Para Shukria Barakzai, el 15 de agosto parecía, en principio, un domingo más.
Destacada periodista y política, exparlamentaria y exembajadora en Noruega, es una viajera frecuente.
Había preparado algunas maletas, pues tenía un vuelo a Turquía ese mismo día para un corto viaje.
“A decir verdad, todo iba según el plan, como cualquier día normal para mí”.
Desde la ventana de su auto vio largas filas fuera de los bancos y el tráfico en la carretera al Aeropuerto Internacional Hamid Karzai en la capital afgana, Kabul, era más lento de lo habitual.
Pero no fue hasta que llegó al propio aeropuerto y se puso en la fila para hacerse una prueba PCR de covid-19 que se dio cuenta de que algo iba mal.
“Vi a todos mis excolegas -miembros del Parlamento, gobernadores, ministros- en la fila. Y pensé: “¡Oh! ¿nos vamos todos?, ¿está todo bien?'”.
Entonces se enteró de las noticias. Los talibanes estaban a las puertas de la ciudad, Kabul había caído.
De repente, todo el mundo tenía prisa para subirse a un avión.
El vuelo de Barakzai a Turquía fue cancelado.
Rápidamente encontró otro vuelo e intentó comprar un boleto, pero la aerolínea no aceptaba su tarjeta de crédito. Solo efectivo. Apenas tenía US$100 con ella, insuficiente para un billete nuevo.
Encontró un amigo en la multitud y tomó prestado el dinero que le faltaba, compró boletos para ella y su esposo y enseguida se subieron al avión. Parecía que habían llegado justo a tiempo.
Se estaban acomodando en sus asientos cuando una multitud del aeropuerto se subió a la fuerza al avión.
Cuenta que el capitán anunció que, dado que algunas de esas personas llevaban armas, el avión no podía despegar.
Finalmente, ante el rechazo de la gente a bajarse de la aeronave, el piloto apagó las luces y la ventilación, y se marchó.
“Y ahí es cuando empezó la pesadilla“, relata.
Para entonces, combatientes del Talibán recorrían la ciudad, por lo que Barakzai y su esposo decidieron pasar la noche a bordo del avión varado junto a otros pasajeros.
“Uno de mis amigos me mandó una foto y me dijo: ‘Shukria, los talibanes están en tu casa’. Pensé que el aeropuerto era el lugar más seguro. Desafortunadamente, me equivoque totalmente”.
Para la mañana del lunes 16 de agosto, los talibanes se habían hecho con el control de la terminal principal. Barakzai intentó resguardarse en el lado militar donde fuerzas de Estados Unidos todavía tenían el control.
Pero reinaba el caos y los estadounidenses no les dejaban pasar.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que los talibanes la estaban buscando.
“Vi una especie de combatiente talibán infiltrado, sin armas. Y me di cuenta de que los talibanes estaban allí para encontrar e identificar caras. Me estaban buscando. La forma como hablaban y como miraban… solo querían asegurarse de que era yo”.
Tenía motivos para tener miedo. Poderosa mujer y crítica abierta de los talibanes, en 2014 un suicida atacó su carro. Tres personas murieron y Barakzai apenas escapó con vida.
A medida que el aeropuerto de Kabul caía en el caos, Barakzai empezó a enviar mensajes a cualquiera que pudiera ayudarle a salir.
Intentó con sus contactos en la embajada de Estados Unidos, pero ninguno respondió. Entonces intentó con un contacto en Reino Unido, Debbie Abrahams, parlamentaria. Eran amigas desde hace cuatro años.
“Envié un mensaje a su número local”, explica Abrahams. “Me llamó y hablamos. La desesperación en su voz… no quiero escuchar eso en nadie nunca más”.
Abrahams empezó a llamar de inmediato a todos sus contactos en el gobierno para intentar poner a Barakzai y su marido en una lista de potenciales evacuados. Pero las llamadas de pánico del aeropuerto de Kabul siguieron llegando.
