Empecemos siendo exactos: todo empezó el 7 de marzo de 321, es decir, hace un milenio, siete siglos y una semana.
Hace 1.700 los domingos empezaron a ser lo que hoy son en la mayoría de los países del mundo: un día de descanso.
Ese es uno de esos datos que, si te dejas llevar por la curiosidad, te conducen a enterarte de muchas otras cuestiones interesantes.
Empecemos siendo exactos: todo empezó el 7 de marzo de 321, es decir, hace un milenio, siete siglos y una semana.
Una semana que ya para ese entonces se componía de siete días. ¿Por qué precisamente siete, no seis, ocho o incluso 10, como las de los antiguos egipcios o las del calendario republicano francés que se empleó entre 1792 y 1806?
Pues, aunque es una constante en casi todas las culturas, no hay ninguna razón buena que lo justifique; de hecho, varios pensadores a lo largo de la historia han desafiado esa convención con argumentos filosóficos, matemáticos y políticos, pero la semana de siete días persiste.
Se piensa que fue concebida hace 4.000 años, cuando los mesopotamios resolvieron el problema de dividir el mes en períodos más cortos.
Su duración estaba ligada a la rotación de la Luna alrededor de la Tierra, 29,5 días, así que sencillamente redondearon ese número a 28 y lo dividieron en cuatro períodos de siete días.
Con eso establecieron un ritmo matemático artificial que hacía más manejable la organización de la vida cotidiana: si necesitabas, por ejemplo, que los vendedores acudieran al mercado ocho veces al mes, podías fijar días precisos que se repetirían independientemente de las imprecisiones de la naturaleza.
La idea se extendió particularmente después de que la cultura babilónica se convirtió en la dominante alrededor del siglo VI a.C.
Siglos después, los romanos nombraron los días en honor a sus dioses y los organizaron de acuerdo con un elaborado sistema de horas planetarias según el cual cada hora del día estaba gobernada por una deidad.
La que gobernaba la primera hora de un día le daba su nombre. Suena enredado pero el resultado te será sumamente familiar:
En la mayoría de los idiomas basados en el latín, los nombres de los días de la semana aún revelan esta conexión con los planetas clásicos: lunes, martes, miércoles, jueves, viernes… ¿sábado y domingo? No.
Aunque “sábado” empieza como Saturno, viene de la palabra hebrea sabbat o reposo.
“Domingo” también tiene raíces religiosas, sólo que con un culto relativamente más reciente.
Además de la semana con todos sus días nombrados y organizados, el brillante concepto del “día de descanso” también había existido durante milenios, y los primeros en adoptar la estructura de la semana de siete días con uno de descanso probablemente fueron los judíos.
Sólo que ese día era el sábado.
Pero ese 7 de marzo de 321, el emperador romano Constantino el Grande emitió un edicto declarando que el domingo tenía que ser el día de descanso:
En el venerable día del Sol que lo magistrados y las personas que residan en las ciudades descansen, y que todos los talleres cierren.
En el campo, sin embargo, que la gente que se ocupa de la agricultura pueda libre y legalmente continuar con sus tareas porque a menudo sucede que otro día no es adecuado para la siembra del grano o la plantación de viñas; no sea que por descuidar el momento propicio para tales operaciones la liberalidad del cielo se pierda.
Como todos los políticos exitosos, Constantino era un maestro de la ambigüedad, y su edicto mantenía un delicado equilibrio entre los princípios religiosos y el pragmatismo económico.
Si bien hoy se le recuerda como el primer emperador cristiano, estaba también asociado con el culto del Sol Invicto, que aparecía hasta en sus monedas.
Elegir el domingo como día de descanso tenía mucho sentido políticamente.
Aunque nominalmente era un día de trabajo, ya había cristianos en todo el imperio que dedicaban el domingo al culto religioso, aunque los que vivían en Roma o Alejandría tendían a preferir el sábado, el sabbat judío.
Más importante aún era que la mayoría de no cristianos consideraban el domingo como un día especial pues era usualmente el día de pago.
Y quizás también crucial era que se trataba del día especial del Sol Invicto, un culto oficial en el Imperio desde 274 que era particularmente atractivo para las clases altas senatoriales.
De hecho, Constantino mismo, aunque promovió activamente la Iglesia cristiana, durante toda su vida reconoció a Sol Invictus como un dios.
Sólo fue bautizado en la fe cristiana en su lecho de muerte y hasta el día de hoy continúa el debate sobre si fue un verdadero converso o se aprovechó de la Iglesia como una fuerza unificadora.
No todos los cristianos recibieron con beneplácito el edicto de Constantino y siglos después todavía había grupos que preferían el sábado.
Tanto así que en el Sínodo de Laodicea, que tuvo lugar alrededor de 363-364 d.C., incluye un canon —el 29— que declara que “los cristianos no debían judaizarse descansando en el sábado, sino trabajar en ese día, en lugar de honrarlo como día del Señor; y, si pueden entonces, descansar como cristianos”.
Aquellos que afirmaran seguir a Cristo y no obedecieran serían considerados “anatema”, es decir, que serían maldecidos, excluidos y rechazados como miembros de la comunidad.
Con el cambio de celebración de sábado a domingo se adoptó un nuevo término, “el día del Señor” o Dies Dominicus, de ahí la palabra “domingo”.