No era la carrera más obvia para Karen y Barry Mason. Y tampoco una de las que pudieran hablar abiertamente.
Pero durante años esta pareja gestionó la tienda de pornografía más conocida en Los Ángeles y distribuyó material para adultos por Estados Unidos.
De cara al exterior, eran una familia respetable. Karen había sido periodista de reconocidos diarios en Chicago y Cincinnati. Barry había trabajado como ingeniero de efectos especiales para películas como “Star Trek” y “2001: Odisea en el espacio”.
Se conocieron en una noche para judíos solteros y sus tres hijos acudían a los ritos del Sabbat, se congregaban para rezar y se esforzaban en sus estudios en la escuela.
Trabajando como inventor a mediados de los 70, Barry desarrolló un dispositivo de seguridad para las máquinas de diálisis de riñones, pero la compañía que compró su invención le pidió unas pólizas de seguro que no podía asumir.
Entonces el proyecto colapsó, dejando a la familia con la urgente necesidad de efectivo.
Fue entonces cuando Karen leyó un anuncio de trabajo en el periódico Los Angeles Times buscando alguien que distribuyera la revista pornográfica Hustler y otras mercaderías producidas por el magnate del porno Larry Flynt.
Y así fue cómo los Mason entraron en la industria del porno.
Les empezó a ir bien en el negocio. En las primeras semanas, y con poco esfuerzo, Karen y Barry recibieron 5.000 pedidos que distribuían en automóvil por todo Los Ángeles.
Hustler era una revista de porno heterosexual, pero Flynt también incursionó en el negocio del porno gay, comprando publicaciones que tenían poco éxito y que se incorporaron a la cartera de productos gestionados por los Mason.
Años después, cuando el dueño de Book Circus, la tienda de productos homosexuales más famosa en Los Ángeles, se metió en problemas financieros, los Mason se hicieron cargo de ésta.
Era 1982 y la tienda, que Barry y Karen renombraron como Circus of Books (El circo de los libros), era más que un establecimiento de porno duro. Era también un refugio y un lugar de encuentro para la comunidad gay de la ciudad californiana.
Los Mason instruyeron a sus hijos, Micah, Rachel y Josh, para que cuando visitaran la tienda nunca miraran o tocaran ninguno de los productos. También les insistieron en que nunca le dijeran a sus amigos el nombre de la tienda.
“No queríamos que supieran lo que hacíamos. No hablamos del negocio familiar. Lo que le decíamos a la gente era que teníamos una librería”, dice Karen.
Pero estas precauciones no resultaron ser del todo exitosas.
Micah, el hijo mayor, encontró un video porno en el asiento trasero del carro de Karen.
A Rachel, por otra parte, le revelaron el secreto unos amigos de la familia a los 14 años. Quedó en shock. Su padre, Barry, era relajado y abierto, pero su madre era muy religiosa y moralista. Rachel los consideraba como gente de negocios común, una simple familia que tenía una tienda.
“Pensar que mis padres hicieran algo contracultural era lo opuesto a la imagen que yo tenía de ellos”, dice Rachel.
“Hay cierto nivel de convencionalismo en mi familia. Nos esforzábamos por lucir como una familia perfecta“, añade Josh.
Bajo la gestión de Karen y Barry, Circus of Book fue un éxito comercial, y poco después abrieron una segunda franquicia en el área de Silver Lake, al noreste de la ciudad.
También comenzaron a producir videos de porno homosexual, con la estrella Jeff Stryker. Junto a ello, continuaron con la distribución de pornografía, lo que casi les conlleva al desastre.
El entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan, dejó clara su oposición a la pornografía, refiriéndose a ella como una “forma de contaminación”. Ordenó al fiscal general, Edwin Meese, a investigar la industria, resultando en la publicación de un informe de 2.000 páginas en 1986.
Al mismo tiempo, se pusieron en marcha nuevas tácticas de persecución, que pusieron bajo presión el negocio de los Mason.
Durante un tiempo, solo era seguro vender el material pornográfico a conocidos. Pero un día uno de los empleados cometió un error. Un cliente llamó para pedir tres películas. El empleado recogió la información y envió el material.
El cliente, en realidad, era el Buró Federal de Investigaciones (FBI).
Los policías realizaron una redada en la tienda al más puro estilo Hollywood. Los agentes entraron con pistolas y los Mason fueron acusados de transportar material ilegal y obsceno en varios estados.
Los niños no lo supieron, pero Barry se enfrentaba a una posible sentencia de 5 años de prisión y fuertes multas. Parecía probable que la tienda tuviera que cerrar.
