Fort Myers es una ciudad sumida en el caos.
El huracán Ian arrasó el miércoles esta urbe habitada en gran parte por estadounidenses de clase acomodada y aficionados a la navegación recreativa.
Muchos de ellos buscan hoy sus yates por las calles, antes impecables y ahora devastadas desde que el mar entrara violentamente en la ciudad junto con los vientos de más de 240 km/h del ciclón de categoría 4.
Hasta ahora, en toda la zona afectada de Florida se habla de diez muertos, pero se teme que la cifra aumente.
En Fort Myers, el nivel del agua llegó a alcanzar los 3 metros de altura, causando una inundación masiva que arrastró costa adentro todo tipo de objetos, vegetación, mobiliario urbano, vehículos e incluso animales marinos.
Además de barcos recreativos encallados, en las avenidas de Fort Myers hoy se pueden ver vehículos volcados, palmeras arrancadas de cuajo y grandes charcos con algún que otro pez atrapado.
Muchos semáforos están derribados y los que se mantienen en pie no funcionan, ya que no hay electricidad en varios kilómetros a la redonda.
Y las tiendas, supermercados, gasolineras y restaurantes que no han quedado destruidos están cerrados.
Los habitantes de Fort Myers aseguran que nunca habían experimentado nada igual y el sheriff del condado de Lee, al que pertenece la ciudad, cree que puede haber “cientos de víctimas mortales”.
BBC Mundo habló con algunos vecinos de esta ciudad sumida en el caos por el ciclón.
“Hay peces nadando por las calles y probablemente en mi piscina también. Aprovecha y agarra algunos”, nos dice Kyle Doyan, inversor inmobiliario de 42 años.
Es su única nota de humor entre lamentos por las cuantiosas pérdidas que le ha causado el huracán .
Kyle se mudó con su esposa hace solo un mes al Club Náutico de Fort Myers, uno de los barrios más selectos de la ciudad y también de los más golpeados por Ian.
Su flamante casa, por la que pagó US$1,2 millones, está encharcada de barro, las vallas que delimitan su jardín destrozadas, el buzón desaparecido y la piscina desbordada de agua marrón bajo un armazón de malla maltrecho.
“Todos mis muebles y electrodomésticos eran nuevos, y ahora casi todo lo que tenemos está para tirar a la basura”.
Asegura que el agua venida del océano llegó a superar el metro de altura dentro de su casa.
Al menos, suspira aliviado, su yate está a salvo.
“Por suerte lo teníamos bien amarrado. No sabemos si hay daños pero al menos está aquí. Mi vecino todavía está buscando el suyo. Debe estar en algún lugar por las calles de la ciudad. Es una locura”.
A la espera de la evaluación de daños por el seguro, “de momento voy a intentar limpiar un poco el terreno y ayudar a los vecinos”, dice resignado.
“Conseguí un generador, así que al menos puedo tener un poco de electricidad y conservar los alimentos en la nevera para comer estos días”.
Las lujosas casas del Club Náutico contrastan con los modestos complejos de viviendas del centro urbano donde habita la gente de menos recursos.
Al pie de uno de ellos, bajo dos niveles de hileras de apartamentos, cuatro vecinos fuman y comentan los destrozos sufridos.
Ryan Shean, carpintero y músico de 37 años que vive en Cape Coral desde 2011, señala unas planchas de madera desperdigadas por el suelo junto al edificio.
“Ese era mi techo“, le cuenta a BBC Mundo.
Entramos en su vivienda, un viejo apartamento de 40 m2 con el tejado parcialmente desprendido.
Nada está en lo que parece ser su sitio y un amasijo de ropa, enseres, muebles e instrumentos dificulta el paso.
Un gato maúlla aún asustado, según Shean, por el impacto del temporal.
“Una parte del tejado de mi casa voló. El viento y la lluvia entraron en mi apartamento. Toda la parte aislante y el techo cayeron sobre mi cama“, recuerda.
“Y todo lo que estaba en mi balcón desapareció, desde las mesas y las sillas hasta la separación con el balcón de mi vecino”.
Le preguntamos si llegó a temer por su vida.
Saca pecho y responde: “no, porque fui socorrista y estoy preparado para este tipo de situaciones”.
A unos 35 kilómetros de Fort Myers, en el mismo condado de Lee, encontramos a Jacqueline, una guatemalteca de 30 años que emigró aquí hace tres.
Jacqueline vive en una casa prefabricada de unos 35 metros cuadrados con cocina, baño y una estancia donde duermen ella, su cuñado y dos sobrinos.
Con el dinero que ganan limpiando terrenos en la zona, poco a poco fueron amueblando la vivienda.
Pero el miércoles Ian también les envió un trozo de mar.
“Todo acá estaba inundado anoche. El agua nos llegó hasta por acá”, atestigua, señalando las marcas de barro en la pared a la altura de su cintura.
Jacqueline lamenta que el huracán haya echado a perder lo que tanto trabajo le costó lograr: “El televisor, el microondas, el refrigerador, cosas que utilizamos a diario, todo”
“¿Lo más valioso que perdimos?Nuestras camas“, afirma.
Jacqueline y sus familiares se sienten especialmente desprotegidos por ser inmigrantes ilegales.
“No contamos con un seguro social, así que no podemos reclamar nada“, explica a BBC Mundo.
¿Y qué harán entonces?, le preguntamos.
“Trabajar, trabajar y seguir trabajando, y seguir construyendo nuevamente nuestras pertenencias, nuestras cosas”.