Un profesor británico mantuvo durante meses correspondencia con un hombre llamado únicamente "Ivan", en busca de ayuda para desacreditar a una organización cuyo objetivo es llevar a los criminales de guerra sirios ante la justicia.
También pidió a “Ivan” que investigara a otros académicos y periodistas británicos. El intercambio de correos electrónicos, visto por la BBC, revela cómo, una década después del inicio del conflicto sirio, se sigue librando una batalla en el campo de la información y la desinformación.
Una fría mañana de diciembre, un correo electrónico de un profesor de la Universidad de Edimburgo llegó a la bandeja de entrada de Bill Wiley. En la caja del asunto decía: “Preguntas para William Wiley”.
Wiley, quien dirige una organización que recupera documentos en edificios abandonados del gobierno sirio para utilizarlos en juicios por crímenes de guerra, reconoció el nombre del remitente.
El profesor Paul McKeigue, epidemiólogo de la Universidad de Edimburgo, ya se había puesto en contacto una vez para hacer preguntas similares sobre la ONG de Wiley -la Comisión para la Justicia Internacional y la Rendición de Cuentas (Cija, por sus siglas en inglés)-.
El motivo era un informe crítico que estaba escribiendo con un profesor de Bristol y un antiguo profesor que había dado clases en Sheffield.
Conociendo la opinión de McKeigue -quien cree que las ONG financiadas por Occidente actúan en nombre de los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos, la CIA y el MI6 -el servicio secreto británico-, para ensuciar la imagen del régimen sirio de Bashar al Asad-, Wiley estaba seguro de que su informe acusaría a Cija de distorsionar la verdad sobre las torturas y los asesinatos en las cárceles sirias.
Durante la última década, los investigadores encubiertos de Cija han recuperado más de 1,3 millones de documentos creados por un régimen burocrático obsesionado con el papeleo, incluso cuando se trata de la brutal matanza de su propio pueblo.
Toda esa documentación se guarda en un archivo de la sede de Cija, en un lugar secreto de Europa.
El email de McKeigue a Wiley repetía que él y sus colegas estaban investigando a Cija, pero no hacía preguntas sobre el trabajo de la organización. Sólo parecía estar interesado en las empresas que Wiley tenía registradas a su nombre.
Wiley no respondió.
Unas horas más tarde, McKeigue también recibió un correo electrónico inesperado.
Era de un remitente anónimo y decía: “Mi oficina se enteró ayer desde Londres de que tiene algunas preguntas sobre Siria. Quizá podamos ayudarle a descubrir la verdad”.
McKeigue respondió rápidamente con algunas preguntas para poner a prueba a su nuevo informante. ¿Estaba esta persona al tanto de ataques químicos en Siria que habían sido en realidad una farsa?
Desde luego que sí, e insinuó que tenía acceso a un tesoro de conocimientos. McKeigue parecía entusiasmado por tener una nueva fuente, y se inició un intercambio de mensajes que duraría más de tres meses.
McKeigue reveló pronto que estaba interesado en Cija y, en particular, en Wiley. La respuesta fue que Wiley era un agente de la CIA que había trabajado en la embajada estadounidense en Irak.
En parte era cierto: Wiley, canadiense, había sido contratado por el Departamento de Defensa de EE.UU. para trabajar en el juicio a Saddam Hussein en Irak, pero dice que nunca ha trabajado para los servicios de inteligencia.
McKeigue se mostró cauto, no obstante.
“Si decimos directamente que ‘Wiley es de la CIA’, creo que nos ridiculizarán como teóricos de la conspiración que hacen acusaciones salvajes sin fundamento”, escribió.
Su contacto respondió: “Mis colegas se han reído, con conocimiento de causa, cuando les he leído esto. ¿Qué tipo de pruebas quiere para sentirse cómodo afirmando este hecho? Si podemos proporcionarlas sin dañar nuestras fuentes, lo haremos”.
Mientras que la firma del correo electrónico de McKeigue incluía un enlace a su perfil de la Universidad de Edimburgo, su nuevo informante dejó inicialmente sus emails sin firmar.
Las únicas pistas de su identidad eran errores ocasionales en su inglés y referencias a su sede en Moscú.
Y luego, al cabo de un tiempo, empezó a firmar como “Ivan”.
McKeigue asegura que mantuvo la mente abierta sobre quién estaba al otro lado de esta correspondencia.
Me dijo que, como cualquier otro periodista o investigador ciudadano, establece contactos con todo tipo de personas que pueden tener información relevante, incluidas las fuentes anónimas.
