México hizo una acérrima defensa del gobierno de la República, mientras que Argentina o Brasil se colocaron rápidamente al lado de los sublevados.
El 14 de abril de 1931, el rey Alfonso XIII partía hacia el exilio y se proclamaba la II República en España. Con ello se inauguraba un nuevo capítulo en la historia del país europeo y también en la relación de este con América Latina.
La II República tuvo en México a uno de sus mayores aliados, desde su proclamación, durante la Guerra Civil (1936-1939) desencadenada como consecuencia del golpe de Estado del general Francisco Franco, e incluso después de la victoria del bando sublevado que impuso un régimen militar que duraría 40 años.
De hecho, el país norteamericano fue uno de los principales receptores de exiliados republicanos tras la contienda.
Pero en la región no todos los países tuvieron el mismo grado de relación con la República española.
Para la historiadora Clara Lida, la relación de América Latina con la II República depende de tres factores: el país del que se trate, la ciudadanía de ese país y, en tercer lugar, las colectividades españolas en cada país.
Lida, quien nació en Buenos Aires y es investigadora en El Colegio de México (Colmex), donde dirige la Cátedra México-España, da dos ejemplos opuestos.
“En el caso de México, la República es muy bienvenida, y muy bien recibida por el gobierno del momento, un gobierno posterior a la Revolución de 1910, y por la ciudadanía en general”, explica.
“Son países republicanos los dos, y la idea de que haya una república en España es algo muy cercano al mundo latinoamericano para empezar, y al mexicano especialmente”, prosigue.
Sin embargo, puntualiza, “la colectividad española en México, más bien acomodada, más tradicional y más cercana a la monarquía, no fue tan partidaria de la República”.
En cambio, en Argentina había un gobierno surgido de un golpe militar (1930), y este “no recibió con mucha simpatía a la República”, dice Lida.
Aunque en este caso, “la población en general fue muy receptiva y gran parte de la colonia española en Argentina, una gran inmigración española muy vinculada con el mundo del trabajo, recibió con mucho entusiasmo a la República”.
Un aspecto menos conocido de la relación de América Latina en general, y de México en particular, con la II República es la influencia que tuvo en la nueva Constitución republicana española.
“Quienes participaron en la conformación de la Constitución española tuvieron muy presente el constitucionalismo mexicano y muchas de sus ideas se aplicaron también a España“, explica la historiadora Lida.
Eso se debe a que, salvo el efímero antecedente de la I República (1873-1874), en España no había antecedentes republicanos, “de modo que mirar hacia las repúblicas americanas y hacia el constitucionalismo americano tenía cierta lógica, aunque también hubo influencia de larepública alemana de Weimar”.
“En el caso del México del siglo XX, surgido de una revolución temprana con una Constitución que en 1917 era muy avanzada y muy progresista, esa Constitución influyó muy directamente en la Constitución republicana de 1931”.
En la Constitución de México se establecía una división clara entre la Iglesia y el Estado, una clara inclinación y vocación por la educación laica y gratuita, una defensa de la nacionalización de las riquezas del subsuelo y tenía también un artículo en favor de la reforma agraria.
“Había muchos artículos que la II República miró no solo con simpatía, sino que algunos los ajustó a su propia Constitución”.
En la página del Congreso español se reconoce la influencia de la Constitución mexicana en la española de 1931, en la que “ya constitucionaliza los llamados derechos fundamentales de la tercera generación o derechos sociales y económicos”.
Y las reformas agraria y educativa serían una de las prioridades del gobierno republicano.
Así, por ejemplo, el laicismo es uno de los principios políticos que inspiran la Constitución republicana, que también establece que “la riqueza está subordinada a los intereses de la economía nacional, constitucionalizando el Estado interventor y social que podía expropiar en base a un supremo interés social”.
Con la sublevación militar de julio de 1936 y la posterior Guerra Civil, de nuevo las posiciones en América Latina variaron mucho.
México hizo una acérrima defensa del gobierno de la República, mientras que otros países de la región, como Argentina o Brasil, se colocaron rápidamente al lado de los sublevados.
