Caminé por una calle arbolada en una zona tranquila de Estambul (Turquía) y me acerqué a una mansión de color crema, adornada con cámaras de videovigilancia.
ADVERTENCIA: el contenido de esta nota puede herir su sensibilidad.
Hace un año, un periodista saudita exiliado hizo el mismo recorrido: Jamal Khashoggi fue grabado por las cámaras de circuito cerrado (CCTV). Serían las últimas imágenes que se captaron de él.
Entró en el consulado de Arabia Saudita en la ciudad turca y fue asesinado por un escuadrón de la muerte.
Pero el consulado estaba intervenido con micrófonos del servicio de inteligencia turco, por lo que todo fue grabado: la planificación para matarlo y la ejecución.
Solo unas pocas personas han escuchado esas cintas. Dos de ellas hablaron en exclusiva con el programa Panorama de la BBC.
La baronesa británica Helena Kennedy, abogada y experta en derechos humanos, escuchó la agonía de Jamal Khashoggi.
“El horror de escuchar la voz de alguien, de oír el miedo en su voz, y [saber] que estás escuchando algo [que ocurrió] en vivo hace que sientas escalofríos por todo tu cuerpo“.
Kennedy tomó detalladas notas de las conversaciones que escuchó entre los miembros del escuadrón de la muerte saudita.
“Puedes oír cómo se ríen. Es un asunto escalofriante. Están ahí esperando, sabiendo que ese hombre va a llegar y va a ser asesinado y descuartizado”.
Kennedy fue invitada a unirse a un equipo liderado por Agnès Callamard, la relatora especial de Naciones Unidas sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias.
Callamard me habló de su empeño en usar su propio mandato para investigar el asesinato de Khashoggi cuando la ONU se mostró reacia a lanzar una investigación penal internacional.
Le costó una semana persuadir a la inteligencia turca de permitirles a ella y a Kennedy, junto con su traductor de árabe, escuchar las cintas.
“Claramente, la intención de Turquía era darme acceso, ayudarme a investigar la planificación y la premeditación”, cuenta Callamard.
Pudieron escuchar 45 minutos de audios extraídos de grabaciones hechas en dos días cruciales.
Jamal Khashoggi había estado en Estambul -una ciudad en la que opositores de regímenes de todo Medio Oriente han buscado refugio durante mucho tiempo- semanas antes de ser asesinado.
El periodista de 59 años, padre de cuatro hijos y divorciado, se había comprometido poco antes de su muerte con Hatice Cengiz, una investigadora académica turca.
Tenían la esperanza de construir su vida juntos en esta ciudad cosmopolita, pero para volver a casarse, Khashoggi necesitaba sus papeles del divorcio.
El 28 de septiembre de 2018, él y Cengiz visitaron una oficina nunicipal turca, pero les dijeron que necesitaban obtener los papeles en el consulado saudita.
“Ese fue el recurso final. Tenía que ir a buscar esos documentos al consulado para que pudiéramos casarnos oficialmente porque no podía regresar a su país“; me contó Cengiz cuando me reuní con ella en una cafetería.
Khashoggi no fue siempre un desterrado, un exiliado de su propio país. Le conocí hace 15 años en la embajada de Arabia Saudita en Londres (Reino Unido).
Entonces formaba parte del núcleo del establishment saudita; era un ayudante del embajador con mucha labia.
Discutimos sobre un reciente ataque terrorista cometido por al Qaeda. Khashoggi había conocido a su líder saudita, Osama bin Laden, décadas atrás.
Al principio, Khashoggi simpatizaba con el objetivo de al Qaeda de derrocar a los regímenes autocráticos de Medio Oriente.
Pero después habló en contra de las atrocidades cometidas por el grupo, cuando sus opiniones se volvieron más liberales y comenzó a defender la democracia.
En 2007, volvió a su país de origen para editar el periódico progubernamental alWatan. Pero fue despedido tres años más tarde por lo que él describió como su tendencia a “forzar los límites del debate en la sociedad saudita”.
En 2011, inspirado por los acontecimientos de la Primavera Árabe, Khashoggi habló en contra de lo que veía como un régimen saudita represivo y autocrático.
Para 2017 se le había prohibido escribir y se impuso un exilio voluntario en Estados Unidos. Su mujer se vio obligada a divorciarse de él.
Khashoggi se convirtió en colaborador del diario estadounidense The Washington Post, en donde escribió 20 incisivas columnas durante el año anterior a su muerte.
“Cuando era editor en el Reino [de Arabia Saudita] cruzaba las líneas rojas”, dice su amigo David Ignatius, columnista de asuntos exteriores de The Washington Post y periodista de investigación.
“Lo que vi con Jamal es que siguió metiéndose en problemas por decir lo que pensaba“.
Gran parte de las críticas de Khashoggi fueron hacia el nuevo príncipe heredero saudita, Mohammed bin Salman.
MBS, tal y como se le conoce popularmente, era admirado por muchos en Occidente. Era visto como un reformista y un innovador con una nueva visión para su país.
Pero en Arabia Saudita estaba tomando medidas enérgicas contra los disidentes y Khashoggi lo resaltó en las páginas del periódico estadounidense.
Esa no era la imagen que el príncipe heredero quería proyectar.
“Creo que eso molestó especialmente al príncipe heredero, quien le pedía continuamente a su equipo que hiciera algo sobre el problema de Jamal”, cuenta Ignatius, quien visita con frecuencia Arabia Saudita y escribe sobre sus políticas.
En Estambul, los sauditas tuvieron la oportunidad de “hacer algo” respecto a Khashoggi.
El día de su primera visita al consulado, Cengiz tuvo que quedarse fuera.
Recuerda a Khashoggi saliendo del edificio con una sonrisa en la cara. Le dijo que los funcionarios se habían sorprendido de verle y le ofrecieron té y café.
“Dijo que no había nada que temer. Extrañaba mucho su país y respirar ese aire familiar le hizo sentirse muy bien”.
Le dijeron a Khashoggi que volviera en unos días.
Pero tan pronto como se fue, comenzaron las llamadas a Riad, la capital saudita, todas ellas grabadas por la inteligencia turca.
“Lo interesante sobre esta conversación telefónica es que se refirieron a Khashoggi como una de las personas que estaban siendo buscadas”, relata Callamard.
Se cree que esa primera llamada alertó al poderoso asesor que dirigía la oficina de comunicaciones de MBS: Saud alQahtani.
“Alguien en la oficina de comunicación había autorizado la misión. Tiene sentido ver esa referencia a la oficina de comunicaciones como una referencia a Saud al Qahtani”, continúa.
“[Al Qahtani] fue nombrado directamente en otras campañas contra individuos”.
Al Qahtani ya había sido acusado de participar en la detención y tortura de disidentes en Arabia Saudita, entre ellas mujeres activistas que se atrevieron a conducir antes de que eliminaran la prohibición y personas de alto perfil sospechosas de deslealtad.
En sus textos, Khashoggi había acusado a al Qahtani de gestionar una “lista negra” para el príncipe heredero.
“Al Qahtani comenzó haciendo servicios extraordinarios: operaciones oscuras secretas“, explica Ignatius, quien estuvo investigando a los ayudantes de la realeza.
“Eso se convirtió en una parte de su trabajo que manejó con una crueldad particular”.
Hay grabaciones de al menos cuatro llamadas telefónicas ese 28 de septiembre entre el consulado y Riad.
En ellas hay conversaciones entre el cónsul general y el jefe de seguridad del Ministerio de Asuntos Exteriores saudita, quien le dijo que estaba planeada una misión “de deber nacional” de alto secreto.
“No me cabe ninguna duda de que fue una misión seria y altamente organizada que venía desde arriba”, indica Kennedy.
“No fue una operación excéntrica y rebelde que fuera individual”.
En la tarde del 1 de octubre de 2018, tres agentes del servicio de inteligencia saudita volaron a Estambul. Se sabe que dos de ellos trabajaban en la oficina del príncipe heredero.
Callamard cree que estaban en una misión de reconocimiento.
“Probablemente ellos determinan qué puede y qué no puede hacerse en el consulado”.
En la sombra de una tranquila terraza en Estambul, con vistas al Bósforo, me reuní con un exfuncionario de la inteligencia turca con 27 años de experiencia.
Metin Ersöz es un experto en Arabia Saudita y sus misiones de operaciones especiales. Él dice que los servicios de inteligencia se volvieron más agresivos después de que Mohammed bin Salman fuera coronado príncipe.
“Comenzaron con los secuestros y a presionar a los disidentes“, cuenta Ersöz.
“Khashoggi llegó tarde a la hora de reconocer la amenaza y de tomar precauciones, y pagó un precio muy alto por ello”.
En las primeras horas del 2 de octubre del año pasado, un avión privado aterrizó en el aeropuerto de Estambul.
A bordo había nueve sauditas, entre ellos un patólogo forense llamado doctor Salah al Tubaigy.
Tras investigar sus identidades y entornos, Callamard cree que se trata del escuadrón saudita que mató a Khashoggi.
“La operación fue llevada a cabo por funcionarios estatales que actuaban bajo capacidad oficial”, dice.
“Dos de ellos tenían pasaportes diplomáticos”.
Ersöz dice que este tipo de misión –una operación especial– habría requerido la aprobación o del rey saudita o del príncipe heredero.
Los sauditas se registraron en el gran e impersonal hotel Mövenpick, situado a pocos minutos a pie del consulado.
Justo antes de las 10:00 de la mañana, las cámaras de CCTV muestran a uno de los miembros del escuadrón entrando en el consulado saudita.
Por lo escuchado en las cintas, Kennedy deduce que el diplomático Maher Abdulaziz Mutreb fue el hombre que orquestó la operación.
Mutreb fue visto con frecuencia viajando con el príncipe heredero, discretamente en el fondo, cerca de él, como parte de su escolta.
“En las llamadas entre el cónsul general y Mutreb, hay una referencia que dice: ‘recibimos la información de que Khashoggi llegará el martes‘”, expone Kennedy.
Más tarde, en la mañana del 2 de octubre, Khashoggi recibió una llamada para ir al consulado a recoger sus documentos.
Mientras él y Cengiz caminaban hacia el consulado, una impactante y macabra conversación telefónica estaba teniendo lugar dentro del edificio entre Mutreb y el patólogo forense al Tubaigy.
“Habla sobre cómo y cuándo estaría haciendo autopsias. Se les escucha riéndose“, cuenta Kennedy.
“El forense dice: ‘Suelo ponerme música cuando estoy cortando cadáveres, a veces con un café y un cigarro en la mano'”.
Luego las cintas revelan que el doctor sabe lo que esperan que haga, según Kennedy.
“Es la primera vez en mi vida que tendré que cortar los pedazos en el suelo“, recuerda que dice. “Incluso si eres carnicero, cuelgas al animal para hacerlo”.
En la parte superior una oficina del consulado estaba lista. El piso estaba cubierto con láminas de plástico. Al personal turco local se le dio el día libre.
“Hablan sobre… cuándo llegará Khashoggi y dicen, ‘¿ha llegado ya el animal a sacrificar?’ Así es como se refieren a él”, explica Kennedy.
Ella me lo narra a partir de su cuaderno de notas con terror en la voz.
A las 13:15, las cámaras muestran a Khashoggi entrando al consulado.
“Recuerdo que caminamos allí tomados de la mano y cuando llegamos frente al consulado, Jamal me dio sus celulares y dijo: ‘Te veo después, cariño, espérame aquí’“, recuerda Cengiz.
Khashoggi sabía que requisarían sus teléfonos en la entrada y no quería que los sauditas accedieran a su información privada.
Las grabaciones revelan que un comité de recepción lo recibió y le dijo que había una orden de arresto de la Interpol y que debía regresar a Arabia Saudita.
Se le escucha negándose a enviar mensajes de texto a su hijo para asegurarle a la familia que está bien.
Entonces comienza el silenciamiento de Jamal Khashoggi.
“Hay un momento en el que puedes escuchar a Khashoggi pasar de ser un hombre seguro de sí mismo a una persona con miedo -ansiedad y terror creciente- y después sabes que algo fatídico va a suceder“, dice Kennedy.
Y agrega: “Hay algo absolutamente espeluznante en el cambio de voz. La crueldad se manifiesta al escuchar las cintas”.
Callamard no está segura de cuán consciente era Khashoggi de los planes de los sauditas: “No sé si cree que puede ser asesinado, pero sin duda cree que pueden intentar secuestrarlo. Él pregunta: ‘¿Van a darme una inyección?’, a lo que le responden: ‘Sí‘“.
Kennedy cuenta que escuchó a Khashoggi preguntar dos veces si está siendo secuestrado y después dice: ‘¿Cómo puede ocurrir esto en una embajada?'”.
“Los sonidos que se escuchan después de ese punto parecen indicar que fue asfixiado. Probablemente con una bolsa de plástico sobre su cabeza”, dice Callamard. “Su boca también estaba cerrada -violentamente-, tal vez con una mano o con algo más”.
Kennedy cree que entonces, siguiendo órdenes del líder del grupo, el patólogo forense se hace cargo.
“Se escucha una voz joven diciendo, ‘Déjalo cortar a él’, y suena como Mutreb.
“Después, alguien grita: ‘Se acabó’, y alguien más grita: ‘Quítalo, quítalo. Pon esto en su cabeza. Envuélvelo’. Solo puedo suponer que le cortaron la cabeza“.
Para Cengiz, solo había pasado media hora desde que Khashoggi la dejó en la puerta del consulado.
“Durante ese tiempo, soñaba con mi futuro, con cómo sería nuestra boda. Estábamos planeando una ceremonia pequeña”, explica.
Hacia las 15:00, la cámara de CCTV muestra vehículos consulares que salen y entran de la residencia del cónsul general, ubicada a dos calles del consulado.
Tres hombres entran con maletas y bolsas de plástico. Callamard cree que contienen las partes del cuerpo.
Un auto se aleja después. El cuerpo de Khashoggi nunca se encontró.
¿Y qué hay del detalle más inquietante del que se informó cuando ocurrió el asesinato: la sierra para huesos usada para desmembrar el cuerpo?
Kennedy dice que no escuchó el ruido estridente que habría asociado con ese tipo de instrumento quirúrgico en la grabación. Pero añade que sonaba un zumbido tenue. Los agentes del servicio de inteligencia turco creen que eso era el sonido de la sierra.
A las 15.53, las cámaras de CCTV muestran a dos miembros del escuadrón de la muerte saliendo del consulado.
Yo hice ese recorrido calle abajo, pasando por delante de las cámaras que detallaron su ruta entre el consulado y el corazón del la vieja Estambul.
Uno de los hombres que se ven en las grabaciones viste la ropa de Khashoggi, aunque lleva zapatos diferentes. El otro, con la cara oculta por una capucha, lleva una bolsa de plástico blanca.
Se dirigen hacia la famosa Mezquita Azul de Estambul. Cuando vuelven a emerger, el hombre que antes llevaba la ropa de Khashoggi se ha cambiado.
Toman un taxi de vuelta al hotel, botando la bolsa de plástico que se cree que portaba la ropa de Khashoggi en un contenedor cercano, antes de meterse en el metro y regresar al hotel Mövenpick.
“Hubo mucha planificación para dar la impresión de que nada peligroso le había pasado a Khashoggi”, señala Callamard.
En ese momento, Cengiz todavía seguía esperando afuera del consulado.
“Esperé y esperé y esperé ahí hasta pasadas las 15:30. Entonces, cuando me di cuenta de que el consulado había cerrado, empecé a correr hacia él. Pregunté por qué Jamal no había salido. Un guardia me dijo que no sabía de lo que le hablaba“.
A las 16:41, Cengiz estaba desesperada y llamó por teléfono a un viejo amigo de Khashoggi. Le dio el número que él había proporcionado en caso de problemas.
El doctor Yasin Aktay es miembro del partido gobernante de Turquía y tiene contactos de alto nivel.
“Recibí una llamada de un número desconocido, una voz muy preocupada de una mujer que no conocía”, explica. “Me dijo: ‘Mi prometido Jamal Khashoggi entró en el consulado saudita y no salió'”.
Yasin rápidamente llamó al jefe de inteligencia de Turquía y alertó a la oficina del presidente del país, Recep Tayyip Erdogan.
Hacia las 18:30, los miembros del escuadrón de asesinos estaban en un jet privado camino a Riad, menos de 24 horas después de su llegada a Estambul.
Al día siguiente, los gobiernos saudita y turco publicaron comunicados contradictorios sobre lo que había pasado dentro del consulado. Arabia Saudita insistió que Khashoggi había abandonado la legación diplomática.
Los turcos, por su parte, dijeron que aún seguía dentro de ella.
El servicio de inteligencia turco aún estaba analizando las grabaciones del consulado, incluidas las llamadas realizadas cuatro días antes de que Khashoggi desapareciera.
Así que la pregunta es: ¿sabían en ese momento que su vida estaba en peligro? Y, si fue así, ¿por qué no le alertaron?
