La desconfianza hacia los médicos y el gobierno que alimenta el movimiento antivacunas puede parecer un fenómeno moderno, pero las raíces del activismo actual se plantaron hace más de un siglo.
A fines del siglo XIX, decenas de miles de personas salieron a las calles en oposición a las vacunas obligatorias contra la viruela. Hubo arrestos, multas y algunas personas incluso fueron enviadas a la cárcel.
Se blandieron pancartas que exigían “Revocar las leyes de vacunación, la maldición de nuestra nación” y aseguraban que era “Mejor celda de prisión que bebé envenenado”.
Transcripciones de las leyes odiadas fueron quemadas en las calles y se linchó la efigie del humilde médico rural al que se atribuyó el programa de prevención de la viruela.
En el apogeo de esta pelea, la gente de Leicester, una ciudad en las Midlands -o Tierras Medias- inglesas, afirmó haber encontrado una alternativa a la vacunación, método que los activistas siguen citando hoy.
Las ondas sísmicas que provocó esta tormenta de ira antiestablishment se expandieron mucho más allá de las calles de Leicester y del grupo que las generó, formado hace 150 años.
La viruela, conocida como el “monstruo moteado” debido a sus distintivas erupciones en forma de ampolla, había matado a millones desde la época medieval.
Llegó a ser la principal causa de muerte en Europa, matando a 400.000 personas cada año. En América devastó a tribus nativas, y culturas enteras colapsaron.
Un tercio de los sobrevivientes quedaba ciego. Casi todos los que no morían tenían cicatrices de por vida.
Entonces, ¿por qué una solución barata y aparentemente efectiva -la vacunación- amenazó con desgarrar a la sociedad?
La historia comienza en 1798 cuando el médico de Gloucestershire Edward Jenner probó con éxito que era cierta la creencia tradicional de que inocular con una dosis leve de viruela bovina brindaba protección contra la viruela.
Cinco años más tarde, el descubrimiento de Jenner se estaba utilizando en toda Europa y una década después se había vuelto global.
Pero la oposición fue rápida y salvaje. ¿Por qué?
“Surgió desde una variedad de ángulos: el sanitario, religioso, científico y político“, dijo la historiadora médica Kristin Hussey.
“Algunos sintieron que el método, que usaba material obtenido de las vacas, era insalubre o poco cristiano, ya que usaba materia de criaturas inferiores”.
“Algunos disputaban el hecho de que la viruela se transmitiera de persona a persona. Pero muchos simplemente se opusieron a que se les dijera lo que era bueno para ellos”.
Lo que siguió fue una batalla de 100 años entre las autoridades y un público que a menudo era escéptico y a veces era agresivo.
En Gran Bretaña, una sucesión de leyes hizo que las vacunas fueran gratuitas y luego obligatorias, lo que era respaldado por multas e incluso penas de prisión.
Si bien estallaron disturbios en algunas ciudades, también hubo una oposición más moderada, en forma de ligas contra la vacunación.
Para una población cada vez más alfabetizada, se produjeron panfletos con títulos como “Vacunación: sus falacias y males”, “Vacunación, una maldición” y el adecuadamente gótico: “Horrores de la vacunación”.
Según Hussey, “en términos modernos, fue un momento muy ‘despierto'”.
“La gente hacía preguntas sobre los derechos, especialmente los derechos de la clase trabajadora. Había una sensación de que las clases altas intentaban aprovecharse, un sentimiento de desconfianza”.
“Por primera vez se actuaba sobre un área de la vida privada de las personas: su salud, que no había sido gobernado antes”.
“Y las vacunas no eran tan seguras como lo son ahora: algunas personas se enfermaron gravemente e incluso murieron. Si hubiera estado viva en ese momento, también habría sido cautelosa con las vacunas”.
Los partidarios de la vacunación resaltaban la disminución de las tasas de mortalidad y los brotes menos fuertes de la enfermedad, mientras que los opositores destacaban los brotes continuos y los terribles efectos secundarios de la vacuna, como los abscesos y las infecciones cruzadas.
En ese momento la inmunización todavía estaba en su infancia y el material de la viruela bovina producida naturalmente variaba en calidad.
Es más, tardó décadas darse cuenta de que la vacuna no proporcionaba inmunidad de por vida, mientras que los procedimientos torpes podían provocar infecciones secundarias, como la sífilis, hepatitis y tuberculosis.
La Leicester Anti-Vaccination League (Liga antivacunas de Leicester) se creó en 1869, pero la estrategia que sería elogiada por aquellos que se oponen a la vacunación llegó en 1877, e irónicamente, surgió del propio establecimiento médico.
El médico forense de la ciudad obligaba a que se reportaran los casos de viruela. Luego aislaba al paciente, ponía en cuarentena a la familia y desinfectaba -y a veces quemaba- sus pertenencias.
Originalmente diseñado como algo que se hacía a la par de la vacunación, la Liga lo promovió como una alternativa, y el llamado “método Leicester” se tornó en un desafío creciente.
El escritor científico Jason “El hombre de los gérmenes” Tetro ve fuertes ecos en la controversia de hoy.
“Solemos escuchar que los derechos civiles son un factor importante en los argumentos de los detractores”, dijo. “Sienten que el gobierno está imponiendo demasiadas restricciones a sus libertades al imponer vacunas obligatorias”.
