De pronto, la carretera se acaba y desaparecen los nombres y números que la identifican. En su lugar, una sola letra y un camino sin asfaltar, por el que cruzan los animales sin prestar atención al tráfico y alguno que otro yace muerto en la vía.
Alrededor, vastos campos verdes y dorados… y unos pequeños carteles que sobresalen en el terreno, con frases difíciles de leer desde el auto.
“Se trata del medio ambiente”, parece decir uno de ellos. “Se trata de ti”, continúa el siguiente.
Al fondo, la respuesta a mis dudas, en la verja de una de las primeras viviendas que me encuentro en el camino: “Vota el 3 de noviembre. Wisconsinitas por Biden”.
A diferencia de los carteles pro-Trump, este es el primero que veo a favor del candidato demócrata a la presidencia de EE.UU., Joe Biden, en decenas de kilómetros. Y casi el único de ese gran tamaño.
“Son cosa de mi mujer… Yo soy el manitas”, dice bromeando el granjero John Rosenow en el jardín de su casa y sin soltar a su pequeño perro, que gruñe a la extraña hasta que se le da algo de cariño.
Rosenow dice ser la “excepción” en esta pequeña localidad rural de Wisconsin, Waumandee, una de las que le dieron la sorprendente victoria a Donald Trump en 2016 y que estas elecciones también serán determinantes.
El estado de Wisconsin llevaba sin votar por un candidato republicano desde los años 80 pero lo hizo por Trump por un estrecho margen de votos; un viraje que se dio, entre otras cosas, por el apoyo de enclaves rurales como éste.
“En realidad, mi familia y yo llevamos siendo la excepción 100 años”, dice con cierto orgullo el granjero.
Pero hay algo en lo que su familia también destaca en este lugar: un proyecto con el que, mientras se intensificaba la retórica antinmigración de Washington, él y otros compañeros conseguían derribar barreras entre EE.UU. y México.
Lo llaman “Puentes” y es la antítesis del muro de Trump.
“Por ahí va Roberto. Luego lo conocerás, ayer estuvimos jugando al golf. Está muy enganchado… como yo”, dice riendo Rosenow al principio de la entrevista, apuntando al vehículo industrial que acaba de cruzar por la vía más cercana y cuyo estruendo corta nuestra conversación.
En el transporte, uno de los trabajadores mexicanos que más años lleva en este “rancho” de producción láctea, seis; y el que mejor parece manejarse con el inglés.
“Está aquí desde las 4:00 am dando de comer a las vacas“, explica el granjero a media mañana. Más de cuatro horas después, Roberto seguirá allí.
En este martes de septiembre, la actividad en la granja de Rosenow, “Rosenholm Dairy”, parece funcionar como un reloj, a pesar de que el “patrón”, como le llaman sus empleados mexicanos, pase parte del día enseñando las instalaciones a esta periodista de BBC Mundo.
La situación actual es radicalmente distinta a la que vivieron en los años 90, cuando nadie parecía querer trabajar aquí y los empleados que encontraban no eran del todo fiables, por lo que Rosenow desayunaba en su cocina con la mirada puesta en el granero, por si alguien volvía a fallar y tenía que ir a suplirle.
“Era 1998, ya no podíamos encontrar gente localmente, así que decidimos emplear a inmigrantes a regañadientes”, recuerda el septuagenario, que suele levantarse a las 3:30 am para estar a las 4:00 listo para trabajar, con su característico peto de rayas.
“El primero que contraté fue a través de una empresa de Texas y fue fabuloso. Trabajó dos meses, pero se sentía solo, porque era el único mexicano en unas 100 millas a la redonda, así que se marchó”.
Fue el inicio de un flujo de inmigrantes, muchos de ellos indocumentados —si no la mayoría—, que ya no cesaría y que acabaría salvando su granja y la de muchos otros, en un momento de grave escasez de mano de obra y ante un mercado complicado en plena globalización.
El número de inmigrantes trabajando actualmente en el sector es difícil de establecer. El último estudio nacional realizado hace cinco años para la Federación Nacional de Productores de Leche estimó que representan el 51,2% de la fuerza laboral y que las granjas que emplean a inmigrantes producen el 79% del suministro lácteo de EE.UU.
En el sector agrícola en general, los latinos representan el 27,5%, según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU. publicados en 2019.
Los mexicanos resolvieron el mayor problema en Waumandee, realizando trabajos duros —de 4:00 a 17:00 o más, y en temperaturas que en invierno pueden caer por debajo de los 10 grados bajo cero—; pero presentaron un nuevo desafío.
“Me di cuenta pronto que no saber español y nada de la cultura era un aspecto realmente negativo para mí. Si iba a ser un buen empleador, necesitaba saber todo eso”, dice Rosenow, recordando algunos momentos que le frustraron y que hoy considera graciosos.
Acudieron entonces a la profesora de español de secundaria de la zona, Shaun Duvall, pero ella enseguida vio que con clases no bastaría y propuso un “viaje de inmersión” a México.