“No creo que lo supieran. No hay ninguna prueba de que estuvieran escuchando en directo lo que estaba ocurriendo”, opina Callamard.
“Este tipo de trabajo de inteligencia se realiza regularmente y solo vuelven a [escuchar] las cintas si hay algún tipo de indicio que les mueva a hacerlo. Volvieron a escuchar las grabaciones solo porque Khashoggi fue asesinado y desapareció”.
Ersöz me cuenta que sus excompañeros de inteligencia revisaron las grabaciones en retrospectiva y revisaron entre cuatro mil y cinco mil horas de material para encontrar los días clave y los 45 minutos que se presentaron ante Callamard y Kennedy.
Cuatro días después de que Khashoggi fuera asesinado, otro equipo saudita llegó, asegurando que estaban allí para averiguar qué ocurrió.
Callamard cree que en realidad era un equipo de eliminación de pruebas. El consulado está bajo soberanía saudita según la ley internacional y durante dos semanas los sauditas no permitieron que los investigadores turcos entraran.
“Cuando fue posible recoger algunas pruebas, ya no había nada ahí, ni incluso pruebas de ADN que confirmaran la presencia de Khashoggi [en el consulado]”, apunta Callamard.
“La única conclusión lógica [de todo ello] es que el lugar había sido limpiado a fondo”.
Esa tarde, las autoridades turcas les dijeron a los medios de comunicación que Khashoggi había sido asesinado en el consulado de Arabia Saudita.
“Jamal no se merecía esto. Merecía algo mejor”, señala Cengiz. “La manera como le mataron acabó con mi esperanza en la vida“.
El asesinato en Estambul, dentro de un consulado con inmunidad diplomática, puso a las autoridades turcas en un dilema.
Durante semanas, pese a la creciente presión de los turcos, los sauditas se negaron a admitir el homicidio, argumentando que hubo una “primera pelea” en el consulado y luego asegurando que fue una operación llevada a cabo por determinados agentes que “actuaron por su cuenta”.
La estrategia de las autoridades turcas fue filtrar parte de lo que sabían a medios locales e internacionales. Entonces invitaron a representantes de la CIA y de otras agencias de inteligencia, incluido el MI6 británico, para que escucharan las cintas que prueban que Khashoggi fue asesinado por agentes del estado saudita.
Según consta, la CIA llegó a la conclusión de que hay una “certeza entre media y alta” de que Mohammed bin Salman ordenó el asesinato. Informaron a congresistas a los que no les quedó duda de los hallazgos.
El pasado enero, el gobierno saudita finalmente llevó a 11 personas a juicio en Riad por el crimen de Khashoggi, incluidos Mutreb y el forense al Tubaigy, pero no el supuesto autor intelectual, Saud al Qahtani.
Ni se le ha acusado ni siquiera se le ha citado para comparecer ante el tribunal y aportar pruebas. Me han contado que está recluido lejos de todo el mundo, hasta de su propia familia, pero que mantiene el contacto con el príncipe heredero.
El informe de Callamard para el Consejo de Derechos Humanos de la ONU alcanzó una conclusión decisiva.
“No hay indicaciones bajo el derecho internacional de que este crimen se pueda calificar de una manera distinta a un asesinato de estado”, expone.
Kennedy dice que se debe actuar ante las revelaciones de las cintas del asesinato de Khashoggi.
“Algo traicionero y horrible ocurrió en ese consulado. La comunidad internacional tiene la responsabilidad de insistir en que haya una investigación judicial de alto nivel“, subraya.
Turquía solicitó la extradición de los involucrados para que sean juzgados en Estambul, pero Arabia Saudita se ha negado.
El gobierno saudita declinó concederle una entrevista a Panorama, pero dijo que condena “el aberrante asesinato” y que está comprometido a que los responsables rindan cuentas.
Dijo que el príncipe heredero no tuvo “nada que ver en absoluto” con lo que calificó como “crimen atroz”.
Un año después, al salir del café puedo ver el dolor que todavía sufre la mujer que quedó atrás cuando la vida de su prometido fue segada de forma tan brutal.
En sus palabras de despedida, Hatice Cengiz advierte del verdadero significado del asesinato de Jamal Khashoggi.
“No solo es una tragedia para mí, sino para toda la humanidad, para todas las personas que piensan como Jamal y que toman partido como él”.