Todo es cuestión de física: energía, inercia y gravedad.
“La vida es como una montaña rusa. Puedes gritar a cada tumbo o levantar los brazos en alto y disfrutar del viaje”… ese es apenas uno de los muchos refranes que aprovechan los altibajos y revueltas que caracterizan esa atracción de feria para reflexionar sobre asuntos de peso.
Aunque, para los verdaderos aficionados, la experiencia de montarse en una es en sí un asunto de mucho peso.
Personas como Robert Niles quien ante la pregunta “Qué es ser entusiasta de montañas rusas” en el sitio online Themes Park Insider contestó:
“Quien cuando habla de ‘su primera vez’ se refiere a montarse a una montaña rusa, no a… bueno, esa otra cosa”.
Un sentimiento incomprensible, por supuesto, para los otros muchos que están en el otro extremo de la escala, aquellos que no están dispuestos a someterse a tal tortura voluntariamente.
Pero, sea cual sea tu bando, ¿alguna vez te has preguntado por qué se llama así en español, portugués, francés e italiano?
Pues resulta que su fecha de nacimiento ha sido fijada en el siglo XVIII, y el lugar, la Rusia que llevó al francés Voltaire a escribir: “Si fuera más joven, me haría ruso”.
La Rusia a la que Voltaire tanto admiraba era aquella que Pedro el Grande había construido a lo largo de su propia vida.
Voltaire era un niño cuando el zar constituyó su flota, viajó de incógnito a Holanda e Inglaterra para aprender sobre el mundo fuera de Rusia y comenzó a construir la ciudad de San Petersburgo en las marismas del Golfo de Finlandia.
“Cuando, hacia el comienzo de nuestro siglo, el zar Pedro sentó las bases de Petersburgo, o más bien de su imperio”, observó Voltaire, “nadie previó el éxito”. Nadie -pensó- podría haber imaginado que las artes y las letras florecerían como lo hicieron, ni que el imperio ruso, “casi desconocido para nosotros hasta entonces, sería civilizado en 50 años”.
Fue en esa Rusia, para entonces ya conocida, y en la joven ciudad de San Petersburgo donde empezó la historia de la emocionante atracción de feria que nos ocupa.
Durante los festivales de invierno, los petersburgueses construían rampas gigantes de madera en plazas públicas y mansiones opulentas, las cubrían con nieve a la que rociaban con agua para formar una gruesa capa de hielo resbaladizo… y se lanzaban, sin titubeos ni frenos.
Una de las grandes fanáticas de la popular diversión era nada menos que Catalina la Grande.
Trepaba las decenas de escalones que la llevaban a la cima y se metía en un trineo ahuecado tallado en hielo, antes de descender por la empinada cuesta con solo un trozo de cuerda para agarrarse.
“Cuando uno ve esas estructuras es absolutamente increíble que pudieran pensar: ‘tirémonos por esa montaña a velocidades vertiginosas sin ningún mecanismo de seguridad que me mantenga en el trineo”, le dijo a la BBC Margee Kerr, autora de “Grito: la ciencia del miedo”.
Pues, teniendo en cuenta que Catalina la Grande tuvo la osadía de organizar un coup d’Etat contra su propio esposo, quizás no debería extrañarnos que le encantara tanto el emocionante desliz.
De hecho, encargó uno propio, y más tarde pidió que le pusieran ruedas al trineo -ya no de hielo- para poder disfrutarlo todo el año… y así nació la primera montaña rusa moderna, con todo y un magnífico pabellón para refrescarse entre emociones, llamado Katalnaya Gorka.
Para mediados del siglo XIX, las montañas de hielo rusas eran tan populares en patios y casas de clase alta que el escritor y editor Robert Sears no las pudo pasar por alto:
“Los trineos están hechos de hielo y, con destreza, modelados en forma de barcos; príncipe y campesino los disfrutan por igual. En cada pueblo y aldea, esos resbaladizos declives están llenos de jóvenes y doncellas bajando por ellos con la rapidez de las flechas“.
Pero fueron los soldados franceses que visitaban la ciudad durante las guerras napoleónicas quienes exportaron la idea.
Les gustaron tanto las montañas de hielo rusas que hablaron de ellas de vuelta en casa, y en 1812 se construyó la primera montaña rusa con carros fijados a los rieles en Belleville, Francia.
Las llamaron: “Les Montagnes Russes” o “Las montañas rusas”.
Pero fue en Estados Unidos donde se volvieron tan populares.
“En EE.UU. empezaron a volverse populares con la invención del carrito eléctrico diseñado para transportar carbón y material industrial de un lugar a otro, que viajaban sobre rieles”, cuenta la socióloga Kerr.
“Los operadores se dieron cuenta que podían sacarles dinero si le vendían boletos a la gente para que se montara en ellos y notaron que a sus clientes les gustaban las subidas, bajadas y vueltas”… y el resto, como dicen, es historia.
Una historia que se volvió en parte estadounidense, tanto que -curiosamente- en Rusia el nombre de las montañas rusas es montañas americanas.
Y una historia que hoy en día se mide en caídas súbitas de más de 120 metros, velocidades de 240 km/h y hasta 14 loopings.
Entre otras, ¿alguna vez te preguntaste cómo los carritos de las montañas rusas permanecen en sus pistas y por qué las personas pueden colgar boca abajo en ellos?
Todo es cuestión de física: energía, inercia y gravedad.
Una montaña rusa no tiene un motor para generar energía, explica la Biblioteca del Congreso de EE.UU.
La primera subida se logra mediante un elevador o cable que tira del tren. Eso acumula un suministro de energía potencial que se utilizará para luego bajar, a medida que el tren es arrastrado por la gravedad.
Toda la energía almacenada en esa bajada se libera como energía cinética, que permite que el tren suba la próxima colina.
Entonces, a medida que el tren viaja cuesta arriba y cuesta abajo, su movimiento cambia constantemente entre energía potencial y cinética.
No hay que olvidar que, de acuerdo con la Primera Ley del Movimiento de Newton, “un objeto en movimiento tiende a permanecer en movimiento, a menos que otra fuerza actúe contra él”.
El viento y la fricción de las ruedas a lo largo de la vía son fuerzas que van frenando el tren. Por eso, hacia el final del viaje las subidas tienden a ser menos pronunciadas pues hay menos energía para subirlas.
En la década de 1950 se introdujeron rieles tubulares de acero. Las ruedas de nylon o poliuretano cubren la parte superior, inferior y lateral del tubo, asegurando el tren a la vía mientras viaja a través de intrincados bucles y giros.
Cuando tú vas en el tren, te sientes presionado contra el exterior del carrito. Esa es la fuerza centrípeta y te ayuda a mantenerte en tu asiento.
En el diseño invertido loop-the-loop, es la inercia la que te mantiene en tu asiento. La inercia es la fuerza que presiona su cuerpo hacia el exterior del bucle a medida que el tren gira. Aunque la gravedad te hala hacia la Tierra, la fuerza de aceleración es más fuerte y tira hacia arriba, contrarrestando así la gravedad.
No obstante, el bucle debe ser elíptico, en lugar de un círculo perfecto, de lo contrario, la fuerza centrípeta sería demasiado fuerte para tu seguridad y comodidad.
¿Será por eso que tanto dicen que la vida es como una montaña rusa?