Incluso cuando se alivien las restricciones impuestas para hacer frente a la pandemia de covid-19, el coronavirus seguirá afectando nuestras vidas de muchas maneras.
Un regreso a la normalidad como era la vida a principios de 2020 todavía está muy lejos.
¿Qué volverá a ser como era antes y qué podría cambiar para siempre?
Doce expertos de la BBC nos comparten su análisis, en algunos casos centrado en la realidad europea o británica pero fácilmente extrapolable a otras partes del mundo.
Desde los clientes de Zoom hasta los grupos de WhatsApp, para muchos de nosotros las plataformas digitales se han convertido en la única forma en la que podemos trabajar, ponernos en forma, educarnos y entretenernos.Tabién estamos más relajados con respecto a las horas que nosotros y nuestros hijos pasamos frente a las pantallas.
Se trata de un gran cambio cultural que solo sucedió en pocas semanas y parece poco probable que desaparezca de la noche a la mañana.
Ahora sabemos que, en términos generales, la infraestructura tecnológica puede hacerle frente al reto: han habido algunas interrupciones pero los proveedores de banda ancha y las redes de telefonía móvil han sabido manejar el gran aumento en el tráfico.
Y en el futuro, con líneas entre el hogar y el trabajo más borrosas que nunca, necesitaremos pensar cuidadosamente sobre qué plataformas usaremos y qué decimos sobre ellas.
Aún así, la videoconferencia es, por el momento, la norma.
¿Recuerdas ese meme: “Esta reunión podría haber sido un correo electrónico”? Quizás finalmente esté cerca.
El comercio minorista ya lo estaba pasando mal.
Y las cuarentenas, y sus consecuencias, acelerarán los enormes cambios estructurales que ya estaban en curso. Ahora se trata de la supervivencia del más apto.
Las empresas que gozan de buena salud financiera y son capaces de dar a los clientes lo que quieren, prosperarán.
Sin embargo, los jugadores más débiles, que ya están lidiando con la caída de las ventas, el aumento de los costos y la intensa competencia, se quedarán en el camino durante los próximos 18 meses.
Pero hay una pregunta más inmediata: ¿cuántos comercios volverán a abrir?
Algunas empresas pequeñas pueden quedarse sin efectivo y terminar cerrando. Otros minoristas más grandes también estarán en problemas. Muchos otros analizarán la rentabilidad de sus tiendas y otros considerarán devolver las llaves de los inmuebles que ocupan.
Después del cierre, habrá un rebote inmediato de las ventas y es probable que las tiendas bajen los precios. Pero ese rebote puede ser de corta duración si las personas están desempleadas y no pueden gastar.
La moda depende en gran medida de los compradores con dinero extra y muchos de nosotros hemos soportado las últimas semanas comprando casi nada de ropa, ¡y sobrevivimos!
Será interesante ver si los compradores reconsiderarán sus hábitos y prioridades.
Covid-19 es el mayor shock para las empresas en el último siglo.
Las medidas de emergencia impuestas a empresas reacias formarán parte del análisis futuro, obligando a hacer preguntas como “¿necesitamos un gran espacio de oficinas en la ciudad con personal que dependa de un abarrotado transporte público?”
El trabajo en la casa podría hacer que la hora pico o punta pase a la historia, lo que podría afectar los valores de las propiedades en las “ciudades de cercanías”.
El personal también exigirá más de los empleadores en términos de flexibilidad, instalaciones y seguridad en el trabajo.
Las empresas pueden comenzar a acumular efectivo para sobrevivir a otra crisis.
Así como los bancos se volvieron menos rentables después del colapso financiero de 2007-08, debido a que se vieron obligados a tener más capital base antes de prestar, las empresas posteriores a covid-19 podrían estar menos inclinadas a invertir. Eso ahogará el crecimiento.
La transformación digital de los negocios será más rápida, con más automatización e inteligencia artificial para aprobar préstamos, perfilar clientes, controlar el stock y mejorar la entrega.