“México tuvo una actitud muy clara y sencilla con el gobierno republicano en 1936: defender a la República porque era un Estado constituido democráticamente”, le dijo a BBC Mundo Alberto Enríquez, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, para otro reportaje sobre la figura de Manuel Azaña, el último presidente de la República española.
Al estallar el conflicto en 1936, las democracias occidentales optaron en la Sociedad de Naciones (precursora de la ONU) por el Pacto de No Intervención, lo que en la práctica significaba dar la espalda a la República, algo a lo que México se negó.
“México se manifiesta en favor de la República en todos los foros internacionales en los cuales participaba, desde la Sociedad de Naciones a otros en América Latina, (donde) también fue un defensor acérrimo de los gobiernos legítimamente constituidos y (se posicionó) en contra de los golpes militares”, dice también Lida.
Ese apoyo que comenzó en términos diplomáticos, también se dio en términos materiales.
“Dentro de las limitadas posibilidades de un México que no tenía grandes recursos”, el país envió alimentos, medicamentos y las pocas armas que tenía al bando republicano, explica la historiadora.
Como anécdota del apoyo del gobierno de México a la República, durante la conmemoración de la Independencia en el Zócalo en 1936, el entonces presidente Lázaro Cárdenas, durante el tradicional grito que normalmente es “¡Viva México!”, agregó un “¡Viva la República Española!”.
México, además, fue el único país de la región que nunca llegó a reconocer la legitimidad del gobierno de Franco.
Una de las principales consecuencias para América Latina de la victoria de los sublevados en la Guerra Civil fue la llegada de exiliados republicanos.
México, con 20.000,fue el país de la región que más refugiados republicanos acogió. Chile, Cuba, Venezuela, Colombia y Argentina recibieron cerca de 2.000 cada uno.
Los exiliados llegaron a otros países, sobre todo a Francia, pero también a la Unión Soviética y a Reino Unido.
Pero México dio una especial protección a los refugiados españoles.
De hecho, el embajador mexicano en Francia, Luis I. Rodríguez, fue el encargado de proteger a Manuel Azaña, quien había cruzado la frontera francesa a pie en 1939.
El último presidente de la República española murió por sus problemas de salud el 3 de noviembre de 1940 en una habitación del Hotel du Midi de la ciudad de Montauban, en el suroeste de Francia.
El cuarto, al haber sido alquilado por la embajada mexicana, era considerado territorio mexicano.
Y durante su funeral, su féretro fue cubierto por la bandera mexicana.
“Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio, para los republicanos, una esperanza y para ustedes, una dolorosa lección”, le contestó el embajador Rodríguez al prefecto de Montauban, según relata en sus diarios de la época, editados por el Colegio de México en 2000.
Desde Francia también partirían algunos barcos de vapor rumbo a México con miles de refugiados españoles a bordo.
“México hizo un gran esfuerzo por apoyar a los republicanos desplazados y amenazados por el golpe militar”, explica Lida. “Se generó una clara política de apertura al exilio español”.
En Argentina no hubo ese apoyo oficial como en México, aunque también llegó un exilio académico intelectual que en los primeros años se fue insertando también en las universidades argentinas.
Pero en el caso de México, el país había salido de una revolución y eso significaba que se estaba reconstruyendo poco a poco en muchos niveles.
Uno de los niveles era el académico y educativo, y en ese sentido el país norteamericano se benefició con la llegada de intelectuales españoles.
Las universidades mexicanas, como el Instituto Politécnico Nacional y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se nutrieron con esos intelectuales.
“Hubo muchos intelectuales y artistas españoles exiliados que se pudieron insertar en el mundo laboral mexicano, académico, universitario… y dejaron una huella de lo que sabían, de lo que traían de bagaje intelectual y profesional”, dice Lida.
Algunos de ellos fundaron prestigiosas instituciones como la Casa de México en España, que actualmente es el Colegio de México, y el Ateneo Español de México.
Los exiliados también fundaron escuelas, algunas de las cuales siguen funcionando, como los reconocidos Colegio Madrid y el Instituto Luis Vives.
Con todo ello, y de alguna forma, la República siguió viva en México.