Una monja estadounidense de 92 años, que tomó votos de silencio, soledad y pobreza, murió el pasado 5 de junio en el monasterio en el que residió durante las últimas tres décadas de su vida.
Sin embargo, la historia completa de la vida de la hermana Mary Joseph está lejos de ser ordinaria.
Hasta que lo dejó todo para dedicar su vida a la oración, era conocida como Ann Russell Miller, una adinerada celebridad de San Francisco que organizaba fastuosas fiestas, iba frecuentemente a las funciones de ópera y era madre de diez hijos.
Nacida en 1928, Ann soñaba con convertirse en monja, pero en cambio se enamoró.
A los 20 se casó con Richard Miller, quien más tarde se convirtió en vicepresidente de Pacific Gas and Electric, una empresa de servicios públicos.
“A los 27 años ya tenía cinco hijos”, cuenta su hijo menor, Mark Miller, “y luego tuvo cinco más, un equipo de baloncesto de cada sexo. Planned Parenthood”, lo llamó.
“Tenía un millón de amigos. Fumaba, bebía y jugaba a las cartas. También fue nadadora de aguas abiertas”, añade.
“Conducía tan rápido y era tan imprudente que la gente salía de su auto con un pie dolorido por pisar el freno imaginario. Dejó de fumar, el alcohol y la cafeína el mismo día y de alguna manera se las arregló para no cometer un homicidio”, dice su hijo con humor.
Ann crió a su familia en una mansión de nueve habitaciones con vistas a la bahía de San Francisco y era conocida por llevarse a sus amigos de vacaciones a esquiar, a navegar en yate en el Mediterráneo y a excavaciones arqueológicas.
Fue miembro de 22 juntas directivas diferentes y recaudó dinero para estudiantes universitarios talentosos, personas sin hogar y la Iglesia católica.
Su esposo murió de cáncer en 1984 y fue entonces cuando comenzó el largo y meditado camino para unirse a una de las órdenes de monjas más estrictas del mundo.
Cinco años después, dio todo lo que tenía para unirse a la congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Monte Carmelo en Des Plaines, Illinois.
Las monjas carmelitas son una orden austera y de clausura que viven en gran parte en silencio.
No abandonan el monasterio, excepto cuando es necesario, como para una visita médica. Las monjas solo hablan si es imprescindible, destinando su tiempo para la contemplación y la oración.
“Era un tipo de monja poco común”, describe Mark Miller. “No cantaba muy bien, con frecuencia llegaba tarde a sus deberes requeridos en el convento y arrojaba palos para jugar con los perros, lo cual no estaba permitido”, añade.
“Solo la he visto dos veces en los últimos 33 años desde que se mudó al convento y cuando iba de visita no podía abrazarla ni tocarla. Estaba separado por un par de rejas metálicas”, detalla el hijo.
Ann tenía 28 nietos, algunos de los cuales nunca conoció y tiene más de una docena de bisnietos, ninguno de los cuales sostuvo en sus brazos.
Dormía en una tabla de madera cubierta por un delgado colchón en una celda y durante el día usaba un hábito marrón y sandalias, muy lejos de su vida anterior llena de sombrillas de seda, bufandas Hermes y zapatos Versace.
En su cumpleaños número 61, Ann organizó una fiesta para 800 invitados en el Hotel Hilton de San Francisco para despedirse de sus amigos y familiares.
Comieron marisco caros, escucharon música con una orquesta en vivo y se dice que Ann llevaba una corona de flores y se ató un globo de helio que decía “aquí estoy” para que la gente pudiera encontrarla para despedirse.
Ella dijo a sus invitados que había dedicado sus primeros 30 años de vida a ella misma, los segundos 30 a sus hijos y que el último tercio de su vida estaría dedicado a Dios.
Al día siguiente voló a Chicago para vivir en el monasterio como la hermana Mary Joseph.
“Nuestra relación fue complicada”, cuenta su hijo. “Ella nació en los años 20 y murió en los años 20 del siglo siguiente. (Ella era) Ann Russell Miller, la hermana Mary Joseph del Trinity OCD”.
“Dile hola a papá de mi parte”.