Mucho antes de que el Drácula literario de Bram Stoker desencadenara una obsesión mundial con los vampiros, un príncipe con un lujoso bigote se labró una temible reputación repeliendo las sucesivas oleadas de invasores otomanos.
Se llamaba Vlad III Drácula (Draculea, en rumano), y ese último nombre, en su época, no provocaba ningún escalofrío.
Se lo había dado su padre, quien era miembro de la Orden del Dragón, una orden de caballería monárquica solo para príncipes y aristócratas fundada en 1408 para defender la Santa Cruz y a luchar contra los enemigos de la Iglesia católica.
Drácula sencillamente significaba “hijo del dragón”.
Fue más bien el apodo que recibió posmortem, Vlad el Empalador, el que evocaba, y sigue evocando, como pocos en la historia europea el peso de leyenda y brutalidad como la de este príncipe de Valaquia (en la actual Rumania).
Drácula era famoso en todo el continente por la variedad de métodos de los que se valía para ejecutar a sus prisioneros, que iban desde la decapitación hasta las de hervilos o enterrarlos vivos.
Pero el que le dio el sobrenombre fue su forma predilecta de ejecución: el empalamiento.
Una estaca de madera era clavada cuidadosamente entre las nalgas de la víctima, emergiendo justo debajo de los hombros.
El cruel método dejaba intactos todos los órganos vitales, de manera que el inmolado pasaba al menos 48 horas retorciéndose de sufrimiento inimaginable antes de morir.
Para ser justos, aquello de ensartar a los enemigos derrotados no era inusual en la Europa medieval.
Se dice, por ejemplo, que su primo hermano, Ştefan cel Mare (Esteban el Grande), “empaló por el ombligo, en diagonal, uno encima del otro” a 2.300 prisioneros turcos en 1473… y fue adorado como santo desde poco después de su muerte, y canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rumana en 1992.
Sin embargo, la magnitud de una matanza orquestrada por Drácula una década antes que la de Esteban el Grande fue tan épica, incluso para los estándares de su época, que le aseguró un lugar en la posteridad.
El historiador y autor Richard Sugg contó más detalles en la revista BBC HistoryExtra.
El hombre que se convertiría en Vlad el Empalador nació en 1431, el segundo hijo del noble Vlad II Dracul, en el corazón de la región rumana de Transilvania.
Creció en un mundo de violenta inestabilidad, en una zona de la Europa cristiana bajo la amenaza continua de la invasión otomana tras la caída de Constantinopla en 1453.
A los 11 años, fue tomado como rehén en el Imperio otomano junto con su hermano Radu para forzar la lealtad de su padre, quien era gobernador de Valaquia.
En 1447, su padre fue asesinado por orden de John Hunyadi, gobernante de Transilvania y una importante figura militar y política en Hungría, quien, ese mismo año, enterró vivo a su hermano mayor, Mircea II.
Drácula se salvó y reinó brevemente sobre Valaquia en el otoño de 1448; luego nuevamente desde abril de 1456 hasta julio de 1462; y finalmente en 1476 hasta su muerte.
La leyenda de Drácula como astuto azote otomano y sanguinario combatiente se selló en junio de 1462.
Después de repetidos intentos fallidos de conquistar al príncipe rebelde, el sultán Mehmed II, cada vez más impaciente, reunió y dirigió personalmente un ejército de 90.000 soldados en Valaquia.
Pero el ímpetu y la moral de ese impresionante asedio sufrió un duro golpe cuando el ejército turco se acercó a la ciudad de Târgoviște y se quedó sin aliento ante una escena infernal.
En un área de aproximadamente un kilómetro y medio, 23.844 cautivos del anterior ejército otomano de Mehmed habían sido empalados en un semicírculo.
Con el calor del verano, el hedor de la muerte era insoportable, excepto para las aves rapaces que se alimentaban de vivos y muertos, o anidaban en cráneos y cadáveres más viejos.
El macabro bosque desmoralizó a las fuerzas de Mehmed, a las que los hombres de Drácula, utilizando disfraces y tácticas de guerrilla, fueron eliminando poco a poco durante meses hasta que finalmente, los sobrevivientes, se retiraron.
Hoy en día, muchas de sus actos de crueldad bien podrían definirse como los de un sociópata de alto funcionamiento.