Los mensajes en el teléfono de Debbie Abrahams -de texto y de voz- son prueba de esa desesperación. En un mensaje de audio, se oye la voz del esposo de Barakzai rogando auxilio mientras está escondido en un baño.
“Debbie, por favor, ayúdanos, señora, señora, por favor, ayuda. Queremos ir a hablar con los funcionarios británicos. Simplemente avise al ejército estadounidense para que nos deje pasar, los talibanes están aquí, por favor, estoy en el baño. Por favor, señora, ¡por favor!”.
En otro mensaje, Barakzai suena derrotada. Dice: “Creo que es mejor ir hacia ellos y entregarme al Talibán. Esta era la última oportunidad para mí”, mientras se oyen disparos de fondo.
Ya era de noche ese 16 de agosto. A través de la multitud, Barakzai y su marido vieron a combatientes talibanes dirigirse hacia ellos.
“Vinieron y parecían preparados para disparar. Pero primero golpearon a mi esposo y me golpearon a mí”.
De alguna manera, en la confusión de la aglomeración, lograron escapar.
“Corrimos. Simplemente corrimos. Era un largo camino, corrimos. Estaba muy oscuro, yo solo podía ver balas intercambiadas entre ambos bandos”.
Bajo la protección de la oscuridad, abandonaron el aeropuerto y regresaron a la ciudad.
Mientras tanto, Abrahams lograba avances. Hizo una solicitud formal para la evacuación de la pareja a través de las secretarías de Interior, Exteriores y el Ministerio de Defensa británicos.
Pero no estaba claro qué departamento estaba a cargo o cuál era el proceso para sacar a los evacuados.
“No había nada organizado en ese momento. Nadie sabía quién estaba coordinando el qué ni dónde presentar la solicitud. Así que contacté a todos los que conocía y usé mis redes no oficiales para intentar averiguar qué estaba pasando”.
Abrahams contactó a Tariq Ahmad, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores responsable de la región del sudeste asiático. Y Ahmad no perdió el tiempo.
Para la mitad de la tarde del lunes 16 de agosto, le mandó un mensaje a Debbie para decirle que Barakzai y su esposo estaban en la lista de casos prioritarios, que todavía tenían que recibir la autorización final, pero que la evacuación debía ser inminente.
Pero la evacuación no fue inminente.
Durante los cinco días siguientes, Abrahams, Ahmad y otros enviaron cientos de mensajes a contactos en el gobierno.
Confirmaron que Barakzai y su marido estaban en una lista, pero nadie parecía saber cuándo la llamarían para un vuelo o cómo debía coordinar el peligroso viaje de la ciudad al aeropuerto, que estaba vigilado por fuerzas estadounidenses, británicas y turcas.
Mientras tanto, Barakzai y su esposo se escondían en la ciudad, trasladándose de una casa a otra mientras el Talibán seguía buscándolos.
El miércoles 18 de agosto, Barakzai le mandó a su amiga otro mensaje de voz:
“Hola Debbie, perdona que te moleste de nuevo. ¿Cuándo podré llegar al campamento británico o un refugio seguro? Porque me temo que no tengo refugio para esta noche. Y ningún lugar es seguro para mí”.
Para el jueves se había vuelto a trasladar a un lugar que pensó sería seguro, hasta que algunos combatientes talibanes se instalaron en un edificio abandonado justo al lado.
Entonces llegó un momento de esperanza.
En un audio en el que susurraba, Barakzai dijo que había recibido una llamada de alguien en la Cancillería británica.
El funcionario, que se identificó como James, le preguntó si ella y su esposo tenían pasaporte británico, a pesar de que la oficina recibió copias de sus pasaportes afganos el lunes.
Cuando Barakzai explicó que eran ciudadanos afganos, el funcionario dijo que consultaría con sus colegas y llamaría. Cayó la noche y la llamada no llegó.