También me contó que creía que era totalmente legal hacer esto como ciudadano, sin acceder a secretos de Estado.
Parte del intercambio de mensajes trataba sobre las teorías de McKeigue en relación a las actividades de Cija.
El académico explicaba que él y sus colegas consideraban a Cija como parte de una operación de “comunicaciones estratégicas” (conocidas como StratCom) dirigida por la CIA y el MI6 en nombre de sus gobiernos, que estaban empeñados en el cambio de régimen en Siria.
De los correos electrónicos se desprende que McKeigue creía realmente que estaba haciendo un servicio público al tratar de descubrir una conspiración que se estaba llevando a cabo para engañar al público.
Pero también pidió a Ivan información personal sobre Wiley -en relación a una mujer con la que podría haberse acostado y si tenía adicción a la cocaína- que no tenía nada que ver con la fiabilidad de los documentos de Cija.
Y volvió a preguntar sobre las finanzas de Cija. Su objetivo general, explicó, era conseguir que la gente cuestionara las pruebas que la organización había reunido, pero había diferentes formas de hacerlo, señaló.
“Lo llamamos la táctica de Al Capone: aunque no podamos hacerles caer por crímenes de guerra, podemos hacerles caer por fraude”.
Por eso sus preguntas a Wiley se centraron en las empresas que había creado.
La Oficina europea de lucha contra el fraude, Olaf, acusó a Cija de fraude y contabilidad irregular, en relación con un contrato que recibió de la UE en 2013 por valor de 3 millones de euros (alrededor de US$3,5 millones).
La Comisión Europea todavía está estudiando el informe de la Olaf, pero el portavoz de la Comisión, Peter Stano, le dijo a la BBC que esto no era una razón para cuestionar la importancia de las pruebas de Cija.
“La investigación de la Olaf se refiere a la facturación del consorcio, no a la información recogida durante la ejecución del proyecto, y no hay indicios de que se hayan cometido irregularidades en relación con los resultados del mismo”, dijo.
El equipo financiero de Cija rechaza las acusaciones de la Olaf y sostiene que ha enviado a la Comisión Europea documentación que demuestra que son falsas.
También dicen que desde 2013 la organización ha recibido 70 subvenciones por un total de más de 42 millones de euros (US$50 millones), y que ha sido auditada 64 veces por auditores externos sin ningún resultado adverso.
“Ivan” animó al profesor en sus investigaciones y alabó su ingenuidad.
“Observamos que este intercambio sigue siendo un placer para nuestra oficina. Gracias una y otra vez por su importante trabajo… Gracias por resistirse a las operaciones antirrusas de Reino Unido. Esto significa mucho para nosotros”, escribió.
Paul McKeigue asegura que los coautores de su investigación sobre Cija no sabían de su relación con Ivan, pero la información que el profesor estaba recopilando estaba destinada al informe en el que trabajaban conjuntamente.
El profesor explicó sus motivaciones: “Un objetivo clave de nuestro pequeño grupo académico es animar a los miembros del Parlamento, a los abogados y a los periodistas a pedir cuentas al gobierno haciendo preguntas sobre estas actividades de StratCom que no sólo han llevado a Reino Unido a la confrontación con otros países, sino que también se han utilizado para marginar y desprestigiar a los disidentes en casa”.
Al poco tiempo, Ivan estaba dando indicaciones a McKeigue, requiriéndole información, diciéndole con quién debía hablar y a quién no debía dirigirse, y el profesor parecía acceder a algunas de estas peticiones.
Al cabo de seis semanas de conversaciones, el profesor McKeigue acordó no escribir a ningún empleado de Cija sin la aprobación previa de Ivan.
“No me pondré en contacto con nadie sin consultarlo antes contigo”, escribió.
McKeigue reenvió correos electrónicos e información a Ivan a petición de este.
Entonces el profesor escribió a Iván con grandes noticias. Se había tropezado con lo que parecía ser una prueba convincente de que Wiley fue un agente de la CIA durante el tiempo que estuvo en Irak.
Venía en un libro de un antiguo analista de la CIA, John Nixon, que describía la sesión informativa del vicepresidente estadounidense Dick Cheney sobre el interrogatorio de Saddam, en abril de 2008.
“Fue al despacho de Cheney con ‘Bill, el analista de la CIA que me había sucedido en Bagdad'”, escribe McKeigue, citando el libro de Nixon.