Además de lo relatado, sacrificaba animales para privar al enemigo de transporte y alimentos, y usaba la guerra biológica alentando a afectados por lepra, sífilis, tuberculosis y la peste “a vestirse al estilo turco y se entremezclarse con los soldados [enemigos]”.
Otros episodios en la esfera privada tienen elementos de malicia puramente patológica.
En un caso, enfurecido por lo que interpretó como una falta de respeto de los embajadores italianos que mantuvieron sus solideos puestos en su presencia, les clavó los gorros en sus cabezas.
En otra ocasión, invitó a masas de ancianos, enfermos, pobres, cojos y ciegos a un gran festín en un comedor de Târgoviște, sólo para encerrarlos y quemarlos vivos.
Más tarde se regocijó en esta “eliminación de los socialmente inferiores”.
Pero ¿era un ‘vampiro’?
No parece haber bebido sangre habitualmente (y había galones fluyendo si así lo deseaba).
Sin embargo, hay un relato que narra cómo, tras quemar todo un suburbio de Transilvania y empalar a los cautivos, se sentó a cenar mientras veía a sus hombres cortarle las extremidades de las víctimas.
Señala que “mojaba su pan en la sangre de las víctimas” ya que “ver correr sangre humana le daba valor”.
Detalles aparentemente fácticos como ese alimentaron la producción y venta masiva de panfletos que difundieron su leyenda después de su muerte.
Pero aunque a menudo se ha pensado que Bram Stoker, quien leyó sobre este príncipe rumano antes de escribir su novela, basó el personaje principal de “Drácula” de 1897 en él, no hay documentación que respalde esa afirmación.
Las notas del escritor para el libro incluyen menciones de “Drácula”, sin embargo, el relato histórico del que se tomaron esas notas menciona sólo el nombre, no los hechos por los que se conocía a su portador.
Probablemente fue a fines de diciembre de 1476, cuando acababa de comenzar su tercera etapa como gobernante, en una escaramuza tanto con las fuerzas turcas como con las de su rival rumano, Basarab III Laiotá.
Un turco fue contratado para hacerse pasar por uno de sus sirvientes y parece haberlo atacado por la espalda. Aunque fue defendido ferozmente por guardaespaldas, finalmente fue asesinado y decapitado.
Los turcos llevaron su cabeza a Constantinopla y la clavaron en alto como un acto final de venganza.
Los monjes locales encontraron su torso en un bosque cerca de Bucarest y lo llevaron a su cripta en el monasterio de la isla de Snagov, honrando su reputación como un gran defensor, casi solitario, de la cristiandad europea.
Los rusos contemporáneos, sin embargo, lo consideraban un hereje dejar el cristianismo ortodoxo por catolicismo romano.
Por todo eso surgió la sospecha de que no descansaría tranquilo en su tumba, y nació una versión temprana de la leyenda del vampiro.
Hay dos ramas aparentemente opuestas:
El tirano sanguinario
Con espeluznantes panfletos sobre sus actos atroces que se convirtieron en éxitos de ventas en los siglos XV y XVI, el Drácula de la vida real ofrece un ejemplo intrigante de un género de terror popular mucho antes de la era de la novela, un tipo de entretenimiento oscuro basado en la realidad y probablemente disfrutado furtivamente.
El héroe nacional
Durante gran parte del siglo XV, casi ningún gobernante de la cristiandad europea estuvo dispuesto a luchar contra sus mayores enemigos políticos y religiosos, los turcos musulmanes.
El formidable imperio otomano había tomado el antiguo lugar sagrado de Constantinopla en 1453 y había sitiado las puertas de Viena en 1529.
Las campañas de Drácula contra Mehmed II fueron en parte el resultado de la posición geográfica de Rumania, y casi con seguridad fueron tan pragmáticas como las muchas batallas que libró y atrocidades que cometió contra cristianos, incluyendo un número de monjes asesinados.
Pero su condición de Salvador de la cristiandad rumana fue formidable y duradera.
Foto principal: Retrato de Vlad III el Empalador, o Drácula (1431-1476), anónimo, siglo XVI.
Retrato de Vlad III el Empalador, o Drácula (1431-1476), anónimo, siglo XVI.
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