Autoridades en Shanghái impusieron medidas drásticas por el coronavirus: cientos de infectados son enviados a centros de confinamiento, muchos sin duchas y solo con camas plegables.
Yurley lleva cuatro años en China y casi la mitad de ellos los ha pasado bajo restricciones debido a la pandemia de covid-19.
Pero afirma que “nunca” había vivido una situación como la actual: el último confinamiento ha sido “el peor” de todos, para ella.
La madrugada de este lunes, la policía china tocó la puerta de su apartamento en el centro de Shanghái, mientras dormía.
Luego fue trasladada a un centro de cuarentena, donde la colombiana de 27 años aún permanece encerrada, desesperada y con una creciente frustración.
China impuso un nuevo confinamiento en Shanghái, su centro financiero más importante, en medio de una nueva ola de casos de covid-19 que azota a gran parte del país.
Con 45 ciudades confinadas, de manera parcial o total, de acuerdo a un reporte publicado por el banco de inversión Nomura la semana pasada, el gigante asiático tiene cada vez más problemas manteniendo su política de “cero covid”.
Hasta ahora, Shanghái es la ciudad más grande que ha sido puesta en cuarentena. Pero los desafíos logísticos necesarios para confinar a las 25 millones de personas que viven en la megápolis son enormes.
El gobierno ha creado centros de confinamiento en toda la ciudad. Muchos no tienen duchas y sólo cuentan con camas plegables.
Las personas infectadas conviven en ellos apretujadas unas junto a otras.
Yurley, quien trabaja para una empresa que exporta productos de China a Colombia, se encuentra en uno de ellos ubicado en una zona en el norte de la ciudad que no conoce bien, pero que “parece industrial”.
Recuerda que desde el comienzo del confinamiento, las autoridades de Shanghái empezaron a hacer pruebas rutinarias en las diferentes comunidades.
“Todos los días nos estaban haciendo tests”, dice en entrevista con BBC Mundo.
El 4 de abril le hicieron una prueba y vio que el resultado en su aplicación móvil era “anormal”, pero nunca recibió los resultados definitivos de esa prueba.
“Cuando mi código QR cambió y se puso de color rojo, empecé a sospechar que algo andaba mal“, añade.
Tres días después, Yurley y su novio se sometieron a pruebas caseras de covid-19 para que los dejaran salir de su conjunto residencial, pues querían pasear a su mascota.
No tenía síntomas graves, “sólo una tos leve”, pero su prueba salió positiva.
Luego les hicieron una prueba PCR a ella, a su novio y a Demi, su compañera de piso sudafricana.
La colombiana asegura que tampoco le enviaron el resultado de esa prueba, pero a Demi le informaron que tenía covid-19.
Yurley recibió “una vacuna china”, mientras que su pareja, quien “nunca ha dado positivo”, recibió dos dosis de la vacuna Pfizer.
Demi no se ha vacunado.
Tras dar positivo, la sudafricana recibió una llamada telefónica de las autoridades sanitarias donde le preguntaron dónde y con quién vivía, y le pidieron que se preparara porque “en las próximas 48 horas” la iban a buscar.
A Yurley solamente le preguntaron su dirección.
“Les dije que me dejaran quedarme en casa porque vivo con mi novio, tengo un baño privado y les pedí que nos hicieran otra PCR, porque ya las pruebas de antígeno me estaban dando negativas para el 12 de abril”, apunta la joven de Bucaramanga.
Pero nunca recibió respuesta.
El domingo 17 de abril a las 11 de la noche, Demi recibió otra llamada donde le anunciaron que la iban a recoger en dos horas y le pidieron que le informara a su compañera de piso, “la señorita Benítez” que también se preparara.
“A las 3 de la madrugada recogieron a Demi, pero yo les dije que no iba a ir”, cuenta Yurley.
“Mi consulado me había aconsejado que no fuera, porque era injusto que nunca me informaran personalmente que me iban a sacar de mi casa”.
Se fueron, pero media hora más tarde comenzaron a tocar nuevamente.
La policía se presentó con una videocámara y le mostraron una nota que decía que si no cumplía las reglas iba a tener complicaciones legales.
Los agentes sólo hablaban mandarín, pero le prometieron a Yurley que en el centro de cuarentena había gente que hablaba inglés. Una promesa que pronto se daría cuenta de que no era cierta.
Y, sin más, la subieron al autobús.
“Me puse a llorar porque sentí mucha frustración. Yo sabía que ya no tenía covid, que ya era negativa”, explica.
Además, cuenta que todos en el autobús se veían tristes, frustrados y “nadie se veía enfermo”. Agrega que en los 20 minutos que duró el trayecto no escuchó toser a nadie.
“Todo parece un trámite, parece como si las autoridades solo quieren justificar la construcción de todos estos hospitales”, dice.
La colombiana señala que tiene suerte, pues el hospital a donde fue trasladada no es tan malo como pensó.
“Todo está nuevo. Lo único difícil es dormir. Me costó muchísimo anoche, porque las luces siempre están prendidas y hay mucho ruido las 24 horas del día“, relata.
Estima que en su centro hay “unas 600 personas” que suelen hablan al mismo tiempo, ponen música y ven series con el volumen “muy alto”.
Yurley y Demi afirman ser las dos únicas extranjeras del lugar, donde “nadie habla inglés”.
“Logré pedir en chino dos camas en un cubículo, cerca de una ventana y afortunadamente así lo hicieron”, añade Yurley, precisando que en ese hospital cada cubículo cuenta con dos camas.
Yurley ha notado que a los chinos se les ha ido agotando la paciencia en los últimos días.
“La gente en Shanghái está harta, incluso los chinos están protestando cada vez más y pegan panfletos en los que dicen que este es el confinamiento de la muerte, que la gente se está muriendo”, señala.
“También ha sido súper triste porque muchas mascotas han muerto de hambre o han quedado abandonadas en las casas de los mismos dueños”.
El confinamiento en Shanghái es tan estricto que es difícil conseguir comida.
El confinamiento total les impide a las personas abandonar sus hogares, incluso para la compra de productos básicos.
Jiangchuan Wu, periodista del servicio chino de la BBC, explica que en Shanghái existen actualmente tres tipos de confinamientos que se aplican a complejos residenciales.
En primer lugar, están los complejos en los que no ha habido ninguna infección en 14 días continuos, cuyos residentes pueden salir.
Luego están los que registran casos de infección, pero no en todos los edificios. Los residentes de los edificios sin casos pueden salir, pero solo pueden moverse dentro del complejo.
Y por último están los complejos en los que se han registrado casos en diferentes edificios y cuyos residentes no pueden salir de su hogar.
“En teoría, algunas personas pueden salir de casa y caminar en la ciudad, pero es muy difícil”, explica Wu.
“Los datos oficiales aseguran que hay millones de personas bajo este tipo de condiciones, pero esto es difícil de verificar esta información. Personalmente, no lo he visto”.
Yurley afirma que tampoco conoce una sola comunidad que esté abierta.
Desde principios de abril, los residentes de Shanghái han reportado dificultades para pedir alimentos en línea, e incluso restricciones sobre cuándo pueden realizar sus pedidos, debido a la escasez de suministros y la falta de personal para entregarlos.
Durante los primeros días del confinamiento, Yurley recuerda que no conseguía a nadie que le llevara la comida.
Fue a partir de la segunda semana que empezó a recibir algunos productos mediante entregas comunitarias.
“Pero eran vegetales muy chinos que ni siquiera sabíamos cómo cocinar, vegetales de los que ni siquiera me sé el nombre, porque no existen en mi cultura”, explica con frustración.
Desde principios de mes, el gobierno chino ha estado regalando cajas de comida a personas en comunidades totalmente confinadas.
“Esto es insostenible, ¿cuánto dinero está gastando Shanghái con este confinamiento?”, se pregunta Yurley.
La joven colombiana permanecerá en el hospital hasta que se haga dos pruebas PCR y estas salgan negativas.
El lunes pasado le hicieron la primera y la noche del martes aún esperaba el resultado.
Si el test da negativo tiene que esperar por otra ronda de pruebas, que supuestamente es en “un par de días”, y esperar que el resultado sea consistente.
Por ahora, ha dejado de trabajar y tuvo que cancelar todas las reuniones que tenía previstas. Se ocupa leyendo, haciendo crucigramas, pero afirma que cada minuto que pasa en el centro de cuarentena parecen horas.
“Al principio dijeron que el confinamiento duraría cinco días y ya van más de quince. ¿Cuándo se acabará esto?“.