Cuando la vida compleja emergió en la Tierra, no tenía nada que ver con la que conocemos en la actualidad.
En el sureste de Terranova, una gran isla en la costa noreste de Canadá, existe un conjunto de acantilados accidentados que se elevan imponentemente sobre el mar.
Estas escabrosas rocas se conocen como Mistaken Point (Punto Equivocado, en español), en homenaje a las numerosas embarcaciones que encontraron su muerte prematura en ese lugar, después de que sus marineros “se equivocaran” y lo tomaran por un lugar diferente.
Ahora esta área silvestre e irregular es famosa por otra razón.
El Mistaken Point se encuentra en el centro de un debate alrededor de uno de los mayores misterios de la Tierra: ¿cómo y cuándo evolucionó la vida compleja?
“Si caminas alrededor de estas rocas verás superficies cubiertas literalmente por miles de fósiles“, dice Frankie Dunn, un paleobiólogo de la Universidad de Oxford, en Reino Unido.
Estos fósiles se han conservado por cerca de 570 millones de años, desde el período Ediacárico, cuando una serie de erupciones volcánicas cubrió el fondo marino de cenizas, proporcionando una “imagen” de la vida de ese entonces.
“La forma en que lo describiría es que es como caminar por Pompeya, puedes ver los fantasmas de las criaturas que vivían allí enterradas bajo cenizas volcánicas; es realmente una experiencia increíble”, explica Dunn.
Los fósiles del período Ediacárico divulgaron un momento decisivo en la historia de la Tierra: durante los cuatro mil millones de años anteriores, los océanos habían sido preservados por microbios unicelulares, pero de repente estaban repletos de nueva vida compleja. Y qué vida tan extraña era.
Las criaturas no se parecen en nada a lo que vemos hoy.
Algunos, como los rangeomorfos, tenían forma de helechos frondosos gigantes. Otros tenían aspecto de repollo o arbusto. Muchos parecían sacos sin forma, o almohadas acolchadas y delgadas, mientras que otros se asemejaban a corrales marinos enormes.
“La mayoría de los organismos ediacaranos son de cuerpo blando y un poco esponjosos y húmedos”, afirma Simon Darroch, paleontólogo de la Universidad de Vanderbilt en Tennessee, Estados Unidos.
“La capacidad de formar conchas o esqueletos no evolucionó hasta el final del período Ediacárico”, agrega.
Su formas extrañas y sus planos corporales han desconcertado a los científicos, que han luchado por incluir a estas criaturas en el árbol de la vida.
“En varios momentos de la historia hemos dicho que son esto, o aquello”, dice Darroch.
“En un momento todos eran medusas, y en otro punto se trataba de un reino perdido olvidado de la vida animal que se extinguió. En los últimos 20 años, ha quedado claro que probablemente representaban una gran variedad de organismos y fauna, algunos de los cuales eran animales“.
Lo que sí está claro es que estas criaturas surgieron al menos 40 millones de años antes de la explosión cámbrica, un período hace unos 541 millones de años que vio la aparición repentina de un registro fósil de animales que exhibían partes reconocibles del cuerpo, como aletas, patas, conchas y esqueletos.
La mayoría de los antepasados de los animales modernos se pueden rastrear hasta este punto.
Sin embargo, el mayor misterio que rodea a los organismos ediacaranos es, ¿qué pasó con ellos? En un momento se supone que se estaban propagando por la Tierra. Se han descubierto fósiles de rangeomorfos y de otras especies en lugares de todo el mundo; de Rusia a Australia y de Namibia a China.
Pero de repente desaparecieron del registro fósil, aproximadamente 30 millones de años después de que llegaran.
La clave para descubrir qué pasó podría estar en una colección de fósiles conocidos como el ‘Grupo Nama’ en el sur de Namibia.
Hace unos 560 millones de años, la Tierra se estaba descongelando para salir de una era de hielo, y esta área se inundó con agua glacial, formando un mar poco profundo. Se puede caminar cientos de kilómetros en cualquier dirección y ver marcas de los animales que vivieron allí, sobre la superficie de las rocas.
El sitio es notable porque es uno de los únicos lugares que registra la transición entre el período Ediacárico y el Cámbrico, uno de los tiempos biológicamente más turbulentos en la historia de la Tierra.
En 2013, Darroch encontró vastos campos de lo que parecían ser madrigueras hechas sobre los sedimentos de Nama, posibles señales de que estos animales más jóvenes agitaban el fondo marino en búsqueda de alimentos.
