El tenis en Wimbledon es a menudo un recuerdo del pasado gentil de este deporte: los jugadores con trajes blancos, y fresas y crema para los espectadores.
Sí, siempre ha habido chicos malos, pero sus fechorías palidecen en comparación con la de uno de los finalistas de 1879.
Permítanme presentarles a Vere Thomas St Leger Goold, el segundo hijo de un barón irlandés.
Un tenista de gran talento, con un revés “asesino”, que llegó a la final de 1879, donde fue derrotado por el reverendo John Thorneycroft Hartley.
Se esperaba que Goold ganara, pero el exceso de alcohol de la noche anterior, según los historiadores, acabó con sus esperanzas.
A partir de entonces, su vida fue cuesta abajo.
Era jugador, bebedor empedernido y consumidor de opio.
En 1891 se casó con una francesa, viuda por partida doble, Madame Marie Giraudin, que también tenía sus propios problemas de adicción.
La pareja, que se presentó como Sir y Lady, se trasladó al sur de Francia y pasó mucho tiempo en los casinos de Montecarlo.
Aunque los Goolds perdieron todo su dinero en las mesas de ruleta, pensaron que habían encontrado su billete de la suerte en la viuda danesa Emma Levin, en 1907.
Ella les prestó 40 libras -una cantidad enorme en aquella época- que perdieron.
Hubo una gran pelea pública con otra de las dependientes de la señora Levin, una tal Madame Castelazzi, para que les devolviera el dinero.
Avergonzada por el escándalo, la viuda danesa decidió abandonar Montecarlo, pero llamó a los Goolds antes de su partida.
Al parecer hubo una pelea sangrienta porque, cuando la policía llegó a la casa de los Goolds en busca de la desaparecida Emma Levin -desaparición que había sido denunciada por la señora Castelazzi- encontró manchas de sangre en la pared, el techo y los muebles.
También encontraron una daga y un cuchillo de carnicero cubiertos de sangre.
Mientras tanto, la pareja se había marchado a Marsella dejando una maleta grande y un bolso de mano en la estación con instrucciones de que fueran enviados a Londres.
Pero un portero se dio cuenta del hedor putrefacto y de lo que parecía sangre que goteaba de la maleta.
No convencidos por la historia de los Goold de que el contenido del equipaje eran pollos muertos, llamaron a la policía y encontraron los restos cercenados de la señora Levin.
Vere Thomas St Ledger Goold pronto cambiaría las pistas de tenis por los tribunales de justicia.
Él y su esposa fueron juzgados por el asesinato de la viuda Levin.
La fiscalía alegó que la señora Goold había instigado el crimen -como una suerte de Lady Macbeth– y que él era fácilmente manipulable por ser una “lástima despreciable” y una “criatura bebedora y libertina”.
Ambos fueron declarados culpables y se hizo justicia.
Ella fue condenada a muerte en la guillotina, pero como no había nadie disponible para ejecutar la sentencia en Mónaco, se conmutó por cadena perpetua.
Murió de fiebre tifoidea en la cárcel en 1914.
Él fue condenado a cadena perpetua en la tristemente célebre Isla del Diablo, en la Guayana Francesa.
Allí luchó con frecuentes pesadillas a causa del síndrome de abstinencia de alcohol y opio.
Se suicido en 1909 a la edad de 55 años.
Su historia nos recuerda que, aunque el tenis tenga sus chicos malos actuales, incluso en la época en que este deporte se asociaba a los caballeros, también tenía sus chicos muy, muy malos.