Era un tuit, pero casi parecía una declaración de guerra económica.
El mensaje escrito por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el pasado 7 de octubre incluía la amenaza expresa de “destruir y arrasar completamente” la economía de Turquía si este país decidía hacer cualquier cosa que él en su “gran e inigualable sabiduría” considerase que traspasa los límites.
Con sus palabras, el mandatario estadounidense parecía querer contener el alcance de la invasión que el gobierno de Recep Tayyip Erdogan tenía previsto ejecutar en el norte de Siria para establecer una zona en la que no hubiera presencia de fuerzas kurdas, consideradas como una amenaza por Ankara.
Hasta entonces, el único impedimento para esa acción era la presencia en esa región de tropas estadounidenses, cuya retirada Trump justo acababa de anunciar.
As I have stated strongly before, and just to reiterate, if Turkey does anything that I, in my great and unmatched wisdom, consider to be off limits, I will totally destroy and obliterate the Economy of Turkey (I’ve done before!). They must, with Europe and others, watch over…
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) October 7, 2019
Erdogan no solamente avanzó contra los kurdos, sino que su ofensiva incluso puso bajo fuego a los militares estadounidenses que aún no habían sido evacuados de la zona.
Según confirmó el Pentágono, los disparos de artillería turca cayeron apenas a un centenar de metros de distancia de donde estaban ubicados sus militares.
Se trata de un episodio inédito que aumentó la preocupación sobre la senda de deterioro de los vínculos entre Ankara y Washington, que respondió imponiendo sanciones económicas.
No se trata de una relación cualquiera. Turquía tiene una ubicación geográfica estratégica que convierte al país en el puente entre Europa, Medio Oriente y Asia central.
Oficialmente es un aliado de Washington en temas de defensa, cuenta con el segundo ejército más grande de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y, por si fuera poco, alberga medio centenar de bombas nucleares estadounidenses que están almacenadas en la base aérea de Incirlik, situada a poco más de 100 kilómetros de la frontera con Siria.
Tras la ofensiva ordenada por Erdogan, el gobierno de Trump comenzó a estudiar planes para trasladar esas armas que, según un alto funcionario estadounidense citado por The New York Times, se han convertido en una suerte de rehenes de Erdogan.
Pero ¿cómo llegaron esas bombas a Turquía?
La existencia de armas nucleares estadounidenses en territorio turco ha sido un secreto a voces durante décadas.
Según explica Jeffrey Lewis, profesor de Control de Armas del Instituto Middlebury de Estudios Internacionales (California, EE.UU.), hay otros países que se encuentran en la misma situación, como Alemania, Italia, Bélgica y Países Bajos.
Como parte de los acuerdos hechos con la entonces Unión Soviética para resolver la “crisis de los misiles” de 1962, Moscú se comprometió a llevarse sus misiles nucleares de Cuba y Washington retiró los suyos de Turquía.
“Estados Unidos retiró los misiles pero siempre ha mantenido bombas nucleares almacenadas en Turquía para ser usadas por ellos y por algunos aliados de la OTAN. Han estado allí desde la Guerra Fría”, señala Lewis.
Se trata de medio centenar de bombas tácticas B61, capaces de llevar cargas nucleares que se calculan entre 300 toneladas y 170 kilotones (equivalente aproximadamente a 11 veces la capacidad destructiva de la bomba de Hiroshima).
En la actualidad, estas bombas solamente pueden ser utilizadas por fuerzas estadounidenses, pues desde hace unos 20 años Ankara dejó de contar con aviones y pilotos certificados para lanzarlas.
Sin embargo, en un contexto de crecientes tensiones con Turquía, ¿qué riesgos entraña el mantener esas bombas en Incirlik y qué implicaría intentar trasladarlas?
De acuerdo con el alto funcionario estadounidense citado por The New York Times, la situación de estas bombas entraña un dilema: retirarlas de Incirlik marcaría en los hechos el final de la alianza entre Estados Unidos y Turquía; pero mantenerlas allí sería perpetuar una vulnerabilidad nuclear que debió haber sido resuelta hace años.
No es la primera vez que se plantea esta discusión, aunque probablemente antes no haya tenido tanto sentido de urgencia.
Desde el final de la Guerra Fría, el destino de este tipo de bombas nucleares estadounidenses ha estado en discusión dentro de la OTAN pero, al parecer, varios estados miembros -incluyendo Turquía- se han opuesto a su retirada por considerarlas como un símbolo del compromiso de Estados Unidos de apoyarles en su defensa.
Algunos analistas, además, han señalado el peligro de que su retirada sirva como una excusa para que Turquía intente desarrollar sus propias armas nucleares, una idea que Erdogan insinuó recientemente cuando dijo en un mitin de su partido que es inaceptable que su país no tenga su propio arsenal.