Las cadenas de suministro serán más cortas, más resistentes y posiblemente más locales, pero eso tiene ventajas y desventajas.
El nacionalismo económico -cuando los gobiernos intentan proteger sus economías recortando las importaciones e inversiones de otras naciones, es popular en este momento -pero algunos advierten que da como resultado un enfoque egoísta y dañino.
Finalmente, instituciones globales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, la Organización Mundial de la Salud y la Unión Europea pueden verse enfrentadas al desafío de mejorar su rendimiento o desaparecer.
Todos esperamos volver a los negocios como siempre. Pero no va a suceder.
Algunas aerolíneas podrían no sobrevivir esta crisis. Otras podrían desaparecer poco después. Y aquellas que logren superarla saldrán debilitadas.
Habrá, por lo menos a mediano plazo, menos vuelos. Esa tendencia estará impulsada por las personas y los negocios que tendrán menos dinero y por el auge de las videoconferencias.
Y, después de la pandemia, volar también generará más nerviosismo, al menos inicialmente. Las cámaras de imagen térmica, que toman tu temperatura cuando pasas por los controles, podrían volverse de uso corriente en aeropuertos y hasta en estaciones de tren para asegurar a pasajeros y personal de planta.
Un mercado de aviación más pequeño significa que los precios subirían. Después de estar semanas encerrados en casa, muchos de nosotros estaremos ansiosos de viajar, pero los viajes internacionales por avión, tren o barco probablemente tendrán que cambiar.
Por ejemplo, EasyJet dice estar planeando en un principio no ocupar los asientos intermedios para que los pasajeros no estén tan cerca el uno del otro -y los billetes para un avión con muchos puestos vacíos serán más costosos.
El número de personas en los trenes, metros y tranvías probablemente será menor que los niveles previos a la crisis, ya que algunas continuarán trabajando desde casa.
El traslado diario hasta y de el trabajo no es lo más recomendable para mantener el distanciamiento social y los gerentes ferroviarios están buscando cómo organizar las cosas cuando el gobierno relaje las restricciones.
Los modos independientes y ecológicos de transporte, como la bicicleta y las patinetas motorizadas, se volverán más populares, aunque algunas personas optarán por ir en automóvil.
El día escolar normal tiene su propio ritmo establecido por las lecciones, campanas y recreos. Ahora, más de 90% de los niños del planeta no están en la clase, según la UNESCO. Esa interrupción tendrá secuelas durante años.
La enseñanza se ha trasladado online, con clases virtuales a una escala jamás vista, pero eso ha resaltado la preocupación de que la pobreza digital está marginando a algunos niños: aun en economías desarrolladas, como Reino Unido, hay una minoría significativa que no tienen acceso inmediato a un dispositivo propio que puedan usar para sus deberes escolares.
OFCOM (la autoridad reguladora de comunicaciones de Reino Unido) estima que el 59% de niños entre 12 y 15 años tienen su propia tableta y el 83% tiene su propio teléfono inteligente.
No obstante, algunos adolescentes desposeídos en Inglaterra disponen de laptops prestadas para ayudarles con el estudio en casa, gracias a la asistencia del Departamento de Educación.
Esta solución temporal, sin embargo, podría terminar siendo implementada a largo plazo, en lo que sería uno de los legados de esta pandemia.
Las universidades británicas enfrentan otros desafíos. Están conectadas globalmente y han tenido éxito publicitando en el mundo el valor de un título británico: solo de China Continental todos los años llegaban 120.000 estudiantes a Reino Unido.
Esa cifra, sin embargo, caerá, como también los números de otros países. El deseo de estudiar lejos de la familia no será tan fuerte como antes.
Investigaciones realizadas por el sindicato de universidades y colegios de Reino Unido (UCU) señalan que la combinación de la inmediata caída en la asistencia de estudiantes internacionales este año y la decisión de estudiantes británicos de posponer o ni siquiera inscribirse en la universidad podría costarle a las instituciones unos US$3.130 millones y resultar en la pérdida de 30.000 empleos.
