Un grupo de científicos ha regresado al sitio para mapear el fondo oceánico y se han dado cuenta de que un cráter todavía es visible.
Ocurrió el 25 de julio de 1946 en el atolón Bikini, parte de las Islas Marshal.
Fue un evento que trascendió en la historia como la quinta explosión de una bomba nuclear y la primera bajo el agua.
Todos hemos visto las imágenes: una nube gigante con forma de hongo en el medio del Pacífico que arrasó con barcos que habían sido dejados a propósito para simular lo que podría pasar en una guerra nuclear.
Ahora, 73 años después, un grupo de científicos ha regresado al sitio para mapear el fondo oceánico.
Y se han dado cuenta de que un cráter todavía es visible; así como también los restos de todas aquellas embarcaciones.
“Bikini fue elegido por su idílica lejanía y su gran laguna de fácil acceso”, explica Art Trembanis, líder del equipo de investigación de la Universidad de Delaware (Estados Unidos).
“En ese entonces, Bob Hope (un famoso comediante estadounidense) dijo en broma, ‘tan pronto como terminó la guerra, encontramos el único lugar en la Tierra que no había sido afectado por la guerra y lo hicimos explotar'”.
En el marco de la Operación Crossroads, EE.UU. realizó dos pruebas atómicas, Able y Baker, en el atolón. El dispositivo Baker, llamado “Helen de Bikini”, era una bomba de 21 kilotones y se dejó a 27 metros por debajo de la superficie del Pacífico.
Se pensaba que la huella ya estaría cubierta
La explosión lanzó al aire dos millones de toneladas de agua, arena y coral pulverizados.
A pesar de la extraordinaria liberación de energía, Trembanis pensó que gran parte del fondo oceánico afectado ya estaría cubierto de sedimentos en la actualidad.
Pero, contrariamente a lo que imaginaba, su equipo de oceanógrafos, geólogos, arqueólogos marinos e ingenieros encontró un surco bien definido.
Utilizando un sonar, el grupo cartografió una estructura de 800 metros de ancho con unos 10 metros de relieve.
“Parece como si la propia Capitana Marvel hubiera golpeado y abollado el planeta“, dijo Trembanis frente a un grupo de periodistas en una reunión de la Unión Geofísica Americana, donde fueron presentadas las investigaciones del equipo.
“Queríamos subir la cortina y poder revelar esta escena”, le dijo a BBC News.
“Realmente no fue sino hasta finales de los 80, principios de los 90, cuando los buzos pudieron ingresar al área. Y en ese momento solo podían echar un vistazo limitado a algunos restos”.
“Usamos tecnología avanzada de sonar; pudimos pintar toda la escena. Es casi como visitar el Gran Cañón con una linterna en lugar de ir a mitad del día e iluminar todo el área”, prosigue.
“Pudimos comenzar a ver la disposición de las naves, pudimos ver cómo estaban alineadas entre sí, y vimos que el cráter aún está: la naturaleza todavía nos muestra esta herida que recibió de la bomba”.
El cráter tiene una estructura ondulada que hace pensar en los pétalos de una rosa, una evidencia de que todo el material que fue arrojado al cielo al momento de la explosión, después cayó de nuevo a través de la columna de agua y se extendió por el fondo oceánico.
Uno de los motivos para llevar a cabo esta operación fue comprender mejor el impacto ambiental. Aunque los niveles de radiación se reducen significativamente, existe un problema continuo de contaminación producto de los barcos que fueron sacrificados.
Estas embarcaciones, que pertenecían a las marinas estadounidense, japonesa y alemana, no estaban preparadas para convertirse en arrecifes artificiales. Si esa hubiera sido la intención, habrían sido adecuadas para tal objetivo.
Pero el escenario de guerra exigía que se dejaran en una posición tal como si estuvieran operativos. Eso significaba que tenían combustible e incluso municiones a bordo.
“Mientras estábamos mapeando, pude saber que estábamos cerca del Saratoga (el portaviones estadounidense), sin buscarlo, porque podíamos oler el combustible del búnker; era muy pesado”.
“El Nagato, que era el buque insignia japonés que (el almirante Isoroku) Yamamoto usó para planear el ataque en Pearl Harbor, tenía una racha de combustible saliendo de él de muchas millas”.
A medida que los barcos continúan desintegrándose en los mares, la contaminación podría convertirse en un problema mucho mayor, advierte Trembanis.