Rosenow reconoce que antes de ir le parecía absurdo (“¿por qué hacer tantos kilómetros con las tecnologías que tenemos hoy en día?”), pero casi dos décadas después, no duda: “Fue una experiencia reveladora”.
Y es que en ese primer viaje, al que se sumaron 15 granjeros y cuya agenda consistía en clases por la mañana y por la tarde, lo que se presentó como una idea casual —visitar a las familias de sus empleados durante uno de sus días libres— acabó convirtiéndose en revolucionario.
“Un veterano periodista en México me contó que nunca había visto algo igual”, subraya Rosenow sobre esa visita espontánea, que sus empleados latinos no pueden arriesgarse a hacer. Su situación irregular lo convierte en un peligro: si consiguen salir, quizá nunca puedan volver a entrar.
“Le dije a [la profesora] Duvall que no podíamos dejar que esto muriera, así que condujimos a todas partes, dimos charlas y recaudamos dinero para ayudar a respaldar la idea y a la gente a ir. Unas 150-200 personas, la mayoría granjeros, han ido [a México]; yo unas 9 o 10”.
El activismo de Rosenow también le ha llevado en diversas ocasiones a Washington, donde se manifestó y presionó por los derechos de sus trabajadores, muchos de ellos condenados a vivir en las sombras.
La jovial Mercedes Falk aparece en la granja y todos los empleados latinos se giran a saludarla. “¡Hola! —dice ella en perfecto español— ¿Nos vemos luego en la clase de inglés?”
Esa misma tarde estará impartiendo un curso gratuito para los trabajadores que quieran o puedan asistir, una iniciativa impulsada por Rosenow. La materia se imparte en la cocina de la propia granja, una suerte de sala de estar, con un sofá y un pequeño escritorio de madera, que hoy acogerá a tres empleados.
“Yo he estado ya cuatro veces en México. Y en todas las ocasiones fue conmovedor, sobre todo ver las reacciones de los padres. Dicen: ‘No sabía que mi hijo tenía un jefe que se preocupara tanto para recorrer todo este camino hasta aquí'”.
Falk asumió la dirección de “Puentes”, la organización sin ánimo de lucro que crearon para derribar barreras, en 2017, tras enamorarse de la vida en el campo y abandonar su vida urbana, en su Milwaukee natal.
Los viajes que realizan han cambiado mucho desde que empezaron en 2001: ahora el objetivo no son las clases de español, sino la visita a las familias.
“Solemos pasar 7 días: varios días enteros de visita a los familiares, alguno de descompresión y algo de turismo en la zona cercana a los pueblos donde viven los allegados”, explica Falk.
“Doy lo mejor de mí para prepararlo todo, contactar con todas las familias, pero, bueno, es México… Todo puede cambiar”, dice riendo. “Eso ayuda también a los granjeros a entender la mentalidad de sus empleados —continúa—, allí se vive día a día y cuando lo ven de primera mano, entienden muchas cosas”.
Las fotografías que Falk muestra de sus viajes están plagadas de sonrisas por ambas partes, pero dejan entrever la pobreza y las dificultades que sufren las comunidades mexicanas que han visitado, la mayoría en las montañas de Veracruz.
“Es especialmente desgarrador escuchar a las madres hablar de cuánto echan de menos a sus hijas o hijos. Una de ellas me dijo que llevaba 15 años sin ver a su hijo. Puedes sentir su corazón quebrándose y esa parte se te queda grabada”, comenta la directora, que hace de intérprete en diferentes granjas.
Su mensaje cobra mayor relevancia si cabe en un momento de persistentes ataques a los inmigrantes por parte del presidente Donald Trump y el endurecimiento de las políticas antinmigración que ha impulsado desde su llegada a la Casa Blanca, marcada por la separación de familias en la frontera.
Trump logró su victoria con una campaña repleta de insultos a los inmigrantes y la promesa de “construir un muro” con México, y bajo su mandato el número de detenciones de migrantes en la frontera sur creció en 2019 (año fiscal) hasta su mayor nivel en 12 años, según publicó el Pew Research Center.
El presidente, además, firmó una polémica orden ejecutiva ampliando la autoridad del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) para detener inmigrantes “no autorizados” dentro del país, incluido aquellos sin antecedentes penales, lo que llevó a algunas de las mayores redadas en centros de trabajo en una década y a un aumento del 30% en detenciones en el año fiscal 2017.
No obstante, el número de arrestos en el país y deportaciones se sigue situando por debajo del registrado durante el mandato de Barack Obama, precisa el centro.
La pequeña comunidad de Waumandee votó por Trump en 2016, por 188 votos vs 87 de Hillary Clinton, y en esta campaña ya hay diversos vecinos con carteles a favor del presidente a las puertas de sus casas o negocios.
El desgarro social que se siente en otras partes de Wisconsin y del país en medio de la alta crispación política no parece ser un problema mayor en este enclave, donde el vecino es también el comisario de policía y un amigo de la infancia.
“Claro que conozco la granja de John, te indico con gusto”, me decía una afable señora a primera hora de la mañana en la única tienda que se encontraba abierta en la zona, a varios kilómetros de distancia del que era mi destino.
“Sé que los seguidores de Trump son en realidad buenas personas y me llevo bien con ellos”, comenta por su parte Rosenow, “Si nuestras vacas se escapan en medio de la noche, serán los primeros en ayudarnos. Mi esposa, por otra parte, lleva ese tema peor…”
Cuando se confirmó la victoria de Trump, no obstante, se vivió cierto nerviosismo en esta región del centro-oeste de Wisconsin.
“A los patrones les dio miedo”, recuerda Roberto Tecpile, el trabajador mexicano con el que Rosenow compartió “18 hoyos” la noche anterior, de estatura menuda y rostro joven.
El jefe de la granja explica que el miedo llevó a que muchos trabajadores inmigrantes “volvieran a sus casas” y varios de los granjeros de la zona pasaron por un momento “difícil” ante la escasez temporal de mano de obra
“Ellos son los que más necesitan trabajadores. Y si viene Trump y los lleva… habrá problemas”, señala Tecpile, mientras va fijando una nueva verja para que las vacas no escapen del recinto y un socio de Rosenow, otro granjero estadounidense, le trae agua para combatir el calor, que empieza a ser sofocante.
El mexicano empezó a cruzar a EE.UU. cuando estaba soltero, jugándose la vida en el desierto durante dos días y dos noches, y siguió haciéndolo de casado, la última vez dejando atrás a una bebé recién nacida y otros dos hijos.
“Pienso que solo podemos vivir así. No podemos estar todo el tiempo juntos (…) Cuando tienes familia, tienes más responsabilidad. Allí no hay dinero”, dice de su hogar en Veracruz.
Uno de sus compañeros, Moisés, de 27 años, cuenta que se irá pronto tras varios años trabajando en esta granja, quizá para no volver nunca más. “Yo me voy antes de que llegue el frío (…) Es muy duro”, subraya en una entrevista de pocas palabras, en la que no deja de recolocarse la gorra y mover los brazos, notablemente nervioso.
Los inmigrantes suelen ocupar los puestos más agotadores en la industria láctea. Un estudio de 2009 de la Universidad de Madison concluyó que este grupo tendía a ser relegado a tareas rutinarias y mal pagadas, como ordeñadores o “empujadores”, que limpian el estiércol de los establos o llevan las vacas a ser ordeñadas, recogió un especial del diario local The Milwaukee Journal Sentinel.
De media, los trabajadores del sector trabajan 57 horas a la semana y tienen menos de 5 días libres al mes, incidía el periódico.
Tecpile conoce bien las dificultades de este trabajo pero también otros de gran esfuerzo manual: ha pasado de ser panadero u obrero en México, a cortar pinos o hacer cigarros en EE.UU. Lleva décadas siendo parte de un grupo crucial para la primera economía mundial, pero sigue obligado a vivir en los márgenes de la sociedad.
“Nadie tiene papeles acá, porque los ranchos no nos pueden dar visas (…) El trabajo que nosotros hacemos, pues les conviene a los americanos. Y pienso que muchos no quieren trabajar con hispanos, pero…”, comenta Tecpile, mientras continúa levantando vallas y fijándolas en el terreno arenoso, a golpe de fuerza.
De repente, su teléfono móvil suena y se escucha una voz en una lengua que me resulta ininteligible.
– “Es la esposa. Está hablando náhuatl [el segundo idioma más hablado de México]”, aclara él.
– “Órale, ¿ahí estás con tu patrón o con quién estás?”, se le oye decir a ella, ahora en español.
– “Aquí estoy con una reportera de España. ¿Puedes saludar?”
La mujer empieza a hablar con voz tímida pero dulce, y comparte alguno de sus temores: “A veces, estoy preocupada por mi esposo y por mi hijo, pero ellos dicen que están trabajando bien”.
Su hijo, un adolescente que aún no ha cumplido la mayoría de edad, tomó el mismo camino que su padre recientemente y cruzó con la ayuda de coyotes, una decisión que mantuvo en vilo a sus progenitores, conscientes de todos los que no salen con vida de ese mismo trayecto.
Hoy está en la clase de inglés de Falk y es uno de los que toma más apuntes, a pesar del desinterés que sentía por la escuela en su lugar de origen.
“Le gusta el trabajo, aunque es duro (…) Pero pienso que se va a desesperar“, dice Tecpile de su hijo adolescente. Él, sin embargo, cree que se quedará hasta que tenga que andar “con garrote”.
Para Roberto Tecpile, “Puentes” es una iniciativa inusual y buena. Para Mercedes Falk y John Rosenow, la única vía posible.
“Cualquiera que tenga la oportunidad de conocer la otra parte de la historia —subraya Falk—, no puede evitar volver a casa con una perspectiva diferente, con empatía“.