Como práctica, no es tan reciente como puede parecer: hace más de 3.000 años, los comerciantes exitosos en China escondían su riqueza de los gobernantes, valiéndose de técnicas que siguen siendo utilizadas.
Pero, a lo largo de la historia, la maniobra de disfrazar ingresos ha sido más asociada con aquellos derivados de actividades ilícitas.
Quién sabe cómo le llamaban antaño pero el nombre con el que la conocemos, “lavado de dinero”, surgió hace menos de un siglo.
Se dice que se originó en los Estados Unidos de las décadas de 1920 y 1930, cuando delincuentes como Al Capone compraban lavanderías y negocios similares que funcionaran con dinero en efectivo en denominaciones pequeñas para mezclar las ganancias de esas actividades legítimas con sus ganancias ilegales de la prostitución y la venta de licores pirateados.
Aunque no es seguro. Para Jeffrey Robinson, autor del libro “The Laundrymen” (Los lavanderos), es más sencillo: “El lavado de dinero se llama así porque describe perfectamente lo que ocurre: el dinero sucio o ilegal se somete a un ciclo de transacciones, o se lava, para que quede limpio o legal”.
En cualquier caso, fue en la década de 1980 que, en el contexto del tráfico de drogas, se empezó a considerar como un delito separado con la aprobación Ley de Control de Blanqueo de Capitales de EE.UU. Pronto, otros países y órganos internacionales siguieron su ejemplo.
En la actualidad, la ONU estima que entre US$800.000 millones y US$2 billones son lavados en el mundo anualmente.
Sumas difíciles de imaginar pero que no sorprenden si tienes en cuenta que los delincuentes ganan miles de millones al año vendiendo drogas.
Su problema es que casi todo es en efectivo, así que no lo pueden depositar en un banco sin suscitar sospechas.
La única forma en la que pueden disfrutar realmente de su riqueza es lavándola.
¿Cómo?
De muchísimas maneras.
Pero el caso de una operación internacional de blanqueo de millones de dólares en dinero de drogas recogido en Europa ilustra cómo se tejen esas redes sin las cuales el crimen organizado no podría funcionar.
La banda que lo llevaba a cabo fue arrestada en 2017, pero sus métodos sólo fueron revelados recientemente.
Armado con los detalles de la investigación policial que puso a 27 lavadores de dinero tras las rejas, y trabajando con la compañía de medios francesa Premières Lignes, Andy Verity, del programa de la BBC “Panorama”, le siguió el rastro al dinero sucio de la pandilla por varios países.
La ruta del dinero comienza con el aseador de un aeropuerto, Hassan Mougammadou.
En 2013, Mougammadou recibió US$650 por recoger US$90.000 en libras esterlinas, ganancias de la venta de drogas en la capital británica.
Lo que él no sabía era que la policía francesa lo estaba vigilando.
Mougammadou y otra mula de dinero hicieron 6 viajes similares a Londres, y acumularon más que US$1.400.000 en efectivo, que luego pasaron de contrabando a Francia.
“Las mulas son una de las barreras entre el originador de los fondos y los ingresos reales. Brindan un servicio esencial a la red de lavado de dinero. Cuantas más veces mueva ese dinero a través de la frontera, más difícil será rastrearlo”, apunta, en conversación con la BBC, Helena Wood, del Centro de delitos financieros y estudios de seguridad de Londres.
El dinero de la venta de drogas recolectado en Londres fue llevado a París para ser clasificado, contado y movido.
Todos los movimientos de la pandilla estaban siendo monitoreados.
La policía francesa escuchó 100.000 llamadas telefónicas y logró identificar en Francia cuatro grupos de recolectores de dinero de la venta de drogas en toda Europa.
Los documentos demuestran que unos US$280 millones pasaron por las manos de esta banda, que reclutaba a personas con trabajos comunes para que pudieran mover el efectivo sin llamar la atención.
Una de ellas era un conductor de ambulancia, quien aceptó ser entrevistado anónimamente.
“Nadie se sorprende al ver una ambulancia… cientos de ambulancias pasan todos los días”.
Durante el día, conducía pacientes enfermos por París. Por la noche, iba por las mismas calles, recogiendo bolsas de dinero en efectivo de drogas que le entregaban las mulas.
“Me daban paquetes que contenían cualquier cosa entre US$170.000 y US$700.000. Todo era muy rápido pues yo no conocía a esa gente y podía ser una trampa”.
La policía había puesto cámaras secretas en la oficina del conductor de la ambulancia: lo vieron contar más de US$6 millones en dinero de drogas en apenas 9 meses.
Los recolectores de efectivo trabajaban para un solo hombre: Nour Eddine Ech-Chauoti, quien maneja dinero para los grandes traficantes de drogas.
“Nour Eddine, quien estaba a cargo de la operación, estaba en Casablanca, donde tiene varias compañías en áreas como promotores inmobiliarios, por lo que podemos asumir que sus cuentas bancarias se financian en gran medida con las ganancias que obtiene de este caso”, señala el capitán Quentin Mugg de la policía francesa.
Su pandilla llevó millones de dólares en efectivo de la venta de drogas en Europa a París, pero eso era solo el comienzo.
Los delincuentes ahora necesitaban poner sus millones en billetes de baja denominación en el sistema financiero y en las cuentas bancarias de los jefes de las drogas.
