El aporte de la comunidad afroestadounidense al desarrollo de su país no sólo es extraordinario sino que parece inagotable.
Han sido protagonistas de momentos históricos, y sus contribuciones han trascendido las fronteras de Estados Unidos y marcado muchos ámbitos: la ciencia, la literatura, la medicina, el deporte y la música son sólo algunos.
Sin embargo, estos aportes no siempre se han apreciado en toda su dimensión. Muchas veces estuvieron en la absoluta oscuridad y, en otras ocasiones, quedaron en el olvido.
En BBC Mundo recordamos a tres mujeres y a dos hombres cuyas vidas y logros han inspirado a muchas personas y han enorgullecido a EE.UU., cada uno a su manera.
“El 29 de noviembre de 1944, un bebé frágil yacía en una mesa de operaciones en el Hospital Johns Hopkins. El bebé de 15 meses tenía una malformación cardíaca congénita llamada Tetralogía de Fallot, la cual le roba oxígeno a la sangre. Quienes la padecían eran llamados ‘bebés azules’ porque la falta de oxígeno causaba cianosis, que le daba un color azulado a la piel. La mitad moriría antes de los tres años”.
“La cirugía mayor de corazón solo había comenzado en la década de 1920, e incluso sus pioneros vieron la Tetralogía de Fallot como intratable. La idea de un remedio quirúrgico surgió de Helen Taussig, cardióloga pediátrica de Hopkins. Ella le presentó su concepto al cirujano Alfred Blalock; Vivien Thomas, el técnico principal en el laboratorio de Blalock, desarrolló y perfeccionó el procedimiento en perros”.
“Los tres se reunieron en la sala de operaciones en ese día decisivo, para intentar algo que nunca se hizo antes”.
Este relato forma parte de la exhibición online que conmemora la histórica operación, de los Archivos Médicos de Alan Mason Chesney de las Instituciones Médicas Johns Hopkins.
La exhibición evoca el día en que comenzaba una nueva era en la cirugía de corazón en el prestigioso hospital.
Desde entonces millones de vidas se han salvado y se han transformado gracias a la ventana de conocimientos que esa operación abrió.
Años antes, Thomas, un afroestadounidense al que la Gran Depresión le impidió estudiar medicina, había conseguido trabajo en el laboratorio del doctor Blalock, en la Universidad de Vanderbilt.
Thomas, quien había sido carpintero, se desempeñó como lo que el médico buscaba: un asistente de laboratorio, aunque oficialmente su cargo era de conserje.
Empezó a participar en complejos experimentos y hasta a diseñar instrumentos. Se convirtió en su investigador asociado.
Cuando Blalock aceptó una importante posición en el Hospital Johns Hopkins, en Baltimore, le pidió a Thomas que lo acompañara para que siguiera siendo su asistente.
En 1941, dice la exhibición, “Thomas se convirtió en el primer afroestadounidense que caminaba con una bata blanca por los pasillos, los negros no eran admitidos como estudiantes o profesores”.
Pese a haber supervisado los laboratorios quirúrgicos de ese centro de salud por 35 años, “le pagaban mucho menos que los trabajadores blancos que ocupaban la misma posición y algunas veces ganaba dinero como bartender en las tiendas de la facultad”.
La Escuela de Medicina Johns Hopkins señala que tomó más de 25 años para que a Thomas se le diera crédito públicamente por su participación en el diseño de la revolucionaria intervención.
Por mucho tiempo, la operación se conoció como Blalock-Taussig.
“Blalock creía firmemente que el concepto funcionaría, pero la responsabilidad de desarrollar un procedimiento seguro y efectivo recayó en Thomas”, indica la universidad.
De hecho, en la operación, Thomas guió a Blalock desde atrás.
El legado de Thomas no se limita al procedimiento quirúrgico de 1944, a que varias generaciones de estudiantes de cirugía fueron formadas por él y a que fue el mentor de muchos estudiantes negros.
