Joe Biden insiste en que este no es momento para migrar a su país. "Puedo decir claramente 'No vengan' (...) No dejen su ciudad o comunidad", dijo.
Con solo 17 años, Michael está realizando un viaje tan duro como peligroso: tratar de llegar hasta la frontera de Estados Unidos desde su Honduras natal.
Solo lo acompaña su hermano mayor. Reconoce estar exhausto por el esfuerzo y con los pies destrozados tras días de caminata. Pero sigue con la moral casi intacta.
“Está siendo un viaje complicado, siempre huyendo, por los montes… pero llegaremos y saldremos adelante. Vale la pena porque hay que sufrir para conseguir algo”, dice mientras descansa junto a un albergue para migrantes en Palenque, en el sur de México.
A Jacqueline, una hondureña de 19 años que encontramos caminando por la carretera junto a su hijo de 4 años, su marido y la familia de su hermana, la desesperación le llevó a emprender este viaje pese a estar esperando un bebé.
“Tengo tres meses (de embarazo) y me he sentido cansada porque casi no hemos comido, me siento como a veces me voy a desmayar, pero voy con fuerza. Más bien por… por darle fuerzas a ellos”, dice antes de romper en llanto.
“Me da lástima ver así a mi familia. Pero confío en Dios que vamos a llegar, la verdad”.
Tras un 2020 marcado por la pandemia y el cierre de fronteras entre países, miles de migrantes -en su inmensa mayoría centroamericanos- volvieron a la carretera este año huyendo de la pobreza e inseguridad de sus países y buscando un futuro mejor en EE.UU.
El secretario de Seguridad Nacional estadounidense, Alejandro Mayorkas, describió este martes la situación como “difícil”. “Estamos en vías de registrar más personas en la frontera sur que en los últimos 20 años”, reconoció.
Y, como Michael, muchos de ellos son menores de edad que viajan sin la compañía de sus padres.
Cientos llegan cada día a su frontera con México. Algunos reconocen que lo hacen con la esperanza de que la política migratoria del nuevo gobierno sea más sensible hacia su realidad que la del expresidente Donald Trump.
Pero Joe Biden insiste en que este no es momento para migrar a su país. “Puedo decir claramente ‘No vengan’ (…) No dejen su ciudad o comunidad”, dijo este martes a ABC News.
El presidente también negó que sus nuevas políticas sean responsables del incremento en las cifras. “En 2019 y 2020 hubo un aumento (de migración) también”, subrayó.
Michael salió hace una semana de su hogar en Yoro, un departamento eminentemente rural en el norte de Honduras. Allá dejó a su mamá, su “doña” (su pareja) y su bebé recién nacido.
Atravesó Guatemala en autobús, pero ya sin dinero, lleva caminando cinco días sin descanso desde que ingresó a México. No sabe cuántas horas camina al día porque el teléfono que llevaban también lo vendieron para poder seguir adelante.
Michael habla de la violencia que impera donde vive pero, sobre todo, lamenta las pocas posibilidades de ganarse la vida que hay en su país, donde se dedica a la agricultura.
“No hay nada, no hay trabajo, no hay nada que hacer. Así que quiero llegar allá (a EE.UU.) para poder ayudar a mi familia”.
Para su hermano, esta es ya la tercera vez que intenta el viaje al norte. Pero si llegan a la frontera, ambos planean separarse y Michael se entregará a las autoridades fronterizas.
“Me dicen que si me entrego me pueden ayudar de ahí para arriba. La ‘migra’ (policía de inmigración) me va a preguntar si tengo familiares allá y (mi tía) me puede venir a recoger. Es la fe que llevamos, tal vez así cruzamos”, cuenta esperanzado.
En efecto, el presidente Biden detuvo la expulsión inmediata de los menores de 18 años que llegan solos a la frontera.
Ahora pueden esperar en el país con parientes o familias de acogida hasta que sus casos son vistos en la Corte, lo que mantiene saturados los sistemas estadounidenses.