Para lograrlo, tenían que mover el dinero nuevamente.
La pandilla quería cambiar el dinero de la droga por algo fácil de transportar y difícil de rastrear, así que fueron a Amberes en busca de oro.
Es mucho menos voluminoso, más fácil para cruzar fronteras sin ser detectado.
En Bélgica las compras en efectivo de más de US$3.300 están prohibidas, precisamente para evitar el lavado de dinero. Pero la banda contaba con un comerciante de oro dispuesto a violar las reglas: Gheorghe Blutner.
Blutner acordó entregarles 200 kilogramos de oro a cambio de US$7 millones de efectivo.
Al convertir el efectivo en oro, Blutner fue un eslabón crucial en la cadena de lavado.
El siguiente destino de la pandilla criminal era obvio: la ciudad del oro.
La capital del Emirato de Dubái es un imán para los negocios, el dinero y la riqueza extravagante, y se ha convertido en uno de los países preferidos para el lavado de dinero.
Millones de dólares de dinero sucio fluyen por Dubái cada año, gracias a que los chequeos de lavado de dinero son laxos y a que tiene un gran mercado de oro.
La pandilla llevó su oro allá para venderlo por dinero limpio.
Rastreando sus pasos, la BBC descubrió cómo una de las compañías más grandes de Dubái tenía todo el efectivo que necesitaban.
Kaloti es una refinería de oro: compra oro de todo el mundo y lo funde en barras.
En 2013, tenía que demostrar que cumplía con nuevas reglas para mantener el oro poco fiable fuera del sistema. Para hacerlo, llamó a una de las grandes firmas de contaduría británicas, Ernst and Young, o EY, quien asignó a Amjad Rihan como el auditor a cargo.
Rihan descubrió que Kaloti estaba repartiendo miles de millones en efectivo a cambio de oro.
“Mi equipo comenzó a realizar esas auditorías y lo que encontró era realmente impactante: Kaloti había entregado más de US$5.200 millones en efectivo en un año… ¡nunca habíamos visto algo parecido!”
Esos US$5.200 millones habían sido retirados de bancos locales. En una semana promedio, Kaloti retiraba US$100 millones.
Tales cantidades de efectivo despiertan sospechas de que se estén usando con fines criminales.
La BBC vio la transcripción de un caso judicial de Dubái que revela que ese efectivo provenía originalmente de las cuentas de Kaloti en el Deutsche Bank.
En el juicio, la abogada Anna Waterhouse, quien fue la directora de cumplimiento de Deutsche Bank en Dubái, declaró: “Nunca antes había visto un catálogo de circunstancias tan sospechosas”.
“Un colega entró en mi oficina a reportar una llamada de nuestro banco local en Dubái en la que los empleados le dijeron que habían notado que Kaloti había estado retirando cantidades tan grandes de dinero en efectivo que el personal del banco tenía que usar carretillas para sacarlo”, le contó Waterhouse a la BBC.
Con todo ese efectivo cambiando de manos, nos preguntamos si Kaloti le había comprado el oro a la pandilla de lavado de dinero que habíamos estado rastreando.
Rihan todavía tiene miles de documentos de su auditoría para EY, así que le pedimos que buscara algunos de los nombres de los delincuentes en los datos. Y valió la pena.
“Esos nombres que me dieron son exactamente los mismos nombres en los documentos que tengo, y esas personas estaban enviando su oro a Kaloti”.
El nombre más significativo es Adbdel Wahid Ech-Chaouti, el hermano del jefe de la banda de lavado de dinero.
Su trabajo consistía en vender el oro sucio de la pandilla en Dubái. Lo hacía a través de su compañía, Renade International.
Los documentos de Amjad muestran que Renade le vendió 3,6 toneladas de oro a Kaloti, y recibió US$146 millones en efectivo en un año.
Y hay pocas dudas de que el oro de Ech-Chaouti estuviera vinculado a las drogas. En los documentos también consta que su compañía, Renade International, le compró parte de ese oro al comerciante belga Georges Blutner.
Kaloti le dijo a la BBC que llevó a cabo “todos los chequeos apropiados contra el lavado de dinero y que nunca entraría a sabiendas en una relación comercial con ninguna parte involucrada en actividades financieras indebidas o criminales de ningún tipo”.
Añadió que los pagos en efectivo eran comunes en Dubái, pero que ya no compra oro por dinero en efectivo.
Al comprar y vender oro, la pandilla convirtió el dinero sucio en efectivo limpio.
Ahora necesitaban ingresarlo en cuentas bancarias, y para eso utilizaron casas de cambio en Dubái.
Los documentos muestran que Ech-Chaouti envió más de US$250.000 en transferencias bancarias de aspecto respetable… y así el dinero -ya limpio– regresó a manos de los traficantes de drogas.
“Es un plan muy astuto. Si los investigadores ven la transferencia bancaria, no estará a nombre de Renade International, sino de la casa de cambio. Entonces es muy difícil establecer el vínculo entre el efectivo depositado en Dubái y el narcotráfico en los suburbios de París”, comentó el capitán Quentin Mugg.
La pandilla había ayudado exitosamente a traficantes de drogas en Europa a sacar provecho de sus crímenes.
No debería haber sido posible.