Macarena Piñeda tuvo a su cargo a quien sería una de las primeras víctimas fatales por covid-19 en el Hospital de Urgencia Asistencia Pública, más conocido como Posta Central, en Santiago de Chile.
La enfermera de 28 años la vio morir cuando apenas había información sobre un extraño virus que provenía de la lejana ciudad china de Wuhan.
Un año y medio después, le explica a BBC Mundo cómo ha sido lidiar con la enfermedad y la muerte en uno de los lugares más saturados de pacientes covid graves del país sudamericano.
A pesar de que se ha hablado bastante sobre las características del virus y de la carga laboral del personal de salud en el mundo, hay muchos detalles desconocidos para quienes no trabajan en ese ambiente.
En este artículo, Macarena Piñeda entrega un crudo relato sobre la labor que debe hacer diariamente para intentar salvar a sus pacientes descompensados y, en caso contrario, de la agotadora tarea post mortem que contempla.
Lo que sigue, es su relato en primera persona.
Nosotros estábamos acostumbrados a tener pacientes críticos, pero la pandemia dio un vuelco en 180 grados.
La covid-19 es una enfermedad muy traicionera. Nunca sabes cómo los pacientes van a reaccionar y, de un minuto a otro, se pueden descompensar.
No hay duda de que la segunda ola ha sido mucho peor que la primera. No sé si los pacientes están llegando tarde o el bicho está siendo más virulento, más catastrófico, pero están presentando exámenes muy malos.
Normalmente, yo tengo tres pacientes a cargo. Cada dos horas, tengo que cambiarlos de posición. La carga laboral ha aumentado demasiado.
No tenemos tiempo ni siquiera para ir al baño, para desayunar o comer. Recién a las 5 de la tarde puedo almorzar algo. Es que la gravedad de mover a un paciente covid es muy alta y, si dejas de mirarlo, puede que se descompense de un segundo a otro.
De repente tenemos cuatro fallecidos, uno tras otro, con paros simultáneos, entubaciones… los médicos y las enfermeras tenemos que dividirnos. Eso es algo que antes no pasaba regularmente. Ahora tienes que llegar con una energía superior porque si no, no te da para trabajar 24 horas.
Lo pacientes con covid están pronados (boca abajo), entonces es muy complicado tratarlos. Requiere a mucho personal, tener seis ojos en el monitor y seis ojos en el paciente. Si cae en paro, tienes que voltearlo para hacerle un masaje.
Siempre tenemos que estar preparados para lo peor.
Si bien nosotros estamos más familiarizados con la muerte, el proceso que uno tiene que hacer post mortem en el caso de la covid-19 es muy caótico, muy triste.
Introducir a un paciente en una bolsa mortuoria es lo más chocante que he hecho en mis seis años de carrera.
Tú lo pones en la bolsa y ese paciente no sale más de ahí. Va con su nombre encima de esta bolsa a anatomía patológica y de ahí directo al ataúd. Y no se abre más, se sella, y sus familiares no vieron su carita, nunca más.
Para mí eso es terrible. Es muy angustiante, triste por todos lados.
Nosotros tenemos que contener a la gente afuera del hospital. Te ruegan poder entrar para poder abrazar a sus familiares muertos. Y yo qué más daría para decirles que sí. Pero lamentablemente no puedo. El protocolo no lo permite. Eso es lo más angustiante del proceso.
Al final eres tú la que tiene que llorar al paciente, tocarlo, leerle cartas o mostrarle audios mientras sus familiares se despiden a través de una puerta.
Y hay gente que necesita despedirse, que tiene que pasar por el proceso de verlo; es parte de su duelo. A mí me encantaría ayudarlos, pero no puedo.
Cuando un paciente está grave, trato de no me separarme de él. A nadie le gustaría morir solo, por eso no me muevo de su lado.
Les doy la manito, les hago cariño, me gusta que sientan una presencia al lado. Pienso que quizás los ayudo a morir más tranquilos.
