a sus parientes en Chihuahua, y otra planeaba encontrarse con su esposo en el aeropuerto de Phoenix, Arizona.
No llegaron a su destino. Al mediodía del lunes 4 de noviembre, la camioneta donde viajaba parte de la familia fue atacada a balazos.
El vehículo se incendió. Rhonita y sus hijos, dos de ellos con unos meses de edad, murieron en el fuego.
Minutos después llegó el resto de la familia y encontró la camioneta incendiada. Siguieron el camino para pedir ayuda pero kilómetros adelante fueron atacados.
Los niños que sobrevivieron le contaron a Julián que una de las mujeres bajó del auto con las manos en alto.
Quiso decir a los agresores que sólo viajaban mujeres y niños. No la escucharon.
Los sicarios le dispararon en el pecho. El saldo de los dos ataques fue de nueve muertos.
Tres mujeres adultas, Rhonita María Miller, Christina Marie Langford Johonson y Dawna Ray Langford, así como seis de sus hijos menores de edad.
Seis niños más resultaron heridos, algunos de gravedad. Una niña permaneció desaparecida unas horas.
Vecinos de la zona la encontraron caminando a unos 10 kilómetros del lugar donde ocurrió el ataque.
Más de un día después de la masacre la comunidad LeBarón no tiene claro lo ocurrido, ni tampoco quiénes son los responsables.
Sólo saben que perdieron a parte de su familia. “No tenemos idea de cuáles hayan sido los motivos”, afirma Julián LeBarón.
“Se hizo con saña y con una malicia inimaginable. ¿Qué tipo de hombres asesinan a mujeres y niños?”.
La comunidad se enteró del ataque porque algunos niños sobrevivientes lograron llegar al rancho La Mora, en Chihuahua.
Caminaron más de 15 kilómetros “cargando a sus hermanos”, explica Julián. Algunos estaban heridos.
Un menor recibió un disparo en la mandíbula, una niña “tiene un pie destrozado”, otra caminó con un disparo en la espalda y un bebé de unos meses de edad recibió un impacto cerca del pecho.
Los menores fueron trasladados a un hospital de Phoenix, Arizona.
La familia pidió ayuda a las autoridades mexicanas y después solicitaron apoyo al gobierno de Estados Unidos, pues los LeBarón son también ciudadanos de ese país.
Pero tuvieron que esperar varias horas antes de llegar a los sitios de la masacre.
Julián cuenta que encontró el cuerpo de su prima Christina, y a unos metros en la camioneta que conducía estaba una de sus hijas.
“Es una niña de pecho”, dice. “Estuvo varias horas en el asiento, cuando la encontré abrió los ojos. La camioneta estaba toda baleada”.
En el lugar estaban los cuerpos de los seis niños fallecidos, pero algunos más que viajaban en los vehículos estaban extraviados.
Para ese momento, la tragedia era conocida en todo el país. Los LeBarón pidieron a través de algunos medios un helicóptero para rastrear a los sobrevivientes.
La información era confusa. En algún momento se mencionó que los menores habían sido asesinados, pero horas después se supo que estaban a salvo.
De los agresores sólo quedaron los casquillos de las balas que dispararon.
La masacre provocó una ola de indignación en México y también la reacción del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
En su cuenta de Twitter el mandatario ofreció ayuda a México “para barrer a esos monstruos”, en referencia a los agresores de la familia LeBarón.
“Estados Unidos está listo, dispuesto y capaz de involucrarse y hacer el trabajo de manera rápida y efectiva” insistió Trump.
“No necesitamos de gobiernos extranjeros para resolver esos casos”, respondió el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Luego en una conversación telefónica con Trump se comprometió a capturar a los responsables de la masacre.
De acuerdo con el secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, la zona donde ocurrió el ataque es disputada por grupos de narcotráfico. Uno de ellos es la banda de Los Salazar, vinculada al Cartel de Sinaloa.
El convoy de camionetas en que viajaba la familia Le Barón “pudo haber sido confundido por los grupos que se disputan el control de la región”, dijo el funcionario.
¿Los familiares de las víctimas están de acuerdo con la versión oficial?
“No sabemos qué creer pero el camino a la justicia tiene que empezar con la verdad de los hechos”, responde Julián LeBarón.
“Nosotros vamos a exigir la verdad hasta que estemos satisfechos de cómo sucedieron las cosas, que sepamos dónde están (los responsables) y por qué lo hicieron”.
La comunidad de los LeBarón está formada por unas cinco mil personas. Muchos viven en pueblos de Chihuahua y Sonora, donde llegaron las primeras familias en los años 20.
Desde el principio han sido prósperos agricultores y ganaderos. Durante varias décadas convivieron sin problemas con sus vecinos pero desde hace algunos años enfrentaron algunos conflictos, sobre todo por la explotación del agua.
A partir de 2006, cuando el entonces presidente Felipe Calderón declaró la guerra al narcotráfico, los LeBarón enfrentan además el asedio de bandas de delincuentes.
En 2008, por ejemplo, fue secuestrado Erick LeBarón, de 17 años de edad. La comunidad se negó a pagar el rescate. De hecho criticaron en varios medios la creciente inseguridad por la guerra de Calderón.
El adolescente fue liberado pero meses después su hermano Benjamín y Luis Wimar Stubbs, otro miembro de la comunidad, fueron asesinados.
Julián LeBarón se integró al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, fundado por el poeta Javier Sicilia, que recorrió casi todo el país en la Caravana del Dolor para reunirse con miles de víctimas de la violencia.
LeBarón se retiró del Movimiento y durante casi una década se concentró en su comunidad. Pero en varios momentos denunció amenazas y agresiones de narcotraficantes.
De hecho antes de la masacre habían recibido varias advertencias. “Nada que nos indicara que iban a matar a mujeres y niños. Es algo inimaginable“, cuenta.
Después de la masacre en la comunidad hay un sentimiento de unidad ante la mayor tragedia que han sufrido en su historia, asegura. “Creemos que la libertad nos la da Dios y es nuestra obligación defenderla siempre”.
Y el primer paso es saber por qué la violencia extrema contra la familia. Los LeBarón no van a descansar hasta conocer a los responsables y saber quién los protege.
“Vamos a buscar ayuda, si es necesario internacional o de donde venga hasta que estemos satisfechos de que se habla con la verdad”, insiste.
“Esas personas no pueden operar de esa manera sin que estén solapadas por las autoridades por nuestra propia sociedad, eso tiene que cambiar”.
Mientras la comunidad se prepara para el funeral de sus familiares, el gobierno mexicano desplegó soldados y elementos de la Guardia Nacional para custodiarlos.
No está claro cuánto tiempo permanecerán en la región, pero la familia tiene claro que no se dejará intimidar, ni mucho menos abandonarán sus tierras en México advierte Julián LeBarón.
“No nos vamos a ir, aquí nacimos, es nuestro país y no se lo vamos a entregar a unos delincuentes”.