Según Washington, esa política del anterior ejecutivo basada en una orden de salud pública por el covid-19 era “inhumana” hacia los menores. Sin embargo, la misma orden sigue usándose para expulsar familias y adultos.
Michael ha oído algo de esto, pero no tiene la información muy clara. “Nos han contado que el presidente de EE.UU. iba a mandar quitar todos los atrasos (obstáculos) en el camino, que iba a ser mejor para pasar. A ver si nos ayuda ahorita que ganó él”, dice sin entrar en mucho detalle.
Pero el presidente niega que esto sea un factor determinante para el viaje de los migrantes. “La idea de que Joe Biden dijo: ‘Vengan’… porque escuché el otro día que están viniendo porque saben que soy un buen tipo (…). Esta es la situación: no lo están haciendo (por eso)”, le dijo a ABC News.
Según Gabriel Romero, director del albergue para migrantes “La 72” en Tenosique, “esta política internacional no es de corto plazo sino que va a llevar un tiempo, pero (los jóvenes y adolescentes) vienen ahora con esta mentalidad de que podrían ingresar fácilmente a EE.UU.”.
“Es como una esperanza vana de que van a hacer el ingreso libre, porque no lo es”.
En febrero, las autoridades fronterizas de EE.UU. interceptaron a 9.457 menores de edad viajando solos, un aumento del 60% con respecto a los 5.858 de enero.
Ese drástico aumento de migrantes en la ruta también se nota en el albergue que dirige Romero, donde cada noche desde hace semanas se forman largas filas de personas a la espera de poder ingresar y descansar de su viaje.
Romero asegura que las restricciones y el distanciamiento social por la pandemia impiden acoger a tantas personas en sus cuartos, aunque intenta que la mayoría pueda dormir al menos en colchonetas tiradas sobre el suelo de la capilla.
En la noche, el cansancio puede verse en el rostro de todos ellos. Los afortunados que conservan un teléfono aprovechan para cargarlo y lo cuidan como un tesoro. Saben que es la única forma de seguir en contacto con los suyos.
Este albergue batió en 2018 el récord de migrantes recibidos con 15.000 personas. En 2020 la pandemia redujo la cifra hasta 5.000, pero solo entre enero y febrero de este año ya superaron las 6.000 llegadas.
El religioso no tiene dudas: “Si sigue este flujo en esta proporción, puede dispararse un caos en estas fronteras”.
Tras el fracaso de las últimas caravanas -la última fue reprimida con aplastante dureza por el ejército en Guatemala-, los migrantes prefieren ahora caminar en grupos pequeños.
Pasear durante unas horas por sus rutas habituales en el sur de México es suficiente para encontrar varios de estos grupos, muchos con niños, caminando con paso firme por el arcén de las carreteras o por la vía del tren.
Tristemente conocido como “La bestia”, los migrantes se montaban antes en este tren para avanzar hacia el norte. Pero, debido a la construcción del Tren Maya -uno de los proyectos estrella del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador-, el tren no funciona en esta zona desde hace meses.
El recorrido para atravesar México es ahora aún más largo y peligroso.
Pocos vecinos prestan atención a estos caminantes. Sus caras de fatiga, a veces de tristeza y otras de esperanza parecen formar parte ya de la imagen habitual de estos pueblos de la ruta.
En una ocasión, vemos un vehículo que se detiene en el medio de la carretera. De su interior salen corriendo unas ocho personas adultas y menores, todas cargadas con mochilas. En cuestión de segundos, se pierden entre la vegetación de esta zona selvática.
Los migrantes en el camino denuncian que, además de la pobreza y violencia habituales en los países del Triángulo Norte de Centroamérica -Honduras, Guatemala y El Salvador-, los efectos económicos de la pandemia los dejó con aún menos posibilidades para sobrevivir.
