En todo el mundo, científicos se internan en hábitats de animales salvajes para estudiar los virus que circulan por sus cuerpos.
Gobiernos e instituciones destinan millones de dólares a esta investigación con la que intentan predecir cuál será el próximo patógeno con el potencial de provocar una pandemia.
El origen del SARS-CoV-2 no se ha esclarecido, pero la evidencia científica sigue apuntando a la teoría del derrame, o spillover en inglés, en que un virus animal consiguió saltar al humano y propagarse sin control.
La mayoría de patógenos proviene de animales y la teoría del derrame es base de múltiples investigaciones de vigilancia y prevención.
Pero para el científico Gregory Gray, destinar tantos recursos a esta idea es como “buscar una aguja en un pajar”.
“Los derrames ocurren todo el tiempo y muy pocos logran convertirse en pandemia”, le dice a BBC Mundo este epidemiólogo de la Universidad de Texas en Estados Unidos.
Gray y otros expertos proponen una forma alternativa de vigilar y prevenir pandemias. Una que desafía en cierto modo cómo pensamos en sus orígenes y cómo las afrontamos.
Estos científicos parten de que investigar miles de virus animales es costoso y muchas veces ineficiente.
“Interesante desde un punto de vista científico, pero realmente no creo que podamos predecir cuáles se convertirán en pandemias”, le dice a BBC Mundo el biólogo Stephen Goldstein, de la Universidad de Utah en Estados Unidos.
Goldstein, como Gray, insiste en que los derrames se producen todo el tiempo.
“Pero la mayoría no pasa del primer receptor”, explica Goldstein.
Esto es porque aunque un virus sea capaz de adaptarse a un humano, suele tomar tiempo -muchas veces años- y otros múltiples derrames para que surja una variante que se propague con eficiencia y se transforme en pandemia.
Y es en este espacio de tiempo donde estos científicos recomiendan enfocarse.
“Si vigilamos y estudiamos a personas en contacto frecuente con animales, como trabajadores de la agricultura o comerciantes de animales vivos, especialmente cuando enferman, podríamos identificar los agentes que les están enfermando”, pone como ejemplo Goldstein.
“En lugar de buscar miles de virus en animales, aquí miramos lo que ya se está derramando. Nos acerca a los virus preocupantes porque ya sabríamos que pueden infectar personas”, complementa.
“Es la base de nuestro argumento. Reducir datos y detectar patógenos en sus primeros estadíos que ya han causado enfermedad. A partir de aquí podemos medidas de intervención contra los más amenazantes”, dice Gray.
No hay muchos estudios que en las últimas décadas hayan buscado derrames dentro de personas para determinar qué tan comunes son.
Y cuando a las salas de emergencia llegan pacientes con neumonías misteriosas, los doctores buscan patógenos conocidos. No pueden detectar virus que no han sido descubiertos.
Es el tipo de casos que estos científicos piden estudiar más.
A través de una videoconferencia, Gray muestra en un gráfico los virus que han provocado más muertes en el último siglo. La mayoría son respiratorios.
La gripe española en 1918, el SARS de 2003, la influenza H1N1 de 2009 y el SARS-Cov-2 de 2020 son algunos de estos ejemplos.
Por ello, Gray piensa que el cerco sobre los virus más amenazantes puede estrecharse si enfocamos más investigación en los respiratorios.
“Estos se propagan muchas veces sin síntomas y no podemos controlarlos muy bien. Se transmiten antes de que podamos aislar a los pacientes”, dice el experto.
“Cuando la vigilancia de la interfaz humana-animal no es posible, una opción eficiente es vigilar nuevos virus respiratorios en pacientes con neumonía en regiones de contacto frecuente con animales. Si se descubren, puede evaluarse su riesgo humano y, si se indica, iniciar las estrategias de mitigación”, defiende Gray en un estudio.
Gray argumenta que el estudio extenso de animales no fue capaz de prevenir la pandemia de covid-19. Tampoco la de influenza A de 2009.
Cuando surgieron las variantes que se propagaron por el mundo ya era tarde.
Pero hay estudios que sugieren que, en el caso del SARS-CoV-2, este pudo haber esperado durante décadas en el cuerpo de algún animal antes de que surgiera la variante fatal.
Una investigación publicada en la revista Nature en 2020 sugiere que el linaje que dio origen al SARS-CoV-2 pudo haber estado circulando desapercibido entre murciélagos desde alrededor de 1969.
“De ser así, este tomó mucho tiempo en ser altamente transmisible en humanos“, dice Gray.
“Algunos virólogos dirían que entre los miles de coronavirus, parece que unos pocos se derraman a humanos, pero si vigilamos a humanos expuestos a animales y damos con nuevos virus, basándonos en su evolución biológica podemos hacer algo antes de que nos atropelle en los departamentos de emergencia”, insiste el experto.
Gray reconoce que la teoría por la que apuesta conlleva riesgos.
“Si ponemos todos los recursos en los virus de tipo de respiratorios, podríamos ignorar otras amenazas. Es por ello que también abogamos por desarrollar otras tecnologías como la secuenciación paralela masiva“, explica.
David Heymann, epidemiólogo de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, concuerda en que las bases de datos creadas a raíz del estudio de virus animales no son muy efectivas a la hora de predecir pandemias.
Pero apunta que si “un nuevo virus emerge, puedes comparar su secuencia con esta base de datos, identificar qué animales portan este virus y quizás hacer una lista de animales donde pudo haberse originado”, le explica Heymann a BBC Mundo.
Goldstein, de la Universidad de Utah, también advierte sobre los retos que tiene la teoría que defiende si se implementara más.
“Sigues necesitando recursos, es caro y requiere logística y coordinación global. E incluso si identificas virus que se están derramando, decidir qué hacer al respecto no es tan fácil”, comenta.
Al fin y al cabo requeriría fabricar vacunas para infecciones cuyo alcance sigue siendo hipotético.
“Para hacer vacunas necesitas ensayos clínicos humanos y es un desafío realizarlos para virus que, aunque preocupen, no han causado epidemias”, dice Goldstein.
Por otro lado, Konstans Wells, biocientífico de la Universidad de Swansea en Reino Unido, advierte que es igual de importante evaluar cómo distintos comportamientos humanos e interacciones entre humanos y animales contribuyen a infecciones de virus de origen animal en diferentes contextos.
“Por ejemplo, turistas o poblaciones urbanas pueden exponerse a murciélagos de forma diferente a cazadores o recolectores de guanos. Sigue siendo relevante ver cómo estas variaciones de ambientes e interacciones afectan la circulación del virus”, explica.
Sin desmerecer que se hagan esfuerzos para enfocar la investigación en los virus más amenazantes, Wells recuerda la complejidad de estas interacciones.
Piensa que es “igualmente importante trabajar en identificar los llamados ‘puntos ciegos’: especies y ambientes desconocidos que pueden facilitar los derrames de patógenos”.
Resume que cualquier emergencia de patógenos “necesita ser evaluada desde muchas perspectivas distintas”.