El humo del incendio que provocó la muerte de 39 migrantes en Ciudad Juárez estuvo a punto no solo de interponerse en su sueño de cruzar a Estados Unidos para empezar una nueva vida, sino también de hacer que su esposo perdiera la suya.
Viangly Infante, venezolana de 31 años, se convirtió en el rostro de una de las mayores tragedias entre la población migrante de México cuando el pasado lunes se encontraba en el centro del Instituto Nacional de Migración (INM) que ardió en llamas con decenas de personas atrapadas en su interior.
Entre ellos estaba su marido, Eduard Caraballo, con quien llegó a México acompañados de sus tres hijos hace cinco meses. Él pudo salvarse, aunque durante los primeros minutos, su mujer temió lo peor.
En unas fotos y videos que dieron la vuelta al mundo, Infante aparece desconsolada en la noche del siniestro, golpeando la ambulancia en la que su esposo se encontraba inconsciente y gritando sin parar de llorar a su “negro”, como ella lo llama.
Unos días después de la tragedia y mientras su marido se recupera poco a poco en el hospital de las heridas sufridas, Viangly Infante compartió con BBC Mundo su dura experiencia en la noche del incendio y aquellas otras, no menos duras, que le precedieron hasta llegar a México desde su Venezuela natal.
Muchas veces me preguntan por qué tomé la decisión de intentar llegar a Estados Unidos. Y si lo hice fue por el futuro de nuestros hijos.
En Venezuela no hay educación, no hay alimentos, hay mucha delincuencia. No hay empleo, y si lo hay, no es justo que trabajes una semana o un mes para que te paguen US$5, o 10, o 15, y que no rinde para nada.
Así que decidimos venir a buscar un futuro para ellos, para que estudien y decidan si quieren quedarse acá o regresar a Venezuela. Queremos darles un bienestar para su crecimiento.
Nosotros vivíamos en La Guaira. Mi infancia y adolescencia fueron diferentes, pero en los últimos años todo ha sido un desastre en el país y por eso tanta gente sale corriendo de allí.
Al papá de mis dos hijos mayores, Yulman de 13 años y Moisés de 12, lo mataron hace cuatro años. Obviamente también eso me marcó para tratar de buscar una vida mejor fuera. Para ellos, su abuelo es su figura paterna. Tienen perdición por él.
La primera vez que salí de Venezuela me fui para Colombia. Estuve cuatro años viviendo allá hasta regresar en 2019. Pero el año pasado, después de conocer a mi esposo Eduard y tener a nuestra niña Cristal, decidimos volver a viajar.
Antes de salir, yo trabajaba en una distribuidora de alimentos y mi esposo hacía repartos. Pero un día vendimos su moto, la casa… todo para venir acá. No nos queda nada material allá, vendimos nuestro hogar.
Y la verdad es que nos fuimos para acá sin decirle nada a la familia y amigos. Vendimos de hoy para mañana y ya, nos fuimos.
¿Por qué? Porque la idea es que todo nos saliera bien, y sabe, a veces cuanto menos les digas las cosas a la gente… vendí, agarré mi bolso y ya. “Me voy de viaje unos días, adiós”. Para cuando se dieron cuenta, ya estábamos en México.
Pero antes nos tocó pasar un largo viaje. El 1 de agosto del año pasado salimos para Ecuador. Mi bebé, que tenía 1 año recién cumplido, no sabía caminar todavía y se me cayó de un primer piso. Desde entonces, ella tiene convulsiones.
Ahorramos un poco de dinero trabajando allí y el 6 de octubre comenzamos el resto del viaje. Pasamos por Colombia, la selva, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, a donde llegamos el 1 de noviembre por Tapachula.
Sí, la selva es dura, pero me atrevería a subirla y bajarla otra vez. Yo la caminé en tres días y medio, aunque hay gente que dura una semana o diez días.
Si lo hice en tan poco tiempo es porque al segundo día de caminar, mi hija convulsionó. Así que dije “o salgo, o me come la selva. Tengo que salvar la vida de mi hija”.
De hecho, si me preguntas, te diré que mi paso por México me pareció más duro que la selva. Aquí a los migrantes nos venían robando cuando yo viajé, tenías que dar dinero a cada rato… Y luego Migración está continuamente agarrándonos, encerrándonos… eso es inhumano y son cosas que no viví en la selva.
Gracias a Dios, en la selva nunca vi un cuerpo. Es tan sorprendente, que me quedé loca de ver que sacaban tantos muertos aquí en el incendio del centro de migrantes. Eso no lo vi en la selva. Así que, ¿qué te puedo decir que me parece más peligroso? ¿México o la selva?
Una vez que llegamos aquí, intentamos entrar a EE.UU. por Piedras Negras. Nos entregamos a la border patrol pero nos devolvieron a Torreón. Tomamos el tren y vinimos hasta acá, a Ciudad Juárez, el 28 de diciembre.
Habíamos oído hablar algo de ese Título 42, pero cuando salmos de Ecuador aún EE.UU. no tenía su nuevo plan migratorio para venezolanos (por el que se devuelve a México a los venezolanos que cruzan la frontera de manera irregular y que los alienta a programar citas para solicitar asilo con antelación).
Pero la verdad es que le pusimos un poquito de fe y pensamos que, al habernos entregado, quizá nos aceptaban como grupo familiar… pero nada.
