El poema que Miguel Ángel Asturias dedicó a Jesús Nazareno de Candelaria #JuevesSanto
Este Jueves Santo sin Jesús de Candelaria hace recordar el poema que le dedicó el premio nobel, Miguel Ángel Asturias a "Cristo Rey".
El escritor nació y vivió su infancia en el Barrio de la Candelaria, cuyo crisol devocional se concentra en su Parroquia, lugar en el que se venera a la imagen morena de Cristo Rey.
La devoción por Jesús de Candelaria quedó materializado en dos obras artísticas: el poema literario intitulado “Jesús de Candelaria” el cual forma parte de la recopilación de sus poemas llamado “Sien de alondra”, publicado en 1949 y una túnica de factura española de la más alta calidad.
Nos centraremos en recordar las letras sentidas que el premio nobel dedicara al Nazareno de la Serena Mirada intercaladas con fotografías obsequiadas a los devotos y que recuerdan la celebración del centenario de su consagración:
a tu rostro que aviva pulso cárdeno,
lirio inclinado bajo el viento, pesa
la cruz del viento.Tu rodilla sin fuerza es como cera
que se derrite al sol, se ve en la túnica,
lirio inclinado bajo el viento, pesa
la cruz del viento.
de la tribulación, hasta los pómulos
se afila tu nariz de asfixia, falta
a tu lengua el aire.
es mas sed en tu boca que abre tímida
ayuda tu alentar de nada, falta
a tu lengua aire.
frio de muerte que reduce a tempano
tu mirar, y no miras, te derramas
agua de llanto.La tortura va desmayando dentro
de ti palomas negras y tus tímpanos
reventados no oyen, te derramas
agua llanto.
Menguante de tu sien que medra y pugna
bajo el pelo lluvioso, con el pálpito
hundido, te busca y no te encuentra
en tus sentidos.
Flexible y anillada, tu palabra,
cintura en movimiento, como el cálamo
del cetro quedo rota y no te encuentra
en tus sentidos.
¡Gusano de escarlata el astro labio
de Dios y labio de los hombres! ¡Cáñamo
perfumado el que ahora suda gota
de moribundo!.
El cáliz del vacío no se aparta
de tus fauces sedientas y el liquido
de tu sangre lo desborda, vino
de moribundo.
La cadena encendida de las dalias
te ciñe en la penumbra de los parpados
a la desolación de la primera
horas de espinas.
Y en la llaga morena de tu aliento,
el espacio quemado de la anémona,
deja sitio a tu cuerpo en la postrera
horas de espinas.
El latón fino de tu pie en el suelo,
alianza sin sandalia con lo mínimo,
abre el camino de la cruz que ahora
es salvavidas.
Y la raíz en lucha de tus manos
retuerce como garfios sus diez pálidos
dedos asidos al madero que ahora
es salvavidas.