Según aseguró, equivocadamente, “no hay ninguna nación desarrollada en el mundo que no lo tenga”.
Expertos como Ankit Panda, investigador principal de la Federación de Científicos Estadounidenses (FAS, por sus siglas en inglés), consideran que políticamente no tiene sentido mantener esas armas en Turquía.
“Esta alianza disfuncional no puede ser y no será salvada por la presencia de bombas estadounidenses en suelo turco“, escribió Panda en un texto en The New Republic.
“Esas bombas pueden ciertamente ser retiradas y Turquía puede seguir siendo la intolerable oveja negra de la OTAN”, agregó.
Y es que justamente el rol de Turquía dentro de la alianza es un asunto que está en el centro de este debate.
“El gobierno de Turquía ha cambiado. El presidente Erdogan se ha convertido en un dictador en términos funcionales y su política exterior es mucho más pro-rusa. Ha pasado de ser un aliado a una posición más neutral o incluso contraria a muchos de los intereses de seguridad de EE.UU.“, señala Lewis.
El acercamiento de Ankara a Moscú es patente en algunos hechos concretos, como la decisión de Erdogan de comprar el sistema antimisiles rusos S-400, que llevó a Washington a excluir a Turquía del programa de fabricación así como de la compra de los nuevos cazabombarderos F-35.
“Si Turquía solicitara ser miembro de la OTAN ahora, no llegaría ni a la puerta“, escribió Max Boot, analista del Consejo Estadounidense de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés).
El experto explica que en la actualidad esa organización exige que los candidatos a ingresar tengan sistemas democráticos estables, busquen el arreglo de las disputas étnicas o territoriales por la vía pacífica, demuestren su compromiso con el estado de derecho y los derechos humanos y tengan una economía de mercado, entre otros requisitos.
“Turquía tiene una economía de mercado, pero no cumple con ninguno de los otros criterios”, agrega.
No es esta la primera vez que Estados Unidos se preocupa por la seguridad de sus bombas atómicas en Turquía.
En 2016, durante el intento de golpe de Estado contra Erdogan, la base de Incirlik fue usada por algunos de los participantes en el complot, incluyendo un general que llegó a solicitar la protección de los militares estadounidenses, algo que le fue negado.
Luego, las fuerzas leales al gobierno cortaron el suministro eléctrico de la base antes de lanzar una operación para detener a los sublevados que estaban allí.
Este episodio explica en parte el distanciamiento entre Ankara y Washington, pues desde el gobierno de Erdogan se expresaron sospechas sobre un posible apoyo de Estados Unidos al alzamiento y se cuestiona que la Casa Blanca no autorice la extradición de Fetullah Gülen, el clérigo al que consideran responsable de impulsar el levantamiento.
En todo caso, existe un conjunto de medidas de seguridad que dificultan el acceso a las bombas estadounidenses.
Jeffrey Lewis explica que estas armas se encuentran en una bóveda en el piso de un edificio protegido en una zona de la base custodiada por fuerzas de seguridad de Estados Unidos y en torno a la cual existe un perímetro de seguridad.
Además, las bombas en sí cuentan con dispositivos de seguridad y requieren de un código de acceso para poder usarlas.
“Todas esas medidas están diseñadas para protegerlas de un grupo terrorista o de un militar deshonesto. Pero las armas no estarían seguras si, por ejemplo, el gobierno de Turquía decidiera apropiarse de ellas“, señala el experto.
Lewis es partidario de que Estados Unidos saque las bombas ahora de Incirlik.
“Turquía no puede hacer mucho para evitarlo. Dando por supuesto que no les van a avisar antes sobre el traslado. Hay aviones estadounidenses que entran y salen de esa base todo el tiempo, así que solamente necesitas enviar el avión, que el personal estadounidense lo cargue y volar de vuelta”, asegura.
Añade que Estados Unidos ya había hecho una operación similar en 2001 en Grecia, cuando se juzgó que la situación de seguridad se había deteriorado.
Otros expertos, como Vipin Narang, experto nuclear del Instituto Tecnológico de Massachusetts, advierten que llevarse las bombas entraña algunos riesgos.
“Sacarlas bajo estas circunstancias podría ser increíblemente arriesgado, dado que implicaría mover 50 armas nucleares de las bóvedas, trasladarlas dentro de la base aérea turca y luego llevárselas volando fuera del espacio aéreo turco”, le dijo Narang al diario británico The Guardian.
“Podrían ser vulnerables a accidentes, robos o ataques”, advirtió.
Este jueves, una comisión de Estados Unidos encabezada por el vicepresidente Mike Pence estará en Turquía para reunirse con Erdogan para tratar de acordar un alto el fuego en Siria.
Esto ayudaría a aliviar las tensiones en la zona, pero no está claro que sirva para subsanar la preocupación por el destino de las bombas nucleares que Washington mantiene en Incirlik.