Aire limpio y carreteras tranquilas: en la más lúgubre de las circunstancias, el confinamiento impuesto por el coronavirus nos da un sentido de cómo se vería un mundo más verde.
Los niveles de dióxido de nitrógeno, que están vinculados a una amplia gama de condiciones respiratorias, cayeron en China y en Europa a medida que el tráfico vehicular disminuyó. Y el auge de las reuniones online ha demostrado lo que se puede lograr sin tener que viajar y eso, a su vez, ha contenido mucho las emisiones de carbono.
La gran pregunta es qué sucederá a continuación.
Un posible escenario es que el mundo regrese al consumo desenfrenado de combustibles fósiles, como ocurrió después de la crisis bancaria, desatando una demanda acumulada de petróleo y carbón. Los gobiernos conocen muy bien esta respuesta como un método para revivir sus decaídas economías.
Otra opción es efectuar una recuperación más sostenible, con políticas que fomenten un futuro bajo en carbón. Esto implicaría impulsos determinados hacia la energía renovable, el transporte público y eficiencia energética en los hogares.
Se suponía que este año iba a ser importante para tratar de frenar el daño que le estamos causando a la naturaleza y para reducir los gases que general niveles peligrosos de temperatura. Esa agenda, y las difíciles decisiones que implica tomar, puede no estar recibiendo mucha atención, pero no ha desaparecido.
De hecho, la pandemia nos ha demostrado cómo los gobiernos pueden actuar cuando es necesario, así como la voluntad con la que el pueblo puede responder.
La cuestión es si un impulso similar se puede dirigir hacia lo que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, llama la “emergencia más profunda” del medio ambiente.
La célebre frase es del legendario director técnico del Liverpool Bill Shankly: “Algunas personas creen que el fútbol es cuestión de vida o muerte… es mucho, mucho más importante que eso”.
Estaba bromeando, por supuesto, pero ahora, más que nunca, la relevancia del fútbol ha quedado en perspectiva.
Al mismo tiempo, los deportes son un placer serio para muchos. Sostienen una industria que emplea a cientos de miles y que ha sido afectada como nunca antes.
Los eventos deportivos han caído como dominós. Algunos, como las Olimpíadas, han sido pospuestos, mientras que otros, como Wimbledon, cancelados por completo. Los programas de entrenamiento están en trizas y el personal está cesante. Los jugadores han recibido cortes salariales y los medios de transmisión advierten de pérdidas de cientos de millones.
En el futuro, el distanciamiento social será un enorme dolor de cabeza para las instituciones que rigen los deportes. ¿Cómo podrán los deportes de contacto físico, como el rugby, continuar? Inclusive, jugar partidos a puerta cerrada presenta innumerables problemas.
Una temporada de la Liga Premier de fútbol inglés sin un campeón era impensable, pero el campeonato se encuentra ahora en la cuerda floja. Así los deportes se puedan reactivar este año, la recesión global que probablemente se nos viene encima seguramente afectará la industria durante años, especialmente en las áreas de pagos de transferencias, salarios, acuerdos de retransmisión y premios en dinero.
Para millones de aficionados, los fines de semanas ahora son muy diferentes. Momentos de increíbles esfuerzos y talento deportivo solían resonar por el territorio, proveyendo expresiones colectivas de “¿viste eso?”
Sin esos momentos y los fanáticos que los vivan, el futuro de los deportes se ve muy diferente.
El gremio artístico está dividido en partes iguales en cuanto a su futuro después de la pandemia, entre optimistas y pesimistas.
La mitad optimista piensa que la escena artística en Reino Unido rebotará con más fuerza que antes, ofreciendo a una expectante población las añoradas experiencias compartidas y el contenido alegre.
Las salas de cine, los teatros, salas de concierto, museos y galerías prosperarán con un florecimiento de creatividad, en respuesta a los oscuros días del virus.
