Las afectadas por Clorosis eran predominantemente chicas adolescentes o jóvenes lánguidas.
En el siglo XVII Jan Steen (1626-1679) y muchos otros pintores holandeses, como Gabriel Metsu y Samuel van Hoogstraten, documentaron una interesante epidemia de mal de amores en los Países Bajos.
Y no fueron los únicos.
En esa época y otras, además de los pintores, escritores, poetas y dramaturgos le dedicaron más pintura y tinta a ese padecimiento que los doctores a encontrar su cura.
Quizás por la misma razón: las afectadas eran predominantemente chicas adolescentes o jóvenes lánguidas; el material del que estaban hechos los sueños para los primeros eran irrelevantes para los segundos.
Las afligía lo que el médico alemán Johannes Lange llamó en 1554 Morbo virgineo o la “enfermedad de las vírgenes”.
Los síntomas eran varios y a menudo vagos.
Incluían una apariencia “pálida, como sin sangre”, aversión a la comida (especialmente a la carne), dificultad para respirar, palpitaciones, cambios de humor, fatiga, apatía y tobillos hinchados…
El remedio, para Lange, era “vivir con hombres y copular. Si conciben, se recuperarán“.
La enfermedad recibió muchos otros nombres, como febris amatoria o “fiebre amorosa” hasta que Jean Varandal, profesor de Medicina en Montpellier, acuñó el término “clorosis” en 1619.
Lo que hizo fue elegir una palabra para designar una condición que ya había sido mencionada en tratados hipocráticos de los siglos IV y V a.C.
Clorosis, de la antigua palabra griega cloros, significa “amarillo verdoso” o “verde pálido”, y es que, según decían, la piel de las chicas adquiría visos verdes, aunque -según expertos modernos- eso es debatible.
“Posiblemente muchos vieron verdor porque creían que debían hacerlo”, señaló Irvine Loudon, de la Universidad de Oxford, en un artículo publicado en el British Medical Journal.
Añadió que el apodo de “enfermedad verde” podría deberse a que las mujeres involucradas eran metafóricamente verdes (es decir, sin experiencia).
Lo que sí se sabe es que fue clasificada como una enfermedad histérica, luego nerviosa, y, además de nombres, con el transcurso de los siglos se fueron agregando síntomas, notablemente la amenorrea, así como tratamientos, como sangrías, hidroterapia, ferroterapia.
Pero los remedios claves eran los que las hacían comportarse como “le correspondía a una mujer”: aunque la recomendación era el coito, no estamos hablando de sexo libre, sino de matrimonio y concepción.
¡Ah, y ojo con la educación! Altamente contraindicada para las afligidas.
La clorosis es un enigma en la historia de la medicina.
Afloraba y se apaciguaba aparentemente sin ton ni son, hasta que su frecuencia alcanzó su punto máximo a principios del XIX.
Para darte una idea, en el registro de enfermedades de los atendidos en el Dispensario de Finsbury, Londres, del 20 de marzo al 20 de abril de 1800, el trastorno “clorosis y amenorrea” es el segundo más común, después de “problemas pulmonares sin fiebre”.
En la década de 1890, el 16% de las admisiones en el Hospital San Bartolomeo de Londres era por esa causa.
Luego, sin una explicación clara, decayó precipitadamente; y, a principios del siglo XX, desapareció, pero dejó un fantasma inquisitivo.
¿Será porque se desviaron los síntomas a un diagnóstico diferente?
¿O porque los tratamientos se volvieron más efectivos al enfocarse en la dieta en lugar de la virginidad?
¿O por alguna razón dejaron los médicos de diagnosticarla cada vez que atendían a mujeres jóvenes?
Hay varias hipótesis que intentan explicar su desaparición, generalmente en la línea de mejoras en la dieta y las condiciones de vida.
Hubo médicos que la relacionaron con la riqueza, e indicaron que las costumbres sociales generalizadas entre las mujeres de clases altas, como usar corsés ajustados y llevar una vida sedentaria con poca exposición a la luz solar y al ejercicio, predisponían a la clorosis.
Otros sostuvieron que esta enfermedad era más común en chicas con exceso de trabajo y mal alimentadas en grandes concentraciones urbanas.
Hay historiadores médicos que sostenían que realmente no existía y era simplemente una forma de anemia por deficiencia de hierro.
Otros afirman su realidad histórica y otros más proponen que era una enfermedad psicosocial similar a la anorexia nerviosa.
Sin embargo, como comentó el hematólogo pionero Leslie John Witts en 1969, “uno se queda con la inquietante sensación de que el misterio de la clorosis, como el de Edwin Drood (novela de Charles Dickens), sigue sin resolverse“.
Hoy en día el término “clorosis” se sigue usando, pero para las plantas que sufren de deficiencia de hierro, y la enfermedad se manifiesta como una pérdida del color verde.
Y también se sigue usando el término “enfermedad verde”, una forma de llamar la anemia hipocrómica, en la que los glóbulos rojos tienen menos color de lo normal al examinarlos bajo un microscopio.
Su causa más común es la insuficiencia de hierro en el cuerpo, y sus síntomas, sospechosamente similares a los de esa enfermedad que durante siglos se pensó que era cosa de mujeres nerviosas.