Con casi 59 años, Margarita Alanís recuerda cómo tuvo que "agarrar el toro por los cuernos" y volver a convertirse en madre de niños pequeños. Esta vez, de sus propios nietos.
Campira Camorlinga, una de sus hijas, se convirtió el 31 de diciembre de 2016 en una de las 10 mujeres que cada día son asesinadas en México. Tenía 31 años.
El presunto responsable fue su pareja, Jorge Humberto Martínez, un hombre al que los medios apodaron el Matanovias por haber supuestamente asesinado dos años antes a otra mujer con la que mantuvo una relación, e intentarlo sin éxito con una tercera.
Su modus operandi habría sidosiempre el mismo: simular que las víctimas se habían suicidado. Campira apareció muerta en su cama con las venas cortadas, la llave del gas abierta y mechones de su pelo cortado.
El crimen marcó a la familia para siempre, recuerda Margarita, pero muy especialmente a sus nietos Vladmir y Alexa, quienes entonces tenían 12 y casi tres años, respectivamente, y que siguen sufriendo las secuelas del asesinato de su madre.
Como ellos, unos 4.000 niños y niñas, según cálculos de especialistas, quedaron huérfanos en México solo durante la primera mitad del año pasado después de que sus madres fueran víctimas de feminicidio.
Se convierten así en “afectados indirectos” de un brutal crimen del que, en ocasiones, incluso llegan a ser testigos. Aunque, a juzgar por el abandono y falta de apoyo que denuncian por parte del Estado, bien podrían ser calificados como “víctimas invisibles”.
Las propias autoridades reconocen un silencio histórico en torno a la realidad de estos niños huérfanos, que ahora tratan de enmendar con nuevas medidas después de que los asesinatos de Ingrid Escamilla y la niña Fátima Aldrighett sacudieran los cimientos de un país que parece ya haber dicho basta.
Quizá la mayor prueba de la invisibilidad de estos niños es que ni siquiera existe un registro oficial en México que permita conocer cuántos son.
Basándose en el número de mujeres asesinadas entre diciembre de 2018 y junio de 2019 y el promedio de hijos que suelen tener, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) calculó que los huérfanos en ese período podría oscilar entre los 3.400 y los 4.245.
Esta oficina federal dependiente del gobierno recopila ahora los datos de casos ocurridos en 2019 para tener una idea de la magnitud real del problema. Con la información provisional reportada por 20 de los 32 estados, son ya 583 los niños en esta situación.
“Es una población que ha estado invisibilizada”, le reconoce a BBC Mundo la presidenta de Inmujeres, Nadine Gasman, quien tampoco cuenta con cifras de niños que acaban en orfanatos tras el asesinato de sus madres, si bien en “la mayoría de los casos” se quedan con algún familiar, en especial con las abuelas maternas.
Uno de estos casos es el de Margarita, quien recibe a BBC Mundo en su casa en el sur de Ciudad de México. La misma en la que su hija fue asesinada.
La recuerda como “una niña muy feliz a la que le gustaba vivir”.
Campira quedó viuda cuando su primer hijo tenía solo 8 años. Entonces conoció a otro hombre con quien tuvo a su hija, pero aquella relación no funcionó.
“Ella decía que no creía poder volver a amar como amó al papá de su hijo. Pero con aquel último novio parecía que se abría al amor otra vez. Estaba contenta porque la atendía, la trataba bien y hasta le cocinaba”, cuenta con voz firme y pausada.
De aquella pareja, la misma que le quitó la vida a su hija, poco sabía la familia. Creen que lo conoció por internet pocos meses antes del asesinato.
Tras morir por asfixia causada por estrangulación, según se lee en la autopsia, el presunto asesino de Campira huyó a Guatemala, donde fue capturado meses después.
Margarita dice que tuvo suerte porque, pese a las falsas pistas que el acusado intentó dejar, el caso fue considerado desde el principio como feminicidio “cuando en aquel tiempo la mayoría se catalogaban de suicidio y daban carpetazo” a la investigación.
La mujer decidió entonces hacerse cargo de sus nietos. Con el permiso del padre de Alexa —Vladimir ya había perdido a sus dos progenitores— se los llevó a Acapulco a vivir junto a su pareja sentimental, donde reside habitualmente.
Tras largos trámites que duraron más de dos años, logró la tutela oficial del niño. Ahora intenta conseguir la custodia compartida de la niña junto a su padre.
Tras el feminicidio, a Vladimir le contó la verdad. A ella, a quien le dijo que su mamá “se había quedado dormida” y ya no iba a despertar, es en quien ven mayores secuelas.
“Su mayor problema son los berrinches. Nos hace muchos gritos, como que quiere sacar algo —relata Margarita—. Le hemos tenido que tener mucha paciencia, pero sabemos que es porque le hace falta su mamá”.
Hace solo dos meses (más de tres años después del asesinato de su hija), Alexa se le acercó para preguntarle dónde estaba Jorge Humberto.
Al responderle que en la cárcel, la niña dijo: “Yo voy a ir, agarrar un cuchillo y se lo voy a encajar, porque él mató a mi mamá”.
