A medida que se acercan las fiestas, muchos comienzan a mirar su dieta con más atención para mantener el peso a raya, dado que asumen que, con toda seguridad, se pondrán encima un par de kilos, por los excesos de fin de año.
La atención suele estar enfocada en el consumo de hidratos de carbono, azúcares y grasas, y poca veces en la sal, un mineral que no engorda pero que puede provocar daños en nuestra salud cuando consumimos más de lo que deberíamos.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la ingesta de sal en adultos no debe superar los cinco gramos por día (el equivalente a aproximadamente dos gramos de sodio), para reducir la presión arterial y el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
Reducir la ingesta de sal no es tan difícil como parece, pero antes de ver cómo hacerlo despejemos algunos de los mitos más difundidos sobre el producto más usado en la gastronomía mundial.
Si bien es cierto que al sudar eliminamos cloruro de sodio, la cantidad es muy poca como para que necesitemos ingerir cantidades adicionales de sal.
Si el calor te ha hecho sudar más de lo habitual, es importante beber mucha agua.
Una dieta rica en minerales y otros nutrientes será suficiente para recuperar las sales que has perdido.
En el caso de haber sudado en exceso por haber hecho ejercicio, la situación es un poco diferente, pero todo depende en realidad de cuánto ejercicio hayas hecho.
De acuerdo a la Escuela Médica de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, si eres un trabajador manual que cumple un turno de 8 o 12 horas, puede que pierdas por la transpiración bastante sodio al día y puedas consumir una cantidad superior a la recomendada.
Pero si eres una persona generalmente sedentaria que hace en promedio unos 30 minutos de ejercicio al día, y sigues una dieta típica, lo más probable es que estés de por sí consumiendo demasiada sal, con lo cual no hay ninguna razón para que añadas más en tu dieta.
Esto solo es cierto en un principio, si estás acostumbrado a comer con bastante sal.
Se debe a que las papilas gustativas tardan un tiempo en acostumbrarse.
Sin embargo, una vez que te habitúas a ingerir alimentos menos salados, es posible incluso que disfrutes más de la comida y descubras nuevos sabores que no habías notado antes por culpa del exceso de sal.
Cocinar con menos sal (o sin ella) es además una buena excusa para experimentar con especias conocidas y para atreverte a probar otras que te resulten menos familiares.
En absoluto.
Muchos alimentos ricos en sal pueden no parecerte salados porque pueden tener otros ingredientes como azúcares, que disimulan la sal.
Lo mejor para entender cuánta sal tienen los alimentos es leer el contenido de sodio de las etiquetas y no dejarte llevar simplemente por su sabor.
También debes tener en cuenta de que hay alimentos que pueden contribuir con bastante sal a tu dieta, pero no porque tengan necesariamente mucha, sino porque solemos comerlos en mucha cantidad, explica el Servicio Nacional de Salud Británico (NHS, por sus siglas en inglés) como por ejemplo el pan o los cereales para el desayuno.
No es así.
Según explica la OMS, comer mucha sal puede elevar la presión sanguínea a cualquier edad.
Pero además, si acostumbramos a los niños a no comer con mucha sal, nos aseguramos de que no desarrollen una predilección por los alimentos salados.
El sodio, el elemento clave que se encuentra en la sal, es fundamental para que nuestro organismo funcione de manera correcta.
Pero lo cierto es que, históricamente, la mayor parte de las poblaciones han ingerido más sal de la recomendada.
Es poco probable que reducir la sal afecte tu salud negativamente porque, de hecho, es muy difícil comer poca sal: la mayoría de alimentos que consumimos a diario contienen sal.
Quienes le ponen sal a todo, se llevan las manos a la cabeza cuando escuchan que la cantidad diaria recomendada equivale a un poco menos que una cucharita de té.
Pero si te lo propones, hay muchas cosas que puedes hacer para reducir la ingesta. Estos son algunos consejos que te pueden resultar útiles: