En su canal de YouTube, además de crítica literaria, Jen Campbell aborda el tema de su condición de síndrome EEC.
El Diario de Ana Frank me gustó mucho, ¿tendrá otros libros de la misma autora? ¿Dónde están sus novelas de ficción? ¿Dónde tienen a Hamlet, usted sabe ‘ser o no ser’: en la sección de filosofía? ¿Qué libro podría comprar para que cuando la gente vea mi biblioteca diga: ‘¡Uy!, que tipo tan inteligente’?
Preguntas y comentarios como los anteriores fueron los que motivaron a Jen Campbell a publicar “Cosas raras que se oyen en las librerías”, una recopilación de lo más fantástico, curioso y ridículo que escuchó en sus más de diez años trabajando en una librería en Edimburgo, Escocia, y en un anticuario de libros en Londres.
Campbell es una escritora, poetisa y crítica literaria británica que además tiene un blog y su propio canal de YouTube, donde pasa revista de nuevas publicaciones y habla de su larga relación con los libros.
La edición de “Cosas raras…” tuvo tanta repercusión que la puso en contacto con otros libreros alrededor del mundo, incluyendo en ciudades hispanohablantes, que contribuyeron a un segundo volumen. También escribió otro libro dedicado a las curiosas librerías del planeta. Todos han sido traducidos al español.
BBC Mundo habló con ella sobre sus inicios en la vida literaria, la magia de las librerías y los incidentes que en ellas ocurren.
¿Cómo llegó al mundo de los libros?
Me crié en el noreste de Inglaterra y en ese momento -en los 90- allí no había muchas librerías. Pero cuando fui a la universidad en Edimburgo encontré que había una gran cantidad y eran un deleite, me la pasaba en ellas maravillada.
Me puse a pensar que en lugar de gastar dinero en libros, sería mejor conseguirme un trabajo en una de ellas. Logré que me emplearan medio tiempo en una librería que se llama Edinburgh Bookshop y fue maravilloso, me encantó.
Era pequeña, pero muy bien surtida y seleccionada y la comunidad a su alrededor era muy unida.
Había un par de escuelas cerca y la mayoría de las tardes entraba una gran cantidad de niños que salían de clases y les teníamos una hora de cuentos.
La biblioteca tenía una perra de raza leonberger, inmensa, y los niños trataban de montarla como un pony y nosotros les decíamos que era Nana, la perra en Peter Pan, y se lo creían.
Trabajé allí como unos 10 años y todavía sigo en el gremio de los libros pero ya no como vendedora.
¿Qué efecto tiene estar rodeada de tantos libros? Hablo del impacto sensorial, emocional que produce estar entre libros.
El aspecto principal de vender de libros es que ayuda a la gente a encontrarse consigo misma.
Si tú le recomiendas a alguien un libro del que se enamora, eso se queda con ellos para siempre y nunca olvidarán dónde lo compraron.
Personalmente, suelo recordar dónde y cuándo compré un libro, y si me gustó. Uno realmente ancla un libro a un lugar y tiempo y eso es muy especial.
Y el estar en un lugar lleno de libros te da un sentido de posibilidades sin límites.
Cada uno es una puerta hacia otro sitio y tú puedes seleccionar la que quieras y el momento antes de que tomes esa decisión es muy emocionante.
Poder recomendar algo que se vuelve importante para alguien es un privilegio.
Esa relación entre librera y cliente es sin duda especial y fuente de las cosas raras que se oyen en las librerías. ¿Qué le dio la idea para registrar y publicar esos comentarios?
Sucedió por accidente.
Había dejado la librería en Edimburgo para mudarme a Londres, donde encontré un trabajo en un anticuario de libros, Ripping Yarns.
Era muy diferente a donde había estado, todos los libros eran antiguos y eso creo que generó preguntas y comentarios más extraños que los que había escuchado antes en Edimburgo.
Había tenido un día particularmente curioso en la librería: alguien se había vomitado en mis zapatos y hubo una serie de comentarios que decidí escribir en un blog.
Lo hice todo en broma y con mucho afecto, pero se volvió viral.
Hubo libreros por todo el mundo que comentaban, “a mí también me pasó”.
La cantidad de libreros que hablaron de gente que entraba a preguntar si Ana Frank había escrito una secuela de su diario, porque pensaban que era ficción y no sabían que fue una persona real, era inaudito.
El hecho de que le pasara a tantos otros me dejó desconcertada, pero claramente había tenido resonancia. Muchas personas lo compartieron online y tomó vida propia.
Recibí una llamada unas semanas después de un editor que había trabajado en el mismo lugar y recordaba las ridiculeces que escuchaba.