Aquí en Ciudad Juárez no me he encontrado personas malas, sino que me han apoyado bastante. Mi esposo vendía flores por la calle y yo estuve trabajando en una paletería, pero lo dejé cuando la bebé se me puso más enferma.
El pasado lunes, precisamente, mi marido salió de casa para comprar los medicamentos para las convulsiones de la niña. Y fue ahí que lo agarraron sobre las 13:00h.
No había ningún motivo para detenerlo porque yo tengo un permiso de 90 días y mi visa humanitaria por un año está ya en Migración. Entonces él me llama para que le lleve los documentos que muestran que somos un núcleo familiar y que estamos legal acá.
A la estación migratoria llegué con mis tres hijos. Me dejaron esperando como desde las 14:00h. y me dejaron en la sala de espera. Me decían que ahorita lo iban a soltar, que ahorita.
Hasta que en la noche empezó el fuego. Ahí oigo gritos, golpes en las paredes y empezó a salir humo por todos lados. Por la oficina, el baño, todo.
En la zona de familias donde yo estaba había 15 mujeres retenidas y las sacaron. Ahí no había rejas ni nada, pero por lo que se ve en la zona de hombres es como una prisión, una celda.
Yo pregunto qué pasa y les digo que abran la puerta de los hombres… y lo que supieron decirme fue: “se quemaron”. Me desesperé mucho y me sacaron a la calle, pero a ellos los dejaron ahí.
En el momento no me importaba ni el humo ni nada: yo quería que les abrieran las rejas, que salieran todos. Quería que fueran humanos y les abrieran.
Afuera vi que sacaban a las personas, pero no estaba mi esposo. Entones me asomé a la ambulancia y vi que lo estaban reanimando. Es cuando entré como en shock. Entonces él reaccionó, lo intentaron amarrar y se lo llevaron.
Ese fue el momento en que me grabaron, cuando yo estaba junto a la ambulancia con tanta desesperación. Nunca imaginé que ese momento se iba a hacer tan conocido porque nunca vi a nadie alrededor.
No me hice famosa en Venezuela y me vine a hacer famosa aquí, en México… pero por algo tan cruel. A mi familia no tuve que avisarles de lo que pasó: se enteraron por las redes sociales enseguida Me hice famosa… pero no era esta la manera.
Mi esposo tuvo intoxicación por humo en ojos, nariz, boca y garganta. Al principio estaba como asfixiado pero ya está estable y lo pude parar de la cama, aunque sigue respirando con oxígeno y no tiene fecha de alta prevista.
Él tiene la garganta muy irritada y no me ha podido dar detalles de cómo fue su trauma esa noche. Lo que sé es que se metió al baño para resguardarse y se mojó con agua para protegerse del fuego, porque cuando lo recibí estaba completamente mojado.
Una vez que ya vi que estaba mejor en el hospital, sí me entró mucha rabia de pensar que hubo 40 muertos. Que tuvieron la oportunidad de abrirles la reja y no lo hicieron. Ninguno estaba detenido por robo, ni muerte, ni nada: solo por ser migrante. Y tenían derecho a vivir.
Así que vinimos con nuestros tres hijos desde Venezuela buscando una vida mejor… y casi pierdo a mi marido en el incendio. Pero gracias a Dios está bien.
Aunque imagínate esas familias que están tan lejos, el ver a sus hijos que vinieron a buscarse un futuro y ahora están quemados solo porque no les abrieron la puerta. ¿Qué pueden sentir esas madres?
Lo que les pediría a las autoridades es que sean un poco más humanas y que se pongan la mano en el corazón.
En momentos de rabia, ira y tristeza pienso que para qué me vine. ¿Pero a dónde me vuelvo, si no tengo casa?
Y luego ya, con la cabeza fría, pienso que si Dios me puso aquí es por algo. Y que si le dio una nueva oportunidad a mi esposo, es porque nos vienen cosas buenas. No para mí, sino para mis hijos.
Nunca pensé que algo tan trágico nos podría pasar ya casi en la recta final, ahí, a un pasito de alcanzar nuestro objetivo.
Pero esta tragedia no me va a hacer devolverme. De hecho, este sábado tengo la entrevista en EE.UU. para que decidan sobre mi petición de asilo. No quiero perder la cita, pero si mi esposo no puede venir conmigo, no asistiré.
Ya lo decidí porque sería muy inhumano dejarlo solo e irme al otro lado con mis hijos. Estamos buscando otra solución. Si no se puede el sábado, se podrá el domingo, o el lunes… pero me iré con él, todos juntos.
A las personas que nos señalan y que critican que estemos migrando les diría que a veces no saben lo que uno ha vivido. A mí no me gusta ver a mis hijos sufrir, pero me tocó traerlos porque, si no soy yo, ¿quién les va a dar un mejor futuro?
Mi sueño es terminar de llegar a la meta que me propuse para mis hijos. Ya después, ellos decidirán qué hacer y dónde quedarse.
A mi hijo menor le gustan mucho los animales y quiere ser veterinario. El mayor dice que lo decidirá en cinco años y ahí verá si quiere volver a Venezuela a ver a su abuelo.
Pero les dije que, con todo esto que está pasando, quizá deberíamos volver a nuestro país… y el mayor me dijo que no, que estábamos tan cerca de llegar que ahora no podíamos irnos.
Por mi parte, mi objetivo final es regresar de nuevo a mi país. Será en un tiempo, en lo que yo pueda conseguir de nuevo mi hogar. Pero cuando lo consiga, volveré.