Antes de su lanzamiento, el miércoles, la quinta temporada de The Crown, de Netflix, ya creó su propio drama por la controversia generada sobre la forma en que retrata la familia real británica.
Netflix defendió su programa como una “dramatización ficticia”, después de que el exprimer ministro británico John Major y la premiada actriz Judi Dench cuestionaran su precisión.
La compañía también añadió una advertencia a su marketing del programa, en la que indicó que está “inspirado en eventos de la vida real”.
Pasé mi viernes por la noche viendo en maratón los 10 episodios nuevos, para descubrir cómo es esta nueva entrega de la serie.
Y aquí están mis conclusiones:
Cuanto más se acerca esta serie al presente, más importancia cobra la verdad y la confusión entre la realidad y la ficción.
Esta temporada está ambientada en los años 90 y la reina Isabel II, interpretada magníficamente por primera vez por Imelda Staunton, tiene más de 60 años.
Los matrimonios de sus hijos se están desmoronando y, de manera controvertida, el programa sugiere una aventura amorosa entre el príncipe Felipe y Lady Rumsey, 32 años menor que él.
El duque de Edimburgo, interpretado por Jonathan Pryce, lo niega, pero en una polémica escena le habla a la reina de su “desencanto” con el matrimonio.
Pero The Crown es tan plausible y tan humana que siempre ha sido imposible como espectadora general distinguir el drama de la realidad.
En ausencia de hechos relacionados con la realeza que probablemente nunca conoceremos, esta ficción llena el vacío y, para muchos, se convierte en la verdad.
Con tan poco tiempo transcurrido desde la muerte de la reina, y con tantos de los personajes aún vivos, eso parece más difícil de justificar editorialmente.
El exprimer ministro ha atacado esta serie por sugerir que el príncipe Carlos quería obligar a la reina a abdicar, calificándolo como un “sinsentido malicioso”.
Pero en The Crown, el político, en su momento ridiculizado en el programa satírico de la televisión británica Spitting Image, por ser soso y aburrido (y por comer guisantes), es todo lo contrario.
Brillantemente interpretado por Jonny Lee Miller, el líder es muy apreciado por la reina, quien lo percibe como una voz sabia del pueblo y un intermediario diplomático en el complicado focejeo del divorcio entre Carlos y Diana.
(Y no hay guisantes a la vista cuando su esposa, Norma, interpretada por Flora Montgomery, le sirve la cena en el episodio nueve).
Es una revelación.
La voz (vacilante, susurrante, más que sofisticada), la cabeza inclinada mientras eleva la mirada, el corte de pelo, las expresiones y, por supuesto, la ropa; todo eso describe completamente a Diana.
Si bien Dominic West hace todo lo posible para encarnar el personaje del (entonces) príncipe Carlos, es demasiado afable y obviamente demasiado guapo para ser completamente creíble.
Debicki es perfecta.
La BBC es un personaje de la temporada cinco y eso no permite que la experiencia de verla sea cómoda.
La lealtad de la reina hacia la BBC se yuxtapone a la historia más grande y dañina de la entrevista que la princesa Diana le dio a [el programa de la BBC] Panorama y las controversias en torno a cómo se obtuvo.
La BBC ha dicho que nunca volverá a transmitir la entrevista, pero The Crown recrea las escenas.
Cualquier drama sobre la familia real de aquella época probablemente haría lo mismo, pero es difícil no imaginar el dolor que causará a los involucrados y se vuelve un argumento más de quienes dicen que The Crown debió haber concluido mucho antes de llegar a cubrir un período tan reciente y difícil.
El advenimiento de la televisión por satélite y lo que eso significa para la BBC también es un hilo conductor de esta serie.
La reina se resiste a cambiar su televisor hasta que el príncipe William le dice que si obtiene una antena parabólica, podrá ver un canal de carreras de caballos cuando quiera.
Se cree que The Crown cuesta alrededor de US$11 millones por episodio (aunque su creador y escritor Peter Morgan siempre lo ha negado).
En esta serie, parece nuevamente que el dinero no ha sido un obstáculo.
Nos ofrecen suntuosas locaciones que representan las casas y palacios reales, una recreación de la ceremonia de la entrega de Hong Kong y vemos a su majestad en el histórico y medieval edificio Guildhall de Londres dando su famoso discurso “annus horribilis”.
El desteñido yate real Britannia se convierte en una metáfora a través de la serie, dando la sensación de que la reina misma se está volviendo obsoleta e irrelevante.
Puedo ver por qué los escritores aprovecharon esa narrativa: el yate fue retirado de servicio en 1997, en el primer año del gobierno de Tony Blair.
Pero los paralelos se sienten exagerados, particularmente a la luz de lo que después fue el subsiguiente reinado de Isabel II, uno largo y elogiado.
The Crown afecta la forma en que se ve a Reino Unido a nivel internacional, pero probablemente solo confirme lo que la gente ya piensa.
El Reino Unido del programa está inundado de un majestuoso esplendor. Vemos restaurantes elegantes y las aulas del exclusivo colegio Eton; los ingleses son representados como amantes de los juegos de tiro y los buenos modales.
Para algunos, estas representaciones significan que seremos vistos como un país anclado en el pasado, para otros como un país influenciado por una rica historia.
Algunas de las tensiones en la quinta serie se refieren a si fue la reina o el príncipe Carlos quien tuvo una mejor idea de lo que representaba el Reino Unido moderno.
En la vida real, la pompa del funeral de la monarca proyectó el país al mundo.
A su manera, The Crown podría ser aplaudido por mantener a Reino Unido en el escenario mundial.
Los humanos son complejos y los personajes de The Crown no son una excepción.
Gran parte de la controversia en torno a esta serie ha sido sobre si el príncipe, ahora rey, Carlos es injustamente retratado en su relación con la princesa Diana, y mientras intenta encontrar un rol como príncipe de Gales.
Después de cinco series de The Crown, tengo la sensación de que la habilidad del escritor Peter Morgan es que nos muestra la complejidad de lo que significa ser humano.
Se enamora de sus personajes y no puede evitar infundirles una verdadera profundidad de emoción.
Solo los más fervientes antimonárquicos dejarían de reaccionar a ello.