La inflación se disparó en todo el mundo, afectando especialmente a los precios de los alimentos y la energía.
2022 será recordado por muchos como el “año de la gran inflación”.
En el primer semestre del año que se acaba, con la guerra de Ucrania en curso, la inflación se disparó en todo el mundo, afectando especialmente a los precios de los alimentos y la energía, hasta alcanzar un punto máximo en América Latina del 8,4% en junio, el mayor nivel registrado desde 2005, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Ese nivel máximo regional no incluye en el cálculo a los países que se considera tienen una “inflación crónica”: Venezuela, Argentina, Cuba, Haití y Surinam.
No solo el aumento en el precio de los combustibles jugó un papel clave en que escalara repentinamente el costo de la vida. También influyó una mayor volatilidad cambiaria, además de las huellas que dejó la pandemia de covid-19, que interrumpió las cadenas de suministro globales e hizo que, en muchos casos, las autoridades pusieran en circulación más dinero del que estaba disponible antes de la crisis de salud.
Pero al llegar a la mitad del año, las cosas comenzaron a mejorar.
La tendencia se revirtió en el segundo semestre en medio de una rápida subida de las tasas de interés adoptada con el objetivo de combatir el aumento de precios, sumada a la fuerte desaceleración de la economía global.
La inflación regional bajó al 6,8% en octubre, comparado con el mismo mes del año anterior (lo que se conoce como inflación anualizada).
Y las proyecciones apuntan a que en 2023 la inflación seguirá disminuyendo.
El país con la inflación más baja de Latinoamérica fue Panamá: 1,7% en octubre.
Aunque el país está acostumbrado a tener niveles de inflación históricamente bajos (que en los últimos años no han sobrepasado el 2%) Panamá no quedó fuera de la ola alcista que recorrió la región en 2022.
De hecho, el país llegó a registrar más de 5% de inflación en junio, “un aumento gigantesco para Panamá”, dice Felipe Argote, profesor de macroeconomía de la Universidad Interamericana, en diálogo con BBC Mundo.
En medio del alza en el costo de la vida, el país del Canal fue escenario de una avalancha de protestas cuando cientos de miles de personas se lanzaron a las calles a manifestarse en julio contra el aumento en el costo de la vida, la desigualdad social y la corrupción.
Fue así como a mitad de ese mes el gobierno accedió a congelar el precio de los combustibles, una política de subsidio inusual en el país centroamericano, acostumbrado a aplicar impuestos a ese tipo de productos.
Lo que sucede en el sector energético internacional es fundamental para la economía panameña, dado que “el país importa todo el combustible que consume”, apunta el economista.
Es por eso que en Panamá el aumento de los precios es considerado como una “inflación importada”.
A partir de julio el costo de la vida comenzó a disminuir paulatinamente, siguiendo la tendencia de otras economías latinoamericanas.
Son varias las causas que han mantenido el nivel de precios en el país muy por debajo del resto de las economías de la región.
Una de ellas, argumenta Argote, es que “la inflación se ha mantenido baja principalmente porque el país tiene una economía dolarizada”, a diferencia de la mayoría de los países de la región.
Y como el dólar se ha fortalecido en 2022 frente al resto de las monedas, hace que los productos importados sean más baratos.
De todos modos, pese a que la inflación es muy baja, advierte el economista, también es cierto que los salarios reales han bajado en los últimos años, el desempleo está en el 10% y los profundos niveles de desigualdad no han disminuido pese al espectacular crecimiento económico registrado en las últimas tres décadas.
Después de Panamá, Bolivia es el país con la inflación anualizada más baja de América Latina: 2,9%.
Son varias las razones que explican este fenómeno. Al contrario de lo que sucede con las monedas de los países vecinos, sujetas a veces a fuertes variaciones en el tipo de cambio, la moneda nacional de Bolivia tiene un tipo de cambio fijo respecto al dólar estadounidense, fijado hace más de una década (US$1 = 6,96 bolivianos).
El tipo de cambio se ha mantenido gracias a que el gobierno lo sostiene inyectando en el mercado dólares de sus reservas.
La fortaleza del boliviano reduce el costo para Bolivia de importar mercancías y, en un contexto de auge de los precios de los alimentos y del petróleo en los mercados internacionales, una moneda fuerte resulta especialmente ventajosa.