Me preguntó si había pensado en poner todo lo que había recopilado en un libro. No se me había ocurrido, pero lo consulté con mi agente literario y lo hice.
La cita de Ana Frank es increíble, pero ¿qué fue lo primero que escuchó que la sorprendió?
No recuerdo qué fue lo primero que escuché, pero hay acciones que sobresalen que no hay cómo describirlas en el libro.
Por ejemplo, la cantidad de padres que dejaban a sus hijos en la librería solos, niños pequeños, simplemente los dejaban mientras se iban a hacer compras. Era muy estresante.
Otras veces los niños se subían por los estantes sin que sus padres les dijeran algo o rompían las hojas de un libro y la madre lo devolvía cuidadosamente al estante. Obviamente ocurrían accidentes y esa pérdida se asume, pero ese comportamiento me sorprendía.
Sin embargo, algo que recuerdo mucho fueron las interacciones con niños, las cosas tan graciosas que decían de la forma más inocente.
Esa fue mi sección favorita del libro “Cosas raras…” porque no hay nada de malicia ni sarcasmo. Solo inocencia y maravilla.
Había una niña, Imogen, que señaló a un estante y me preguntó si atravesándolo podía llegar hasta Narnia [la tierra imaginaria del libro “Las crónicas de Narnia” de C.S. Lewis].
Le dije que nuestro estante era muy aburrido y que no creía que sirviera para viajar a Narnia.
Ella suspiró y me miró con ojos sabios diciendo: “Está bien, el armario de mi casa tampoco sirve para ir a Narnia, mi papá dice que es porque mamá lo compró en IKEA”.
Se puede entender cómo una librería puede ser un lugar seguro para niños, un lugar de fantasía y magia. Pero en términos de los adultos, ¿qué los hace salir con estas curiosas preguntas y comentarios que hasta podrían delatar su ignorancia?
A veces es porque las personas están buscando títulos que medio recuerdan y suponen que tú debes saber lo que quieren decir.
Yo he estado en esa situación, tratando de encontrar algún libro de la infancia, todo lo que puedes recordar es que era azul, y miras a la persona desesperadamente pensando que tiene que saber a qué te refieres aunque haya tantos libros que son azules.
En un sentido, yo lo interpreto como un cumplido: que piensan que yo lo sé todo, que tengo una respuesta para cualquier pregunta, que no ven que yo no podría encontrar un libro de cuyo título sólo recuerdan una palabra.
En realidad, una de las cosas más agradables de ser librera es el acercamiento que se puede lograr con el cliente de una manera en que no se puede en otros ámbitos comerciales.
Porque cuando hablas de libros hablas de tu vida, y eso me ha permitido tener íntimos intercambios personales: alguien que se está divorciando y busca un libro que le ayude y eso inicia una larga y profunda conversación.
En el otro extremo hay personas que te dejan sin palabras, como un hombre que me dijo que se comía los libros buenos que leía. No supe qué responder más que cómo lo hacía. Me dijo que quería sentir que el libro era parte de él, así que cortaba las páginas y las horneaba dentro de una torta y se las comía.
Le comenté que me parecía “poético” pero quise saber qué hacía con los libros que no le gustaban. Me miró como si fuera una estúpida y dijo: “Obviamente no me como esos”.
Una de las preguntas que un cliente le hizo era si había leído todos los libros en el local. ¿Dentro de todo lo que hay que hacer en una librería sí hay tiempo para leer?
Es un error muy común creer que todo lo que un librero hace el día entero es leer. Absolutamente no.
En el anticuario que trabajé, en particular, sólo había un empleado a la vez, así que tenías que hacer todo: estar detrás de la caja, administrar el local, ordenar libros online, reabastecer los estantes, investigar libros antiguos para los clientes.
Sin embargo, hay instancias, especialmente cuando se trabaja con libros nuevos, en las que nos asegurábamos que todos los empleados estuviéramos al tanto de las nuevas publicaciones, que las hubiéramos leído para recomendarlas.
En la venta de nuevos libros esa es parte del trabajo, pero generalmente la lectura se hace en tus horas libres, no en el trabajo.
“Cosas raras que se oyen en las librerías” se editó en español con entradas adicionales de librerías hispanas. ¿Cómo se escogieron?
La editorial española contactó con librerías y me enviaron las traducciones para que yo las aprobara. Yo había hecho eso con otras librerías para la versión en inglés para mostrar la frecuencia con que se dan estas situaciones.
La gente es rara en las librerías de todo el mundo. Eso es algo que descubrí cuando fui de gira con el libro y tuve la oportunidad de hablar con otros libreros.
Pero también me percaté de lo raros que somos los propios libreros, que es algo que decidí retratar en “El libro de librerías”, que es sobre las raras y maravillosas librerías y sus fantásticos dueños.
