El tener que lidiar con una fobia permanente significó que Peter Goffin estaba preparado para la pandemia de coronavirus. Sabía cómo seguir las reglas de higiene y tenía todas las facultades necesarias para evitar que sus ansiedades se salieran de control. Esta es su historia.
Estaba sentado en el piso de mi cocina, usando desinfectante para limpiar una bolsa de cereal, cuando tuve una revelación: he pasado casi 20 años practicando para la llegada de la pandemia de coronavirus.
Al comienzo de mi adolescencia fui diagnosticado con trastorno obsesivo- compulsivo (TOC).
Durante casi dos tercios de mi vida, he estado atormentado por los microbios, cómo se pueden transmitir y cómo los puedo mantener al margen.
Y eso me ha dado una ventaja con respecto al tipo de precauciones que nos están aconsejando observar a todo el mundo.
Evitar el contacto físico con la gente fuera de mi hogar, lavarme las manos después de tocar algo que otra persona haya tocado, desinfectar lo que compro en el supermercado -todo eso lo he hecho, en múltiples momentos de mi vida. Y he perfeccionado mi técnica.
Puedo reconocer muchas de mis propias tendencias en la nueva cultura global del coronavirus. Pero lo que más se destaca es la constante e insaciable ansiedad que resulta de nunca tener completa seguridad de estar libre de infección.
Miles, tal vez millones de personas en todo el mundo se preguntan en este momento: ¿se me acercó demasiado esa persona en la tienda?; ¿me habré lavado las manos el tiempo suficiente?; ¿este jabón matará todos los microbios?
A mediados del siglo XIX, médicos en Francia que escribieron estudios sobre el TOC lo llamaron la folie de doute –la locura de la duda.
Esa es la mejor descripción que he visto para la manera como me he sentido en mis momentos más oscuros. Y muchos de nosotros estamos padeciendo algo parecido durante esta pandemia.
Hay cierta seguridad de que si mantenemos la distancia y nos lavamos las manos y seguimos las órdenes de confinamiento, podremos protegernos. Pero siempre quedará esa molesta incertidumbre y duda, y la ansiedad que viene con ellas.
Esas no son sensaciones intrínsecamente malas. En pequeñas dosis, son lo que nos mantiene alertas.
El problema es que se pueden salir de control. La duda empieza con: “¿Estoy suficientemente limpio?”. Pero luego evoluciona a: “¿Podré alguna vez resumir una vida normal?”. Y, finalmente: “¿Para qué intentarlo?”
Me crié en Canadá, y me costaba mucho controlar las preocupaciones y temores desde una muy temprana edad -tal vez 5 o 6 años.
Para cuando cumplí los 12, esas sensaciones se habían reducido, principalmente a preocupaciones sobre limpieza y contaminación, especialmente en torno a los fluidos corporales de otra gente: la saliva que escupen cuando hablan, los microbios que propagan cuando no se lavan las manos después de ir al baño, y todas las bacterias peligrosas que me imaginaba acechándome.
Finalmente, mi familia se dio cuenta de que trataba de evitar tocar cosas como picaportes, interruptores de luz, y que me lavaba las manos hasta que me quedaban rojas.
Tuve la suerte de tener padres tolerantes y compasivos, siempre dispuestos a prestar atención y que me ayudaron a transitar el usualmente confuso y burocrático sistema de salud para trastornos mental.
Empecé terapia y me recetaron antidepresivos, que tomo hasta hoy en día.
Estos tratamientos, y el mismo TOC, se volvieron parte de lo que yo consideraba mi vida normal. Pero interfirieron en mi adolescencia hasta entrados mis 20 años de manera grave.
Cuando regresaba a casa después de clases en la secundaria y universidad estaba más preocupado por lavarme los microbios del día que por estudiar.
Esos fueron días en los que me quedaba despierto toda la noche haciendo la lavandería o duchándome dos o tres veces porque no lograba estar “suficientemente limpio”.
Mantuve la distancia con muchos amigos, en parte por el miedo a la contaminación -pero más porque temía que descubrieran que yo era distinto a ellos.
En los últimos cinco años, he podido mantener mis ansiedades de TOC más o menos bajo control.
Me he vuelto más aplicado al enfrentar y luchar contra mis temores. Me esfuerzo por diferenciar entre preocupaciones útiles y las que son innecesarias o exageradas.
Me he beneficiado mucho de tener una pareja paciente y comprensiva, que me obliga a tomar responsabilidad cuando más lo necesito.
De manera anecdótica, muchas personas como yo con ansiedad ante los microbios dicen experimentar menos preocupación durante esta pandemia.
Quizás sea porque otras personas han adoptado su visión del mundo y están tomando las mismas precauciones y también están aprendiendo cómo manejar el estrés intenso de manera cotidiana.