Por otro lado, el costo de la vida ha subido muy poco por los generosos subsidios que el gobierno aplica a la gasolina y a los productos de la canasta básica.
Otro freno a la subida de precios son los certificados de exportación que se exigen a todos los productos que se venden en el exterior.
Cuando su abastecimiento en Bolivia a un precio que las autoridades consideran justo no está garantizado, pueden negar el certificado para exportar, forzando así un aumento de la oferta en el mercado interno que también alivia las presiones inflacionarias.
Como es fácil de imaginar, los países que por años han registrado niveles de inflación más altos en Latinoamérica son Venezuela y Argentina, seguidos por Cuba.
Clasificados como países con “inflación crónica”, han sufrido las consecuencias de un alto costo de vida desde hace muchos años y, desde esa perspectiva, no son un ejemplo representativo de las tendencias que dominaron la ola inflacionaria en 2022 tras el inicio de la guerra en Ucrania.
Si la idea es mirar a aquellos países que tradicionalmente mantenían niveles de inflación estables, pero su costo de vida se disparó en 2022, los que lideran la lista hasta octubre sonChile (12,8%) y Colombia (12,2%).
Chile, que solía tener niveles de aumento de precios cercanos al 2% anualizado antes de la pandemia, vivió este año una histórica escalada inflacionaria, que llegó en agosto al 14,1%, el mayor nivel en casi tres décadas.
Expertos consultados por BBC Mundo argumentan que hay causas externas e internas que explican un fenómeno tan inusual en el país sudamericano.
Entre las externas, están las fallas en las cadenas de suministro provocadas por la pandemia y la subida de los combustibles por el conflicto bélico.
Y en el frente interno, citan que en 2021 hubo un fuerte aumento del consumo que “sobrecalentó” la economía hasta el que el PIB creció un 11,7% -su mayor expansión en cuatro décadas-, en medio de extensas ayudas estatales entregadas a los sectores más vulnerables y a masivos retiros anticipados de los fondos privados de pensiones.
En el caso de Colombia, el aumento en el costo de los alimentos es el factor que más ha impulsado la ola inflacionaria.
Tanto así, que un poco más de una cuarta parte del aumento de los precios se explica por este incremento en la canasta familiar.
Otros factores que han contribuido a la escalada en el costo de la vida son la electricidad y el gas, servicios que, pese a tener precios regulados por el Estado, han visto incrementado su coste.
A mediados de septiembre, el gobierno de Gustavo Petro anunció que para el próximo año la autoridad regulatoria de energía y gas hará un ajuste de las formulas con las que se calcula el precio de la electricidad que pagan los hogares, con el fin de reducir tarifas de la energía eléctrica.
Aunque, por otro lado, las políticas que intentan reducir las emisiones contaminantes del país, han generado las condiciones para un leve aumento en el precio de la gasolina.
“La inflación en 2023 será menor que en 2022, pero no tan baja como antes de la pandemia”, le dijo a BBC Mundo José Manuel Salazar-Xirinachs, secretario ejecutivo de la Cepal.
Ese diagnóstico es compartido por otros organismos internacionales que están proyectando no solo una disminución en el costo de la vida en Latinoamérica, sino también a nivel global.
De todos modos, regiones como Europa estarán en graves problemas en los próximos meses debido a la fuerte dependencia que tienen de las importaciones energéticas provenientes de Rusia.
Así como las previsiones apuntan a una reducción de la inflación el próximo año, también avanzan una reducción del crecimiento latinoamericano, que podría llegar a solo el 1,3%, un nivel muy bajo para las necesidades de desarrollo de la región y la precaria situación en la que se encuentran vastos sectores de la población.
Con la bajada del costo de vida se espera un freno en los aumentos de las tasas de interés que caracterizaron este 2022 y que mermaron las posibilidades de acceder a préstamos de hogares y empresas.
Para muchos, las perspectivas de una inflación más baja en 2023 son una buena noticia, considerando la gran pérdida de poder adquisitivo que ha afectado a los consumidores.
El problema es que, como esa noticia viene acompañada de un bajo crecimiento, los economistas advierten que podría subir el desempleo.
La sombra de la recesión amenaza a un tercio de las economías del mundo, según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Para América Latina, pese a que el crecimiento económico será más bajo en 2023, al menos las proyecciones apuntan a que los países de la región no decrecerán.
Excepto uno: Chile, el único país latinoamericano que sufriría una contracción.
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