La diva apodada la "Venus de Bronce" se transformó en una heroína de la Segunda Guerra Mundial y luego en una activista por los derechos civiles.
Este 30 de noviembre, Josephine Baker será honrada con un memorial y una placa en el Panteón de París, donde descansan las máximas glorias de la cultura francesa, desde Voltaire y Victor Hugo, hasta Marie Curie y Jean-Jacques Rousseau.
Baker será la sexta mujer en recibir este honor, y la única negra.
¿Cómo llegó esta bailarina exótica, originaria de Estados Unidos y famosa por sus provocativos espectáculos en los que aparecía prácticamente desnuda, a estar entre los cerca de 80 héroes nacionales más respetados de Francia?
Pues Freda Josephine MacDonald -su nombre original- no solo se convirtió en uno de los íconos culturales más famosos de la primera mitad del siglo XX.
Además, esta diva, apodada la “Venus de Bronce”, se transformó en una heroína de la Segunda Guerra Mundial y luego en una activista por los derechos civiles.
En el camino, Baker rompió todo tipo de barreras, desde culturales hasta raciales.
Nació en St. Louis, Misuri, el 3 de junio de 1906 y tuvo una infancia muy dura.
Su padre, que tocaba el tambor en bares honky-tonk abandonó a la familia, y su madre, que era mitad negra y mitad apalache, trabajó como lavandera para poder mantener a sus hijos.
La pequeña Josephine empezó a trabajar a los 8 años y sufrió maltrato. Para los 14 años ya se había casado y separado dos veces, y fue su segundo marido de quien obtuvo el apellido Baker.
Durante su adolescencia, fue tan pobre que vivía en las calles y dependía de restos de basura para alimentarse.
Una vez contó que empezó a bailar para mantenerse abrigada en las frías calles de St. Louis.
Pero su talento y carisma le permitieron unirse a un grupo de vodevil y luego a una compañía de bailarinas, The Dixie Steppers, que en 1919 la llevaron a mudarse a Nueva York.
Fue en la Gran Manzana donde la descubrió un reclutador de talentos que buscaba artistas para actuar en un revolucionario espectáculo de revista, el primero formado exclusivamente por personas negras, en París.
Con la promesa de recibir US$1.000 al mes, Baker viajó a Francia donde su vida cambiaría para siempre.
El gran salto a la fama lo dio en abril de 1926, cuando, con 19 años, se presentó en el mítico Folies Bergère.
Allí sorprendió al público con un espectáculo muy diferente al que solía presentar el cabaré parisino: el Danse Sauvage (“Danza salvaje”).
Baker, vistiendo solamente perlas, un sostén y una falda hecha de bananas incrustadas con piedras brillosas, dejó a todos boquiabiertos con su provocativo baile, en el que meneaba las caderas y cruzaba las piernas al estilo del charlestón.
En su noche de estreno fue ovacionada 12 veces.
El “baile de la banana” la convirtió en una estrella y marcó el inicio de la fascinación de los franceses con la “Venus de Bronce”.
No solo actuó y bailó en el teatro. También protagonizó cuatro películas: “Sirena de los Trópicos” (1927), ZouZou (1934), Princesse Tam Tam (1935) y Fausse Alerte (1940), algo inusitado para una artista negra.
“Como mujer negra, no podría haber logrado lo que hizo si se hubiera quedado en Estados Unidos”, aseguró a la BBC Bennetta Jules-Rosette, directora del Centro de Investigación de Estudios Africanos y Afroestadounidenses de la Universidad de California y autora de la biografía “Josephine Baker en el arte y la vida: el ícono y la imagen”.
“Mientras ella filmaba en Francia, tenías a artistas como Hattie McDaniel interpretando a sirvientas en ‘Lo que el viento se llevó'”, observó durante una entrevista con la periodista y autora Joanne Griffith.
Según la biógrafa, lo que distinguía a Baker era que “ella nunca pensaba que algo fuera imposible”.
“Podía hacer cosas que consideraríamos antes de su tiempo, porque nunca pensó que fracasaría”, señaló.
Baker no solo era osada sobre un escenario. También lo era en su vida privada.
Muchos recuerdan a la diva, que se convirtió en un ícono de la moda, paseando por las calles de la capital francesa con su inusual mascota: una chita.