“Este sólo puede ser Wiley. ¿Qué piensa usted? La Junta de Revisión de Publicaciones de la CIA redactó muchos otros pasajes, pero pasó por alto esto”.
No parece que a McKeigue se le ocurriera que podía haber más de un “Bill” en Irak en aquella época, o que Nixon podía haber utilizado un nombre falso. Pero Ivan estaba impresionado.
“¡Por eso te admiramos tanto a ti y a tu trabajo! Es curioso, no sabíamos que la reunión era pública. Creíamos que era nuestro secreto”.
McKeigue parecía entusiasmado por estar llegando a algo. Ahora volvió a la oferta de 10.000 libras (US$13.800) que le había hecho Ivan y que había rechazado en un principio.
Tal vez sería útil, después de todo, dijo, presentar una demanda judicial contra Bill Wiley y Cija en nombre de sus empleados, que habían sido “engañados para trabajar para una organización de fachada de la CIA”.
“Una demanda de este tipo sería costosa… Inyectar dinero en un fondo legal, que cubra los costes pasados y futuros, podría ser una manera de que su oficina contribuyera. Pero la escala de apoyo requerida sería mucho más que la cifra que usted menciona”.
McKeigue también extendió su red más allá de Cija y pidió a Ivan que investigara lo que llamó “la red británica de ejecutores de la narrativa sobre Siria”.
Entre ellos se encontraban académicos y periodistas británicos que han cuestionado sus escritos sobre Siria.
McKeigue envió a Ivan una larga lista de nombres y direcciones de correo electrónico, y le pidió que utilizara esa información para averiguar las conexiones entre ellos, y quién los coordinaba.
McKeigue dijo al hombre que insinuaba ser un espía ruso que le preocupaba especialmente un productor de la BBC que cubre Siria.
“¿Su oficina sabe algo sobre él?”, preguntó. “Para nosotros está claro que ha estado involucrado en el montaje de incidentes en Siria desde 2013”.
Al profesor no parece preocuparle que hacer una denuncia de este tipo a un posible agente ruso pueda poner en peligro al productor.
McKeigue me dijo que toda la información que le pasó a Ivan, incluidas las direcciones de correo electrónico, era de dominio público.
También argumentó que el papel de estas personas como comunicadores principales en “las operaciones de información dirigidas por Reino Unido asociadas al conflicto sirio” había sido ampliamente descrito en los medios de comunicación.
Mi nombre también estaba incluido en la lista de McKeigue de estos “ejecutores de la narrativa” supuestamente coordinados por el gobierno británico, y no se contuvo en decirle a Ivan lo que piensa de mí.
“Conocemos bastante a CH [Chloe Hadjimatheou], y pensamos que es una persona más bien tonta a la que han halagado para que se encargue de algo que está por encima de sus capacidades”.
McKeigue dijo al hombre que insinuaba ser un espía ruso que le preocupaba especialmente un productor de la BBC que cubre Siria.
“¿Su oficina sabe algo sobre él?”, preguntó. “Para nosotros está claro que ha estado involucrado en el montaje de incidentes en Siria desde 2013”.
Al profesor no parece preocuparle que hacer una denuncia de este tipo a un posible agente ruso pueda poner en peligro al productor.
McKeigue me dijo que toda la información que le pasó a Iván, incluidas las direcciones de correo electrónico, era de dominio público.
También argumentó que el papel de estas personas como comunicadores principales en “las operaciones de información dirigidas por el Reino Unido asociadas al conflicto sirio” había sido ampliamente descrito en los medios de comunicación.
Mi nombre también estaba incluido en la lista de McKeigue de estos “ejecutores de la narrativa” supuestamente coordinados por el gobierno británico, y no se contuvo en decirle a Iván lo que piensa de mí.
“Conocemos bastante a CH [Chloe Hadjimatheou], y pensamos que es una persona más bien tonta a la que han halagado para que se encargue de algo que está por encima de sus capacidades”.
Pero Ivan no era un agente ruso: no existía. Sus correos fueron escritos por un equipo de empleados de Cija, formado por Bill Wiley en un esfuerzo urgente por averiguar cuánto sabía McKeigue sobre su organización.
Le preocupaba especialmente la posibilidad de que una empleada de Cija que había sido despedida se hubiera acercado a McKeigue y a sus socios y hubiera revelado la ubicación del archivo y los nombres del personal.
Sólo tres miembros del personal de Cija han hecho públicos sus nombres por una buena razón, explica Wiley.