Además, habrá nuevos conversos que descubrieron todo este espléndido contenido de arte gratis que estuvo a disposición durante el confinamiento.
Los pesimistas temen que los pequeños centros artísticos de base -las fuentes históricas de talento- desaparecerán en una nueva era de presupuestos austeros. Los consejos locales tendrán que vender sus obras de arte y se perderán miles de empleos. Un sector que antes era conocido por su dinámica e imaginación se tornará conservador y reticente a tomar riesgos.
Sospecho que la realidad se acomodará entre estas dos visiones. La transición post confinamiento de pasar de cerradas a bulliciosas salas no será inmediata. El distanciamiento social probablemente limitará la actividad. Los productores necesitarán tiempo para ensayar y refinar sus espectáculos. También habrá límites al tamaño de equipos técnicos de cine y televisión que producen contenido nuevo. Las repeticiones de programación estarán en el menú por algún tiempo.
Pero no olvidemos que las industrias creativas de Reino Unido han sido durante mucho tiempo fuertes motores económicos. Son reconocidas en el mundo entero y están repletas de talento individual. Va a ser muy difícil, pero apuesto a que el sector de arte y entretenimiento no sólo nos mantendrá divertidos y nos estimulará intelectualmente, sino que liderará como punta de lanza.
Generalmente se acepta que la experiencia de vivir durante la depresión de los 1930 y la Segunda Guerra Mundial forjó la llamada Generación Grandiosa: un grupo de británicos reconocidos por su resiliencia, prudencia, humildad, ética de trabajo y sentido de deber.
Esas son las cualidades que el pueblo reconoce en la Reina Isabel II y en el centenario capitán Tom Moore, quien marchó una y otra vez por su jardín para recaudar dinero para el Servicio Nacional de Salud (NHS).
Se espera que el tradicional aplauso de los jueves para los trabajadores clave sea el sonido de una nación redescubriéndose a sí misma y que, sin el lujo de la autocomplacencia, hayamos abierto los ojos a lo que verdaderamente importa. Se dice que el confinamiento ha desatado una emanación de buena vecindad que fluirá mucho después de que se levante la orden.
Tal vez.
Nuestra vida suspendida en confinamiento, sin embargo, podría estar incubando una queja que, cuando sea liberada, podría desatar enérgicos cuestionamientos, dedos acusatorios y demandas de represalia.
Las dificultades económicas pondrán presión a los vínculos sociales. Esa es la verdadera prueba para esta generación -no si “¿podremos mantener nuestro genio durante el confinamiento?”, sino “¿podremos calladamente reparar el tejido social en tiempos difíciles?”.
El temor se que nuestras normas de comportamiento habrán quedado infectadas por la angustia y la adversidad, que emergeremos más egoístas y menos unidos.
La esperanza debe ser que nuestra sociedad, igual que un virus, esté mutando en algo más fuerte.
“Esta pandemia ha centrado el foco de atención en los ignorados y subvalorados recovecos de nuestra sociedad“.
Las palabras son del director de la Organización Mundial de la Salud en Europa, Dr. Hans Kluge, cuando describió la impactante cifra de muertes en los asilos de ancianos en el continente.
Sus sentimientos tendrán resonancia en muchos que constantemente han advertido sobre la crisis de cuidados que se cierne sobre Reino Unido, particularmente en Inglaterra. Una población que envejece y años de bajo financiamiento han dejado postrado el sector.
Mucho del personal que cuida a ancianos y discapacitados -en hogares de cuidado y en la comunidad- dirá que se sintieron olvidados cuando la pandemia empezó. La atención puesta en el sistema de salud no sorprendió, pero ellos estaban cuidando en particular a los que eran vulnerables al virus.
Las dificultades de encontrar equipo de protección personal y la lentitud en realizar pruebas a la comunidad en Inglaterra se han vuelto síntomas de sus angustias. Se cuestionará el aparente fracaso en darle apoyo prioritario a las primeras filas de cuidado y todas las vidas que eso pudo haber cobrado.