Ahí hablo de librerías en barcos que navegan por canales, librerías en autobuses, libros a caballo.
Tengo especial admiración por las librerías ambulantes, son fantásticas. Exploré las librerías alrededor del mundo y encontré librerías raras, libreros raros y clientes raros en todas partes.
¿Algunas en América Latina?
Sí. Hay un señor llamado Luis que tiene lo que diría es más una biblioteca que una librería que lleva en el lomo de un burro.
Y hay unas hermosas librerías en Buenos Aires, Argentina, por ejemplo. El Ateneo, que queda en una antigua sala de ópera. Uno se podría quedar días enteros allí.
Hay gente que visita la librería como si fuera una iglesia. Yo misma lo he hecho, es algo que te llena de calma. No tienes que comprar nada, cosa que apruebo completamente. Es como una peregrinación.
¿Toda esta experiencia en librerías, cómo ha influido en su escritura?
Después de escribir estos tres libros regresé a lo que hacía antes: poesía y cuentos cortos.
No sé si mi trabajo en las librerías influyó en mi escritura, pero definitivamente enriqueció mi experiencia del mundo de los libros: el negocio de las editoriales, los viajes y visitas a otros espacios donde se venden libros, la interacción con otros lectores influyeron en cómo pienso sobre mis cuentos, cómo los elaboro en términos de estructura.
Desde entonces, he escrito dos colecciones de poemas y una de cuentos cortos para adultos, “El principio del mundo a la medianoche”.
También publiqué una serie de libros ilustrados para niños, que han sido traducidos al español.
El primero se llama “La librería voladora de Franklin”, sobre un dragón que ama la lectura y quiere compartir historias, pero la gente está atemorizada de él. Se hace amigo de una niña llamada Luna y deciden armar una librería en el lomo de Franklin que llevan a las aldeas locales para fomentar la lectura.
Tiene dos secuelas, “Franklin y Luna en la Luna” y “El fantástico viaje de Franklin y Luna en el libro de cuentos”.
Además de escribir, usted tiene un blog y un canal de YouTube en que aborda temas de desfiguración y de diferencias físicas visibles. ¿Eso a qué se debe?
Nací con el síndrome EEC, una condición genética caracterizada por ectrodactilia, displasia ectodérmica y hendiduras orofaciales. Tenía los huesos y piel de mis manos fusionados, así que pasé buena parte de mi niñez en hospitales, con decenas de operaciones en las que básicamente me reconstruyeron las manos.
Esa fue una razón por la que me enamoré de la lectura, porque pasé mucho tiempo fuera de la escuela. Primero con libros hablados porque no podía sostenerlos con las manos vendadas.
Me encanta la idea de los cuentos como medio de escape, pero también cómo te ves a través de la literatura.
Quería unirme a la comunidad literaria en YouTube en su sección que se llama BookTube -donde se hace crítica literaria, se habla de nuevos libros, etc-, pero estaba nerviosa porque tengo una discapacidad de desfiguración e internet puede ser un lugar poco agradable si uno se ve diferente.
Así que si iba a hablar de libros también tendría que hablar de mi condición, en caso de que la gente preguntara qué me pasaba, y pensé que podría usar la plataforma para educar también.
En mi canal de YouTube hablo mucho sobre la representación de la desfiguración en la literatura y el cine porque, salvo pocas excepciones, no es muy sutil.
Si piensas en villanos, frecuentemente tienen deformaciones faciales, como los de James Bond con cicatrices en la cara, e incluso en las animaciones de Disney como el Rey León el personaje malo se llama Scar [cicatriz en inglés].
Todo eso fomenta que la desfiguración sea interpretada como algo negativo. Se puede desestimar, diciendo que es sólo en libros o en las peículas, pero los medios que consumimos afectan la manera que vemos el mundo diariamente.
Llevo haciendo videos más de cinco años, criticando libros y ocasionalmente hablando sobre desfiguración y sobre la historia de los cuentos de hadas que me apasiona. Eso ya es parte de mi vida.
¿Y en lo que escribe ha incluido el tema de su condición?
Definitivamente dentro de mi poesía y la serie de cuentos para adultos.
Pero, inclusive en los libros de “Cosas raras…” aunque no tienen un personaje desfigurado, el mensaje es no juzgar a una persona por cómo se ve. Y mucho del trabajo que hago con niños es de escritura y lectura, pero también hablo sobre desfiguración y aceptación.
Una vez le estaba explicando a un niño que yo tenía varillas de metal en mis dedos y me dijo: “¡Qué increíble, es como si fueras un robot!”.
Los niños son lo mejor. Hacen preguntas muy puntuales y básicamente lo que quieren saber es que no sufras dolor.