“Tú eres buena, él no lo fue tanto, pero tú eres una princesita, no puedes hacer eso”, le respondió antes de que la niña se diera la vuelta y siguiera jugando tranquilamente con su hermano.
Margarita salió de la casa y empezó a llorar. “Gracias a Dios que me mantuve fuerte frente a ella, pero sí duele”, dice en uno de los tres únicos momentos de la entrevista en los que la voz se le entrecorta.
“Son niños que vienen con trauma, sus estados de salud van mermando, a veces dejan de estudiar… No existe un plan reparatorio para ellos, cuando le correspondería hacerlo al Estado”, explica María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio en México.
Para la activista, la realidad de niños como Vladimir y Alexa no deja lugar a dudas. “Son las víctimas olvidadas de los feminicidios. Están en el desamparo”.
La titular de Inmujeres coincide y dice que “había como un gran silencio, no se hablaba de ellos, en estos crímenes tan complejos y horribles se olvida todo lo que hay alrededor”.
En conversación con BBC Mundo, Estrada subraya que estos niños que quedan huérfanos “necesitan no solo una beca, también atención psicológica y acompañamiento. Quedan muy afectados y precisan terapia de por vida”.
Pero, en el caso de los nietos de Margarita, ese tratamiento brilló por su ausencia.
Ante la indisponibilidad de un terapeuta infantil, a la niña solo le dieron “unas tres sesiones”. Finalmente, a Margarita le reembolsaron el coste de varias consultas que ella buscó por su cuenta en la universidad, y con las que asegura que Alexa “mejoró bastante”.
En cuanto a Vladimir, dice que las autoridades nunca le ofrecieron ayuda psicológica al vivir en Acapulco, por la descoordinación existente entre organismos de diferentes estados.
Y, de nuevo aguantando el llanto, recuerda el día en que el subdirector de la escuela a la que acudía antes el niño le gritó porque creía que no quería escribir.
“Cuanto más le gritaba, él más inmóvil se quedaba. Le decía que era un flojo y que no quería estudiar. Yo me enojé, le dije que no sabía los antecedentes del niño y que lo que necesitaba era un psicólogo”, le dijo antes de cambiarse de centro escolar.
Aunque la Ley General de Víctimas en México establece mecanismos para apoyar a los afectados por feminicidio, la realidad es muy diferente y ni siquiera todos los estados cuentan con Comisiones de Atención a las Víctimas.
Margarita asegura que el único apoyo público que recibe son los pasajes de autobús desde Acapulco cuando tiene que viajar a la capital para dar seguimiento al caso, y tres comidas semanales solo cuando se encuentra en Ciudad de México.
Estrada confirma la falta de recursos dedicados a estos niños por los “recortes” de un gobierno que no considera esta cuestión como una prioridad.
“Crean estructuras, pero las crean ya desmanteladas y sin personal”, dice.
La presidenta de Inmujeres admite “una limitación de recursos humanos y financieros” en los organismos especializados en dar atención a estas mujeres y niños.
“Hay cierta precariedad”,dice Gasman, quien apuesta por fortalecerlas y destaca el protocolo de atención a víctimas en el que han trabajado para que estas puedan recibir un apoyo coordinado de las distintas áreas por parte del Estado.
Al proceso judicial contra el presunto asesino de Campira aún le queda un largo recorrido y ni siquiera se tiene fecha aún para el juicio oral.
Margarita cuenta el caso de una compañera cuya hija fue víctima de feminicidio y a la que, tras la condena del asesino, le dijeron que este aún tenía ocho años para pagarle la indemnización en concepto de reparación del daño causado.
“Se me hizo tan absurdo… porque para entonces mis niños ya crecieron. Necesito el dinero ahora, no después”,dice Margarita, quien le pide al gobierno principalmente una beca para que sus nietos continúen los estudios.
Su llamamiento a las autoridades es claro. “Yo les diría que se preocupen de estos niños, porque necesitan un estudio diferente, necesitan una escuela con psicólogos donde tengan mejor atención”.
Gasman, quien estaba sentada junto a la secretaria de Gobernación de México cuando hace unos días anunció medidas para frenar los feminicidios y que reconoció “llegaban tarde”,asegura que aún queda mucho por hacer.
“Los feminicidios y la violencia contra las mujeres han estado en la agenda de nuestro gobierno desde el día uno. Pero aunque estamos haciendo cosas, tenemos que hacer más, mejor y más rápido para responder al fenómeno que nos está quitando la vida de las mujeres”, admite.
Margarita, por su parte, mira con fuerza hacia adelante mientras sigue los casos recientes de feminicidios a través de los medios. Casi sin voz por la emoción, dice que antes participaba en las protestas de repulsa, pero que dejó de hacerlo por el sufrimiento que le provoca.
“Cada vez que dicen ‘Ni una más’, yo lloro. Cada vez que dicen ‘Vivas se las llevaron, vivas las queremos’, yo pienso que a mi hija ya no la puedo tener viva”.