“Le envié otro mensaje a Tariq y dijo: ‘Te mantendré informada en cuanto pueda’. Seguí insistiendo literalmente cada pocas horas. Debo haber sido una verdadera carga para ellos, pero quería hacer todo lo que pudiera”, señala la parlamentaria.
“No podía identificar dónde estaba el bloqueo y quién era responsable. ¿Era el Departamento de Interior? ¿La Cancillería? Tariq es un miembro del gobierno muy leal, pero podía sentir también su frustración”.
De vuelta en Kabul, Barakzai se estaba quedando sin sitios donde esconderse. Además del miedo por su propia seguridad, le preocupaba estar poniendo a sus anfitriones en peligro.
El viernes 20 de agosto recibió otra llamada de la Cancillería, pero le dijeron que esperara atenta hasta recibir una confirmación oficial por email con la información de su vuelo. Exhausta, frustrada y casi sin comer, envió otra nota de voz.
“No puedo soportar toda esta presión sobre mis hombros. Me está matando. No puedo respirar”.
Finalmente fue otro parlamentario británico quien rompió la parálisis. Mientras seguía la historia de Shukria, supe que Tom Tugendhat también estaba moviendo sus hilos.
Presidente del Comité Selecto de Relaciones Exteriores, prestó servicio en Afganistán y estaba intentando sacar a otras personas.
Lo conocí esa semana cuando vino a los estudios de la BBC para una entrevista con el programa Newsnight. Dijo que estaba al corriente del caso de Barakzai y pasó un contacto.
El contacto era de un exmilitar británico, parte de una red informal de soldados que coordinaban operaciones de rescate en el terreno. Le mandé un mensaje. El soldado respondió:
“Es una carnicería en las puertas, personas aplastadas hasta la muerte. Puedo facilitar a través del sistema r (sic), no es protocolo pero lo puedo hacer como favor”.
Era la tarde del viernes 20 de agosto. Y a partir de ahí las cosas empezaron a moverse.
El contacto de Tom Tugendhat, que estaba en Reino Unido, llamó a Barakzai para saber dónde se encontraba.
En 24 horas, el sábado 21 por la noche, Shukria recibió otra llamada, esta vez de un militar estadounidense.
Le dijo que se tomara una foto de ella y se la enviara. Tomó los detalles de su vehículo y le dijo que manejara a un lugar cerca del aeropuerto. “Ignora el toque de queda”, le dijo. “Ven ahora”.
Vestidos con un niqb y abaya negros, ella y su esposo se subieron al auto y partieron.
“Daba muchísimo miedo, especialmente en medio de la noche”, recuerda. “El sistema de control de los talibanes nos hizo detenernos en tres lugares. Estaba totalmente cubierta”.
El punto de encuentro era cerca del aeropuerto. Esperaron en la oscuridad por dos horas. Entonces apareció su contacto. La operación involucraba soldados británicos, estadounidenses y afganos.
Escoltaron a Barakzai y su esposo al aeropuerto, y les hicieron cruzar las puertas rápidamente. Era cerca de medianoche en la madrugada del domingo.
Después de casi una semana escondidos, estaban seguros.
No fue hasta después de eso, con nuevas presiones de Abrahams y Tariq Ahmad a la Cancillería, que Barakzai recibió finalmente la confirmación por email de su autorización para volar, el documento que debía garantizarle la entrada al aeropuerto.
El Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Mancomunidad de Naciones británico dice que no hace comentarios sobre casos individuales.
Un portavoz señaló: “La escala de la evacuación de Kabul es enorme y hemos ayudado a más de 12.200 personas a dejar Afganistán desde el 14 de agosto”.
“Seguiremos haciendo todo lo que podamos para cumplir con nuestra obligación de sacar del país a todos los británicos y los afganos calificados mientras la situación de seguridad lo permita”.
Mientras esperaba el vuelo, Barakzai grabó otro mensaje de voz.
“Hola, Debbie. Finalmente estamos en el aeropuerto. Muchísimas gracias. Que Dios los bendiga a ti y tu familia”.