Cuando el príncipe Harry anunció en 2017 que se casaría con Meghan Markle, algunos medios británicos la compararon con Wallis Simpson.
Al igual que la joven actriz, Simpson también era una mujer estadounidense y divorciada, que en los años 1930 se enamoró de un heredero a la corona británica: el príncipe Eduardo.
Pero las comparaciones entre ambas se han profundizado desde que Meghan y Harry, los duques de Sussex, anunciaron que querían apartarse de la familia real y dejar sus funciones como miembros de alto rango de la corona.
La pareja señaló que su plan es pasar gran parte de su tiempo en Norteamérica junto con su hijo Archie, que nació en mayo pasado y es el séptimo en la línea sucesoria al trono de Reino Unido, después de su padre.
La decisión, que causó sorpresa y malestar tanto dentro como fuera de los círculos reales, llevó a que muchos acusaran a la duquesa de Sussex de provocar una ruptura en la familia real y de asestarle un golpe a la monarquía británica, tal como había hecho Wallis Simpson hace más de ochenta años.
El exportavoz del Palacio de Buckingam Dickie Arbiter dijo que la decisión de Eduardo VIII de abdicar en 1936 para poder casarse con Simpson había sido “el único otro precedente” similar que tuvo la corona británica, antes del anuncio de Meghan y Harry.
Bessie Wallis Warfield era una estadounidense de la alta sociedad que conoció al entonces príncipe de Gales y heredero de la corona, Eduardo, a través de una amiga común.
En ese momento vivía en Reino Unido y estaba casada con el empresario angloestadounidense Ernest Aldrich Simpson. De ahí que fuera conocida como la “señora Simpson”.
Para espanto del público de la época -y del gobierno británico, que supuestamente había ordenado que la pareja fuera espiada- Simpson ni siquiera era el primer marido de Wallis, sino el segundo.
Ella ya se había divorciado en 1927 del piloto militar Earl Winfield Spencer Jr., con quien estuvo casada 11 años.
Pero nada de esto molestó a Eduardo, que, a pesar de haber sido un famoso mujeriego, se declaró absolutamente enamorado de Wallis.
A tal punto, que cuando su padre, Jorge V murió y él subió al trono, en enero de 1936, informó a sus allegados que él planeaba casarse con ella apenas se resolviera su divorcio.
La noticia causó un enorme escándalo. Y no solo por un tema social.
Como rey, Eduardo también se había convertido en la máxima cabeza de la Iglesia anglicana, una religión que no permitía a los divorciados volverse a casar.
No solo la iglesia estaba en contra de su relación con “la señora Simpson”.
Se cree que el primer ministro Stanley Baldwin había amenazado con renunciar si el rey seguía adelante con sus planes de casamiento.
A pesar de tener al gobierno, a la iglesia y al público en contra, Eduardo rehusó poner fin a su relación.
En vez, tomó una de las decisiones que mayor impacto han tenido en la historia de la realeza: abdicó.
El 10 de diciembre de 1936, menos de un año después de haber heredado la corona, renunció al trono, que quedó en manos de su hermano Alberto (“Bertie”), padre de la actual monarca, Isabel II.
El día después de su abdicación dio un famoso discurso por radio en el que explicó los motivos de su decisión.
“Me ha resultado imposible soportar la pesada carga de la responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma en que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo“, fueron sus famosas palabras.
Tras renunciar, Eduardo dejó Reino Unido y, unos meses más tarde, en junio de 1937, cumplió con su deseo de casarse con su amada Wallis, cuyo divorcio se había formalizado un mes antes.
Se casaron en Francia, donde planeaban pasar un tiempo hasta poder volver a Reino Unido.
Pero sus planes se vieron frustrados por el nuevo rey, quien tomó el nombre de Jorge VI en honor a su padre.
El hermano de Eduardo, que había prohibido a otros miembros de la casa real asistir a su casamiento, también ordenó que no volvieran al país.
El premio consuelo fue que nombró a la pareja duques de Windsor, aunque a Wallis no se le concedió el honor de ser llamada “su alteza real”.
También financió sus gastos personalmente, luego de que Eduardo dejara de recibir fondos públicos, aunque las finanzas terminaron siendo un motivo más de disputa entre los hermanos.
En la popular serie de Netflix The Crown (“La Corona”) se refleja el malestar que siempre tuvo Eduardo por la forma en la que fue tratado, primero por Alberto y luego por su sobrina, quien heredó el trono en 1952, con apenas 26 años.
Si bien a Eduardo se le permitió volver a Inglaterra para el funeral de su hermano, su esposa no fue bienvenida.
“Este viaje que realizo a bordo del Queen Mary es ciertamente triste, y es más triste aún para mí porque lo realizaré solo”, se quejó en un discurso, antes de embarcar desde Francia.
Las declaraciones que había hecho Eduardo a favor de Hitler y los nazis durante la Segunda Guerra Mundial profundizaron el malestar de los británicos hacia su exrey.
Lo cierto es que a pesar de que muchos en el mundo se sintieron conmovidos por el enorme sacrificio que hizo por amor, Eduardo nunca logró ser aceptado nuevamente por su pueblo.
Y Wallis quedó en la historia como “la villana” que dejó a un hombre sin corona y a un país sin rey. Además de provocar un cisma en el corazón de la familia real.
Algo con ecos a lo que le ocurre hoy a Meghan Markle, acusada de haber provocado un distanciamiento entre el príncipe Harry y el resto de su familia, en particular su hermano William con quien siempre tuvo una relación cercana, hasta ahora.
A pesar de todo, Eduardo logró lo que quería: pasó el resto de su vida junto a Wallis en una mansión en París, donde vivieron como aristócratas, organizando fiestas y participando en reuniones sociales.
Poco antes de morir, en 1972, cuando ya su estado de salud se había deteriorado mucho a causa de un cáncer, Eduardo recibió una visita de su sobrina, Isabel II, quien viajó a Francia por una visita de Estado.
Fue enterrado en Gran Bretaña y la duquesa de Windsor fue invitada a alojarse en el palacio de Buckingham para participar de su funeral, junto con la reina y el resto de la familia real.
Cuando Wallis falleció, 14 años más tarde, fue enterrada a su lado. Hoy ambos descansan en el cementerio real en los jardines de Frogmore, en Windsor, cerca del mausoleo de la reina Victoria y el príncipe Alberto.
Allí, finalmente lograron lo que no pudieron en vida: ser aceptados, juntos, por la casa real.