El abogado de los Mason no se rindió. Argumentó que la pareja estaba protegida por la Primera Enmienda, que garantiza la libertad de expresión, y enfatizó en los graves efectos que la rígida pena podría tener en la familia.
Finalmente, Barry asumió los cargos y evitó la prisión. La tienda también permaneció abierta.
Durante la era del sida, Karen y Barry eran jefes modélicos.
Barry visitaba a los empleados que enfermaban o a los que llevaban a los hospicios, que vivían con lo que entonces era una enfermedad incurable.
En ese entonces, se suponía que los empleados con sida no podían ir a trabajar: si lo hacían, perdían su seguro médico. Pero Karen les permitía acudir en los días que se sentían con fuerzas.
“Los dejaba que vinieran a trabajar y les pagaba en efectivo, que era ilegal, pero no había razón alguna para que perdieran lo que eran. Siempre pensé que el trabajo es muy importante”, dice Karen.
Muchos de los familiares y amigos de los empleados no los apoyaban, pero sí llamaban a Karen y a Barry pidiendo información cuando morían.
A pesar de estar relacionados durante tanto tiempo con la comunidad gay de Los Ángeles, en casa nunca se conversó sobre sexualidad.
Sin embargo, en secreto, su hija Rachel llevaba una vida de la que sus padres no sabían nada.
“Iba a clubes de homosexuales (…), a shows de drags y era algo que me entusiasmaba mucho”, dijo Rachel.
Aunque nunca salió del armario de forma oficial, Rachel siempre fue artística y rebelde, así que no fue una gran sorpresa cuando se llevó como pareja al Prom (el baile de fin de bachillerato) a una amiga.
Pero Josh, el hijo más pequeño y que por sus logros cargó en sus hombros con las aspiraciones de su madre, estaba batallando en privado con un secreto que acabaría saliendo a la luz.
“Absorbí las ambiciones de mi madre sobre la perfección. Quería ser perfecto”, dice Josh.
La noche antes de irse a la universidad, todo se le acumuló. “Empecé a escribir en una nota adhesiva ‘soy gay’. Tiré el bolígrafo y el papel sobre la mesa”.
Antes de hacerlo, se había preparado para irse de casa, temiendo que le iban a echar. “Me aseguré de tener un vuelo reservado, porque no descartaba ese final”, reconoce Josh.
La respuesta de Karen se les quedaría grabada a ambos.
“¿Estás seguro? ¿Por qué haces esto? ¡Dios me tiene que estar castigando!“, recuerda Karen.
“No me importaba que alguien fuera gay, pero no estaba preparada para asumir que tenía un hijo homosexual”, dijo.
Luego Karen se dio cuenta de que su reacción pudo haber lastimado a Josh, pero al mismo tiempo le era difícil hablar sobre su sexualidad y decidió que necesitaba ayuda para manejar sus sentimientos.
“Necesitaba comprender qué era ser madre de una persona homosexual”, explica Karen.
“Me uní a la organización de Padres y Amigos de Lesbianas y Gays (PFLAG, por sus siglas en inglés). Necesitaba comprenderlo y aceptar que las expectativas de los padres sobre sus hijos reflejan más sobre los padres que sobre ellos. Me di cuenta de que tenía algunas ideas sobre los homosexuales que necesitaba cambiar”.
Larry y Karen acabaron convirtiéndose en embajadores de PFLAG para ayudar a otros a entender la sexualidad y la variedad de géneros de sus hijos.
Cuando internet se expandió en el cambio de siglo y los contenidos pornográficos se hicieron más accesibles, Circus of Books inició su declive.
Sus dos tiendas en la urbe, en Silver Lake y West Hollywood, cerraron en 2016 y en febrero de este año, respectivamente.
“Cuando esa [última] tienda cerró, las reacciones de la gente fueron increíbles. Las personas caminaban y se ponían a llorar frente a la puerta“, cuenta Rachel.
Muchos clientes antiguos y exempleados lamentaron la pérdida de lo que una vez fue su único lugar seguro y una parte de la historia homosexual de Los Ángeles.
Al final, Karen ya no era el tipo de jefa que quería ser. Como al negocio comenzó a irle mal, ya no podía ofrecerle a sus empleados todos los beneficios del pasado.
“Trabajé con ellos tanto como pude, hasta que los vi trabajando en programas de educación, o al menos con un empleo a tiempo parcial”, dice. “Era el momento de cerrar el negocio“.