En sus vestuarios también tenía otros animales salvajes, como loros y hasta una boa.
No tenía miedo de adoptar y subvertir muchos de los estereotipos que los franceses tenían con las personas negras, a las que asociaban indefectiblemente con la cultura africana.
Pero cuando más mostraba su valentía Baker era a la hora de enfrentarse a las políticas segregacionistas de la época.
La artista insistía en que sus espectáculos fueran abiertos a todo público y durante sus varias giras por EE.UU. rechazó actuar en lugares que no permitían el ingreso del público negro.
Según Jules-Rosette, fue la primera en romper la segregación racial en Las Vegas, incluso antes que artistas como Frank Sinatra y Sammy Davis Jr.
Pero ni su fama la hizo inmune al racismo en su país de origen: algunos hoteles y restaurantes se rehusaron a recibirla, y en 1951 se sumó a una lista de personas no gratas del gobierno y del Buró Federal de Investigaciones (FBI) por haber denunciado por racismo al dueño del Stork Club de Nueva York.
Fue otra muestra de su osadía la que se ganaría el corazón y el respeto de los franceses, y llevaría a que ahora se la honre con un lugar en el prestigioso Panteón de París.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Baker dejó de lado la actuación y los exóticos vestuarios que la hicieron famosa para hacer algo que pocas estrellas e íconos de la moda harían: calzarse un uniforme.
Durante el largo conflicto, se desempeñó como subteniente en el Auxiliar de Mujeres de la Fuerza Aérea francesa.
Pero, más valiente aún, aprovechó su fama para espiar para los Aliados.
Usando sus contactos e invitaciones a fiestas en embajadas, obtuvo información sobre los movimientos de las tropas enemigas que logró transmitir primero a las autoridades francesas y -tras la caída de Francia en manos nazis- a la Resistencia, utilizando tinta invisible en sus partituras.
Por sus contribuciones, fue condecorada por Charles de Gaulle con la Legión de Honor y la Medalla de la Resistencia.
Otra faceta que muchos celebran de Baker fue la de activista por los derechos civiles.
En 1963, tras lograr volver a pisar suelo estadounidense con la ayuda del entonces fiscal general Robert Kennedy, participó de la famosa Marcha en Washington, junto con el líder del movimiento por los derechos civiles Martin Luther King, quien dio su recordado discurso “Yo tengo un sueño”.
Vestida con su uniforme militar francés, Baker fue la única mujer que se dirigió a la audiencia.
“Ustedes saben que siempre he tomado el camino rocoso”, dijo a la multitud.
“Nunca tomé el fácil. Pero a medida que envejezco, y como sabía que tenía el poder y la fuerza, tomé ese camino rocoso y traté de suavizarlo un poco”, señaló.
“Quería hacerlo más fácil para ustedes. Quiero que tengan la oportunidad de tener lo que tuve yo”, afirmó, en referencia al éxito que tenía en Francia.
Baker no solo habló y actuó contra la discriminación racial y religiosa. También predicó con el ejemplo: en 1937 se convirtió al judaísmo para contraer matrimonio con el industrial blanco Jean Lion, a través de quien obtuvo la ciudadanía francesa.
El matrimonio duró un año. Una década más tarde volvió a casarse con otro hombre blanco: Joe Bouillon, con quien adoptó 9 niños de distintas nacionalidades y razas, para formar lo que llamó su “Tribu Arcoiris“.
Incluso tras divorciarse de Bouillon, en 1957, sumó a otros tres niños a su “tribu”, a quienes terminó manteniendo sola.
La artista, que había llegado a ser la mujer negra más rica del mundo, terminó en la bancarrota y pasó sus últimos años en Mónaco gracias al apoyo que recibió de otra estrella estadounidense: Grace Kelly, entonces convertida en princesa de ese pequeño estado europeo.
Cuando falleció en 1975, a causa de un derrame cerebral, fue enterrada en ese principado, aunque recibió honores militares durante su funeral en Francia.
Claude Bouillon-Baker, uno de sus hijos, le contó a la agencia AFP que la estrella seguirá enterrada en Mónaco, y que el martes será honrada en el Panteón de forma simbólica, con un memorial y una placa.