“Esto es similar a lo que se escuchaba en Leicester. Sin embargo, la decisión en ese entonces fue eliminar los derechos individuales por el bien de la población“.
“Esa era la ley. No estoy seguro de cómo se tomaría eso en el mundo de hoy”.
En Leicester, el número de procesados por no vacunarse aumentó de dos en 1869 a 1.154 en 1881 y alrededor de 3.000 en 1884.
Las cifras para la segunda mitad de 1883 mostraban que de 2.281 nacimientos en esa ciudad, solo 707 bebés fueron vacunados.
Los casos judiciales proporcionaron publicidad incendiaria para el movimiento antivacunas.
En marzo de 1884, el local George Bamford testificó ante los magistrados que sus tres hijos mayores habían sido vacunados. Dos habían estado en cama durante días y un tercero había muerto.
Por negarse a vacunar a su cuarto hijo se le ordenó pagar 10 chelines, la mitad del salario semanal promedio, o pasar siete días en prisión.
Las multas se aplicaron ferozmente. En una ocasión, policías que querían cobrarle una multa a un tal Arthur Ward amenazaron a su esposa embarazada con ir a prisión. La discusión la llevó a tener un parto prematuro y el niño nació muerto.
En octubre de 1884, la Junta de Guardianes de Leicester solicitó a las autoridades de Londres que aflojaran con los procesamientos, a la luz del método Leicester.
La solicitud fue rechazada, lo que preparó el escenario para una protesta masiva en la ciudad, en 1885.
Aunque pacífica, la escala de la manifestación sacudió al establishment. Los profesionales médicos temían por la ciudad no vacunada, prediciendo que “una terrible némesis la alcanzaría, en la forma de una epidemia desastrosa”.
La viruela regresó debidamente entre 1892 y 1894. Y el resultado sorprendió a muchos.
Leicester en realidad la sacó bastante barata, con 370 casos -una tasa de 20,5 casos por cada 10.000 habitantes-, resultando en 21 muertes.
Fue una cifra mucho más baja que la de algunas ciudades con buenas tasas de vacunación, como Warrington (125) y Sheffield (144).
Los antivacunación se sentían triunfantes, alegando que se había comprobado la eficacia del método Leicester.
Dice Tetro: “El supuesto éxito maravilloso del método Leicester se basó en el hecho de que utilizó un sistema probado de notificación y cuarentena, en combinación con el beneficio de la hospitalización, cuyo personal sanitario había sido vacunado”.
“En una población pequeña esto puede funcionar, pero a medida que la población crece, este método se vuelve insostenible“, asegura.
“Esto se vio en 1893 cuando la gente tuvo que quedarse en casa en lugar de ser atendida en un hospital durante una epidemia que provocó cientos de infecciones”.
En contraste, en Londres, donde la vacunación era generalizada, hubo éxito en contener la viruela, con 5,5 casos por cada 10.000 personas.
Y algunos lugares con poca vacunación, como Dewsbury (339 casos) y Gloucester (501), fueron gravemente afectados.
Leicester tuvo la mayor proporción de casos -más de dos tercios- en menores de 10 años.
No obstante, los titulares y las protestas, junto con una creciente comprensión de cómo se propagan las enfermedades, dieron lugar a un cambio significativo.
En 1898, una nueva Ley de Vacunación introdujo una cláusula que permite a las personas optar por no vacunarse por razones morales, la primera vez que la “objeción de conciencia” fue reconocida por ley en Reino Unido.
Al año siguiente, la notificación de diversas enfermedades infecciosas, incluida la viruela, se hizo obligatoria. Y aunque la viruela regresó a Reino Unido a principios del siglo XX, nunca supuso la misma amenaza.
A medida que se extendió el uso de vacunas, junto con un saneamiento mejorado, la viruela fue expulsada de Europa y América del Norte.
Un programa de erradicación global de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se lanzó en 1959 y se intensificó en 1967. Además de una muerte vinculada a un laboratorio de Birmingham, el último caso se registró en Somalia, en 1977.
Sin embargo, la oposición a las vacunas, con cuestionamientos sobre su eficiencia y seguridad, continúa. Algunos activistas aun citan el método Leicester como evidencia de que la sociedad puede hacer frente a las enfermedades sin tal intervención.
Las campanas de alarma sonaron recientemente con la noticia de que las vacunas de rutina para menores de cinco años cayeron el año pasado en Reino Unido.
La vacunación obligatoria todavía se debate con amargura. Partes de la profesión médica, como el Colegio Real de Pediatría, creen que sería contraproducente y haría que la gente sospeche más.
A principios de este año, la OMS declaró “las dudas y el rechazo a las vacunas” como una de las 10 principales amenazas para la salud mundial.
Owen Gower, gerente de la Casa Museo de Jenner, reflexionó sobre el legado del médico rural.
“Se han evitado innumerables muertes y la incidencia de las graves cicatrices y ceguera que la enfermedad podría causar, gracias al descubrimiento de Jenner y su determinación de contarle al mundo al respecto”.
“Ahora tenemos la oportunidad de hacer lo mismo con otras enfermedades. Otras vacunas, desarrolladas después de la muerte de Jenner, salvan aproximadamente de dos a tres millones de vidas cada año“.
“El legado de Jenner es un mundo en el que no tenemos que vivir con miedo a terribles enfermedades infecciosas”.