En 1969, a Thomas se le honró con un retrato que ahora cuelga junto a los de otros antiguos directores del departamento de cirugía y, en 1976, se le concedió un doctorado honorario de la Universidad Johns Hopkins.
”Estrecharle la mano a la Reina de Inglaterra fue un camino largo desde verme obligada a sentarme en la sección de color (para negros) del autobús que iba al centro de Wilmington, Carolina del Norte”, escribió en su autobiografía Althea Gibson, considerada la primera estrella de raza negra que conquistó la cima del tenis.
En 1956, se convirtió en la primera afroestadounindense en ganar un Gran Slam, el de Roland Garros en París.
Ganó otras 4 títulos individuales de Grand Slam: Wimbledon (1957 y 1958) y el Abierto de Estados Unidos (1957 y 1958).
“Hasta hace poco, Althea fue una pionera olvidada“, le dijo a BBC Sport Bob Davis, excompañero de juego de Gibson e historiador del tenis.
“Ahora parece que Estados Unidos está dispuesto a reconocer que la historia del tenis negro fue en realidad la historia del tenis estadounidense. Ese no siempre ha sido el caso”, indicó en 2019 cuando se develó una escultura de bronce en honor a la deportista afuera del estadio Arthur Ashe en Nueva York.
Gibson nació en 1927 en los campos de algodón de Carolina del Sur, un estado del sur del país con una historia arraigada en la esclavitud y la explotación.
En una entrevista con la BBC, en 1989, la atleta contó que creció en Nueva York y que su relación con el tenis comenzó en esa ciudad cuando jugaba paddle tenis.
Se trata de una adaptación del tenis en la que no hay raqueta sino una pala sólida y tanto la red como la cancha son más pequeñas.
“Un amigo se acercó, vimos las palas y la pelota en la cancha de paddle y comenzamos a golpearla de un lado a otro”, recordó Gibson.
“A partir de ese momento nos levantábamos por la mañana tan pronto como abrieran la cancha. Así es como empecé”.
Jonathan Jurejko cuenta en el artículo de BBC Sport: “Althea Gibson: The pioneering champion America forgot” (“Althea Gibson: La campeona pionera que Estados Unidos olvidó”) que el organizador de las jornadas de paddle tenis en la comunidad de Gibson, Buddy Walker, descubrió su talento y la llevó al Club Cosmopolitan, un club de tenis privado para la clase media negra en West Harlem.
Allí, relata Jurejko, recibió clases y perfeccionó sus destrezas.
Después, “los dos padrinos del tenis negro en Estados Unidos”, como Davis llamó a Hubert Eaton y Robert Johnson, se encargaron de desarrollar todo su potencial.
La segregación racial en esa época impedía que los negros se mezclaran con los blancos en varios ámbitos (educación, empleo, transporte) y uno de ellos era el tenis.
Pero todo cambio, cuenta el periodista, cuando en 1950 la gran tenista blanca Alice Marble desafió a las autoridades de ese deporte con una carta en una revista.
“La pregunta que, con mayor frecuencia, se espera que responda es si a Althea Gibson se le permitirá jugar en los nacionales este año”, escribió Marble.
Y se le permitió y así se convirtió en la primera persona negra que lo conseguía.
Años después, en 1957, a su regreso de Inglaterra tras ganar Wimbledon, fue recibida por unas 100.000 personas en las calles de Nueva York.
Era su heroína.
Wilma Rudolph y las Olimpiadas de 1960
“Mi doctor me dijo que no volvería a caminar. Mi madre me dijo que sí. Le creí a mi mamá”, escribió en su biografía Wilma Rudolph.
El tiempo le daría la razón a su madre: la niña superaría la poliomielitis.
En los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, Rudolph se convirtió en “la mujer más rápida del planeta” y la primera (mujer) estadounidense que ganaba tres medallas de oro en una sola olimpiada.