Entonces, tendremos que tomar una decisión. ¿Reconoceremos, valoraremos y financiaremos apropiadamente a un sistema integrado que provee apoyo a la comunidad? O, a medida que nuestros recuerdos se desvanecen, ¿permitiremos otra vez que la importancia de este tipo de cuidado se pierda en el trasfondo?
Antes de que covid-19 cobrara su primera víctima, la guerra comercial entre China y EE.UU. amenazaba el progreso de globalización. Las cadenas de suministro internacional traen ventajas -más opciones, precios más bajos y, para algunos, mayores ingresos- pero también generan desempleo en los países de Occidente que tienen sueldos más altos.
Esta pandemia ha expuesto otras vulnerabilidades.
Se depende de tres países -EE.UU., China y Alemania- para el suministro del 40% de los equipos de protección personal y también hay negocios que dependen de fuentes únicas para obtener componentes vitales.
Habrá una recapacitación sobre qué productos serán considerados “estratégicos”, claves para la supervivencia de una nación. Se podrían producir más cerca de casa o buscar un proveedor alternativo.
Pero la clave de la recuperación será crear empleo y mantener los costos de vida bajos. Lo primero significa que, aunque les moleste, los gobiernos tendrán que tolerar la continua inversión de China en todo el mundo.
En cuanto a lo último, las empresas necesitan mantener sus costos bajos, así que la manufactura externa continuará proveyendo. Algunas de las marcas más grandes, incluyendo H&M (una multinacional sueca de confección), se han comprometido a apoyar a trabajadores en fábricas a miles de kilómetros de distancia para mantener la cadena de suministro en funcionamiento.
Aquellas empresas ya estaban viendo más allá de China hacia otros países de mano de obra barata como Vietnam, Etiopía y Bangladesh. Y estos países se esforzarán aún más para atraer a los clientes extranjeros.
Las plantas chinas están volviendo a entrar en operación, pero ¿quién está comprando? Actualmente, la demanda de clientes en confinamiento ha caído. El comercio podría quedar reducido en un tercio este año. Pero rebotará, la globalización continuará -y la competencia para convertirse en la línea de producción del mundo se intensificará.
La catástrofe inevitablemente genera nuevas prioridades, aunque las antiguas tensiones geopolíticas continúen. La pandemia ha demostrado, una vez más, que las cuestiones globales requieren soluciones globales.
También ha demostrado que las primeras reacciones de los gobiernos han sido de tipo nacional. China y Estados Unidos se han mostrado los dientes en torno a la responsabilidad que recae sobre Pekín de la pandemia, naciones han cerrado sus fronteras y se ha visto una competencia indecorosa por los recursos médicos.
A los organismos multilaterales les ha ido mal. La UE pidió disculpas a Italia por no prestarle suficiente apoyo y el presidente Trump atacó a la Organización Mundial de la Salud por ser demasiado cercana a Pekín. Los que consideran pasados de moda a estos cimientos del orden mundial, tienen más municiones.
La postura de Pekín es contradictoria. Es la fuente del virus y también el proveedor global de mucho de los equipos para combatirlo, así que se puede esperar que el “problema de China” sea un objeto de atención de los gobiernos en Occidente.
¿Cómo podrán depender menos de los bienes chinos y resistir los esfuerzos de Pekín de imponer al mundo sus reglas al tiempo que buscan cooperación en problemas como el cambio climático y, sí, futuras pandemias?
Habrá mucho menos dinero en los presupuestos militares para nuevo y reluciente armamento, tras la redefinición de la seguridad debido a la extraordinaria debilidad revelada por la pandemia.
La capacidad de la seguridad nacional será juzgada por el aprovisionamiento de equipo médico y la preparación para la próxima pandemia o catástrofe ambiental, no sólo por cuántas brigadas de tanques se puedan desplazar.