Una valiosa vida que se pierde…
Creo que aquí voy a morir. Al final ¿a quién le importa mi vida? A nadie. Lo que sí creo es que cuando muera encontraré la paz que nunca tuve.
Cierro los ojos y por un instante vuelo hacia el infinito donde no hay dolor, ni soledad, ni castigo. En este lugar solo hay paz y siento un inmenso amor que me envuelve como cuando era un bebe en los brazos de mi mamá.
Vine aquí, a este Hogar Seguro, porque dijeron que estaría mejor que en la calle, que en mi casa, ya que mis papás se murieron y no hay quién me cuide. Me encontré a otros como yo, que lloraban en la noche.
Sentía su angustia, que era la misma que me agarraba el corazón hasta estrujarlo y dejarme sin aliento. Fueron muchas las noches en las que pedí a Dios que el monitor no viniera por mi. Que se olvidara de mi.
Muchas veces le pregunté a Dios que cuál era mi pecado para hacerme pagar con tanto dolor físico y mental, la falta que de seguro cometí pero que ya ni me recuerdo cuándo y dónde fue.
Tan solo espero que no sea sobre mi tumba.
Estoy seguro que cuando el mundo sepa lo que aquí sufrimos a diario, se hará un escándalo, tan solo espero que no sea sobre mi tumba. Mi muerte no tendrá nada de poesía, será un hecho trágico y terrible. Nada más. Estamos solos. Por más que gritamos solo el eco silencioso nos cobija.
Una vez mi abuelita le decía a mi mamá que el cielo y el infierno no existen. Yo, si un día la encuentro en el cielo, porque se que allá se fue si era una buena mujer, le voy a decir que conocí el infierno en la carne propia.
En este Hogar Seguro, conocí el terror, la parte oscura de los demás y no importa la edad. La maldad no tiene edad, ni nombre, ni sexo. El hombre a lo mejor no es malo por naturaleza, a lo mejor es que la vida lo colocó en ese lugar donde tener poder lo vuelve peor que satanás, ese engendro del mal que tanto miedo me daba en la noche, cuando me dormía llorando.
A lo mejor merezco lo que me pasa. No lo sé. Ya no sé nada. Vivo confundido, temeroso, quisiera ser como los fantasmas para que nadie me pueda ver, ser invisible, así ninguno me puede atacar, ni golpear, tampoco lastimar.
Afuera escuché que hay gente en este país que muere de hambre. Nunca pensé que eso podía pasarme a mí. En casa no comí un día el almuerzo, pero en este hogar comprendí lo que es el hambre. Fui castigado una semana sin comida, solo agua. Fue espantoso, sentía enloquecer.
Todo porque no acepté que un monitor me vendiera una noche a un hombre que se lleva a otros una vez por semana. Me pegó, me encerró en un cuarto de castigo y no me dio de comer. Nadie me ayudó, salí enfermo, débil. A nadie le importó.
Creo que aquí voy a morir. Al final ¿a quién le importa mi vida? A nadie
Pienso que aquí hay un gran negocio y que nosotros somos la mercancía que esta gente vende. Niños y niñas, somos víctimas muchas veces inocentes. Este mundo al que venimos a caer es el peor castigo que pudieron darnos. No sé si lo merecemos o no.
A veces pienso que a lo mejor sí. Ya no lo sé. Creo que aquí voy a morir. Al final ¿a quién le importa mi vida? A nadie. Lo que sí creo es que cuando muera encontraré la paz que nunca tuve. La paz que solo puede dar el abrazo amoroso de la muerte. Allí terminará todo.
Lo peor de todo es que él es el único que me habla, el que me pone atención.
Es que para mi ya no hay nada, ni familia, ni amigos, ni conocidos estoy solo frente a la vida. A lo mejor es que merezco lo que me pasa. Al menos eso me dice el monitor que me tortura. Lo peor de todo es que él es el único que me habla, el que me pone atención.
Sé que está mal, pero cuando se está solo, seguro ya no piensa uno como los demás. En este lugar todos tienen una historia de dolor que contar. Por eso huyen cuando se da la oportunidad.
Yo no puedo, me dio polio en mis piernas y sin mis aparatos soy un inútil. Yo soy un muerto en vida. Tengo once años pero parezco un viejo enfermo, enclenque.
Ayer nos encerraron a todos en el salón grande. Oí que echaban llave. Los más pequeños empezaron a llorar, los grandes a gritar y somatar la puerta. Ni siquiera entiendo lo qué pasó. De pronto por las ventanas empezaron a lanzar un líquido que parecía gasolina y después todo se hizo muy confuso.
Lo último que recuerdo es un intenso calor. Oía los gritos de todos buscando salir por las ventanas, olvidando que tienen barrotes de hierro. Me acurruqué en un rincón y cerré los ojos frente a las llamas.
Después, una luz se abrió y me transportó a este lugar lleno de paz y siento tanto amor, y en donde estoy seguro está mi abuelita que me cuidará para siempre