Ganó en los 100 metros, 200 metros y el relevo 4×100 y, además de triunfar, rompió récords.
“A los observadores de Wilma, a finales de los años 50 y principios de los 60 se les regañaba: no pestañeen. Se la van a perder. Y eso sería una pena”, escribió la autora M.B. Roberts en el artículo “Rudolph ran and world went wild” (“Rudolph corrió y el mundo se volvió loco”) de la cadena deportiva ENPS.
Roberts cuenta que ni ella misma podía explicar su habilidad en las pistas.
“No sé por qué corro tan rápido. Yo sólo corro”, decía.
En un artículo de 2012, el diario The Guardian ubicó en la posición 35 de su lista de los 50 momentos olímpicos más impresionantes, el triple oro de Rudolph.
Rudolph nació prematura en 1940, en una de las zonas más pobres de Tennessee y en un país segregado racialmente.
Fue la sexta de los ocho hijos de su madre y la número 20 de los 22 de su padre, quien trabajaba en los ferrocarriles.
Su madre era empleada doméstica en casas de familias blancas.
De niña contrajo enfermedades como el sarampión y la poliomielitis.
Rob Bagchi, autor del artículo de The Guardian, cuenta que conseguir tratamiento para un niño negro con poliomielitis en esa época no era nada fácil.
El hospital Meharry “era su única esperanza”, aunque quedaba a 80 kilómetros de donde vivían, en Clarksville.
“Blanche (su madre) llevó a Wilma en un viaje en autobús dos veces por semana para recibir agua y terapia de calor durante dos años hasta que pudo caminar con un aparato de acero en su pierna izquierda que estaba debilitada”.
Hicieron ese viaje decenas de veces, “siempre en la parte de atrás (…) donde se les permitía sentarse a los afroestadounidenses”.
En una oportunidad su madre la vio jugando baloncesto en el patio y, a partir de ahí, supo que el deporte sería el camino.
Volvió a acertar.
Tras muchos sacrificios, una fuerza de voluntad astronómica y el apoyo de su familia, Rudolph empezó a conquistar triunfos en competencias nacionales e internacionales.
Hasta que llegaron las Olimpiadas de Roma, donde fue una de las estrellas y una de las principales atracciones, aunque muchos recuerden más a un joven, también afroestadounidense, que igualmente haría historia: Mohamed Alí.
Con 20 años, a Rudolph la llamaban la “gacela negra”.
Pasarían varios años antes de que otra mujer consiguiera la hazaña de Rudolph.
En las Olimpiadas de 1988, Florence Griffith Joyner, también afroestadounidense, se alzó con tres oros.
En su biografía escribió: “El potencial de la grandeza vive dentro de todos nosotros”.
Tras su retiro en 1963, creó una fundación para ayudar a los niños de su país.
“Créanme, el premio no es tan grande sin la lucha”, les decía.
A finales de los años 60, cuando trabajaba en el Hospital de Harlem, en Nueva York, una doctora llamada Patricia Bath se dio cuenta de algo muy particular:
Cerca de la mitad de los pacientes de ese centro médico eran ciegos o tenían problemas de visión.
Bath se puso a investigar y comparó los datos que recogió en ese hospital, al que acudían muchos afroestadounidenses, con los de la Clínica del Ojo de Columbia, donde la tasa de ceguera era mucho más baja.
“Condujo un estudio en el que documentó su observación de que la ceguera entre los afroestadounidenses era cerca del doble de la tasa de ceguera entre los blancos”, señala el programa Lemelson-MIT del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) en una breve biografía sobre Bath.
La doctora concluyó que se debía en gran parte a que muchos afroestadounidenses no tenían acceso a servicios de atención oftalmológica.
“Con ese hallazgo, Bath estableció una nueva disciplina conocida como Oftalmología Comunitaria, la cual ahora es estudiada y practicada en todo el mundo”, indica el MIT.