“La mayoría de los ediacaranos eran animales bastante simples: no se movían, ni hacían mucho, y solían vivir cerca de su fuente de alimento: esteras microbianas pegajosas del fondo marino”, describe Darroch.
“Sin embargo, en Namibia desde hace 540 millones de años y a partir de ese momento, hay un aumento constante en la intensidad y diversidad de los diferentes comportamientos de excavación, lo que sugiere que los animales eran más móviles y se volvieron más inteligentes por la forma en que buscaban comida”.
Darroch argumenta que la llegada de estos animales más modernos, de estilo cámbrico, podría haber cambiado el medioambiente de una manera que no les gustaba a los ediacaranos, agitando los sedimentos y perturbando las esteras microbianas, lo que dificultaba la alimentación de los organismos ediacaranos.
De igual forma, algunas de las madrigueras en los sedimentos se veían exactamente como las creadas por las anémonas de mar, animales marinos depredadores. Si estos hubieran estado presentes, seguramente esto habría sido una sentencia de muerte para los seres ediacaranos, que no habrían podido escapar.
Sin embargo, otros científicos han expresado su escepticismo sobre esta teoría.
“Estas formas felizmente coexistieron durante millones de años, y hay evidencia que sugiere que vivían en diferentes partes de los mares de todos modos, por lo que no necesariamente habrían interactuado ecológicamente entre sí”, asegura Rachel Wood, profesora de geociencia de carbonato en la Universidad de Edimburgo, en Reino Unido.
Una idea alternativa que genera un mayor consenso dentro de la comunidad científica es que una caída en los niveles de oxígeno en el océano podría haber causado la primera extinción masiva de la vida en la Tierra, comparable al impacto de los asteroides que aniquilaron a los dinosaurios.
Los geólogos pueden descifrar cómo eran los niveles de oxígeno en el océano hace millones de años. Lo hacen midiendo las cantidades relativas de diferentes tipos de uranio que se encuentran en las rocas sedimentarias formadas en ese momento.
Estas rocas absorben una forma más pesada de uranio cuando están rodeadas de aguas con poco oxígeno, y una forma más ligera cuando los niveles de oxígeno son altos.
Usando este método, los científicos han demostrado que los niveles de oxígeno en el océano fluctuaron mucho durante el período Ediacárico, con niveles que aumentaron justo antes de que aparecieran los primeros animales y disminuyeron justo antes de que desaparecieran.
Un estudio arrojó que el porcentaje del fondo del océano cubierto por agua con poco oxígeno (anóxico) podría haber aumentado a más del 60-70%.
A modo de comparación, la cifra para los océanos modernos es de aproximadamente 0,1%.
“Tenemos evidencia cuantitativa de una expansión global de la anoxia en el océano, que está estrechamente relacionada en términos de tiempo con la desaparición de los animales de Ediacara”, dice Xiao Shuhai, paleobiólogo y geobiólogo de la Universidad Tecnológica de Virginia, en Estados Unidos, quien estuvo involucrado en el estudio.
A medida que las aguas que carecían de oxígeno se deslizaban hacia superficies marinas poco profundas donde estaba floreciendo la primera vida animal, algunas especies habrían podido hacer frente a las nuevas condiciones mejor que otras.
“Muchos animales del periodo Ediacárico eran sésiles, lo que significa que no se movían”, explica Shuhai. “Por lo tanto, si hubo un rápido cambio ambiental, no habrían podido adaptarse y, por consiguiente, habrían sido más susceptibles a la extinción.
“Si eres móvil, como lo eran muchos de los animales del cámbrico, tienes más posibilidades de sobrevivir al mudarte a un oasis de oxígeno, como a pequeños rincones con oxígeno o refugios de oxígeno en aguas poco profundas”.
Lo que sea que haya generado su extinción, la desaparición de los organismos ediacaranos podría haber allanado el camino para la explosión de vida animal del Cámbrico que sucedería más tarde.
“Si observas cualquier período de tiempo geológico, a menudo ves estos eventos de rotación, donde las tasas elevadas de extinción son seguidas por tasas elevadas de especiación; así parece ser cómo progresa la vida”, afirma Rachel Wood de la Universidad de Edimburgo.
“Una vez que las cosas evolucionan en un nicho, tienes que ejercer mucha energía para deshacerte de ellas, así que si algo aparece y elimina esas formas, significa que otras cosas pueden evolucionar para ocupar esos nichos nuevamente”, concluye.