España formó parte de la trama de robo de bebés guatemaltecos
Quienes cobraban ese dinero en Guatemala eran las esposas de los militares, que estaban a cargo de los orfanatos señala la investigación del medio escrito.
Isabel, en el centro, fue criada en Bélgica por una familia adoptiva y se reencontró con sus hermanas en 2011.
POR: DANILO ALBIN @Danialri
Durante la denominada “guerra contrainsurgente”, militares del país centroamericano secuestraron a niños para venderlos a través de una red de orfanatos y ONGs. Se calcula que mil de ellos fueron enviados a Europa. Unos cien podrían vivir en distintas ciudades españolas sin conocer su verdadera historia.
Diego jamás pudo borrar aquella tarde. El calendario marcaba 14 de julio, él tenía dos años y la escena transcurría en París, donde se celebraba el desfile militar por el Día Nacional de Francia. De repente aparecieron aquellos hombres vestidos de soldados, avanzando a paso rápido entre la multitud. El pequeño sintió un vacío en el estómago y se encaramó a su madre adoptiva. Lloraba sin consuelo ni explicación. Tenía miedo. Mucho miedo. Era una señal.
Para entender esta historia hay que tener en cuenta un par de detalles esenciales. Primero: Diego era y es francés de adopción pero guatemalteco de origen. De hecho, sus clarísimos rasgos mayas no dejan lugar a dudas. Segundo: su vida estuvo marcada desde el minuto cero por la cruenta guerra civil que tuvo lugar en su país a finales de los setenta y principios de los ochenta. Él nació en 1981. Poco tiempo después, los militares entraron a la comunidad en la que vivía y arrasaron con todo. En medio de un festín de muerte y destrucción, aquel bebé se convirtió en un lucrativo botín de guerra
Para desgracia de otros miles de Diegos, su caso no fue un episodio aislado. Siguiendo el modelo implementado previamente por la dictadura sanguinaria de Jorge Rafael Videla en Argentina –o incluso antes por el régimen de Francisco Franco en España-, los militares guatemaltecos implementaron su propio plan de apropiación de criaturas. La consigna corrió rápido entre las tropas que decían luchar contra la “subversión marxista”, eufemismo que facilitó el asesinato de más de 200 mil personas y el robo de entre 20 mil y 25 mil bebés. A los mayores los mataban; a los niños los vendían.
Se calcula que alrededor de mil criaturas podrían haber sido entregadas a familias europeas, principalmente de Francia y Bélgica, aunque también hubo “envíos” a Italia, Alemania… y España. “En este país existen sospechas sobre alrededor de 100 adopciones, pero de momento no se ha podido aclarar ninguna”, señala a Público Lucía Pinto, una investigadora guatemalteca afincada en Cataluña. El grueso de casos se habría producido entre 1978 y 1984, coincidiendo con la táctica de “tierra arrasada” que aplicaron los militares en Guatemala. “A día de hoy –subraya-, esos jóvenes de indiscutibles rasgos mayas tendrían entre 30 y 40 años”.
De momento, los casos aclarados se cuentan con los dedos de la mano. “Hasta ahora sólo han sido localizados y aclarados los orígenes de una decena”, explica Pinto. La mayoría de las personas que han logrado conocer la verdad sobre sus orígenes se encuentra en Francia, aunque también ha habido casos resueltos –o en vías de resolución- en Bélgica y Alemania.
Una de las historias localizadas en territorio belga tuvo como protagonista a Isabel, una indígena que vivió una infancia marcada por la desgracia. Cuando tenía dos años, los militares mataron a su madre. Ella recibió dos tiros en el hombro y la espalda, pero sobrevivió. Entonces el ejército la llevó a un hospital y luego a un hogar de niños, donde fue entregada en adopción a una familia de Bruselas. Tenía tres años. En 2011, Isabel logró reencontrarse con sus tres hermanas, quienes vivían en la aldea de Chacalte, situada en el occidente del país. Quienes fueron testigos de su reencuentro no olvidan un detalle significativo: para comunicarse tenían que hacerlo a través de notas escritas, ya que Isabel sólo sabía francés y sus hermanas hablaban en Ixil, el idioma de su etnia. Los abrazos, eso sí, no tenían idioma.
El papel de los abogados
“En el caso de Europa, hubo ciertas estructuras de abogados que hacían negocios con estas adopciones”, explica a Público Marco Antonio Garavito, responsable de la Liga Guatemalteca de Higiene Mental. Esta organización se dedica –entre otras actividades ligadas a la defensa de los derechos humanos- a la búsqueda de aquellas y aquellos niños que fueron apropiados por el ejército y entregados a familias adoptivas de manera ilegal. “Llevamos 18 años con este programa, y el trabajo todavía para largo”, explica Garavito al otro lado del teléfono.
El portavoz de la ONG aporta cifras sobre su titánica tarea, llevada a cabo por cuatro personas que se las ingenian para abarcar distintas zonas del país, o al menos aquellas en las que el conflicto fue especialmente violento y, por tanto, hubo más robos de bebés. “De momento llevamos 459 reencuentros, con un promedio de entre 20 y 25 al año”, relata. Sin embargo, en sus listados aún esperan unas mil familias que siguen sin tener noticias de los suyos. “De momento no pudimos encontrar a sus hijos”, se lamenta.
El precio de la mentira
A este lado del océano, Lucía Pinto aporta otros elementos sobre cómo funcionó la trama de adopciones ilegales. “Las mujeres de los militares estaban al frente de los orfanatos, y desde allí empezaron a dar en adopción a niños como si fueran huérfanos, pero sin aclarar nunca que eran víctimas de la guerra civil”, apuntó. De hecho, todo indica que las familias europeas que adoptaron a esas criaturas desconocían sus aterradoras historias. “Tuve oportunidad de hablar con algunos padres de adoptados en Europa, y me di cuenta que no estaban al tanto de la verdad”, agrega Garavito desde su oficina en la capital de Guatemala.
La dinámica era la siguiente: los padres que querían adoptar se ponían en contacto con organizaciones de “ayuda” que tenían fuertes vínculos con los militares guatemaltecos. Entonces se iniciaban los “trámites”, que normalmente duraban poco tiempo y valían mucho dinero. “Las parejas llegaban a mandar entre seis mil y diez mil euros para los supuestos ‘gastos de hospitalización’ del niño que iban a adoptar. Quienes cobraban ese dinero en Guatemala eran las esposas de los militares, que estaban a cargo de los orfanatos”, señala Pinto.
Una de las principales ONG que formó parte de esta trama se encontraba en Bélgica. En cuanto al capítulo español, existen sospechas sobre varias monjas de este país que estaban instaladas en ese país centroamericano y que, según Pinto, “reconocieron que hubo caso de niños guatemaltecos entregados a familias españolas”. Barcelona, Madrid, Valencia y Murcia habrían sido algunos de sus destinos.