Todos hemos escuchado las historias de los nuevos millonarios del bitcoin.
Elon Musk está entre los últimos que se han sumado a la compra de criptomonedas.
Su compañía de automóviles eléctricos Tesla obtuvo una ganancia de más de US$900 millones después de comprar US$1.500 millones de bitcoins a principios de febrero.
Su soporte de alto perfil ayudó a impulsar el precio de la critpomoneda a más de US$58.000.
Pero no es solo el precio del activo digital lo que ha alcanzado un máximo histórico. También lo ha hecho su huella energética.
Y eso llevó a un cuestionamiento hacia Musk, a medida que la escala del impacto ambiental de la moneda se vuelve más clara.
También llevó a que nuevos críticos de alto perfil cuestionaran la moneda digital esta semana, incluida la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen.
La principal asesora económica del presidente Joe Biden describió al bitcoin como “una forma extremadamente ineficiente de realizar transacciones” y dijo que “la cantidad de energía consumida en el procesamiento de esas transacciones es asombrosa”.
No está claro exactamente cuánta energía usa el bitcoin.
Las criptomonedas son, por diseño, difíciles de rastrear, pero el consenso es que la minería de bitcoin es un negocio que consume mucha electricidad.
El Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge (CCAF), que estudia el floreciente negocio de las criptomonedas, calcula que el consumo total de energía de bitcoin está entre 40 y 445 teravatios por hora (TWh) al año, con una estimación central de aproximadamente 130 teravatios por hora.
El consumo de electricidad de Reino Unido es un poco más de 300 TWh al año, mientras que Argentina usa aproximadamente la misma cantidad de energía que la mejor estimación de la CCAF para el bitcoin.
Y la electricidad que usan los mineros de bitcoin proviene abrumadoramente de fuentes contaminantes.
La enorme potencia informática, y por lo tanto el uso de energía, está integrada en la forma en que se diseñó la tecnología blockchain que sustenta la criptomoneda.
Se basa en una vasta red descentralizada de computadoras.
Estos son los llamados “mineros” que permiten la creación de nuevos bitcoins, pero también verifican y registran de forma independiente cada transacción realizada en la moneda.
De hecho, los bitcoins son la recompensa que obtienen los mineros por mantener este récord con precisión.
Funciona como una lotería que se ejecuta cada 10 minutos, explica Gina Pieters, profesora de economía en la Universidad de Chicago e investigadora del equipo CCAF.
Los centros de procesamiento de datos de todo el mundo compiten por compilar y enviar este registro de transacciones de una manera que sea aceptable para el sistema.
También tienen que adivinar un número aleatorio.
El primero en enviar el registro y el número correcto gana el premio; este se convierte en el siguiente bloque de la cadena de bloques.
Por el momento, son recompensados con seis Bitcoins y cuarto, valorados en unos US$ 50.000 cada uno.
Tan pronto como termina una lotería, se genera un nuevo número y todo el proceso comienza de nuevo.
Cuanto más alto sea el precio, dice el profesor Pieters, más mineros querrán entrar en el juego.
“Quieren obtener esos ingresos y eso es lo que los va a animar a introducir máquinas cada vez más potentes para adivinar este número aleatorio y, por lo tanto, verá un aumento en el consumo de energía”, dice.
Y hay otro factor que impulsa el creciente consumo de energía de bitcoin.
El software garantiza que siempre se tarden 10 minutos en resolver el rompecabezas, por lo que si el número de mineros aumenta, el rompecabezas se vuelve más difícil y se necesita más potencia de cómputo.
Por lo tanto, bitcoin está diseñado para fomentar un mayor esfuerzo informático.
Lo que esto significa es que, a medida que el bitcoin se vuelve más valioso, el esfuerzo informático invertido en crearlo y mantenerlo, y por lo tanto, la energía consumida, aumenta inevitablemente.
Podemos rastrear cuánto esfuerzo están haciendo los mineros para crear la moneda.
Actualmente se calcula que están haciendo 160 quintillones de cálculos por segundo, es decir, 160.000.000.000.000.000.000, en caso de que alguien se lo pregunte.
Y este vasto esfuerzo computacional es el talón de Aquiles de la criptomoneda, dice Alex de Vries, fundador del sitio web Digiconomist y experto en Bitcoin.
Todos los millones y millones de cálculos que se necesitan para mantener el sistema en funcionamiento no están realmente haciendo ningún trabajo útil.
“Son cálculos que no sirven para ningún otro propósito, se descartan inmediatamente de nuevo. En este momento estamos usando una gran cantidad de energía para producir esos cálculos, pero también la mayor parte proviene de energía fósil”, dice de Vries.
El gran esfuerzo que requiere también hace que el bitcoin sea intrínsecamente difícil de escalar, argumenta.
“Si el bitcoin fuera adoptado como moneda de reserva global el precio probablemente será de millones, y esos mineros tendrán más dinero que todo el presupuesto federal [estadounidense] para gastar en electricidad”, agrega.
“Tendríamos que duplicar nuestra producción mundial de energía solo para el Bitcoin”.
Vries dice que también limita la cantidad de transacciones que el sistema puede procesar a aproximadamente cinco por segundo.
Y esa opinión es compartida por muchas figuras eminentes de las finanzas y la economía.
Las dos características esenciales de una moneda exitosa son que es una forma efectiva de cambio y un depósito estable de valor, dice Ken Rogoff, profesor de economía en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, y ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional. (FMI).
Y cree que el bitcoin no es ninguno.
“El hecho es que ahora no se usa mucho en la economía legal. Sí, una persona rica se lo vende a otro, pero ese no es un uso final. Y sin eso realmente no tiene un futuro a largo plazo”.
Lo que está diciendo es que el bitcoin existe casi exclusivamente como un vehículo para la especulación.
Entonces, ¿está a punto de estallar la burbuja?
“Esa es mi suposición”, dice el profesor Rogoff y hace una pausa. “Pero realmente no podría decir cuándo”.