Bath, quien nació en Nueva York en 1942 y murió en 2019, no sólo fue una cirujana oftalmológica con una carrera llena de éxitos, sino que fue una inventora que sigue ayudando a mejorar la vida de muchas personas.
En 1981 creó una herramienta quirúrgica conocida como Laserphaco Probe.
Se trata de una sonda que utiliza la tecnología del láser para eliminar cataratas de una manera rápida y eficaz. Una vez disuelta la catarata, el dispositivo permite que se inserte un nuevo lente.
“Su idea fue muy avanzada para su época, aunque le tomó más de cinco años perfeccionar el concepto y solicitar una patente”, señala el MIT.
Bath patentó su invento en 1988 y al hacerlo se convirtió en la primera afroestadounidense en recibir una patente para uso médico.
“La invención de Bath transformó la cirugía del ojo e hizo que el tratamiento contra las cataratas fuese más preciso”, dice David Stewart en el libro “What is the big idea?” (“¿Cuál es la gran idea?”)
“Bath ha ayudado a restaurarle la visión a personas que habían estado ciegas por cerca de 30 años”, señala el autor.
La médica, quien también fue una activista por los derechos de los pacientes. Cofundó en 1976 el Instituto Estadounidense para la Prevención de la Ceguera (AIPB, por sus siglas en inglés).
El objetivo de la organización es “proteger, preservar y restaurar el regalo de la visión” para todas las personas independientemente de la raza, género, edad o ingresos.
“Hay tanto poder en la música (góspel) que yo realmente no puedo describirlo. Hay mucha alegría cuando la cantas”, le dijo en una ocasión Beyoncé a la revista Scholastic Action.
Ella, como muchas de las grandes cantantes afroestadounidenses, formó parte del coro de la iglesia de su comunidad.
Y, como muchos artistas, encontró en Aretha Franklin una inspiración.
“El alma viene del góspel (de evangelio)”, dijo Beyoncé. “Viene de Aretha, que escuchó todo eso, que cantó en la iglesia”.
Aretha Franklin creció en Detroit, en la década de los 50, y desde muy joven tuvo contacto con el movimiento por los derechos civiles.
Su padre era un ministro bautista que organizó la Marcha de la Libertad en esa ciudad en 1963 y que solía invitar a su casa a Martin Luther King.
Las canciones de Franklin se convertirían en himnos del movimiento. De hecho, muchos años después, ella cantaría en el funeral de King.
Su estilo recibió una profunda influencia del góspel blues que creó, en 1932, Thomas Dorsey.
Jon Butler, profesor de Estudios Religiosos e Historia de Estados Unidos de la Universidad de Yale, escribió en el reportaje de la revista Time: “25 Moments That Changed America” (“25 momentos que cambiaron América”), que una tragedia personal llevó a “un cambio sutil pero profundo en la vida estadounidense”.
La tragedia a la que Butler se refería le ocurrió a Dorsey, un músico afroestadounidense que había trabajado como pianista en un club nocturno de jazz.
El compositor había escrito “una canción inspirada en la muerte de su esposa cuando daba a luz”, escribió el académico.
“La canción ‘Take My Hand, Precious Lord’ (‘Toma mi mano, Señor querido’), inesperadamente se convirtió en la base de la tradición moderna de música góspel afroestadounidense. Su éxito estimuló una industria musical completamente nueva: el gospel blues”.
Y rápidamente se convirtió en la música que acompañaba al movimiento de los derechos civiles.
“Martin Luther King Jr. a menudo les pedía a sus seguidores que cantaran antes de marchar, incluso la noche anterior a su asesinato”, recuerda el experto.
Dorsey, a quien llaman “el padre de la música góspel”, se convirtió en un prolífico compositor de ese género y se le atribuye haberlo convertido en un fenómeno global, influyendo en cantantes como Mahalia Jackson y Whitney Houston, entre otras.
Su creación, como señaló Butler, produjo “himnos musicales de poderosa transformación personal, moral y política” que han marcado la historia de Estados Unidos.