Además, los huracanes Eta e Iota del año pasado arrasaron muchas comunidades que se quedaron prácticamente sin nada de lo poco que ya tenían.
“Nuestras casas eran de lámina, así que al llegar Eta, comenzó a caerse todo. Perdimos todo”, cuenta Jacqueline.
“De ahí quisimos volver a empezar con nuestro negocio, pero con eso de que ya nos pedían dinero para… una extorsión, pues”, dice esta joven de Santa Bárbara, en el noroeste de Honduras, quien ya intentó llegar una vez a EE.UU. sin éxito en el pasado.
Su marido Lionel relata que estos pagos hacían que no les quedara casi ni para comprar comida. Esta situación al límite les hizo arriesgarse a viajar en familia, niños incluidos, pese a los riesgos que saben que existen en la ruta.
“Nos han dicho que más adelante están los Zetas. Que pasamos por allá y un hombre nos dijo que nos iban a hacer picadillo. Que es peligroso, lo pueden secuestrar a uno y pedirle dinero a la familia…”, dice Jacqueline.
Horas después, ya en la noche, volvemos a encontrarla junto a su familia. Están exhaustos, con hambre y sin haber bebido agua en horas. Cuentan que vieron tres veces a “la migra” y salieron corriendo para esconderse entre los arbustos.
“Uno tiene que arriesgarse a todo, pero mejor arriesgo aquí la vida a ir para Honduras, que allá sin necesidad de arriesgarla me la pueden hasta quitar”, responde Lionel cuando le preguntamos si merece la pena este gran esfuerzo.
“De veras, yo le diría a la gente… ¿creen que alguien deja su casa, su familia y su país para enfrentarse a este viaje si no es por pura necesidad?”.
El plan de Lionel es entregarse cuando llegue a la frontera para conseguir asilo político. Pero el gobierno de EE.UU. insistió esta semana en que está “expulsando a la mayoría de adultos y familias”.
La familia quería descansar algo en la noche y llegar con suerte a Palenque en la mañana siguiente. Pero, dos días después de nuestra última conversación, en el albergue no habían sabido nada de ellos.
Michael, por su parte, reemprendió su camino en la mañana. Junto a su hermano y tres compatriotas rezan antes de empezar a caminar. “Nos da fuerza para avanzar, llevamos fe de que vamos a llegar”, dice.
Caminar solo unos minutos junto a ellos da idea de la extrema dureza del viaje. Andan entre las vías del tren sin calzado ni ropa adecuada, a 30ºC asfixiantes de temperatura y con apenas comida y agua, que van tomando de vertientes por el camino o pidiendo a vecinos de la zona.
“Es duro el camino, lo sacan a carreras (la policía), caemos a charcos, nos alambramos… es bien duro”, resume Michael.
Y aunque su viaje previo por Guatemala fue en autobús, tampoco fue sencillo. El joven asegura que a cada rato eran parados por retenes de policías que les pedían 100 quetzales (US$13) por persona para continuar el viaje. Este idéntico relato nos lo compartieron todos los migrantes con los que hablamos por el camino.
Ya casi en la noche, descansando sobre las vías, el ánimo de Michael no decae. “Si no nos rendimos, en nada estamos”, dice. Incluso bromean en el grupo sobre cuántas horas les quedan para llegar a Salto de agua, su próximo destino.
Pero pese no arrepentirse en absoluto de haber emprendido este viaje, Michael alerta a quienes estén planeando hacer lo mismo.
“Que lo piensen bien, porque… es duro. No es para cualquiera este camino. Se necesita valor, tener fe de que a uno no le va a pasar nada. Es complicado el camino, exagerado”, reconoce mientras reinicia la caminata.
Aunque Michael y sus compañeros pensaban llegar al próximo albergue durante la noche, no lo hicieron hasta las 8:00 de la mañana.
Por delante, y si nada ni nadie lo impide, les quedan más de tres semanas para tratar de alcanzar su “sueño americano”.