Que se te muera un enfermo habiéndolo dado todo es muy frustrante. Porque además muchas veces ese paciente estuvo estable durante un buen tiempo y, de repente, se descompensa.
Todos te dicen: ‘bueno, pero es parte de tu trabajo’, pero nadie sabe lo que es estar realmente dentro de esa sala y ver cuando se te muere un paciente después de haber hecho todo para salvarlo.
Nosotras, las enfermeras, somos las que más conocemos al paciente; cómo se comporta, qué es lo que realmente le hace bien, cuál es la posición en la que el paciente se descompensa. Y todo eso lo sabes porque pasas todo el día frente a él.
Tenemos un compromiso con ellos; les lavamos el pelo, le curamos las lesiones. Es un trabajo muy enriquecedor.
A veces, ves que los exámenes del paciente empeoran y le tienes que decir: ‘oye, sabes qué, tus exámenes no van bien, te vamos a tener que entubar, no estás respirando de la forma correcta’. Y muchos se sienten perfecto.
En ese momento, los jóvenes son los que sienten más miedo, quizás porque sienten la muerte más lejana.
Hay quienes escriben cartas, intentan grabar videos o le mandan audio a los familiares… porque es tan complicado prometerle a ese paciente que va a volver a despertar, que prefieren empezar a despedirse.
Este virus es tan traicionero, que no sabes nada. Ni siquiera nosotros tenemos esa certeza.
Después de una larga sedación, hay algunos enfermos a los que les cuesta más volver. Usualmente a los pacientes de covid-19 se les debe entubar para que el aire les llegue a los pulmones, lo que hace el proceso para despertarlos aún más difícil.
Incluso, ciertas personas pueden llegar a experimentar el trastorno del delirio, un estado de alteración mental que genera confusión e intranquilidad.
Los pacientes con delirio sienten que todo el mundo está en contra de ellos.
Muerden el tubo, se lo intentan sacar, es complicado. Son súper agresivos y muchas veces tenemos que intentar calmarlos entre varios. Porque contener a un paciente que mide 1,80 centímetros y pesa 100 kilos no es fácil.
Le decimos: ‘Mire caballero, usted está hospitalizado, lo estamos despertando, tranquilícese, le queremos sacar este tubo de la boca, sabemos que le duele la garganta. Pero si sigue así, vamos a tener que sedar de nuevo y retroceder’.
Pero un paciente con delirio no te escucha mucho. Lamentablemente muchas veces se tiene que pasar a lo farmacológico porque no logran entender. Y ahí los medicamentos ayudan a tener un despertar más tranquilo.
Estoy cansada. Estamos todos cansados. Yo ya no veo ni leo noticias.
Porque todos los días es lo mismo: que aumentaron los casos, que se viene lo peor. Y yo lo estoy viviendo, entonces ¿para qué voy a seguir viendo noticias? Prefiero no hacerlo, por sanidad mental.
No entiendo a la gente que organiza fiestas clandestinas o se saltan el toque de queda.
A esas personas, les digo: a lo mejor quieres juntarte con tus amigos, pero yo he visto a familias hospitalizadas, a mamás perdiendo a sus hijos. Ellos creen que no les va a pasar pero pasa, y pasa mucho. Hay jóvenes que matan a sus abuelos, matan a sus papás solo porque querer estar un rato con sus amigos.
Muchos creen que esto es un juego, pero me encantaría invitarlos un día para que vean cómo se comporta la enfermedad para que le tengan un poquito más de respeto.
La covid-19 ha puesto en evidencia la desigualdad, tanto en el sistema de salud como en la vida diaria de las personas. Sabemos que los más humildes, la gente más pobre, es la que está perdiendo la batalla en esta pandemia.
El rico se hace más rico y el pobre se hace más pobre. Y yo sé que hay personas que necesitan trabajar y salir a la calle. Entonces yo los entiendo. Lo que no entiendo es saltarse el toque de queda, hacer fiestas clandestinas.
Creo que hay algunos súper inconscientes. Y es un mínimo esfuerzo; si no, no vamos a poder salir nunca de esta pandemia.