Eso me ha pasado a mí, hasta cierto punto. Pero la pandemia también me ha presentado -o resucitado- otros desafíos particulares.
Las advertencias de los servicios públicos de salud han reforzado el mensaje de que los microbios se transmiten fácilmente de persona a persona, aun cuando nos cruzamos en la calle.
Las instrucciones sobre cómo lavarnos las manos me han hecho considerar varias veces si las tenía realmente limpias. Y la compra del mercado ha presentado uno de los grandes problemas recurrentes de mi vida.
Aunque es un desperdicio, siempre he preferido alimentos empacados en lugar de los sueltos que pueden haber sido manoseados por otros. Pero más allá de eso, me preocupo relativamente poco de mi alimentación.
En medio del coronavirus, sin embargo, he revertido a la precaución extrema que practicaba durante el punto más severo de mis problemas mentales, hace como una década.
Ahora, cuando traigo mercadería a casa, pongo todo en un pequeño rincón de mi apartamento, de la misma manera en que apartaría con cuidado un par de zapatos después de pisar un pedazo de chicle desechado. Me lavo las manos. Aparto cualquier cosa suelta que se salga del empaque protector -confiado en que está suficientemente limpia.
Luego, metódicamente, limpio el resto de los artículos con un desinfectante o jabón de lavar y agua, colocando lo que está lavado en un nuevo grupo. Me lavo las manos otra vez y pongo lo que compré en la despensa o el refrigerador.
Ninguno de estos son hábitos nuevos, pero pensé que ya los había superado para siempre.
No soy el único que está sufriendo nuevos o más intensos problemas de salud mental.
En todo el mundo, las líneas telefónicas que atienden crisis reportan de un drástico aumento en llamadas desde que empezó la pandemia.
En Estados Unidos, algunos profesionales han advertido que el sistema de salud mental no tiene la capacidad de dar abasto con la creciente demanda. Y nada que decir de los países con sistemas de salud menos desarrollados.
A medida que la discusión en torno al coronavirus se enfoca cada vez más en relajar el confinamiento, mantener una mente clara y calmada podría ser más importante y desafiante que nunca.
No importa cuándo empiecen a reabrir las tiendas, oficinas y escuelas, el espectro de covid-19 y todos los temores y ansiedades que acarrea se cernirán sobre el mundo durante muchos meses más.
Pero, como he aprendido después de años de autoexamen y múltiples sesiones de terapia, la ansiedad se puede controlar.
En mi experiencia, ha resultado increíblemente útil hablar calmado y abiertamente sobre mis sentimientos con personas en las que confío, ya sean profesionales calificados o seres queridos.
Me he sometido a un tratamiento que se llama Terapia Cognitivo-conductual (TCC), primero en Canadá cuando era adolescente y otra vez en Reino Unido de adulto.
El propósito de esta asesoría de tiempo fijo es, esencialmente, dotar a los pacientes de las herramientas necesarias para reconocer, enfrentar y sustituir pensamientos o acciones que se han extendido más allá de lo lógico o útil, e ingresado en el ámbito de lo dañino o inestable.
Lo mejor es aprender TCC de un asesor profesional. Pero hay elementos de la técnica que uno mismo puede ensayar y podrían ayudar a cualquiera.
Como hacer una lista de las cosas que te preocupan, detallando en cada caso qué es lo que te preocupa y cómo te hace sentir.
Luego puedes mirar la lista y tratar de encontrar razones basadas en hechos de por qué algunas de tus preocupaciones podrían ser infundadas, exageradas o tener solución.
Para las personas que están bajo confinamiento, la causa de la ansiedad podría ser una mezcla de temas de salud, pérdida de ingresos o inseguridad laboral, aislamiento social y la falta de los aspectos más alegres de la vida.
Al identificar individualmente cada una de estas preocupaciones, podrías mitigar un poco del estrés con soluciones -como combatir el aislamiento programando llamadas habituales con familiares o amigos, por ejemplo. O planeando una gran vacación de verano o fiesta para cuando el mundo vuelva a abrirse con seguridad.
Podrías encontrar consuelo en el consejo de expertos, que han resaltado que la mayoría de la gente que contrae covid-19 sobrevivirá.
Podrías tener el alivio de la evidencia científica que lavarte las manos con jabón común y corriente es suficiente para limpiar la piel y que hacer la lavandería de la manera corriente eliminará el virus de tu ropa.
Sobre todo, debes recordar que ninguno de nosotros está pasando por esta pandemia solo.
En mis peores días, mi duda y mi ansiedad puede triturar mi autoestima y volverla polvo. Me siento como un extraño y tonto, como si fuera la única persona en la Tierra sintiéndose así. Pero, ahora mismo, todos sentimos la tensión del coronavirus de una u otra manera.
Podremos estar recluidos por voluntad propia para sobrellevar esta crisis. Pero lo estamos haciendo juntos.