Podrían ser acosados o amenazados, y a sujetos hostiles con la organización les resultaría más fácil entrar en los sistemas de Cija si conocieran los nombres de los empleados.
Y el régimen sirio tiene buenas razones para querer destruir el archivo de documentos.
En el curso de la correspondencia, McKeigue escribió que la trabajadora despedida había hablado, efectivamente, con él, ofreciendo esta información y otros detalles personales sobre Wiley.
McKeigue aseguró a la BBC que, aunque tenía previsto revelar la ubicación de la oficina, no tenía intención de hacer pública la información más personal.
Pero Wiley no sabía esto y era consciente de que entre los contactos cercanos de McKeigue se encuentra la bloguera británica afincada en Damasco, Vanessa Beeley.
Beeley ensalza las virtudes del ejército sirio, así como las del presidente Bashar al Asad y su esposa, y a menudo publica en las redes sociales fotografías suyas con miembros del régimen sirio y comandantes militares.
Wiley afirma que teme que cualquier cosa que sepa McKeigue se la haya contado a Beeley, y que ella se la haya transmitido al Estado sirio.
De modo que no se arriesga. Actualmente está haciendo planes para trasladar todo el archivo y el personal de Cija, así como mover también a su familia.
La trabajadora despedida de Cija afirma que nunca comprometería deliberadamente la seguridad de sus excompañeros o de sus familias y no cree haberlo hecho.
Tanto McKeigue como Beeley son miembros del Grupo de Trabajo sobre Siria, Propaganda y Medios de Comunicación, un grupo de “investigadores independientes” y académicos, muchos de los cuales comparten la opinión de McKeigue de que los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses están utilizando los medios de comunicación para dar una imagen negativa del gobierno sirio, con el fin de defender el cambio de régimen.
Hablé del Grupo de Trabajo en mi podcast “Mayday”, en el que se relata la vida y la muerte de James Le Mesurier, antiguo oficial del ejército británico y cofundador de los Cascos Blancos, un grupo de civiles sirios ordinarios entrenados, con la ayuda de la financiación occidental, en cómo rescatar a los supervivientes de los edificios bombardeados.
Gracias a este podcast acabé en la lista negra de periodistas de McKeigue. “De los podcasts de Mayday se desprende que trabajas con… un presunto oficial del MI6”, me escribió.
Bill Wiley dice que se vio obligado a llevar a cabo el engaño de tres meses porque era el único medio legal que podía utilizar para averiguar si había habido algún fallo de seguridad que pudiera poner en peligro a su personal y al archivo.
“No se trataba de una operación de venganza. Fue impulsada enteramente por la preocupación por nuestra seguridad, y en última instancia nuestros hallazgos justificaron esa preocupación”, dice.
“Además de proteger a nuestras fuentes, a los testigos y a nuestro personal, tenemos que proteger nuestra reputación. Porque si nuestra reputación es arrastrada por el barro, nuestra financiación se detendrá. Y si la financiación se detiene eso tendrá un impacto muy negativo en la justicia”.
Las pruebas recopiladas por Cija sobre las guerra de Siria han llegado a casos judiciales de gran repercusión.
Estos días Cija está ocupado con un juicio por crímenes de guerra que se está celebrando en la ciudad alemana de Coblenza, uno de los primeros de este tipo contra un miembro del régimen sirio en suelo europeo.
Otros afectados también se han manifestado.
Hamish de Bretton-Gordon, director de la ONG Doctors Under Fire, que hace campaña contra los ataques a hospitales en zonas de guerra, reaccionó airadamente cuando se le dijo que McKeigue se refería repetidamente a él en correos electrónicos a “Ivan” como un “conocido agente del MI6”.
“Este tipo está potencialmente poniendo la vida de muchas personas [en peligro] y, potencialmente, una de ellas es la mía”, lamentó.
Paul McKeigue declinó las invitaciones para una entrevista, pero me dijo en un correo electrónico que creía que era víctima de una elaborada operación para tenderle una trampa.
“Creo que el esfuerzo realizado en esta operación hace evidente que he molestado a algunos agentes del Estado”, asegura.
En una declaración publicada en el sitio web del Grupo de Trabajo dijo: “Las personas que estaban al otro lado de esta operación consiguieron que revelara información proporcionada por otras personas que no estaba previsto que se compartiera, junto con otra información que puede haber sido embellecida. Fue un fallo por mi parte del que acepto la responsabilidad y me he disculpado con los afectados”