Bernardo Houssay es famoso por ser el primer latinoamericano que ganó un Nobel de Medicina, en 1947. Pero un dato menos conocido es que además fue un niño genio.
Se graduó del colegio a los 13 años, y no de cualquier colegio: del Nacional de Buenos Aires, unas de las instituciones educativas más prestigiosas y exigentes de la capital argentina.
Fue el primero de su familia en estudiar en Argentina: sus padres franceses, que se habían instalado en Buenos Aires en 1886, enviaron a sus tres hijos mayores a estudiar a Francia. No contentos con los resultados, decidieron educar a su cuarto hijo en su nueva ciudad adoptiva.
La familia del premiado médico reveló que, tras recibirse, no pudo cumplir con su anhelo de estudiar Medicina ya que, con solo 14 años, era demasiado joven para anotarse en la carrera.
En vez, se inscribió en la Escuela de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y tardó solo tres años en graduarse.
Recién ahí pudo embarcarse en la carrera de Medicina, recibiéndose como médico a los 23.
Pero incluso antes de terminar sus estudios, Houssay ya había dado sus primeros pasos en las otras dos áreas en las que se destacaría: la docencia y la investigación.
Con solo 21 años, fue designado profesor de Fisiología de la UBA, convirtiéndose en uno de los primeros profesores de esta rama científica en el país.
Dos décadas más tarde, en 1919, dirigiría el Instituto de Fisiología de la UBA, desde donde realizó los trabajos que le dieron fama internacional.
Fue uno de los primeros científicos en entender qué causa la diabetes, un trastorno caracterizado por un nivel demasiado alto de glucosa en la sangre.
Hoy la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera a la enfermedad una pandemia, ya que afecta a más de 420 millones de personas en todo el mundo.
A comienzos del siglo XX ya se sabía que estaba relacionada con la falta de insulina, pero no se entendía qué causaba ese proceso.
En esa época el enfoque científico estaba puesto en cómo crear insulina para ayudar a los pacientes.
En 1921 dos médicos canadienses, Frederick Banting y Charles Best, consiguieron aislar la insulina y junto con otros expertos lograron purificar insulina obtenida de páncreas bovinos. Por esto, obtuvieron el Premio Nobel en 1923.
Ese mismo año, Houssay tuvo acceso a la investigación canadiense y pudo purificar insulina en Buenos Aires, lográndolo incluso antes de que lo hicieran científicos en Europa.
Pero su aporte más grande al tratamiento de la diabetes llegaría después, cuando fue el primero en asociar la enfermedad con la glándula pituitaria, también conocida como hipófisis.
Observó que sus pacientes diabéticos tenían una glándula pituitaria hiperactiva. Fue así como dedujo que las hormonas que produce esta glándula debían ser responsables de regular los niveles de azúcar en sangre.
Experimentando en perros y ranas, entendió cómo interactúan la glándula pituitaria y el páncreas para regular el metabolismo de la glucosa.
Y postuló que equilibrando estas hormonas sería posible controlar la diabetes.
Sus hallazgos le valdrían muchos reconocimientos, el mayor de ellos el Premio Nobel de Medicina, que compartiría en 1947 con una pareja de científicos checoslovacos nacionalizados estadounidenses, Gerty y Carl Cori, quienes también hicieron importantes aportes al tratamiento de la diabetes.
Pero si bien hoy las autoridades argentinas recuerdan con orgullo a su primer Nobel científico -hay varios hospitales, plazas y calles que llevan su nombre- las cosas eran muy distintas en 1947.
Durante esa época regía el peronismo, cuyo líder, Juan Domingo Perón, no ocultaba su simpatía por el fascismo europeo.
Esto lo enfrentaba con Houssay, un abierto defensor de la causa aliada.
Estas diferencias llevaron a que el médico fuera separado de su cargo en la UBA por más de una década. Recién pudo volver a dirigir el Instituto de Fisiología en 1955, cuando Perón fue derrocado a través de un golpe de Estado.
Pero la persecución no hizo que Houssay bajara los brazos. Por el contrario: en 1944 fundó en forma privada el Instituto de Biología y Medicina Experimental (Ibyme), desde donde continuó con su tarea investigativa.
El Ibyme, al mando de Houssay, hizo importantes aportes a la ciencia, y no solo en relación a la diabetes. También en las áreas de endocrinología, nutrición, farmacología, patología experimental, glándulas suprarrenales, páncreas e hipertensión.
Fue también en esta época que Houssay escribió su obra más relevante: “Fisiología humana”, publicada en 1945, que obtuvo reconocimiento mundial.
Pero a pesar de todos los elogios que recibía fuera de Argentina, en su país era un desconocido.
“El gobierno de Perón controlaba a los medios y cuando Houssay ganó el Nobel, la noticia apenas salió en un par de reglones en un diario“, le contó a BBC Mundo la actual directora del Ibyme, la doctora Damasia Becu.
A pesar de que al premiado Houssay le llovían las ofertas de trabajo de otras partes del mundo, siempre se quedó en Argentina. Y no solo eso, fue uno de los principales impulsores de la ciencia local.
No sólo hizo aportes personales. También formó a cientos de discípulos que hicieron que la Fisiología fuera uno de los campos más desarrollados de la medicina argentina.
En tanto, ayudó a muchos otros científicos a desarrollar su carrera. Uno de ellos fue Luis Leloir, el médico y bioquímico argentino que también obtendría un Nobel (en su caso, de Química) en 1970.
Leloir trabajó con Houssay en el Instituto de Fisiología y fue él quien dirigió su tesis doctoral acerca de las glándulas suprarrenales y el metabolismo de los hidratos de carbono, que luego le darían reconocimiento internacional.
Incluso hoy la ciencia argentina sigue cosechando lo que sembró Houssay: el principal “pulmón” científico del país, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), fue fundado por el nobel, quien además fue su primer presidente.
“Houssay fue un gran gestor de la ciencia. Él decía que un investigador debía dedicarse a tiempo completo a investigar y creó, a través del Conicet, la carrera del investigador full time”, cuenta Becu.
Ese, quizás incluso más que su Premio Nobel, es el mayor legado que le dejó a su país.