Cinco años más tarde dice que la apuesta valió la pena.
Dan Price estaba de excursión con su amiga Valerie en las montañas Cascade de Seattle, cuando tuvo una incómoda revelación.
Mientras caminaban, ella le dijo que su vida era un caos, que su arrendador le había subido el alquiler mensual en US$200 y que tenía dificultades para pagar sus cuentas.
Eso enfureció a Price. Valerie había estado 11 años en el ejército, dos veces en Irak, y ahora trabajaba 50 horas a la semana en dos empleos para llegar a fin de mes.
“Ella es alguien a quien el servicio, el honor y el trabajo duro simplemente la definen como persona”, cuenta el empresario.
A pesar de que Valerie ganaba alrededor de US$40.000 al año, en Seattle eso no es suficiente para pagar una casa decente.
Price estaba enojado porque el mundo se hubiera convertido en un lugar tan desigual. Y de repente se dio cuenta de que él era parte del problema.
A los 31 años, Price era millonario. Su compañía, Gravity Payments, que fundó en su adolescencia, tenía alrededor de 2.000 clientes y estaba valorada en millones de dólares.
Aunque él ganaba US$1,1 millón al año, Valerie le recordó que gran parte de su personal debía estar pasando dificultades económicas, y decidió hacer un cambio.
Educado en Idaho, un estado profundamente cristiano y rural, Dan Price es optimista, generoso en sus elogios a los demás e impecablemente cortés. Y se ha convertido en un acérrimo activista contra la desigualdad en Estados Unidos.
“La gente se muere de hambre, los despiden o se aprovechan de ellos, para que alguien pueda tener un apartamento en la cima de una torre en Nueva York con sillas de oro”, lamenta.
“Estamos glorificando la codicia todo el tiempo como sociedad”, dice Price.
Antes de 1995, la mitad más pobre de la población de Estados Unidos tenía una proporción de la riqueza nacional superior a la del 1% más rico, explica.
Pero ese año las cosas cambiaron: ese 1% pasó a ganar más que el 50% más pobre. Y la brecha continúa ensanchándose.
Price había leído un estudio de los economistas ganadores del premio Nobel Daniel Kahneman y Angus Deaton que analizaba cuánto dinero necesita un estadounidense para ser feliz.
Tras reflexionar al respecto, decidió que aumentaría significativamente el salario mínimo en Gravity.
Después de calcular los números, llegó a la conclusión de que le pagaría a sus trabajadores US$70.000 al año como mínimo.
Pero al mismo tiempo se dio cuenta de que no solo tendría que recortar su salario, sino también hipotecar sus dos casas y renunciar a sus acciones y ahorros.
Reunió a sus empleados y les dio la noticia. Price esperaba que la gente celebrara, pero al principio no pasó nada. Se produjo como una especie de anti-clímax, cuenta el empresario.
Entonces tuvo que repetir el anuncio para que la gente se convenciera de que era verdad lo que estaba pasando.
Y así fue como un tercio de los empleados duplicó inmediatamente su salario.
Han pasado cinco años desde aquel anuncio, tiempo durante el cual su empresa se ha expandido.
La plantilla de empleados se duplicó y el valor de las transacciones que procesa la firma ha pasado de US$3.800 millones anuales a US$10.200 millones.
Hay otras métricas de las que Price está aún más orgulloso.
“Antes de adoptar la medida de pagar un salario anual mínimo de US$70.000, en el equipo nacían entre cero y dos bebés al año”, explica.
“Y desde el anuncio han nacido más de 40 bebés”.
Según Price, más del 10% del personal de la compañía ha podido comprar su casa propia, en una de las ciudades más caras de EE.UU. para quienes pagan arriendo. Antes la cifra era inferior al 1%.
La cantidad de recursos que los empleados están poniendo voluntariamente en sus propios fondos de pensiones se ha más que duplicado. Y un 70% de los empleados dice que ha pagado sus deudas.
A pesar de esos resultados, Price recibió muchas críticas. Junto con cientos de cartas de apoyo y portadas de revistas que lo etiquetaron como “el mejor jefe de Estados Unidos”, muchos de los propios clientes de Gravity objetaron lo que veían como una declaración política.
Incluso algunas personas externas a la empresa lo tildaron de comunista. Y al interior de la firma también hubo reacciones contrarias.
Dos empleados de alto rango renunciaron en señal de protesta porque no estaban de acuerdo con que el personal que tenía los salarios más bajos recibiera un aumento de la noche a la mañana, argumentando que se volverían perezosos y que la compañía perdería competitividad.
Nada de eso ocurrió.
Price cuenta que se siente decepcionado y triste porque esperaba que el ejemplo de Gravity inspirara cambios de gran alcance en el mundo de los negocios en EE.UU.
Y aunque algunas firmas han tenido iniciativas similares (como PharmaLogics en Boston o Rented.com en Atlanta), él se imaginaba un impacto mayor.
“Estaba equivocado”, reconoce. “Realmente he fallado en ese sentido. Y esto ha cambiado mi perspectiva sobre las cosas, porque realmente creía que era posible transformar el rumbo de la descontrolada desigualdad de ingresos”.
A nivel personal, la decisión salarial que tomó Price tuvo un profundo efecto en su vida.
Antes de reducir sus ingresos, el empresario era el cliché de un joven millonario blanco del sector tecnológico. Vivía en una hermosa casa con vistas al Puget Sound de Seattle y bebía champán en restaurantes caros.
Pero después del cambio, puso su casa en alquiler en AirBnB para mantenerse a flote y transformó su estilo de vida.
Un día, un grupo de empleados se cansó de verlo aparecer en el trabajo en un Audi de 12 años y se juntaron en secreto para comprarle un Tesla.
“Sentí que era la mejor manera de decir gracias por todos los sacrificios que él ha hecho y cualquier cosa negativa con la que haya tenido que lidiar”, cuenta en un video Alyssa O’Neal, una de las empleadas que participó en la iniciativa.
Cuando Price recibió el regalo, se puso a llorar.
Actualmente Price sigue recibiendo el salario mínimo de Gravity.
Dice que se encuentra más satisfecho de lo que estaba cuando ganaba millones, aunque no todo ha sido fácil. “Hay desafíos todos los días”, apunta.
“Tengo la misma edad que Mark Zuckerberg y tengo momentos oscuros en los que pienso: ‘Quiero ser tan rico como Mark Zuckerberg y quiero competir con él para estar en la lista de Forbes. Y quiero estar en la portada de la revista Time, ganando mucho dinero’. Todas estas cosas codiciosas son tentadoras “.
“No es fácil rechazarlo. Pero mi vida es mucho mejor“.
(*Basado en un artículo de Stephanie Hegarty, periodista de la BBC).