Al son de acordeones y trompetas, la balada "En preparación", que canta Gerardo Ortiz, nacido en California (Estados Unidos), podría confundirse con una alegre polca. Pero sus letras son escalofriantes y brutales.
“Si no sirves pa’ matar”, grita Ortiz, “sirves para que te maten”.
La canción continúa describiendo a un pistolero listo para el combate con una querencia por las camionetas y por su AK-47, y al que se conoce con un nombre en clave “respetado”: M1.
El hombre al que se refiere no es un personaje de ficción. “M1” era el nombre en clave de un notorio narcotraficante del cartel de Sinaloa, Manuel Torres Félix, alias “el Loco”, quien murió en un tiroteo con soldados mexicanos en 2012.
Puede que M1 esté muerto, pero su infamia y la de otros pandilleros del pasado y del presente, sigue viva en los narcocorridos, que se pueden escuchar en todas partes, desde ferias de pueblos pequeños hasta clubes nocturnos en todo México.
Esta música se basa en una profunda tradición que se remonta a la Revolución Mexicana, pero con un lenguaje y una acción cuyo espíritu sale directamente de los titulares actuales de la prensa.
No es de extrañar, entonces, que en medio de la sombría realidad que hay detrás de la larga y, por ahora, perdida batalla contra la violencia de los carteles, este género musical divida las opiniones de los oyentes en México, así como en las nuevas audiencias al norte de la frontera.
Aunque el estilo de los narcorridos se remonta, al menos, a principios del siglo pasado, el género se hizo popular por primera vez en Estados Unidos en la década de los 80 y allí ha menudo se ha comparado con la tradición del rap sobre gánsteres.
El primer impulso que tuvo en Estados Unidos se debió en gran parte a Chalino Sánchez, un migrante mexicano al que aún se conoce popularmente como “el rey de los narcocorridos”.
En muchos sentidos, la vida de Sánchez fue tan violenta como los temas de su música.
En 1992 escapó de la muerte por poco luego de recibir dos disparos en un tiroteo durante un concierto en California. A los cuatro meses, lo secuestraron y finalmente lo mataron pocas horas después de recibir una nota amenazante mientras estaba en el escenario de un concierto en México.
En las décadas posteriores a su muerte, el género que popularizó ha seguido siendo un atractivo para muchos mexicanos y mexicoestadounidenses que viven en Estados Unidos, donde tiene un público entregado.
“Me gusta que la música cuente historias reales de personas reales”, cuenta Alex Fernández, un estadounidense de primera generación que vive en el sur de California, a pocos kilómetros de la frontera con México. “A la gente le gustan las películas policiacas o el rap de gánsteres. Es lo mismo”.
Es difícil conseguir cifras fiables de oyentes de narcocorridos en los Estados Unidos, pero la audiencia potencial es de millones de personas. La “música regional” mexicana, el amplio género en el que se enmarcan los corridos, es el formato de interpretación más fuerte entre los consumidores hispanos de la radio, según Nielsen.
La audiencia entre los oyentes en plataformas en línea es potencialmente aún mayor. Spotify señala que el volumen de reproducciones del género ha aumentado mucho más del doble desde 2019 para alcanzar los 5.600 millones, el 21% de los cuales proviene de Estados Unidos.
Fernández detalla que entre las canciones que actualmente están en su lista de reproducción de corridos se encuentra “30 blindadas”, una canción sobre un convoy de camionetas que trabaja a instancias del cartel de Sinaloa de México.
Otra canción, “Soy el Ratón”, se canta desde la perspectiva de Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, cuyo arresto en enero provocó una serie de feroces tiroteos y decenas de muertos.
“No conozco el miedo”, reza la canción. “Un Guzmán no puede ser intimidado, especialmente por el gobierno”.
El contenido de este género suele estar inspirado en personas y eventos reales, y ha provocado que recientemente se prohiba su emisión por radio o algunas presentaciones en vivo en algunas partes de México y en eventos que se consideran potencialmente relacionados con el narcotráfico.
En noviembre, los organizadores de un festival ganadero de una semana de duración en el estado mexicano de Sinaloa, plagado de violencia, anunciaron que los corridos estaban prohibidos porque promueven el derramamiento de sangre.
Pero para muchos oyentes estadounidenses, el contenido de la música, que a menudo se retrata a los narcotraficantes como figuras parecidas a Robin Hood que se oponen al gobierno, es parte del atractivo.
Su popularidad en Estados Unidos es directamente comparable con el auge del rap de gánsteres a mediados de la década de los 80, según Rafael Acosta, profesor de la Universidad de Kansas que ha estudiado el género de los narcocorridos.
“El rap de gángsters se ha naturalizado en la cultura masiva, y no es muy diferente en su función y estilo”, señala.
Los narcocorridos cuentan las historias de “personas que se sienten, muchas veces con razón, que son desatendidas por los aparatos estatales y económicos, y buscan posibilidades de rebelión y avance socioeconómico”, comenta el profesor Acosta.
Y los compara con las películas y canciones sobre gánsteres italianos de principios del siglo XX o con los forajidos que traficaban alcohol ilegal durante la prohibición de la década de los años 20.
Pero los críticos que denuncian el género señalan su relación con incidentes violentos de la vida real y la relación percibida entre los músicos y los delincuentes.
Más de una docena de cantantes de narcocorridos han sido asesinados en México en los últimos años, mientras que otros han sido acusados por las autoridades de estar involucrados en delitos.
La naturaleza violenta de la música es un tema “complicado”, incluso para los fanáticos, remarca el profesor Acosta.
Para algunos, incluso hay señales de la fatiga que ha generado la violencia asociada a las drogas en México. Y esto ha hecho que algunos fanáticos se alejen de la música.
Howard Campbell, profesor de la Universidad de Texas en El Paso, investiga el narcotráfico y la cultura de la frontera entre Estados Unidos y México, y descubrió que la popularidad de la música en la región ha disminuido.
Esta tendencia se debe en parte al hecho de que muchos en El Paso se han cansado de las imágenes de una guerra contra las drogas que se ha cobrado miles de vidas al otro lado de la frontera, argumenta.
“¿Cuántas veces puedes mostrar los mismos videos de narcos, de gente bebiendo champaña con mujeres y armas? En cierto punto se vuelve rancio y empieza a perder sus aspectos chic y cool. La realidad es que es una situación horrible”.
“Es algo que nunca desaparecerá por completo”, prosigue. “Pero no creo que recupere la trascendencia que alguna vez tuvo”.