Lo que antiguamente fue una base militar británica y una estación de investigación, hoy en día consta de una oficina de correos, un museo y una tienda de regalos.
Cuando Clare Ballantyne llegó al lugar al que iba a llamar hogar durante los siguientes cinco meses, lo encontró enterrado bajo metros de nieve. “Nos calentamos muy rápido cavando un montón”, dice con una sonrisa.
Clare fue elegida junto con otras tres mujeres, Mairi Hilton, Lucy Bruzzone y Natalie Corbett, para cuidar del remoto puerto de Port Lockroy, unos 1.466 kilómetros al sur de las Islas Malvinas/Falklands.
Lograron imponerse a miles de candidatos que también se postularon para gestionar la base durante el verano antártico para el Fondo del Patrimonio Antártico de Reino Unido.
Lo que antiguamente fue una base militar británica y una estación de investigación, hoy en día consta de una oficina de correos, un museo y una tienda de regalos.
El equipo acoge a los cruceros que pasan y vigila la población de unos 1.000 pingüinos juanito que vive en la isla.
Hablar con las mujeres es extremadamente difícil, pero Clare y Mairi, la monitora de vida silvestre del equipo, lograron relatar su experiencia a través de una línea de teléfono satelital irregular.
“Hemos limpiado de nieve el acceso a los edificios, asegurándonos de que los paneles solares estén desbloqueados por la nieve y que todos funcionen, que tengamos suficiente agua y gas y que estemos seguras para quedarnos en la isla”, relata Clare.
La Marina Real británica vino a ayudar al equipo a arreglar el techo del museo, que había sido dañado por el peso de la nieve. Clare recuerda el momento en que los marineros se fueron y el equipo se quedó solo en la isla, rodeado solo de pingüinos e icebergs que flotaban silenciosamente en el canal. “Fue simplemente increíble”, dice ella.
El trabajo de Clare, como directora de correos, es enviar las postales que mandan a países de todo el mundo los turistas que visitan la isla.
“El correo que envío desde aquí tarda unas cuatro semanas en llegar a Reino Unido”, asegura. “Me entusiasma estar al principio de ese viaje”.
El equipo lleva ya varias semanas en Port Lockroy y se ha acostumbrado a una rutina bien engrasada. “Nos levantamos a las 7 de la mañana”, dice Mairi. “Desayunamos y bajamos a quitar la nieve del lugar al que llegan los viajeros”.
“Tenemos un crucero por la mañana. Los turistas vienen y visitan el museo, la tienda y ven los pingüinos. Luego almorzamos y un segundo grupo de turistas llega por la tarde hasta las 6. Por la noche cenamos, supervisamos a los pingüinos y hacemos cualquier otra tarea que sea necesaria”, agrega.
Port Lockroy es el destino turístico más popular de la Antártida, con alrededor de 18.000 visitantes cada año. Pero se trata de una relación simbiótica: el equipo depende en gran medida de la asistencia que brindan los barcos que pasan.
“No tenemos agua corriente, así que obtenemos el agua potable de los cruceros”, dice Mairi, “y también nos duchamos allí”.
“Recibimos fruta y verdura fresca, y pan de los barcos que vienen de visita. Las tripulaciones nos cuidan muy bien”, agrega Clare.
Dado que no hay conexión a internet en Port Lockroy, la principal manera que tiene el equipo para estar en contacto con sus familias y mantenerse al día de lo que pasa en el mundo exterior es usando el wifi de los barcos. Y aunque el equipo ha recibido formación en primeros auxilios, si necesitan ver a un médico, pueden encontrar uno a bordo de los barcos visitantes.
Pero no siempre es tan sencillo. La imprevisibilidad del clima antártico podría de repente mantener al equipo aislado durante días.
“Nunca se sabe lo que traerá el día”, dice Clare. “No sabes si vas a venir un barco por la mañana, si va a haber una tormenta. Hay que ser muy flexible”.
Aún así, y a pesar de los desafíos, todavía están maravilladas por lo que les rodea. “Todas las mañanas, cuando subes los escalones nevados del edificio, las montañas y los icebergs en el canal que nos rodea, es simplemente hermoso y ver a los pingüinos te hace sonreír“, dice Clare.
Ante la pregunta de cómo se sienten al ser las únicas cuatro humanas entre cientos de pingüinos residentes, Mairi asegura que “no son tan ruidosos como esperaba. Son muy buenos vecinos y es muy divertido verlos”.
La tarea principal del equipo con respecto a la vida silvestre es contar los huevos que se suelen poner en esta época del año. Aunque Mairi afirma que el cambio en las condiciones climáticas parece haber retrasado la temporada de reproducción.
“Hay mucha nieve y tampoco tenemos hielo marino fijo en la bahía, lo cual es inusual. Los huevos de los pingüinos no sobrevivirán si se depositan en la nieve, así que si sigue habiendo estos inviernos más cálidos y templados no va a ser bueno para los pingüinos de aquí”.
Clare y Mairi aseguran que todavía no han tenido mucho tiempo libre, pero están tratando de saborear cada momento que pasan en la isla. ¿Y para Navidad?
“Nos tomamos el día libre”, dice Mairi. “Algunas vamos a hacer un pudín de Navidad, mince pies (dulces tradicionales británicos) y galletas de jengibre. Simplemente nos relajaremos y tendremos una cena de Navidad y haremos muchas de las cosas que normalmente harías en casa, pero en la Antártida”.